viernes, 1 de febrero de 2013

CÓMO PRACTICAR LA OUI-JA



      Subo hoy la segunda parte del artículo dedicado a la Oui-Ja, el “telégrafo de los muertos” que tanto ha dado y dará que hablar. Informo de nuevo: todos los relatos y secuencias de novelas que aparecen en este blog son de mi autoría. No así los artículos, que algunos lo son y otros no. Respecto de los que no lo son, como el presente, no hago mía la opinión vertida en ellos. Puede coincidir o no.

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Lo primero que hay que hacer es no tenerle miedo a esa tabla mágica, llamada «oui-ja». Sólo una mente retorcida es capaz de aterro­rizarse ante la visión de un cuchillo de cocina. Pero cuando se tienen las manos limpias y las intenciones elevadas no hay absolutamente na­da que temer.

Por supuesto, practicar el juego de la «oui-ja» no es tan sencillo como pudiera parecer a primera vista, o es «sencillo» de una forma muy particular. No basta con que los participantes coloquen sus res­pectivos índices sobre la plancha o en su defecto el vaso y esperen a que éste se mueva. Es preciso que se den cita unas cuantas condicio­nes básicas que enunciaremos a continuación.

El número ideal de participantes es de tres a seis. Con más par­ticipantes se tiende a la dispersión psíquica, y con menos no suele generarse la «fuerza» suficiente para que la plancha o el vaso se mueva hacia las letras o los números con cierta «autonomía».

Es indispensable que los participantes se encuentre lo más relajados que sea posible. Relajados, no distendidos completamente. La atonía generada por el uso de hachish -un ejemplo- o la euforia que produce el alcohol son desaconsejables y pueden dar lugar a incohe­rencia en las respuestas, o, peor aún, a resultados desagradables.

Desechadas las tensiones, hay que desechar también los miedos, las fobias e incluso las filias excesivas hacia los «espíritus». Se aconseja a quien quiera experimentar que se acerque a la mesa con la actitud de quien va a una sala cinematográfica desconociendo el argumento, el título y hasta los actores de la película que se va a proyectar. Uno no sabe de qué va a ir la cosa, y, por tanto, no guarda prejuicio alguno. Y uno sabe, además, que en las salas cinematográficas no suelen comerse a los espectadores crudos. En el peor de los casos, puede suceder que el espectador soporte un desencanto sin mayores consecuencias.

¿Cómo evitar los desencantos con la «oui-ja»? Ante todo eligien­do bien a los compañeros de juego. El ser humano es una caja de resonancia del universo, pero el universo es también un receptor de las buenas o malas vibraciones de los hombres. Evite sentar a la mesa a las personas ansiosas, excesivamente deprimidas, neuróticamente incrédu­las o fanáticamente crédulas en los «espíritus». Es interesante que los reunidos tengan entre sí algún tipo de afinidad, de armonía y que se conozcan mínimamente. Por último, si en la mesa misma o cerca de ella hay algún niño, téngase la certeza de que la garantía de éxito está asegurada.

Los «espíritus» (siempre entre comillas) pueden acudir a la mesa a cualquier hora del día o de la noche, en invierno y en verano, haga frío o calor. Sin embargo, está comprobado que los primeros momentos de la mañana o los últimos de la tarde son bastante favorables y que la media noche es óptima. Estamos en un mundo de vibraciones y, al igual que ocurre con las ondas hertzianas, las horas de mayor luminosi­dad crean «interferencias».



Una fiesta, no un entierro

Atención a las fases de la luna. Las comunicaciones más cla­ras, inspiradas y emocionantes (también a veces las más sugestivas y, en ocasiones, las más peligrosas) suelen coincidir cuando la luna llena brilla en todo su esplendor. Si se trata de jugar a la «oui-ja» sistemática y sucesivamente, lo mejor es adecuar el ritmo de las sesiones al movi­miento creciente de la luna.

·          El campo, especialmente la montaña y de modo particular la ori­lla del mar si se trata de un rincón apartado, son los mejores lugares para establecer este tipo de comunicaciones. Psíquicamente, la ciudad no es buena para nada, y para esto tampoco. De todas formas, si no le queda más remedio que experimentar en una gran urbe, lo mejor es hacerlo en una zona tranquila y silenciosa hasta donde sea posible, y si es en un ático, mejor.

Nuevas vibraciones equivalen a buenas comunicaciones. Como todo en este mundo, lo semejante atrae a lo semejante. Si usted está de buen ánimo, si se siente cordial, receptivo y dispuesto a comunicar una cierta dosis de calor humano a todo cuando le rodee, no dude que la sesión de oui-ja constituirá un éxito tan completo como provechoso.

No se desanime sí las primeras sesiones no son todo lo satisfacto­rias que se espera. Se requiere un cierto entrenamiento, que da la práctica, un poco de paciencia y algo de tenacidad. No prolongue nun­ca las sesiones cuando aparezcan los primeros síntomas de fatiga ner­viosa. Con la práctica, comprobará que el vaso o la plancha van desan­quilosándose por sí solos y no tardarán en moverse con sorprendente soltura. Pero no «empuje» a los acontecimientos ni fuerce las circunstan­cias. La fluidez es algo que nace con toda espontaneidad si no se le oponen obstáculos. Imagínese que la mesa es una pista de hielo...

Así como desaconsejamos los euforizantes fuertes (alcohol o dro­gas), aconsejamos los estimulantes suaves. Una taza de café o, mejor aun, de té, es excelente antes de cada sesión. El ejercicio físico mode­rado -bailar, por ejemplo- también es bueno como aperitivo.

Evite la luz fuerte cerca de la mesa, pero no se rodee de oscuri­dades tenebrosas. La habitación donde se realice la experiencia debe ser agradable y acogedora. Ponga, si puede, flores frescas en algún rincón. Encienda unos palillos de buen incienso. Que entre aire fresco la estancia, a ser posible.

·                  Borre de su mente cualquier idea fúnebre o negativa. Usted no va a participar en un entierro, sino en una fiesta.

Antes de comenzar la sesión es bueno que los participantes for­men sobre la mesa un círculo con las manos entrelazadas y entonen un “tantra», o simplemente una canción suave. Eso ayudará al relajamien­to general y a crear una buena armonía vibratoria.

No ponga sobre el círculo de la mesa ningún objeto extraño, a no ser que se trate de «evocar» a alguna entidad relacionada con dicho objeto. En ese caso, el objeto en cuestión será colocado fuera del área donde deba moverse el vaso o la plancha.

Aunque la presencia de un director (si se prefiere este término, un médium) es necesaria para formular las preguntas pertinentes, la acción de este sujeto no debe ser imperativa en ningún caso. La acci­ón debe desarrollarse por sí sola, y ningún participante debe mos­trarse autoritario en ninguna forma.

Es bueno que alguien, que no participe directamente, vaya to­ando apuntes de las preguntas y respuestas. Estos apuntes serán de suma utilidad para sesiones posteriores, caso de que vuelva a presenta­rse el mismo «comunicante». Así se evitarán reiteraciones en las pre­guntas y se logrará (con buena suerte) una cierta coherencia y continui­dad.

• Aunque nadie puede decir a ciencia cierta qué cosa sea lo que manifiesta «inteligentemente» en la mesa (espíritus más o menos des­encarnados, fuerzas del subconsciente o vaya usted a saber), la prácti­ca aconseja que el médium se dirija a estas fuerzas como si se tratase e viajeros desconocidos, es decir, como personas: con corrección, habilidad, buenas maneras y, por qué no decirlo, con el suficiente respeto.

Formule preguntas útiles
No formule preguntas trascendentales, demasiado abstractas esas cuestiones que se consideran de suma importancia para la huma­nidad. Las respuestas, probablemente, serán lugares comunes o futilidades. Plantee, por el contrario, preguntas que puedan ser útiles a sus circunstancias humanas personales. Las angustias, las fobias y hasta la neurosis no suelen producirlas directamente los grandes problemas políticos, sociales o religiosos, sino las pequeñas circunstancias o atasco que inciden cotidianamente en la vida de todos. Es mucho más interesante preguntar por ejemplo, qué debo hacer para combatir mi insomnio, que tratar de saber cuál va a ser el curso a seguir por la crisis económica en los próximos cinco años... Aunque el «comunicante» se autotitule economista, la respuesta será, en todo caso, precaria. No así en aquellas cuestiones que puedan incidir positivamente en el estado emocional de las personas. Algún psiquiatra no excesivamente encadenado a los dogmas freudianos utiliza la oui-ja y otras prácticas espiritas para lograr un positivo alivio en estados de ansiedad y depresión. Y los resultados, según ha confesado, no pueden ser mejores. Los «espíritus» tienen una enorme capacidad de aliviar el sufrimiento psíquico y moral.

El silencio absoluto ha de ser norma a seguir en todo momento Salvo, naturalmente, cuando el médium formule las preguntas. Puede darse el caso, y es bastante frecuente, que en el transcurso de una sesión a algún participante se le ocurra alguna cuestión interesante y sienta deseos de transmitirla al «ente» que parece estar flotando sobre la mesa. En ese caso, lo mejor es recurrir al «notario», que está junto la mesa apuntándolo todo y pedirle, por señas, los útiles de escribir, y una vez formulada la pregunta por escrito entregársela al médium o a la médium para que la lea en voz alta.

• El sexo femenino, en general, suele ser más sensible que el masculino. Y esta es la razón por la cual, de haber mujeres en la reunión debe pedírsele a una de ellas que haga las veces de médium. Si la elección ha sido acertada, debe conservársela en su puesto durante las sesiones posteriores.
• Suele ocurrir, sobre todo en las primeras sesiones, que alguien haga comentarios inoportunos, se ría por lo bajo y cometa cualquier otra inconveniencia más o menos conscientemente; hay que separarlo del juego. Lo sepa o no, su actitud es consecuencia de un deseo de «bombardear» la posibilidad de comunicación.
Divertidos, ocurrentes, amistosos

Esto no quiere decir que haya que celebrar las sesiones de acuerdo con algún rito determinado o adoptando la severa actitud de quien asiste a un oficio religioso. Esto nace del temor y como ya hemos dicho, no hay que tener temor alguno al acercarse al oui-ja. Por el contrario, uno debe sentirse en posesión de toda su voluntad. Pero si el silencio o una cierta clase de compostura se pierden, lo más probable que el «ente» a quien se ha convocado desaparezca del escenario, tal vez definitivamente. Los «espíritus», en este aspecto, suelen ser muy quisquillosos Y., desde luego, parece no gustarles en absoluto que se les tome en broma.

Pero, hay que insistir una vez más, no les tengamos miedo. ¿Quién puede temer a un amigo, al que sabemos afín a nosotros, aun­que sea la primera vez que lo «veamos»?

Si los «espíritus» han gozado durante tanto tiempo de muy mala tensa, ello se debe a nuestra manía de relacionarlos obsesivamente con la muerte, y a relacionar con la muerte toda clase de horrores imaginarios. Las convicciones religiosas los han marginado, general­mente, del círculo de sus preferencias. Sin embargo, ¿qué puede hacer pensar que algo que se manifiesta «inteligentemente» puede ser mejor peor que la persona cuya inteligencia recibe el mensaje? Si hay re­ceptor y transmisor, quiere decirse que ambos están en la misma onda. Nadie, a nivel moral, puede hacerle daño a uno, sino uno mismo.

De hecho, quienes han practicado durante algún tiempo el juego el juego el juego de la oui-ja coinciden en señalar que la mayoría de los «espíritus» que aceptan acercarse a la mesa suelen ser de buen «carácter»: diverti­dos, ocurrentes y amistosos. Quienes han experimentado durante más tiempo dicen algo más interesante: cada uno de ellos tiene una «perso­nalidad» propia...

Una cuestión a tener en cuenta para evitar sorpresas desagrada­bles es la muy simple de preguntar, antes que cualquier cosa, si el «ser» que se va a acercar a nuestra reunión es de naturaleza «buena» o «mala». En la mayoría de los casos se obtendrá la primera respuesta. Pero si se produce la segunda, lo más sensato es cesar de inmediato en el juego para intentarlo de nuevo, si se desea, al cabo de unas horas. O puede dejarse para la próxima reunión.

Es bastante improbable, pero también puede ocurrir que la se­gunda respuesta siga apareciendo en las reuniones sucesivas. Quiere decirse entonces que alguien del grupo no es la persona óptima para realizar la comunicación.

Debe presionarse la plancha o en su caso, el vaso- suave­mente con el índice, formando todos los dedos índices un círculo. Hay quien, en su ingenuidad, piensa que el vaso o la plancha cobra fuerza y se mueve por sí solo. Aunque a veces, y esto es asombrosamente cier­to, ocurre, lo normal es que sea la fuerza física de los presentes, ejerci­da más o menos conscientemente, la que imprima sus movimientos a la plancha. Pero la sensación subjetiva que se produce, al haber varios participantes, es muy curiosa: parece que se moviera por sí sola...

Si hubiera que resumir en una sola norma todas las anteriormen­te reseñadas, esa norma sería: tranquilidad. Un ambiente sosegado, donde reine una estado de ánimo de calma incluso voluptuosa, no sólo es excelente para que lleguen a recibirse mensajes oportunos, claros y positivos. Es, también, el mejor «salvoconducto» para sortear toda clase de peligros en este mundo de sombras.

Finalmente, una sencilla norma de carácter práctico. Tenga la precaución de embadurnar ligeramente el tablero, antes de cada se­sión, con una pequeña cantidad de polvos de talco. De este modo el vaso o la plancha podrán deslizarse con toda suavidad.

Tal vez usted no se conforme, al cabo de cierto tiempo de práctica, con recibir estos escuetos «telegramas» y quiera ir más allá, quiera recibir verdaderas «cartas» de ese impreciso y vertiginoso territorio que jamás percibiremos con la sola fuerza de nuestros cinco sentidos. A continuación le hablaremos de la temible escritura automática. Pero vaya por delante una seria advertencia: aquí ya no se trata de un juego de niños...




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