domingo, 29 de julio de 2012

LA VIEJA: 3ª PARTE Y FIN





 -Hola, ¿qué tal?

Le echó una rápida mirada. Como para cerciorarse. De lejos le había parecido un ejemplar bastante atractivo. Tampoco estaba mal de cerca. Nada mal. Moreno, cabello largo hasta los hombros y ondulado, casi rizado... Ojos marrones grandes y almendrado  Sobre la treintena de edad. Guapo. Muy guapo. Y además se notaba que frecuentaba el gym. Parecía bastante cachas, aunque sin exagerar.

“Patricia, por allí quieren invitarte a tomar algo”, le había informado Bruno, el camarero de la barra central. Un rubio amanerado y que cada noche se las ingeniaba para salir del local con un amigo distinto. No se llevaban demasiado bien. En realidad no lo hacía con nadie allí. Con nadie en definitiva. Tampoco le importaba demasiado. No le gustaba la gente. También a ellos podía rechinarles su suficiencia y altivez, rayana en el puro desprecio por los demás, pero para alguien como ella eso no tiene demasiada importancia. Una mujer hermosa que sabe lo que quiere suele encontrar las puertas abiertas donde quiera que vaya, no hay que preocuparse por caer bien además. Luego, con la edad y el declive físico, la cosa va decayendo, pero tampoco eso iba con ella. Los cuerpos se quemaban rápido. Más cada vez. Algo lógico. Con el tiempo iba acumulando años de edad. Cuantos más, menos tiempo podían soportar sin marchitarse. Cuanto más madura su alma, más rápidamente consumía la juventud de aquéllos. No había problema. Cuando de decrépitos ya no servían, tan sólo había de buscar otro nuevo. Sólo tenía que elegir el más hermoso y deseable.

En esta última ocasión le había costado decidirse. Hasta el último momento había estado dudando entre la preciosidad rubia por la que finalmente había optado y una infartante negrita caribeña del otro lado de la ciudad. Una chiquilla residente en un barrio periférico y de familia humilde, con un físico de auténtica diosa. Pero era demasiado joven. Andaría sobre los dieciséis o diecisiete años. Prácticamente una niña. En otro tiempo, no hacía demasiado todavía, la hubiera escogido a ella de todas todas. Cuanto más jovencita mejor. Más tiempo por para aprovechar su cuerpo antes de que degenerase. Y sin embargo las cosas habían cambiado mucho últimamente. Hoy día resultaba difícil moverse con uno de menos de dieciocho anualidades. La incordiante minoría de edad. Antes podía prostituirse en la calle e incluso en los clubs habitando carcasas quinceañeras, resultaba fácil ganar el primer dinero. Ahora todo era mucho más complicado. Los dueños de los locales pedían lo primero la documentación. Nada de menores. Y ofreciéndose en las carreteras se tardaba nada y menos hasta que algún moralista estúpido fastidiaba la fiesta, llamando a la Policía para avisarles de que una chica con apariencia demasiado joven parecía estar haciendo la calle. Y tampoco resultaba sencillo encontrar alojamiento. El mismo problema en hoteles, hostales pensiones… La única posibilidad era encontrar algún maromo que en su casa la acogiera. Pero, aunque siendo tan atractiva como esa niña siempre se acababa encontrando alguno así, la cosa podía llegar a demorarse algunos días, y entretanto había que comer y dormir. Más práctico pues limitarse a las de más de dieciocho. Con eso se evitaban todos los problemas. Ninguna restricción, ninguna traba…

Siempre había de esas. Estúpidas dotadas de exquisita belleza entra las cuales elegir. No importaba que los cuerpos se marchitasen cada vez más de prisa. El surtido era inagotable. Cuando una ya no servía, otra. Y además en algún momento se estabilizaría. No podía continuar acelerándose indefinidamente. Con que le durasen para dos o tres años era suficiente. La mayor parte del tiempo permanecían jóvenes, como un combustible que tarda en prender, pero se combustiona rápidamente una vez lo ha hecho. Sí, con eso bastaba. Y además todavía estaba muy lejos de ello.

Era muy guapo. Sonrió disfrutando un sentimiento de crueldad. Debía haberle dolido mucho al sarasa de Bruno tener que pasarle el recado. Los celos y la envidia debían estar corroyéndole. Le gustaba. Adoraba eso. Perversa como una zorra, se acercó contoneándose y mirándole a los ojos, sin perder la sonrisa.

-Pues creía que muy bien hasta que te he visto, pero después de hacerlo me queda claro que mucho menos que tú.

Rió divertida la ocurrencia. Sí, su huésped era muy bella. Justo lo que necesitaba un alma podrida para continuar su externa existencia de vicio y desenfreno.

-Estás muy bueno… y eres simpático.

Aproximó el rostro al suyo para dejar que la besara. Sabía que lo haría. Era ya mucho tiempo de experiencia en tales lides. No erró en su predicción. Y además sintió la masculina mano magrear a gusto su precioso trasero. Bruno debía estar pálido de rabia.

-Vaya… parece que hay feeling.

-Sí… mucho –aceptó ella siempre sonriente, mirándolo pícaramente.

-¿Quieres una raya? Para recuperarte –añadió con un guiño-. El trabajo de las go-gós debe ser muy cansado.

-Claro. Ven, acompáñame. En el camerino estaremos más cómodos.


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Todo un acierto el muchacho. Y a las primeras de cambio esta vez. Guapo, buen mozo, espléndido… y además funcionando muy bien económicamente. Como hecho a medida, vamos. Médico de profesión, trabajando en una clínica privada e hijo de papá adinerado. Bingo y acumulado.

Quedó muy prendado de ella además. No era para menos. Su nuevo cuerpo era una auténtica maravilla. La esperó hasta acabar su horario de trabajo en la discoteca y luego fueron a su casa. Incluso bajo los efectos de la droga se había mostrado un amante portentoso. Nada menos que cuatro seguidos, acompañados por sus correspondientes y propios orgasmos. Barra libre de droga, sexo desenfrenado y salvaje… ¡aquello era el Paraíso! Y cuando además la invitó a trasladarse allí con él, la cosa ya fue el colmo. No andaba ella buscando ni deseaba atadura ninguna, pero le vendría perfecto para una temporada, mientras se asentaba en su nueva identidad y organizaba su vida. Después, cuando se cansase o apareciese otro más atractivo, patada en el culo y adiós. No era muy mirada para esos asuntos. Cómo se lo tomase él o lo mucho o poco que le doliese, era algo que con ella no iba. Como si quería cortarse las venas o tirarse de un puente.

-Uff… maldito dolor. Es incordiante.

Lo era efectivamente. No demasiado intenso, pero constante. En la zona de su cadera, extendiéndose hacia el muslo. Ahora comenzaban a dolerle también algunas otras zonas del cuerpo. La estúpida aquélla no debía estar demasiado acostumbrada a las fiestas y excesos. Su trabajo de go-gó parecía pasar factura en agotamiento y dolores musculares. Y además estaban esas náuseas. Podrían atribuirse sin más a las resacas del alcohol y las drogas, pero el caso es que ya las había comenzado a sentir antes de empezar con sus colocones y borracheras. Igual que el dolor, aunque sólo en la pierna. Extraño. Y además todavía no le había bajado la regla. Llevaba ya más de un mes en este cuerpo. Mira que si la imbécil hubiera estado preñada… Mañana mismo se acercaría a la farmacia a comprar el Predictor.

Y sin embargo él vino a anticiparse.

-Escucha Patricia… Me gustaría que te pasases por la clínica. Cuando te venga bien.

Le pareció raro aquello.

-¿Por qué?

-Oh, no es nada. Simple precaución. Quiero hacerte algunas pruebas. Por el tema de esos dolores y náuseas, ya sabes.

Se semiincorporó en la cama ahora, apoyada sobre un codo, para mirarle extrañada.

-No te preocupes. Ya ye digo, es simple precaución. Soy médico, tengo esas manías.

Rió conciliador. No le hizo ninguna gracia a ella. Pese a la apariencia veinteañera temprana de su envoltura carnal, el alma que la habitaba era la de alguien con muchísimos más años. Años de edad. De experiencia. No era fácil engañarla. Conocía muy bien a las personas. Sus miradas, el tono simulado en su voz…

-Puede que esté embarazada.

Hubiera preferido no decírselo. Nunca se sabe cómo un hombre puede tomarse esas cosas. Tampoco semejaba debiera preocuparse demasiado por ello. Éste se veía demasiado prendado. Podría dominar la situación.

-Estuve saliendo con otro chico hasta hace un par de semanas.

Esbozó un gesto de pensamiento sobre ello él.

-Sí… eso podría explicar lo de las náuseas y el cansancio. Y lo de tus dolores podría deberse a tu trabajo. Me has dicho que llevas poco tiempo bailando.

-Sí, así es.

-Bueno, no pasa nada. Mejor estar seguros. Y además te sacas un chequeo completo por la cara.

No parecía una mala idea. De hecho, era una muy buena idea. Con ello podría conocer perfectamente el cuerpo que habitaba y sus circunstancias.


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-Siéntate, Patricia.

Supo que había algo malo desde que lo vio entrar por la puerta. Muy malo. Su cara, la expresión de ésta… Una profunda inquietud se apoderó de su pecho. Era médico. Cuando un matasanos se muestra así ante ti, algo que no querrías escuchar está a punto de comentarte.

Obedeció tomando asiento frente a él al otro lado de la mesa de caoba del salón. La miró gravemente, el sobre en su mano, apoyado sobre la superficie de madera.

-Alfredo, me estás asustando. ¿Qué es? ¿Dímelo ya?

Tenía los ojos enrojecidos. Brillantes. Había estado llorando.

-Cáncer Patricia. Muy avanzado.

Su hermoso rostro se tornó en un gesto de horror, llevadas ambas manos ante su boca, abiertos exageradamente sus preciosos ojos verdes.

-No entiendo cómo no notaste nada antes. Ya te digo, está muy avanzado.

“!¿Cómo lo iba a notar imbécil?! Llevo menos de dos meses dentro de este jodido cuerpo?!” Su mente trabajaba ahora como una locomotora desbocada. ¿Cáncer?... ¿Había ido a escoger un cuerpo podrido por el… cáncer?

-¿Estas seguro de lo que dices?

Se le veía atorado. Realmente estaba siendo muy difícil para él.

-Completamente Patricia. Sabes que hemos repetido las pruebas para pedir un segundo diagnóstico.

“¿Cómo no lo voy a saber estúpido? Soy yo la que se ha sometido a ellas”.

-Patricia… no sé cómo decirte esto... En mi trabajo he tenido experiencias anteriores, pero nunca con alguien de mi entorno cercano. Nunca con alguien tan… amado.

“Vaya un momento para salirme con romanticismos, gilipollas”.

-Decirme… ¿qué?

Era difícil.

-Eres médico. ¿Qué podemos hacer?

Muy difícil.

-Nada cariño. No se puede hacer nada. La mestástasis se ha extendido a otras partes de tu cuerpo. Demasiado. Llegamos tarde para la quimio o la radioterapia.

-¡Pero qué me estás diciendo imbécil! –estalló finalmente. No protestó él. Era perfectamente entendible.

“¡Maldito sea mi nacimiento! Ir a elegir a una jodida cancerosa”.

Intensa actividad mental. Aún estaba a tiempo. Tenía que volver a su cuerpo anterior. No podía pasar todavía uno nuevo. Todavía no había asimilado como propio éste. Carne y espíritu no habían fusionado suficientemente. Aún tardaría mucho en hacerlo. Pero sí continuaba a tiempo de volver a aquél. El vínculo no se había disuelto. Igual que se había integrado todavía en éste, tampoco había acabado de desintegrarse en el otro. Se trataba de procesos paralelos.

Tenía que darse prisa. Si a la imbécil llegase a pasarle algo… Ya había durado demasiado en comparación con otras anteriores. Podía sentirlo. El vínculo. Seguía viva. Por lo general perecían a causa de la impresión o se quitaban la vida ellas mismas. No podían soportar verse de repente encerradas en un cuerpo decrépito y ruinoso, ni las expresiones de aprensión y seguramente repugnancia en familiares y deudos al intentar explicarles lo acontecido. Aun en el caso de que las creyeran, debía resultar algo muy difícil de digerir para ellos. Las desgraciadas no lo soportaban. No solían sobrevivir más allá de unos pocos días a la experiencia.

Ésta era de las pocas que sí lo había hecho. No conocía sus circunstancias ni por qué. Por lo que sabía, en cualquier momento podría palmarla ella también. Suicidándose o tras haberse ido apagando poco a poco. Había que apresurarse.

-¡Eh!... ¿dónde vas?

-¡Suéltame imbécil! –se desasió enérgicamente de la mano que trataba suave de retenerla.

-No puedes huir de esto Patricia. Debes afrontarlo. Puedes contar conmigo.

-Que te follen gilipollas.

No dijo más. Ni tomó su ropa o recogió dinero o tarjeta alguna. A lo que se dirigía no iba a necesitarlo.

La negra. Iría a por ella. Debería haberlo hecho desde el principio. Tampoco quedaba mucho tiempo para buscar a otras. Aquel maldito cuerpo estaba también en las últimas. Demasiado viejo. No resistiría mucho más con su espíritu en él. Máxime reentrando tras haberlo abandonado. Sería como volver sobre una puerta, ya casi derribada, con carrerilla.

No hubo de alejarse demasiado. Tan sólo hasta el rincón que, detrás de la torreta del contador de la luz de la urbanización, formaba el muro que la rodeaba.

-Niek setore nehakaak numat senatocrasna vinteas. Nomasotrna geptka vesag numani, ot hiapanetah…

Sensación de distanciamiento. De pérdida de contacto con la realidad. Los perfiles se tornan progresivamente difusos, las formas borrosas…en apenas unos segundos, otras distintas van apareciendo ante sus ojos. Una hembra sentada a algo que parece un sillón frente a ella. Un grupo a sus espaldas.

La visión se aclara. Le miran, la observan… la esperaban. Confusión. ¿Qué está pasando?

-Efectivamente.

Es ella la que le habla. Rubia, serena… más bella todavía que la anterior estúpida. Quizá… Tras ella un hombre con barba gris le apunta con un revólver a la cabeza.

-Una sola palabra extraña y te vuelo los sesos, puta.

Sonríe la hermosa.

-Es lo que estás pensando. Te hemos engañado.

Rabia. Mucha rabia. El primer pensamiento es de deseo de venganza. La experiencia le ha enseñado a no dejarse arrastrar por los impulsos. Echa una mirada a los demás. Está en la casa en que asaltó a su víctima. Su casa. Otra mujer, morena ésta. También atractiva, si bien mucho menos que ella o su anterior huésped. Ambas son poderosas. Mucho. La de cabello oscuro más todavía que la otra. Mucho más. Su poder es algo que llega a sofocar. Puede percibir esas cosas. Una bruja consumada puede hacerlo.

El hombre de la barba. Otro de su edad aproximada junto a él. Un tercero más joven. Muy atractivo. A éste lo conoce. Es el marido de la estúpida. Antes de marchar de allí repasó fotos y otras cosas. Ha aprendido a hacerlo. Es bueno conocer detalles sobre la vida anterior de los cuerpos que habita. Resulta útil a menudo. En sus ojos brilla el puro odio. Más aun que en los de los demás. Sólo la morena parece no afectada. La rubia lo está. Pese a mostrarse serena, se hace evidente el desprecio tras su mirada esmeralda. Está aleccionado. Hace verdaderos esfuerzos para no saltar sobre ella para reventarla a golpes. El muy imbécil…

La bruja trata de pensar rápido.

-Ni se te ocurra –le amenaza la rubia. La mira sorprendida.

-La naturaleza de mi poder es mental. No puedo leerte el pensamiento.  Aseguran que ha existido quien sí podía hacerlo. Yo no puedo. Pero sí percibir perfectamente tu ruido mental y también anticiparme para deducir tus vías de escape y, con ello, posibles intentos. Tuve una buena maestra. La mejor.

La mujer morena. La mira a los ojos por un instante. Resulta aterradora. ¿Quién es? Su poder es superior al de cualquier bruja o nigromante que haya conocido. Más parece un demonio que una hembra mortal.

-Estás pensando en probar el maleficio recitándolo mentalmente.

Vuelve la mirada a la de los ojos verdes.

-Puede que funcionara. Puede que no. En cualquier caso no te daría tiempo a comprobarlo. Puedo entrar en tu mente y devastarla en un instante. Restarías convertida en un vegetal por el resto de tus días. Los que sean que te queden.

No mentía. Aquello no era un farol. Tenía poder suficiente para hacerlo.

 -Eso o pedirle a Quevedo que te salte la tapa de los sesos.

Miró al hombre por un momento. Sí, también él estaba deseando hacerlo.

-Está bien. ¿Qué queréis?

Sonrió.

-¿Qué te hace pensar que queramos algo?

-¿Por qué seguiría viva sino? Podríais haberme matado nada más regresar a este cuerpo.

Mantuvo la sonrisa.

-Sí. Eres vieja y decrépita, pero no estúpida.

Se miraron a los ojos por un momento. Tensamente, midiéndose… No le convenía un duelo con aquella hembra. Ni a solas y sin apoyo de nadie podría con ella. Era demasiado fuerte. Uno de esos portentos que de tanto en tanto surgen entre los hombres. La morena aun era peor. La protegía. No le resultaba necesario, pero lo hacía. Incluso pudiendo hacerle daño, cosa que le quedaba claro excedía de sus posibilidades, todavía tendría que enfrentarse a la ira y venganza de ella. Sería como hacerlo a las de un diablo furioso. Mejor no irritarla.

-El maleficio.

Volvió a mirarla de aquella manera.

-Oh, vamos… ¿Qué es lo que encuentras sorprendente?

-¿Para qué lo queréis?

-Al final tendré que pensar que sí eres estúpida después de todo.

La evaluó una vez más.

-La inmortalidad es un premio grandioso –escupió finalmente.

-Sí lo es –estuvo de acuerdo la hermosa-. El más grande de todos.

Sonreía. Sí, también ella soñaba con ésta. Todos ellos.

-¿Podré marcharme después?

Hizo un gesto de invitación a ello con su mano, acompañado de una expresión confirmadora en su hermoso semblante.

-¿Cómo sé que no me engañas?

-¿Para qué querría hacerlo? Este cuerpo es precioso, pero envejecerá y se marchitará. Poder escoger otro entonces y robarle su juventud… Ser joven y bella para siempre. Todos podemos serlo. No hay competencia. En el mundo hay suficiente para los ocho.

La miró suspicaz.

-¿Ocho?

-Los seis que habemos aquí y dos más.

Levantó la tapa del portátil que permanecía en la mesita de madera junto a ella, apareciendo en la pantalla el rostro del varón con el cual había compartido la cama las últimas semanas.

-Hola de nuevo –saludó sonriente-. Te veo algo venida a menos cariño.

Rió. Odioso. No le gustaba que se burlasen de ella. No le gustaba nada. Pagarían por ello. Encontraría la forma de hacérselo lamentar a todos y cada uno de ellos. Incluidas las hembras.

Una beldad rubia se dejó ver a su lado. Ese cuerpo glorioso había sido suyo hasta hacía unos instantes. La pura rabia le devoraba las entrañas.

-Eres poderosa. La mujer morena aun lo es más que tú.

-El poder no basta a veces. Posees un conocimiento que desapareció del mundo hace muchos siglos.

-¿Y si me niego?

Se encogió de hombros la rubia.

-En unos momentos presentarás tus excusas al Diablo.

Asintió con la cabeza.

-Ya veo. Supongo que no me quedan muchas opciones.

-No. No te queda ninguna.

Todavía se lo pensó un poco más. Aquélla era su única baza. El único as que le quedaba en la manga. Los otros tres los tenía ella. Y también los dos comodines. La partida era suya.

-Está bien…

Ponía los pelos de punta. Gloria podía traducir el significado de aquellas extrañas palabras, Desirée intuirlo… Invocaciones y promesas a las mismas esencias y fuentes del mal. Algo verdaderamente diabólico.

Asintió por fin la bruja mental.

-Perfecto. Quevedo, ya puedes reventarle los sesos a esta basura.

Se abrieron los ojos de la anciana como platos.

-¡Me lo prometiste!

Sonrió cínica.

-Mentí.

¡No! ¡No! ¡No!... ¡No podía ser!

-Realmente eres estúpida. ¿Qué valor tiene la palabra dada a una escoria como tú?

-Por favor… no lo hagas…

Se adelantó como pudo, aumentadas por la pura desesperación sus escasas fuerzas, para caer de rodillas ante su vencedora. Llorosa, implorante… patética.

-Te revelaré todo lo que me pidas –le rogó tomada su mano derecha entre las suyas-. ¡No me quites la vida, por favor!

Se liberó con desdén la hermosa.

-No tienes nada que yo pueda desear. Necesitaba conocer el hechizo por si alguna vez volvía a presentarse un caso como éste. Para poder combatirlo. Gloria podría haberlo hecho perfectamente sin necesidad de conocer el secreto –señaló a la morena con un ligero movimiento de su rostro-, pero ella no nos revelará la manera de hacerlo. Tiene sus propias convicciones que se lo impiden.

Los ojos revelaban auténtico espanto.

-Te enviamos a un actor convenientemente aleccionado. Un varón especialmente atractivo y con muy destacadas dotes de seducción. Sabíamos perfectamente cómo tenderte la trampa. Luego aprovechamos el embarazo de ella.

Desirée adivinó el sentimiento en su mirada. Se consideraba engañada. Resultaba curiosa la tergiversación que de las cosas puede hacer una mente podrida como la de aquella alimaña.

-Las nauseas, la fatiga… Potenciamos los efectos con fármacos y sustancias que te administraba en la bebida y la comida. Totalmente inocuas, por supuesto. No queríamos dañar el cuerpo ni, especialmente, al bebé.

La bruja se sentía desesperar. ¿Cómo había podido ser tan estúpida?

-También nos sirvió el dolor en el muslo. Hace un par de años, Ainhoa se rompió la pierna en un accidente de moto con su ex pareja. Sanó perfectamente de ello, pero el dolor se quedó para hacerle compañía esporádica, al menos por algún tiempo. Fue cosa tan sólo de aprovecharlo e inducir otros. Nos hemos arriesgado algo más con ello, pero resultaba necesario. Si no conseguíamos sacarte del cuerpo, antes o después acabarías siendo cosnciente de lo que en verdad ocurría y se perdería todo, el bebé incluido.

>>Te lo has tragado estúpida. No sólo tenías un cuerpo bellísimo, sino totalmente sano.

Apoyando un pie en su pecho, la empujó con desprecio para  hacerla caer de espaldas sobre el suelo.

-¡Por favor!... ¡Por favor!

Sonrió cínica y vencedora.

-Cuando llegues al Infierno, transmítele a Lilith mis saludos.

¡Terror! ¡Auténtico terror! Temía a la muerte física más que a nada en el mundo. Había vendido su alma para evitarla.

-Quevedo.., sáltale la tapa de los sesos.

-¡¡¡No!!! ¡¡¡No!!! ¡¡¡No!!!...

El sonido de la pólvora al estallar vino a silenciar el patético discurso. Suspiró Ainhoa aliviada al otro lado de la línea, al tiempo que Pablo rompía a llorar, imposible seguir conteniendo la emoción


…………………………………………………..


-Nunca podremos pagarte lo que has hecho por nosotros.

La miraba a los ojos Ainhoa. Verde sobre verde, las manos tomadas entre las suyas. De nuevo las lágrimas asomaban a aquella belleza esmeralda, amenazando rebasarla. A su lado Pablo permanecía en pie, junto a él dejadas las maletas en el suelo. El servicio de megafonía anunció el último aviso de embarque.

-No es necesario que lo hagáis. Tengo mis propios motivos para hacer esto.

Se observaron en silencio.

-Si alguna vez llegarais a conocer algún otro caso raro… ya sabéis, de esos que forman parte de mi especialidad…

Sonrió. Era adorable. Un auténtico ángel.

-Haced como Patricia, la chica que me contactó. Tenéis mi dirección de correo electrónico.

Los miró por última vez.

-Bueno… he de irme. Gracias por llevarme las maletas Pablo.

Deslizó libre aquella lágrima por el rostro de Ainhoa.

-¿Volveremos a verte?

Sonrió.

-No. Debéis continuar con vuestra vida. Las cosas que yo hago y las influencias que combato son algo que no debería mezclarse con las personas normales. Acabaría salpicándoos.

Silencio.

-Adiós Desirée. Nunca te olvidaremos.

-Nunca –confirmó él.

Siguieron los besos de despedida. Después se giró y se alejó cambiando en dirección al pasillo que hasta su avión llevaba.

-Es fantástica, ¿verdad?

Asintió él con la cabeza.

-Un auténtico ángel


FIN

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