La historia de
“el hombre del saco” resulta de sobra
conocida en España y en otros países del mundo, formando parte su figura del
imaginario colectivo y ubicándose en la más pura tradición de cuentos
terroríficos para asustar a los niños. Un siniestro personaje que deambula de
noche en busca de éstos alejados de sus padres, perdidos, etc, para
secuestrarlos y llevárselos introducidos en un saco a algún lugar desconocido
con oscuras intenciones.
Lo que ya no
resulta tan conocido es que, tanto ésta como la de “el sacamantecas”, tienen su origen en un espeluznante asesinato
ritual acaecido el Gador, Almería, en 1910.
EL
ESPELUZNANTE CASO DE JULIO HERNÁNDEZ “EL
HOMBRE DEL SACO” Y FRANCISCO LEONA “EL
SACAMANTECAS”.
Francisco
Ortega el “Moruno” era un enfermo
grave de tuberculosis, que desesperadamente buscaba cura de a su enfermedad
recurriendo a médicos y curanderos. Entre éstas, Agustina Rodríguez afirmó no
poder hacer más por él de lo que ya había hecho. Ante la angustia y preguntas
de el Moruno, le aseguró que
únicamente existía una persona capaz de ayudarle en su trance.
Le remitió así
a Francisco Leona, lúgubre personaje que ya contaba con antecedentes penales.
Incluso se aseguraba había sido responsable de algún homicidio, habiéndole
salvado el estar emparentado con gente
influyente de pagar por ello.
Leona se
ofreció a sanarle de su enfermedad a cambio de 3000 reales. Una vez pagados
aseguró a Francisco Ortega que pasaba la cura por beber sangre recién extraída
de un niño sano, requiriendo además aplicar cataplasmas en el pecho
confeccionadas con la grasa caliente del mismo.
El Moruno se sintió horrorizar con aquello,
pero ante la insistencia de Leona en el sentido de que resultaba la única forma
de vencer a la enfermedad, acabó accediendo. “La salud es lo primero”, afirmó convencido.
El mismo
Francisco Leona se brindó para buscar a la víctima. Tras intentar de manera
infructuosa encontrarla ofreciendo dinero a diversos campesinos del lugar por
sus hijos, llegó a un acuerdo con Julio Hernández el “Tonto”, hijo de Agustina, por el cual le entregaría 50 pesetas a
cambio del infante requerido.
Julio era un
hombre fuerte, que a diario cubría los 11.5 kilómetros que
separaban Gador de Almería en varios viajes de ida y vuelta, para realizar
recados a cambio de alguna recompensa
económica. Según declaró posteriormente, necesitaba el dinero para comprarse
una escopeta. En palabras de los números de la Guardia Civil que
llevaron la investigación, “tonto, lo que
se dice tonto, no era”.
Tras diversos
intentos, de los cuales consta el asalto fallido a una niña que comenzó a
gritar frustrando sus intenciones, consiguió secuestrar en la tarde del 28 de
junio a Bernardo González Parra, de siete años de edad y oriundo de La Rioja, cuando regresaba a su
casa después de jugar con sus amigos o haber pasado la misma con su familia en
algún lago o similar –narro algunas cosas sobre la memoria de un artículo que
leí hace tiempo-. Utilizando cloroformo él y Leona para dormirlo, lo
introdujeron a continuación en un saco y lo llevaron hasta un cortijo situado
en Ardoz y separado del pueblo, que Agustina puso a disposición del Moruno.
José, hermano
de Julio, fue a avisar a éste dejando a su esposa, Elena, en casa preparando la
cena. Llegados todos allá, sacaron al niño del saco consciente pero aturdido.
Entre sus llantos y súplicas llamando a sus padres, le clavaron una navaja en
la axila para sangrarlo y recoger su sangre en un vaso. A continuación, el Moruno bebió ésta mezclada con azúcar
antes de que se enfriara.
Después de
ello Leona y el Tonto lo llevaron
hasta un paraje solitario y, una vez allí, el primero le aplastó la cabeza con
una roca. Tras ello le abrió la barriga con un cuchillo y le extrajo el epiplón
y grasa, recogiendo todo ello en un pañuelo con el que confeccionaría la compresa
a aplicar sobre el pecho del Moruno.
Finalizado el macabro ritual, escondieron el cuerpo en una oquedad al pie de un
monte en el lugar conocido como Las Pocicas, tapando ésta con piedras e
hierbas.
A los pocos
días y en plena búsqueda del niño, Julio acudió a la Guardia Civil para
denunciar que había encontrado su cadáver mientras perseguía a unos pollos de
perdiz. Leona había engañado a Julio, no pagándole las 50 pesetas prometidas, y
éste en venganza decidió proceder de aquella manera.
Detenido
Leona, éste culpó a su vez al Tonto,
que afirmó en un principio haber asistido al crimen oculto tras unos
matorrales. Tras el cruce de acusaciones, ambos terminaron por confesar el
crimen, deteniendo la
Guardia Civil a todos los implicados en el asesinato.
El pueblo al
completo señaló a Leona cuando la Guardia Civil llegó al lugar, sabedores de las
muchas irregularidades cometidas por el mismo, posiblemente alguna de tipo
delictual. En localidades como La
Rioja o Gador, existen aún personas que recuerdan las coplas
que entonces corrieron para ensalzar la figura del cabo Mañas, responsable de
la captura de los desalmados autores.
La mujer de
José, Elena, fue absuelta. A él se le condenó a 17 años de cárcel. El Tonto, Leona y Agustina y el Moruno fueron condenados a muerte en el
garrote vil. El primero fue indultado en consideración a su carácter de
disminuido psíquico. El segundo murió en la cárcel por enfermedad antes de
llegar el día señalado. El último consiguió sanar de la suya antes de ser ejecutado.
Muchos aseguraron que su recuperación fue el último logro de Leona.
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