viernes, 31 de agosto de 2012

EL ESPELUZNANTE CRIMEN DE EL HOMBRE DEL SACO Y EL SACAMANTECAS







La historia de “el hombre del saco” resulta de sobra conocida en España y en otros países del mundo, formando parte su figura del imaginario colectivo y ubicándose en la más pura tradición de cuentos terroríficos para asustar a los niños. Un siniestro personaje que deambula de noche en busca de éstos alejados de sus padres, perdidos, etc, para secuestrarlos y llevárselos introducidos en un saco a algún lugar desconocido con oscuras intenciones.

Lo que ya no resulta tan conocido es que, tanto ésta como la de “el sacamantecas”, tienen su origen en un espeluznante asesinato ritual acaecido el Gador, Almería, en 1910.

EL ESPELUZNANTE CASO DE JULIO HERNÁNDEZ “EL HOMBRE DEL SACO” Y FRANCISCO LEONA “EL SACAMANTECAS”.

Francisco Ortega el “Moruno” era un enfermo grave de tuberculosis, que desesperadamente buscaba cura de a su enfermedad recurriendo a médicos y curanderos. Entre éstas, Agustina Rodríguez afirmó no poder hacer más por él de lo que ya había hecho. Ante la angustia y preguntas de el Moruno, le aseguró que únicamente existía una persona capaz de ayudarle en su trance.

Le remitió así a Francisco Leona, lúgubre personaje que ya contaba con antecedentes penales. Incluso se aseguraba había sido responsable de algún homicidio, habiéndole salvado el estar emparentado con  gente influyente de pagar por ello.

Leona se ofreció a sanarle de su enfermedad a cambio de 3000 reales. Una vez pagados aseguró a Francisco Ortega que pasaba la cura por beber sangre recién extraída de un niño sano, requiriendo además aplicar cataplasmas en el pecho confeccionadas con la grasa caliente del mismo.

El Moruno se sintió horrorizar con aquello, pero ante la insistencia de Leona en el sentido de que resultaba la única forma de vencer a la enfermedad, acabó accediendo. “La salud es lo primero”, afirmó convencido.

El mismo Francisco Leona se brindó para buscar a la víctima. Tras intentar de manera infructuosa encontrarla ofreciendo dinero a diversos campesinos del lugar por sus hijos, llegó a un acuerdo con Julio Hernández el “Tonto”, hijo de Agustina, por el cual le entregaría 50 pesetas a cambio del infante requerido.

Julio era un hombre fuerte, que a diario cubría los 11.5 kilómetros que separaban Gador de Almería en varios viajes de ida y vuelta, para realizar recados a cambio de  alguna recompensa económica. Según declaró posteriormente, necesitaba el dinero para comprarse una escopeta. En palabras de los números de la Guardia Civil que llevaron la investigación, “tonto, lo que se dice tonto, no era”.

Tras diversos intentos, de los cuales consta el asalto fallido a una niña que comenzó a gritar frustrando sus intenciones, consiguió secuestrar en la tarde del 28 de junio a Bernardo González Parra, de siete años de edad y oriundo de La Rioja, cuando regresaba a su casa después de jugar con sus amigos o haber pasado la misma con su familia en algún lago o similar –narro algunas cosas sobre la memoria de un artículo que leí hace tiempo-. Utilizando cloroformo él y Leona para dormirlo, lo introdujeron a continuación en un saco y lo llevaron hasta un cortijo situado en Ardoz y separado del pueblo, que Agustina puso a disposición del Moruno.

José, hermano de Julio, fue a avisar a éste dejando a su esposa, Elena, en casa preparando la cena. Llegados todos allá, sacaron al niño del saco consciente pero aturdido. Entre sus llantos y súplicas llamando a sus padres, le clavaron una navaja en la axila para sangrarlo y recoger su sangre en un vaso. A continuación, el Moruno bebió ésta mezclada con azúcar antes de que se enfriara.

Después de ello Leona y el Tonto lo llevaron hasta un paraje solitario y, una vez allí, el primero le aplastó la cabeza con una roca. Tras ello le abrió la barriga con un cuchillo y le extrajo el epiplón y grasa, recogiendo todo ello en un pañuelo con el que confeccionaría la compresa a aplicar sobre el pecho del Moruno. Finalizado el macabro ritual, escondieron el cuerpo en una oquedad al pie de un monte en el lugar conocido como Las Pocicas, tapando ésta con piedras e hierbas.

A los pocos días y en plena búsqueda del niño, Julio acudió a la Guardia Civil para denunciar que había encontrado su cadáver mientras perseguía a unos pollos de perdiz. Leona había engañado a Julio, no pagándole las 50 pesetas prometidas, y éste en venganza decidió proceder de aquella manera.

Detenido Leona, éste culpó a su vez al Tonto, que afirmó en un principio haber asistido al crimen oculto tras unos matorrales. Tras el cruce de acusaciones, ambos terminaron por confesar el crimen, deteniendo la Guardia Civil a todos los implicados en el asesinato.

El pueblo al completo señaló a Leona cuando la Guardia Civil llegó al lugar, sabedores de las muchas irregularidades cometidas por el mismo, posiblemente alguna de tipo delictual. En localidades como La Rioja o Gador, existen aún personas que recuerdan las coplas que entonces corrieron para ensalzar la figura del cabo Mañas, responsable de la captura de los desalmados autores.

La mujer de José, Elena, fue absuelta. A él se le condenó a 17 años de cárcel. El Tonto, Leona y Agustina y el Moruno fueron condenados a muerte en el garrote vil. El primero fue indultado en consideración a su carácter de disminuido psíquico. El segundo murió en la cárcel por enfermedad antes de llegar el día señalado. El último consiguió sanar de la suya antes de ser ejecutado. Muchos aseguraron que su recuperación fue el último logro de Leona.

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