Desde los albores de la
humanidad, el hombre ha creído en entidades metafísicas que representó ya en
las cavernas del Paleolítico. Entre ellas, la figura del dios cornudo, símbolo
de fertilidad y potencia, es un símbolo universal que se repite en todas las
religiones a lo largo del tiempo y el espacio. Pero no es el único. Así, por
ejemplo, toda religión que haya recopilado mínimamente sus mitos y leyendas,
habla también del Diluvio Universal, antes del cual, su dios se apareció a uno
de los suyos para avisarle con la prevención de que construyera un barco o
similar y que embarcara en él una pareja de cada animal. Esto último no ocurre
en todas, pero sí en muchas, con coincidencia de datos sorprendentes a pesar de
no haber mantenido contacto alguno esas respectivas culturas –polinésicas,
amazónicas, chinas, aztecas…- entre sí en la época en que se originaron esas
leyendas, que viene a ser la misma aproximadamente en todas ellas. Otro mito
recurrente es el del dios o ángel benefactor de la humanidad, que se enfrentó a
sus semejantes para robarles el fuego divino –el Saber- para entregarlo a los
hombres, una de cuyas versiones más conocidas es la del drama de Prometeo.
Pero, aunque casi siempre se representa de esa manera, como un robo del fuego
sagrado, hay otras que narran una historia similar pero de forma diferente.
Sería el caso de la serpiente del Paraíso, que cometió el sacrílego crimen de
dar de comer a Eva el fruto del Árbol del Conocimiento. La serpiente es,
además, otro de ésos símbolos universales que se repiten en la mayoría de
culturas y religiones con idéntico significado, representado continuamente como
animal extremadamente astuto e inteligente y, a menudo, pérfido.
“Bueno, pero… ¿qué significa todo esto?” Bien; tenemos pues a unos
dioses –las mismas figuras en sus rasgos esenciales- que se repiten a lo largo
del tiempo en las diferentes culturas y religiones que ha conocido la
humanidad, celosos de ese fuego sagrado que es la base de su divinidad, el
Conocimiento; y, con ellos, varias historias y roles que se repiten en todas
ellas, pese a haberse originado en pueblos separados incluso por océanos y
continentes, que ningún contacto tuvieron entre ellos. No resulta descabellado
pues pensar en una misma base para esas distintas leyendas, cuya historia debió
pasar de boca en boca durante miles de años, dando lugar a los diferentes mitos
y religiones que el mundo ha conocido. Mitos y religiones que, no obstante,
contendrían una misma base real deformada por milenios de tradición oral. Las
distintas mitologías serían pues un lenguaje de símbolos que, de manera similar
a como lo hace el onírico de lo que hay en nuestro inconsciente, –de hecho,
según Freud, el lenguaje de los sueños sería una suerte de mitología personal
frente a las distintas mitologías colectivas- nos hablaría de una realidad
ancestral que nuestros antepasados conocieron o percibieron de alguna manera,
cuando vivían en contacto permanente con la naturaleza. Y aquí es donde entra
en juego el luciferismo.
Heredera de las religiones
naturales que se practicaron en Europa desde la antigüedad, es dogma luciferino
que todas la existentes y que han existido, que por más que renieguen no dejan
de ser hermanas unas de otras otras, hablan de una misma verdad universal con
símbolos que el hombre estableció, cada pueblo según su cultura, y es tarea del
adepto estudiarlas e intentar separar el polvo de la paja en busca de esa base
real que todas comparten. Entiende asimismo que esa misma verdad debe ser algo
afín a la misma Naturaleza, con lo cual las religiones de la antigüedad basadas
en el culto a ésta –paganismo, greco-romana, celta, vudú…-, estarían mucho más cercanas
a esa verdad trascendental que las cinco grandes monoteístas de nuestro tiempo
-a saber: cristiana, budista, islámica, hebrea e hinduismo-, deformadas por
miles de años de intereses, malinterpretaciones y modificaciones, intencionadas
o no, del mensaje original de los grandes profetas, que debió ser bien distinto
del que nos ha llegado a nosotros y nos enseñan como tal. Por ello toma como
base aquellas religiones para conformar su liturgia y filosofía, con lo cual
podríamos decir que el luciferismo es religión heredera de la celta y nórdica
europeas, pero integrando ingredientes de todas las del mundo, con preferencia por
las naturales.
En todos los cultos y
mitologías que ha habido se habla de un ser amigo de la humanidad, que según
algunas versiones se enfrentó a los que eran como él, e incluso a sus
superiores o superior –caso de Yaveh, por ejemplo-, en defensa de ésta para
entregarles el más preciado de sus privilegios, la inteligencia, y según otras
fue él mismo el ser supremo y lo hizo sin enfrentamiento. Según hablemos de una
u otra variante, estaremos haciéndolo de luciferismo o bien de luciferianismo.
Según el primero, ese amigo de la humanidad fue un ángel que se enfrentó al ser
supremo. Según el segundo, fue ese mismo ser.
Todo esto puede sonar a
desvarío místico, pero tened en cuenta que estamos hablando de símbolos. Toda
esta historia, por ejemplo, podría estar hablando de un ser superior –superior
puede significar, desde simplemente más evolucionado, a algo muchísimo más
allá-, que en algún momento y de manera similar a lo que ocurre con el simio en
la película “2001: una odisea del
espacio”, decidió otorgar al hombre el don de la inteligencia para arrancar
los secretos del Cosmos, que podría ser –el Cosmos-, por otra parte, ese
creador celoso de éstos al que se enfrentó.
“Bien, pero… ¿por qué entonces “luciferismo” y no “luguismo”,
“mitraísmo”, “prometeísmo”…? Al fin y al cabo, tú misma has dicho que Lux-Ferre
no fue más que una deidad menor”.
En parte tendría razón quien
se hiciera esa pregunta. Se supone que el mecenas luciferino, una fe que
persigue el Saber como última finalidad, debe ser el dios del conocimiento,
pero éste está representado en todas las mitologías. Personalmente pienso que
el adoptar esta denominación ha sido un error por parte de quienes lo hicieron,
con el cual no han hecho sino seguir el juego a quienes los acusaron de adorar
al Diablo judeo-cristiano. Cuando en la década de los 60 Anton Lavey creó su
Iglesia Satánica, aseguraban él y sus seguidores invocar en sus rituales a la
misma fuerza natural, que para nada era un diablo, que aquellos invocadores
mágicos de la antigüedad, concibiéndola como un ente impersonal. Sin embargo
habían otros que también invocaban a la misma y que también le negaban ese
carácter diabólico, pero no su entidad real, y decidieron adoptar el otro
nombre que la Iglesia
de Roma había dado a ese benefactor de la humanidad que identificó como diablo.
Supongo que debió ser por odio ancestral y resentimiento, que derivó en
mantener un estúpido desafío. Opino que fue un error. El luciferismo es, como
he explicado, muy anterior al cristianismo, y nunca debió consentir mantener la
confusión de ser una mera religión opuesta a ésta. En realidad, son las grandes
religiones monoteístas, que surgieron mucho después, las que señalaron como
enemigo a la luciferina y no al contrario. Por otro lado, hubo una escisión
entre los propios satanistas laveyanos, por parte de un sector no de acuerdo
con la concepción impersonal de ésa energía que invocaban, dando lugar a “El templo de Set”, que nada tiene que
ver con los luciferinos.
Próxima entrega:
3ª parte: Liturgia
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