viernes, 1 de marzo de 2013

¡HAMBRE!: DESDE EL INFIERNO DE LA ANOREXIA.1ª PARTE (relato de horror)


    El abismo del sufrimiento humano, crea monstruos que espantan a la razón.

    ¿Cuáles son los límites de una mente enferma que sufre? Una historia horrible.


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La versión del ángel

Dio el último toque de carmín a sus labios ante el espejo. Luego los apretó, ligeramente hacia adentro, para acabar de repartirlo bien. Perfecto. Tenía una boca muy bonita. Verdaderamente bonita. Siendo una chica guapa, lo que más destacaba en su rostro eran, sin duda alguna, sus labios. Carnosos y mullidos a la vista, como los de Scarlett Johansson. Una sonrisa afloró en su cara al evocar la comparación. Se le ocurrió a alguien hacía ya algunos años, cuando todavía no llegaba a los diecisiete, y Sofía se sintió muy pagada con ella. Mucho. Scarlett era una mujer de escándalo.

Sus ojos tampoco estaban nada mal. Eran verdes. El color era precioso, si bien la forma ya no lo acompañaba tanto. Ella hubiera deseado tenerlos ligeramente rasgados, como acostumbran las diosas del Este, esas que suelen tener apellidos complicadísimos acabados en “ova”. Pestova, Sorokoletova, Kulikova… algo así. Todas muy guapas también. Las eslavas parecían tener una predisposición innata para ello. Lo sabía bien. Había intentado abrirse camino como modelo y conocía ese mundo. Las chicas que llegaban del frío tenían su propio espacio dentro de él. Muchísimo prestigio.

La forma de sus ojos no era fea, pero tampoco lo felina y espectacular que ella hubiese querido. Ojos de pantera, como los de Angelina Jolie o Megan Fox. Soñar… qué bonito era. Volvió a sonreír.

Dio un paso atrás para contemplarse en el reflejo. Introduciendo los dedos de ambas manos entre sus cabellos, los dejó deslizar por ellos para darles algo más de volumen. Tenía una cabellera espléndida. Su esfuerzo le costaba mantenerla así, tratándola con las mejores mascarillas y cuidando bien de cortar las puntas cada no demasiado tiempo para evitar que las recién abiertas ascendieran dañándola. El pelo era otro de sus puntos fuertes. Dorado como los rayos del sol y largo hasta media espalda: una verdadera belleza.

Luego salió al pasillo para buscar la luna de cuerpo dentro que allí quedaba, colocándose ante el cristal. Estaba muy bien. ¿Había conseguido bajar un poquito más de peso? Quizá, aunque era mejor no pensar en ello. Hasta que la báscula no lo confirmase, no había que fiarse de las apariencias, que igual no eran más que lo que una quería ver. Por otro lado, mejor no subirse a aquélla hasta no apreciar seriamente una variación arriba o abajo. Por propia experiencia, sabía que resultaba muy fácil llegar a obsesionarse. No, la báscula, una vez a la semana. Más allá de eso, sólo cuando realmente se apreciara un cambio fuera de lugar.

Miró sus pechos. Eran muy bonitos. Al menos a ella se lo parecían. Redondos, de un tamaño medio tirando a pequeño. Quizá más cerca de lo medio que de lo pequeño. Hubiera preferido tenerlos algo más menudos. El tipo de belleza que quería para sí misma, era fino y delicado. Nada de protuberancias ni formas especialmente prominentes. Estilización y clase, nada de vulgarismos y ordinarieces como las de las pavas esas que estaban tan de moda en televisión. Pilar Rubio, Anna Simón, Paula Prendes… con esas tetas enormes a punto de desbordar sus escandalosos escotes y esos muslos de jaca surgiendo de la brevedad de sus faldas a escasos centímetros de sus ingles. ¡Qué horror! Lo suyo era mucho más sutil y distinguido.


Se medio giró para apreciar su trasero.

-Bonito “pompis” –se reconoció satisfecha a sí misma. Prieto, levantado y con el justo volumen. Su cintura… Tomo la piel de la zona con sus dedos, prensándola para hacerla sobresalir. Pues no, no había perdido peso. Al contrario. Seguía sobrándole algún kilito. No demasiado, no obstante.

-Poco a poco, Sofía. Zamora no se conquistó en una hora.

No convenía forzar las cosas. Muchísimo más saludable hacerlo como lo estaba haciendo, que como lo hizo en otro momento, incurriendo en peligroso déficits alimentarios. De esta manera la cosa iba lenta, pero constante y sin riesgos para la salud. Sí, podía estar satisfecha de sí misma.

Sintiéndose feliz, se dirigió al dormitorio a continuación. ¿Qué se podría para la ocasión? Rió divertida. Desde luego, era mujer. Muy mujer. Coqueta y presumida, de las que nunca acaban de decidirse hasta el final sobre estas cosas.

¿Quizá el modelito azul? Era una auténtica monada. Cortito y muy liviano, del mismo color que el cielo en verano. Decían que iba bien con el de sus ojos. De día y a plena luz del sol, llegaban a verse casi azules.

La de hoy sería una cita nocturna. Quizá mejor entonces el rojo. Más largo, con una espectacular raja en su falda para mostrar sus preciosas piernas. Aunque, por otro lado, estaba aquello de que el rojo no queda demasiado bien en las rubias. Es un color fuerte y pasional, que por tanto va mejor para las morenas, cuya imagen suele ser idem. La de las rubias es más suave.

¿El azul entonces? ¿O quizá algo en blanco o negro? Estos quedan bien a todas, rubias, morenas, castañas o pelirrojas.

“¡Ya está!”, llegó la iluminación a su cabeza repentinamente. “¡El amarillo!”

Se trataba de un conjunto muy bonito y ciertamente muy favorecedor. A ella en particular, le quedaba especialmente bien. Estaba compuesto por un pantalón tipo pirata, algo ancho en las caderas, y un top que dejaba al aire su graciosa cintura. Sí, el amarillo.

Se dirigió al baño para perfumarse debidamente antes de ponérselo. Seguía desnuda a aquellas alturas. Nunca, cuando tenía una cita, se vestía hasta que faltaban pocos minutos para salir o recibirla. Se sentía más fresca así, como más “nueva”.

Aprovechó para contemplarse de nuevo en el espejo. Desde luego, era toda una narcisista. Estaba enamorada de su propia imagen. Rió divertida. Nadie era perfecto. Todo era mejorable, pero no podía quejarse. ¡Se veía guapísima!

Pensó en su cita mientras repartía la fragancia por su cuerpo con las manos. Parecía un hombre interesante. Un hombre… no un niñato. Las últimas experiencias con chicos de su edad, no habían resultado todo lo satisfactorias que hubiese sido de esperar. Hombres… ¿por qué diablos maduraban más despacio que las mujeres? A la misma edad, ellas ya tenían una madurez muy superior. Decían que luego la cosa se iba nivelando y que, llegadas a otra etapa de tu vida, muchas volvían la vista atrás y pasaban a preferir a los varones jóvenes. Bueno, ella tenía todavía veinte.

Braulio. Se llamaba Braulio. Braulio… un nombre extraño. Le gustaba. ¿Cuántos braulios se conocen normalmente? Ella al menos, no había conocido a ninguno antes. Le resultaba un nombre con personalidad. Como su portador. Era lo que más le había seducido de él. Su seguridad en sí mismo. A una mujer se la conquista a través del cerebro, no de los ojos. En eso eran superiores a los hombres. A ellos bastaba con ponerles una tía buena delante. No necesitaban más aliciente para babear y ofrecerte la Luna.

Braulio tenía un poderoso magnetismo. Te miraba a los ojos al hablar. Sin vacilaciones, con decisión. En realidad, era más con ellos que lo hacía, que con sus labios. Hablar. ¡Dios!... ¡llegaba a dar igual lo que fuera que estuviera diciendo! Lo realmente importante era cómo lo decía, quién lo decía.

No hay que pensar que se trataba de un hombre poco agraciado tampoco. En modo alguno. Con su pelo canoso peinado hacia atrás, algo más oscuro en los lados, resultaba varón de lo más seductor. Hubo de ser guapo muchacho de joven, pero, con toda seguridad, Braulio era de aquéllos a los que la edad sentaba como el barniz a una obra de arte.

Sus facciones eran bastante perfectas. No tanto como para estropearlo. Lo perfecto pierde encanto. Siempre es mejor algún pequeño defecto. Encajado en un marco por lo demás ideal, hace único y diferente y otorga personalidad al bendecido con su don. Infinitamente superior al guapo de serie, semejante a algo salido del mismo molde que ciento más antes que él, ciento más después.

Los rasgos de su cara eran duros, pero sin llegar a esa dureza que puede inquietar. Ciertamente, todo en él parecía compartir esa cualidad. Incitar y rondarte, sin llegar a hacerte sentir acosada. Sus ojos, pequeños y oscuros, se posaban atrevidos en ella mientras le hablaba, como un conquistador que busca la debilidad en las contrarias defensas para atravesar sus murallas y hacer suya la ciudad que éstas protegen. En realidad, era precisamente eso. Más que analogía, se trataba de una entidad. Braulio era un conquistador. Su conquistador.

Le quedaba muy bien. El conjunto amarillo. Ya lo sabía. Tuvo oportunidad de estrenarlo en una cita anterior. Aquel idiota… no se hubiera merecido que lo hiciese para él. No supo darle el trato que merecía. Ella era una princesa. Un bomboncito que merecía la mayor de las atenciones. Habían pocos hombres que supieran tratar a una mujer como realmente corresponde. Si alguno de ellos quedaba por debajo de los treinta, Sofía no lo había conocido. Por lo que en base a su experiencia personal podía opinar, no era antes de esa edad que comienzan a tener la mundología y dominio suficiente para enamorar a alguien que no sea una boba adolescente que no ha salido del cascarón todavía.

De nuevo volvió la sonrisa a su hermoso rostro. Braulio era diferente. Le sacaba veintitrés años de edad –probablemente más, dada la tendencia existente en las relaciones cibernéticas a engañar sobre estas cosas- y era un perfecto caballero. Sabía hablar y tratar a una dama exactamente como ésta desea y espera que la traten. Se habían conocido por Internet, a través de Badoo, y fue prácticamente al instante que cautivó su atención.

“Hola, Linda. ¿Realmente te llamas Sofía?”

Una pregunta extraña. Consiguió despertar su curiosidad. La mayoría de mensajes que se reciben en ese tipo de webs y redes sociales, suelen carecer por completo de originalidad y capacidad de sorpresa alguna. Una presentación desacostumbrada, aun pudiendo parecer absurda a priori, precisamente por ello, igualmente puede resultar la piedra que consiga salvar el muro levantado por lo habitual y rutinario. Agradecida piedra que viene a darte en la frente, despertándote del sueño del tedio y la rutina. No pensó contestar en un primer momento. Y sin embargo, sí entró a echar un vistazo a las fotos de sus álbumes picada por la curiosidad.

“-No está mal. Si tuviera unos cuantos años menos…”

Pero las mujeres son así. Anduvo dando vueltas por la cabeza aquella frase y su atractivo acuñador hasta que, al cabo de unos días y a falta de propuestas más interesantes, decidió responder.

“-¿Sueles preguntar bobadas a las mujeres que te gustan? ¿Por qué no iba a ser así?”

No había hostilidad en su respuesta, que acompañó con un incono para asegurarse que así se entendía. Seguir la picardía, no mostrarse ofendida. Era la idea. A ver por dónde le salía.

“-He pensado que, a lo mejor, nos estabas engañando. Creo que conozco a la chica de las fotos, pero no se llama Sofía, ni tiene veintidós años.”

Ahora sí se sintió ofendida.

“-¿Ah, sí? ¿Y puedo preguntar cómo se llama?” –preguntó a su vez ya entrada en cinismo.

“-Brigitte”.

-¿Brigitte?” –se extrañó ella.

“-Sí, Brigitte. Brigitte Bardot. Es francesa.”

Casi consiguió hacerle reír aquel “ciber-payaso”.

“-¡Ya te vale!”

Era realmente un halago. ¡Vaya que sí! Como cuando compararon sus labios con los de Scarlett Johansson. Más original y quedón esta vez, por cuanto habían sabido manipularla para llevarla donde querían antes de soltarlo. Buscando imágenes suyas en Google, pudo comprobar que era cierto que se parecían. Y no poco además. BB nada menos. ¿Cómo no dejarse encandilar por quién te suelta prenda como esa?

Consiguió de esa manera el tal Braulio, que así rezaba en su cuenta se llamaba, ganar su simpatía y dar pie a un intercambio de mensajes durante algunas semanas, que finalmente le llevó a obtener de ella una cita.




Era un poco fantasma, eso sí. Como todos los hombres. Más que una falta, resultaba torpeza masculina que conseguía hacer aflorar siempre una sonrisa. Ellos son así. Forma parte de su encanto. Había pretendido hacerle creer que era un tío pastoso y de muchos haberes. ¡Sic! Cómo si eso importara. Al menos a ella. Sofía provenía de una pudiente familia. No era dinero ni seguridad económica lo que buscaba en los hombres. Braulio la había conquistado con su masculinidad y su segura personalidad. Resultaba gracioso. Él debía estar convencido de haberlo hecho con sus aires de empresario triunfador. Tampoco era algo por lo que se le pudiera reprochar. Que una monada de veintidós añitos se deje seducir por un hombre que le dobla la edad y abunda en plata, es algo que, normalmente, suele venir relacionado con un interés material por parte de ella.

No consentiría que la tomase como un capricho momentáneo. No era de ésas. No ponía pegas para irse a la cama en la primera cita si la cosa lo merecía, pero no era ninguna chica fácil ni ligue de una noche. Al menos no habitualmente. Como diría su abuela, en todas las casas cuecen habas y a todos nos apetece echar alguna canita al aire de vez en cuando. Lo importante es que no pase de ser eso, una licencia esporádica, y no llegue a convertirse en vicio y práctica acostumbrada.

Poco a poco. Lo primero sería conocerse. Braulio iría viendo que era él el que le interesaba realmente y no su dinero. Aunque lo tuviera en tanta abundancia como pretendía dar a entender –y no era así, estaba segura-, para ella no tendría relevancia alguna. Era el hombre lo que la había encandilado, no sus circunstancias.

Luego él también aprendería a valorarla. Sus ojos se abrirían del todo para descubrir a la gran mujer que el destino había puesto ante sí. Si había pretendido engañarla con sus ínfulas de triunfador, necesariamente debía ser porque no pretendía con ella nada serio. Eso habría de cambiar. No aceptaría acostarse con él antes de tener la seguridad de que así había ocurrido. Y ocurriría. Cuando la conociera bien. No es lo mismo hablar a través de la pantalla del ordenador que en persona. Para nada.

Lo más importante de todo, era que no fuese casado. En ello radicaban sus mayores temores. Un hombre tan atractivo y de su edad, se hacía difícil creer no hubiese encontrado con quien compartir su vida. Pero tampoco resultaba tan matemática y exacta la cosa. Había una gran probabilidad también de que fuera divorciado. De hecho, las páginas como Badoo suelen ser frecuentadas por gente que acaba de romper con su pareja. Desde luego, lo que parecía claro era que no podía tratarse de un mirlo blanco que hasta entonces hubiera estado esperándola a ella. En cualquier caso, debía coleccionar jovencitas como ella. Era tan guapo… tendría que hacerse valer. No permitiría que la concibiese como una más.

¡Qué buena estaba con aquel modelito!, no pudo dejar de pensar, sonriendo ante el espejo satisfecha. Le hacía un pecho precioso. Debido a lo reducido de su tamaño y peso, sus senos no necesitaban ayuda de sujetador alguno para mantenerse erectos y desafiantes. La tela se ceñía a ellos a la perfección, marcando sus pezones y vibrando con ellos a cada paso que daba. Algo delicioso. Si fuese lesbiana, se enamoraría de sí misma perdidamente, pensó risueña.



Pose de medio perfil. Un culito perfecto. Tamaño justo, en todo lo alto. Parecía estar diciendo “ey, ¿a qué esperas? ¡Dame una palmada ya!”.

Se recogió el pelo en una cola alta, de tipo palmera. ¿Mejor así o suelto? Mejor así. Al menos con este conjunto. Quedaba como una fuente de aguas doradas surgiendo en lo alto de su cabeza. Muy favorecedor y jovial.

Para completar el look, unas sandalias también amarillas. Las había comprado precisamente a juego, sin demasiado tacón. Algo intermedio. Ni tan sofisticado como unos de aguja, ni tan sencillo como una suela lisa.

Perfecto. Repasó la mesa a continuación y la cena en el horno. Todo estaba a punto. Había querido que aquella primera cita fuese algo íntimo. Mejor que un restaurante. Le daba la oportunidad de lucirse ante Braulio, mostrándole sus buenas artes de cocinera.

Sonó el timbre de la calle. Ya estaba aquí. ¡Nervios! Se rió sintiéndose boba como una colegiala.

-¿Cuándo vas a superar esa timidez adolescente, Sofía?

-¿Sí…?

-Hola, princesa. Soy Braulio.

La voz al interfono sonaba tan varonil y segura como en los altavoces del equipo. Pulsó el botón de apertura excitada.

No tardó en llegar. Dejó la puerta de la escalera para que él mismo la empujase al llegar, mientras ella acababa de ponerse los pendientes. Muy bonitos también. Una pequeña filigrana en oro de veinticuatro quilates. Nada excesivamente pretencioso. Tenía otros con con rubíes o esmeraldas, pero no iban con la ocasión. Demasiado glamouroso.

Oyó la puerta cerrarse desde el dormitorio.

-¡Un segundo!… ¡ya salgo!

-¡Perfecto! ¡No te preocupes!

Traía un precioso peluche en la mano. Un patito amarillo muy tierno. Sonrió agradada. Hasta en el color había acertado.

También él sonrió. Era evidente que le gustaba lo que veía. ¿Cómo no? Sus ojos brillaron de una forma muy especial, haciéndole entender cuán atractiva la encontraba y cuánto la deseaba. Sofía se sintió excitar, incluso comenzar a humedecer en su más reservada intimidad. También él era un hombre muy atractivo. Mucho.

Fue algo genial. La cena discurrió mejor de lo que hubiera podido esperar en sus más optimistas previsiones. No se había equivocado con él. Braulio era todo un hombre y un perfecto caballero. No puso problema alguno para irse a la cama con él. También allí resultó maravilloso. Un amante excepcional que le deparó una aventura de alcoba de las que se recuerdan para siempre.

No pudo entender por qué no volvió a llamarla. Siempre ocurría. No podía comprenderlo. ¿Qué era lo que fallaba? Era joven, bonita, cariñosa… ¿por qué siempre le ocurría? Tan estúpida que, por no molestar, ni se le ocurriría jamás ser ella la que buscara contactar de nuevo o fuera a buscarlos. Tan buena… Si no querían saber más de ella, sus motivos tendrían para ello. Lo último que hubiera deseado, sería causarles cualquier tipo de problemas.

Lloró. Solía ocurrir. Era persona que fácilmente se ilusionaba y lanzaba las campanas al vuelo. Las decepciones dolían. Mucho. Su corazón se partía en pedazos una y otra vez. Tendría que aprender a evitarlo. A ser más dura. En el futuro… siempre en el futuro.


La versión de la víctima

Llegó al número 53 de la Avenida Primo de Rivera. No se sentía cómodo. Demasiado expuesto. Tantos vehículos circulando por la calzada, tanta gente caminando por las aceras… aun viviendo en la otra parte de la ciudad, el temor a que pasase algún conocido y lo reconociera no podía apartarse. Sobre todo por el hecho de que, muy probablemente, él no se percatara a su vez de su presencia, lo cual implicaría restar ante un molesto testigo sin tener siquiera consciencia de ello y, por consiguiente, poder actuar en consecuencia. Malo sobre malo. Malo añadido. El lugar era de los más transitados de la urbe, la posibilidad nada desdeñable. No conseguiría quitarse la intranquilidad hasta que pasasen dos o tres días. No estaba acostumbrado a estas cosas. Era de suponer que un triunfador-conquistador empedernido lo estuviera y, a fuerza de costumbre, se relajara y no les diera importancia. Él no lo era.

La ocasión lo merecía. El riesgo. Ese y todos los que quisieran añadírsele. Incluso podría merecer el sacrificio de su matrimonio. Una oportunidad así, sólo se daba una vez en la vida. No volvería a presentársele. Había que aprovecharla. Cualquier riesgo valía le pena. Pero mejor si podía evitarse, claro. Mucho mejor.

Braulio era casado. Pronto harían veinte años de su matrimonio con Mercedes. Contrajeron matrimonio teniendo él veintitrés, dos menos ella. Habían salido previamente desde la última época del instituto. Una relación normal, ni muy intensa, ni muy fría. El tipo de relación media del español medio. Al principio fue bastante bien y luego se fue apagando la cosa, hasta devenir en la convivencia rutinaria y anodina actual. No había odio entre ellos ni desagrado en la recíproca compañía, pero tampoco la atracción de antaño. Tan sólo bienestar y habituación. Braulio había llegado a pensar si ella no estaría pegándosela con algún compañero de trabajo. Algún chico más joven que ella. Estaba de moda eso de que la mujeres maduras de buen ver todavía, se liaran con chavales de menor edad. Incluso tenían un nombre las que lo hacían: Cougar, pumas… así las llamaban.

Mercedes estaba bastante bien aún. No le hubiera extrañado. Pero no estaba liada con nadie, ni más joven ni más viejo. Era su mujer. Después de tanto tiempo juntos, se aprende a intuir esas cosas. Nunca había tenido la ocasión de comprobarlo, pero era así. Estaba seguro de que si ella le pusiera los cuernos, lo notaría en su actitud antes o después.

Lo mismo podía aplicarse a la inversa, claro. O quizá no. Braulio siempre había pensado que era más inteligente que su mujer. Posiblemente ella no fuera tan perspicaz. A ello se encomendaba. Y sino, que fuera lo que Dios quisiera. No se puede vivir atenazado por las dudas, ni dejar pasar oportunidades como ésta.

Por otro lado, quizá tampoco fuera tan grave la cosa. Parecía lo más probable que no llegase a pedirle el divorcio o la separación. Esas cosas pasaban en los matrimonios. Las mujeres solían perdonarlas. Desde luego, si lo pidiese la cosa resultaría muy complicada. Los chicos todavía eran menores de edad. Tendría que pasarle una manutención y cederle el uso de la vivienda familiar, lo cual le obligaría a su vez a tener que irse él a la de sus padres. Muy incómodo. La relación con éstos no era demasiado fluida. Desde hacía ya bastante, habían ido distanciándose.
Definitivamente, mucho mejor evitar riesgos.

Braulio había conocido a Sofía en una página de contactos. Todavía no salía de su asombro. Después de meses insistiendo en chats y en otras de aquéllas, la suerte había venido a sonreírle en la forma más luminosa posible. La chica era un auténtico pibón. Un yogurcito de veinte añitos recién cumplidos según ella. Él aún tenía sus dudas. Se la veía muy jovencita. A juzgar por su apariencia, nadie le echaría más de diecisiete o dieciocho. Todo dulzura y encanto juvenil. Braulio no veía nada descabellada la posibilidad de que le hubiese mentido y ni siquiera fuese mayor de edad, pero no le importaba demasiado. Es más, incluso suponía un morbo y aliciente añadido. Se había informado. Por encima de los trece años, las relaciones sexuales entre menores y mayores, si son consentidas y no media vicio del consentimiento, son totalmente legales en España, y por encima de los quince aun mediando, siempre que no supongan prostitución del menor. Eso sí, había que procurar que no llegase a conocer nunca el modo de localizarle. Cualquier sabía cómo podría reaccionar una jovencita irritada cuando se enterase de que le había mentido acerca de sus intenciones. Igual se presentaba en la puerta de su casa despotricando y hecha una furia.

Al principio había dudado. Cualquiera lo hubiera hecho. Las fotos en sus álbumes mostraban a una auténtica diosa nórdica, una verdadera walkiria con cuerpo de reina de la pasarela y rostro de anuncio de cosméticos. Se parecía a Brigitte Bardott en su mejor época. Mucho. Nada menos. Lo pensó desde el primer momento. Con aquellos morritos y aquella belleza fina y sin estridencias. En lo que a aquéllos respectaba, incluso los suyos eran más carnosos y sensuales que los de BB. Una verdadera maravilla.


Braulio había tenido la convicción de que a fuerza de insistir, acabaría encontrando su presa. Sino una, otra. A fuera de intentarlo una y otra vez, forzosamente al final habría de dar con una chavala joven y hermosa dispuesta acostarse con él. Lo habían comentado en el vestuario del gimnasio, en alguna de esas épocas en que se apuntaba a éste y conseguía acudir durante dos o tres meses. Más de uno aseguraba haberlo conseguido. ¿Por qué no iba a hacerlo él también? No era ningún don Juan, pero tampoco estaba mal. Más grasa acumulada en su cintura de lo que desearía, pero sin llegar a la obesidad ni a lo que se entiende otorga el título de barrigón. Vestido quedaba bastante disimulado. Desnudo ya era otra cosa, pero siempre se podía meter barriga y además, una vez metidos en materia ya daba igual. Era difícil que nadie se echase atrás llegados a ese momento.

4º B, 4º C… 4º D. Pulsó el timbre y esperó.

-¿Sí…?

-Hola, princesa. Soy Braulio.

La voz al interfono sonaba tan deliciosa como a través del altavoz de su portátil. Dulce, sensual… Braulio sintió su virilidad endurecerse y pugnar contra la tela del pantalón. Auténtico furor próximo a desatarse. Aquélla iba a ser su noche.

Empujó la puerta cuando se escuchó el sonido del mecanismo de apertura, entrando a continuación en el portal y dirigiéndose al ascensor.

Sí, había dudado al principio. Le preguntó si realmente se llamaba Sofía. En realidad, la pregunta iba más allá. A buen entendedor, pocas palabras bastan. Había estado convencido en ese primer momento, de que se trataba de otro imbécil jugando a hacerse la putita. Algún idiota que hubiera conseguido las fotos vete tú a saber dónde y las utilizara para hacerse pasar por la belleza que aparecía en ellas. Resultaba muy frecuente.

Pero no fue así. Hubo chispa entre ellos desde el principio y cuando, tras tres o cuatro sesiones chateando por escrito, le preguntó si tenía webcam, ella le respondió que sí, consiguiendo con ello sorprenderle totalmente. Y más aun cuando le propuso conectarla para poder verse mutuamente a través de la pantalla mientras charlaban y ella accedió. Hasta el último instante, temió que todo fuese una mamarrachada más de tanto payaso que navega por el ciberespacio.

Pero no. Allí, ante sus ojos, apareció la misma deslumbrante diosa que había tenido oportunidad de contemplar en fotos. Más diosa y más deslumbrante todavía dotada de vida y movimiento, que cuando se limitaba a lucir en la inmovilidad de la plasmación fotográfica. Prácticamente una chiquilla, que reafirmó su impresión de que existía gran probabilidad de que le hubiese mentido acerca de su edad. ¡Pero qué chiquilla! Una verdadera belleza. Realmente le había tocado la lotería.

Increíble, pero cierto. No le molestaba para nada la diferencia de edad. Al contrario, precisamente, afirmaba, tenía deseos de probar una relación con un hombre maduro. Algo diferente a los niñatos que había conocido hasta entonces y, al parecer, no la habían convencido. Y además aseguraba encontrarlo muy atractivo físicamente. Braulio no terminaba de salir de su estupor. ¿Cómo podía ser aquello? Había cuarentones con muy buena estampa. Tratándose de uno de ellos, cabía dentro de lo relativamente esperable algo así, pero no era su caso. Y sin embargo se la veía totalmente sincera en su fascinación por él. El brillo en sus preciosos ojos verdes, su tímida y maravillosa sonrisa y rubor cuando la halagaba…

Tenía su truco la cosa. Braulio había sabido engañarla. Para algo debían valer los más de veinte años que le sacaba. Más de veinte años de experiencia vital. Era sólo una niña. Bellísima, una verdadera preciosidad, pero nada más que una niña al fin y el cabo. Tan fácilmente embaucable y manipulable como cualquier otra cándida adolescente.

Consiguió hacerle creer que era un tío pastoso. Un empresario de éxito con negocios en distintas ciudades. Las fotos en el yate de un amigo o junto a su Porche Carrera habían resultado definitivas. También las otras en su chaletazo de la sierra. ¿Qué ingenua lolita podría resistirse ante eso? La había embobado hablándole acerca de sus negocios, deslumbrándola con su mundología y aire de triunfador. La chiquilla había caído encandilada a sus pies, tragándose la bola si masticar siquiera.

No podría mantenerla indefinidamente, claro. Tampoco lo pretendía. Nada serio. Tan sólo echarle tres o cuatro polvos y desaparecer después. No estaba por complicarse la vida. Divertirse el tiempo que pudiera y tras eso, si te he visto no me acuerdo.

Llegó el ascensor, abriéndose la puerta. El interior se veía muy distinguido. En línea con el portal y la fachada. Era aquélla una de las zonas más caras de la ciudad en lo que a inmuebles se refiere. Justo a espaldas del centro. No debía andar corta tampoco la familia de la chavala en cuanto a poder adquisitivo. O igual se dedicaba a la prostitución. Desde luego, con su físico ganaría en ello para costearse el alquiler del apartamento y más. Una auténtica fortuna si sabía gestionar la cosa.

No le hubiera extrañado nada. A decir verdad, era una de las hipótesis que se planteaba. Ello explicaría su disposición a salir que le doblaba la edad. Las putas están acostumbradas a acostarse con ellos y tienen así superado el rechazo natural que otras chicas puedan sentir. La ubicación de su domicilio también encajaba con aquella posibilidad. Las casas de contactos suelen quedar por el centro. Al menos las más prestigiosas, y estaba claro que si la chavala era profesional, debía ser de las de lujo. Scort. Así las llamaban.

En total habían sido tres meses de contacto a través del Messenger primero, de Facebook después. Tres meses intensos, en los que ella le alegró la vista cada día con su belleza y su encanto. Incluso le dedicó el de su cumpleaños un “happy birthday” cantado y con bailecito incluido, ataviada al más puro estilo Marilyn y con su nombre y la felicitación en inglés escritos con carmín de labios sobre la piel de su pecho. Presenciar aquel derroche de sensualidad fue algo que le enervó, hasta el punto de tener que masturbarse frenéticamente una vez cortó la conversación para desahogarse. No sólo una vez. Grabado el numerito y guardo en pendrive y copia de seguridad, lo revisionó decenas de veces después.



A través de la pantalla, podía ver también la foto de él que había colocado en un portarretratos en la mesita junto a su cama. A todas luces, la niña se estaba tomando la cosa con mucha ilusión. Ella pretendía una relación seria y estable y él le había seguido la corriente, dejándola creer que él deseaba lo mismo y compartía sus planes de irse a vivir juntos en un futuro próximo.

Iba lento el ascensor. Su velocidad no se correspondía con el aspecto exterior que ofrecía. Braulio pensó que debía tener un motor antiguo. O quizá se tratase de alguna extravagancia de ricos. A esa gente le da por donde menos se puede esperar. Cualquiera sabe cuando se trata de ellos.

¿Cómo sería la primera impresión? No es lo mismo hablar a través de la pantalla del ordenador, que tener a la persona ante ti. Poder tocarla, pasarle un brazo ligeramente por la cintura para darle los dos besos de rigor… Traía un peluche para ella. Pensó que era lo más acertado. Había estado dudando entre eso, una caja de bombones y un ramo de rosas. Descartó en primer lugar la segunda. Se notaba que era una chica que cuidaba su figura, vigilando su dieta y todas esas cosas. De las que sólo se comen un bombón cada mucho tiempo y, después, no vuelven a por otro hasta que prácticamente se les ha olvidado cómo saben. Luego dejó de lado también la idea de las flores. Demasiado cursi quizá. La del muñeco podía estar bien. Por su apariencia y conversación, se descubría que era todavía realmente una niña. Tierna y dulce. Un precioso peluche la derretiría. Las rosas se relacionaban con mujeres más sofisticadas. Aunque anduvo sopesando la posibilidad de unificar ambas posibilidades. Peluche y flores.

Tinc…

El sonido de apertura una vez llegados a la planta era el mismo que en todos los ascensores. Eso no cambiaba o lo hacía tan ligeramente que la diferencia no se percibía. Nervios. ¡Estaba tan buena! ¿Seguiría encontrándole tan atractivo en persona?

“¡Bah!, no seas ridículo. No es por tu físico ni por tu encanto personal que la has seducido. Lo que ha conquistado a la chavala ha sido tu cartera. La que le has hecho creer que hay en tu bolsillo repleta de billetes”.

Y existía realmente. Al menos esa noche. Y las otras en que quedasen. Para cubrir las apariencias y eso. Un cochazo aguardaba en el parking subterráneo un par de manzanas más allá para contribuir al engaño. No el Porche, tan sólo un BMW prestado por un amigo propietario de un negocio de compra-venta de automóviles de segunda mano. Alta gama. El Porche “sólo lo sacaba de vez en cuando”. Si fuera necesario, convencería también a su propietario. Costase lo que costase. No podía dejar pasar aquella oportunidad. Por ahora bastaría con el BMW.

Salió al rellano. Izquierda, derecha… el pasillo era bastante más largo en esta segunda dirección. Caminó hacia allá, acercándose a la D.

La había dejado abierta. La puerta. Le invitaba a entrar él mismo. Probablemente se encontrara dándole los últimos retoques al maquillaje. Las mujeres eran así. ¡Sic! Como si necesitara esforzarse. Incluso con la cara limpia se vería como una diosa.

Empujó y echó una mirada al interior. Se escuchaba sonido de actividad en alguna habitación o estancia. Nadie en el salón. Entró y cerró tras de sí.

-¡Un segundo!… ¡ya salgo!

Le había escuchado. Su voz sonaba coqueta y desenfadada. Tan seductora y sexy como siempre. Casi no podía esperar.

-¡Perfecto! ¡No te preocupes!

“Por nada, preciosa. Ponte todo lo guapa que quieras. No tengo pega alguna en esperar lo que haga falta.”

No, no la tenía. Era su noche. La noche del triunfador. La recordaría toda su vida.

Se dejó escuchar el sonido de los tacones saliendo al pasillo para dirigirse al salón. Un escalofrío le recorrió la médula al contemplar lo que de allí surgió. ¡¿Qué demonios era aquello?!

Braulio sintió un acceso de auténtico terror. Aquel ser apenas conservaba una ilusión de humanidad en su aspecto. Tan delgado, tan extremada y aberrantemente delgado… cómo uno de esos internos de los campos de exterminio nazis. Las cuencas de los ojos hundidas hasta lo imposible, las mejillas empujando la piel para sobresalir como las de un cadáver… ¡No podía ser! Sus costillas se marcaban hasta lo inaudito, su vientre convertido en un vacío que parecía llegar hasta la misma columna vertebral. Lo que estaba viendo no era posible. No se hacía creíble que una persona pudiera seguir viva llegada a ese extremo de desnutrición. Aquello no era un ser humano. ¡Aquello era un monstruo!

Escasos y estropajados cabellos caían para cubrir aquel rostro espeluznante. Enmarcados por ellos, encontró unos ojos de espanto mirándole con odio. Tanto odio…

El peluche cayó de sus manos al suelo. Quiso darse la vuelta para echar a correr, pero el puro pánico le congelaba en el sitio, clavándole a él. Se acercó. Si dejar de mirarle. Realmente semejaba un cadáver andante. Un horrible demonio regresado desde el mundo más allá de la muerte, alzado de su tumba para atacar a los vivos y arrastrarlos consigo de vuelta a ella.

-¡¡No!! ¡¡¡Apártate de mí!!!

Intentó golpearlo en la cara, pero falló torpemente, su brazo enredado con el del espectro, levantado para cubrirse. Liberándolo apresuradamente, siempre presa del más profundo arrebato de terror, lanzó un nuevo puñetazo a su pecho que fue a estamparse con los repugnantes pellejos que en otro momento debieron ser senos.

Había esperado sentir los huesos crujir bajo su puño, ver al monstruo caer bajo el impacto. Estaba tan delgado que costaba creer que pudiera mantenerse en pie siquiera sin que se quebrasen sus piernas. Pero no crujieron. Ni siquiera se tambaleó. En lugar de ello, se abalanzó sobre él, llevándolo con su impulso hasta la pared, estrellándolo contra ella.

¿Cómo podía ser? ¿Cómo podía tener tanta fuerza? Era como chocar contra un recio un enorme roble tras haber pretendido apartar lo que parecía menudo y escuálido arbolito.

Pasando al ataque, le golpeó el ser con su cabeza, estrellando la frente contra su nariz y su boca. Ahora sí sintió el tabique y los dientes crujir al impacto. Los suyos.

Escupió con fuerza sangre y pedazos de aquellos a consecuencia del golpe por puro reflejo. Acto seguido, clavados sus dedos como garfios para agarrarle por la camisa a la altura del pecho, giró el monstruo sobre sí mismo para lanzarlo con fuerza hacia el centro de la estancia. Impulsado con potencia inaudita, tropezó aparatosamente con el sofá para ir a caer con estrépito al otro lado.

Aturdido por el cabezazo todavía, rodó involuntariamente para quedar boca arriba. Apenas un instante más tarde, caía sobre él de nuevo aquella abominación. Entrelazó las piernas con la suyas al tiempo que apresaba sus brazos a la altura de las muñecas con sus manos, pegándose a su cuerpo para inmovilizarle.

De nuevo pudo ver, ahora más de cerca, aquellos terribles ojos mirándole, a pocos centímetros de su cara en esta ocasión. La boca abierta para mostrar una horrible dentadura, espantosamente abierta para mostrar unos dientes que no eran los de un depredador, sino los de algo mucho peor. No se veían afilados ni puntiagudos. Más bien desproporcionadamente grandes y expuestos. Aquello no era una boca humana. Eran fauces. Monstruosas fauces. Babeantes, ansiosas… Sintió cómo la caliente saliva caía sobre su rostro.

Horrorizado, las vio descender para morder su cara en la mejilla, tirando con fuerza a continuación para arrancar un pedazo de carne. Braulio berreó de puro dolor. Después pudo contemplar sobrecogido, cómo masticaba con deleite y tragaba acto seguido.

¡Oh, Dios! ¡Le estaba obligando a observar cómo lo devoraba en vida!

Lo siguiente fue pegar el rostro al suyo para buscar el lugar en que el trapecio se inserta al cuello por el lado izquierdo, hundiendo allí sus monstruosos dientes de nuevo.

-¡¡¡Socorro!!! ¡¡¡Que alguien me ayude, por favor!!! ¡¡¡Me están matando!!!

La idea era que algún vecino acudiera en su auxilio. ¡Por el amor de Dios! ¿Es que nadie había visto a aquel ser? ¿Cómo podría haber llegado hasta allí sin ser descubierto? Sólo verlo sobrecogía. Habrían llamado a la policía. ¡Aquello era un monstruo inhumano, no una persona! Feroz como una pantera, agresivo y voraz como un tiburón. ¿De dónde había salido?

No vino nadie en su ayuda. Desesperado, inmerso en el más pleno terror, Braulio hubo de soportar la llegada de la muerte en la forma más dolorosa y espantosa posible. Ni siquiera se tomó “aquello” la molestia de acabar con él antes de proceder a devorarlo. Muy al contrario, manteniéndolo inmovilizado bajo una fuerza que de ninguna de las maneras sus delgadísimos miembros podían normalmente ejercer, le obligó a soportar el tormento de sus dientes mientras arrancaba pedazos de carne de su cuello hasta que, finalmente, alcanzó su tráquea, desgarrándola y seccionándola para herirlo mortalmente.

(Continuará...)



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