Éste va a ser el primero de una serie de cuatro o
cinco artículos, quizá seis, que dedicaré al dantesco fenómeno y mancha negra
en la historia de la
Humanidad, que supuso el Tribunal de la Santa Inquisición medieval. En
ellos, veremos desfilar a sádicos como Fray Tomás de Terqueada, que nada tienen
que envidiar a psicópatas históricos tan célebres como Erzebet Bathory, “la condesa sangrienta”; o Vladdimir
Teppes, “Vlad el empalador”.
Igualmente, se describirán los métodos u alguos de los más celebres procesos
del nefasto tribunal.
Nos
zambullimos en la historia más negra de Europa. Adentrarse en el túnel del
tiempo para conocer qué fue y que hizo la Inquisición, es un
viaje al Infierno del que no todos pueden regresar moralmente indemnes. ¿Te
apuntas? Caronte espera a los viajeros en su barca.
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Por
paradójico que pueda parecer, el holocausto o la “solución final” sufrida por más de medio millón de personas, acusadas de
brujería durante el Renacimiento, no ha
merecido aún la reivindicación, por
vía judicial, de un acto criminal de
semejantes proporciones. ¿A qué se debió la espantosa “satanización” de los
verdugos, movidos a actuar con el execrable sadismo
o que recuerdan todos los testimonios? Los abusos los abusos e
ignominias cometidos por aquellos infames - tapados por teólogos
y encubiertos por historiadores timoratos- siguen levantando
espanto en la memoria de la humanidad.
Si la
brujería fue realmente la peligrosa y depravada herejía que dio lugar
al establecimiento del Tribunal de la
Inquisición,
cuya existencia
y procesos sumarios se prolongaron hasta bien entrado el siglo XIX
en sus últimas sentencias,
la represión desencadenada por el llamado Santo Oficio podría tener alguna justificación.
Pero si la Brujería no pasó de constituir
una actividad inofensiva,
sin posibilidades remotas de desencadenar
una revolución social o religiosa, o bien desestabilizar el orden político del
largo periodo histórico que duró la acción emprendida contra ella, los representantes y herederos de aquella institución deberían reconocer, retractarse y pagar el espantoso error. Si con la «caza de brujas» el Poder eclesiástico buscó el modo de ocultar su propia
debilidad frente a los cambios sociales
e ideológicos, frente a la liberalización
de las costumbres, la corrupción
interna y el temor a perder la hegemonía sobre el mundo a las puertas de una nueva Era, el sistema sirvió únicamente para estrechar los lazos entre Iglesia y Estado y
alejarse, en consecuencia del pueblo de Dios al que debía su razón de ser. Pero si la brujería fue mera invención de los teólogos,
inquisidores y demonólogos en respuesta a
las razones antedichas, más otras de
baja extracción -confiscación de bienes,
cobro de honorarios, abusos de fuerza
y de confianza, comisión de perversiones
sexuales y muestras de sadismo moral-, el juicio sumarísimo a que se hizo acreedor el Santo Oficio debería pasar de
las especulaciones históricas a un proceso
judicial de envergadura proporcional
al holocausto de las 500.00 personas
que murieron por su causa en Europa
entre los siglos XV y XVII, periodo álgido
de la persecución. En cualquiera de estos supuestos y otros muchos que pueden plantearse en torno a uno
de los temas más debatidos y estudiados, un
hecho por demás extraordinario ha
quedado en claro: los crímenes y
aberraciones achacados a la brujería
por la delirante Inquisición -reuniones
orgiásticas en sabbats o aquelarres, pactos diabólicos, comercio sexual con Satán, acólitos o representaciones
del Diablo infanticidios, antropofagia,
influencia en los cambios atmosféricos,
envenenamiento de ganado, ruina de cosechas, hechizos, aojamientos y transformaciones bestiales-, jamás pudieron ser probados. Por el contrario, jamás se
encontró exento de culpa o inocente a uno solo de los acusados, de forma
que a alguno de los demonólogos le hizo pensar que la locura no estaba en los perseguidos y sí en los perseguidores, que no dudaron en traspasar los límites del Derecho natural para procesar a los que estorbasen
a la Inquisición,
molestaran a sus funcionarios, destruyesen sus archivos o ayudasen, ni siquiera por piedad, a los
detenidos.
El recuerdo
de aquellas víctimas de la ira ejecutada en nombre de Dios y de la Santa Madre Iglesia
aún reclama justicia, pero ¿llegará el día en que el Oficio de Tinieblas sea entonado por los
que aún defienden y esgrimen los mismos argumentos
de terror y muerte para los que no
piensan como ellos?
“ Si pretendes negar lo que has confesado -dice el
verdugo a la víctima tras el interrogatorio-,
dímelo ahora y lo haré aún mejor. Si niegas delante del tribunal, volverás a mis manos y descubrirás que hasta
ahora sólo he jugado contigo, porque te voy
a tratar de un modo que arrancaría lágrimas
de una piedra.”
Ya ante el Santo Oficio. la bruja aparece encadenada
y sus manos sangran; a su lado se hallan carcelero y verdugo; guardan sus
espaldas una escuadra de soldados armados. Tras la lectura de la confesión, el verdugo es quien
pregunta a la bruja si la confirma o no, El
escribano da fe de que «la
sospechosa ha confirmado ante el Tribunal
de justicia por propia voluntad la
confesión arrancada bajo tortura». Firman los severos jueces de la
Iglesia de Cristo.
SAI\TO PADRE, SANTO
VERDUGO
La Inquisición fue
creada durante el pontificado del papa Inocencio III, en torno al año 1200, para acabar con la
herejía de los cátaros o albigenses. «Cátaro
» significa puro y la
secta se hallaba localizada en la región de
Albi, en el Languedoc francés. Si la relación entre cátaros y maniqueos
no ha sido históricamente demostrada, se da
por seguro que aquéllos habían bebido
su doctrina de los bogomilos
balcánicos. En cualquier caso, los cátaros formaban un grupo disidente
de la Iglesia
de Roma y mantenían creencias propias sobre
el origen y destino de la humanidad.
La decisión de Inocencio III de
enviar a distintas ciudades del
Languedoc representantes autorizados, primero
para llevar a cabo una inquisitio o
pesquisa y después para apresar y
castigar a los que persistieran en la
herejía, tenía como principal antecedente la inquisición episcopal
propugnada por el papa Lucio II, que en 1184 ordenó investigar las desviaciones respecto de la doctrina oficial de la Iglesia. Ya entonces
era preciso demostrar inocencia a
causa de sospecha o, en caso de no poder
hacerlo, someterse al castigo de la autoridad civil.
La idea fue ampliada por Inocencio III, que delegó en
el brazo secular la aplicación del castigo con una
argumentación demagógica en extremo: «Si
las leyes civiles condenan a muerte a los culpables de alta traición, incautan
sus bienes y consienten el sustento de
sus hijos sólo por piedad, cuantos apartándose
de la fe ofenden a Jesús, Dios e Hijo de
Dios, merecerán con mayor razón aún ser
arrancados por el rigor eclesiástico de nuestra cabeza, que es Cristo, y ser despojados de sus bienes terrenales, ya que es mucho más grave pecar contra el rey de los cielos que contra un soberano de la
tierra.» El papa, convertido en verdugo, daría curso a lo más tenebroso de su
personalidad contra
una forma de entender la vida llena de
misterio y de visiones luminosas, característica
de los cátaros.
EL PAPA QUE DESPRECIABA AL MUNDO
Cuando el cardenal Lotario Conti accedió al trono
pontificio el año 1198 con el sobrenombre de Inocencio III, contaba treinta y
seis años de edad y ya había dado una muestra de su pensamiento político en la obra Del desprecio del mundo.
Pronto
impuso su ideario a los monarcas del orbe cristiano, sometidos a su
voluntad con una suerte de alianza entre los
llamados Estados de la Iglesia, que
intervenir en las cuestiones dinásticas en
Alemania, con el apoyo y coronación
del rey Otón como emperador del Sacro
Imperio Romano, al que acto seguido
excomulgó por desobediencia a sus
órdenes; obligó a los monarcas de Francia-Felipe Augusto- y de España -Alfonso
IV- a repudiar a sus respectivas esposas; humilló y excomulgó al de
Inglaterra por oponerse al nombramiento
de un cardenal: amañó el nombramiento
de los gobernantes de Noruega y Hungría; aceleró la derrota de los moros con la unión de los reyes
de Navarra, Castilla y Aragón; erigió un latino en la metrópoli griega de Constantinopla y, por último, organizó
una auténtica cruzada contra los albiguenses del sur de Francia.
En el orden estrictamente religioso, apoyó a los
franciscanos y dominicos y, ya en
1215, presidió el IV Concilio de Letrán,
donde se estableció la obligación de todos los cristianos de confesar y comulgar una vez al año como precepto.
La
cruzada emprendida por Inocencio III contra los cátaros, cuyo aniquilamiento total se
prolongaría hasta el siglo XVI, tuvo como pretexto la condena explícita de la Iglesia
al código de creencias de la
secta. Ellos creían que la Luz y las Tinieblas formaban principios antagónicos, enemigos, y que una catástrofe
de características cósmicas, había propiciado
que una parte de la sustancia luminosa quedara atrapada por los habitantes de las Tinieblas. Éste era
el reino de Satán, en tanto los seres humanos, encarnación terrestre de
aquellos espíritus a los que arrastró Satán a rebelarse, habían sido arrojados
del cielo. Sólo la unión del alma humana Cristo
restauraría la luz perdida, pero a esto se opondrá con todo su poder el Diablo, cuya tarea consistirá en hacer lo imposible para
ocultar las almas al Salvador, atormentándolas en los cuerpos y encarnándolas en
los animales. Si el individuo, llegada la hora de la muerte, se
encuentra en estado puro (cátaro), dejará de reencarnarse en tan dolorosas formas y alcanzará la visión beatífica de la Luz y la inmortalidad.
La
ceremonia del bautismo cátaro se llevaba a cabo por imposición de manos,
después de la cual
se colocaba un ejemplar de los Evangelios sobre la cabeza del neófito, que
recibía el beso de la paz. El espíritu protector
era el Paráclito, el Consolador, por lo
que el rito recibía el nombre de consolamentum.
El grupo de sacerdotes actuantes
formaba el número de los perfectos
y además de la castidad, llevaban
una vida austera. En general, los
cátaros observaban la abstinencia de
la carne en todos los aspectos; de
hecho no probaban el queso, la leche
y los huevos por considerar estos productos derivados del comercio sexual de los animales, Sólo les estaba permitido
el consumo del pescado, al entender que los
peces nacían sin copular. No había
perdón alguno para el pecado, por lo que muchos cátaros dejaban para los
últimos instantes de su vida la ceremonia bautismal. Los creyentes, a los que estaba vedado el Padrenuestro, sólo podían acercarse a Dios por mediación
de los perfectos. La secta observaba tres cuaresmas al año y ayunaban
tres días a la semana, en los que
sólo consumían pan y agua. Recibían la Eucaristía de pie y en forma de pan fraccionado por uno de los perfectos. Lo que sublevó a Inocencio III, en definitiva,
fue la herejía de que Satán pasaba por amo
del mundo. Las formas externas del culto
cátaro sólo le irritaban. La cruzada sentenció el uso de la fuerza contra los herejes y el papa Inocencio III dejó establecida la necesidad de «emplear la
espada espiritual de la excomunión; pero si esto no es suficiente, habrá que
emplear la espada física". El Concilio
de Letrán (1215), fijó la pena de
muerte para los herejes, lo que no tardaron en asumir los legisladores
adscritos a los llamados Estados de la Iglesia.
LA BRUJERIA, UN FANTASMA UTIL
La idea de equiparar brujería y herejía y dar
a la primera el tratamiento jurídico conseguido para la segunda, llevaba aparejado un
paso de considerable importancia, pues de simple delito se trascendía a la pena de muerte, y esto exigía razones de peso que justificaran semejante cambio. Hasta el momento, tres eran los grados de divergencia con la doctrina oficial de la iglesia: herejía, cisma y apostasía. Antes de significar heterodoxia o fe opuesta al dogma, la herejía distinguía una forma de pensamiento, escuela o secta religiosa, como en su día fueron fariseos, cristianos, saduceos y, más tarde, cátaros o albigenses. Fue Tomás de Aquino quien definió la herejía como «error reiterado y voluntario contra la verdad declarada por la autoridad eclesiástica» respecto de alguna certeza o evidencia. El cisma, en cambio, hacía referencia a la división de opiniones sólo en
asuntos de gobierno, nunca en temas relacionados con la fe. La apostasía, por
último, era una forma de rechazo o negación de la autoridad que llevaba a un creyente a abandonar la propia religión
para abrazar otra.
Herederos de los bogomilos,
secta de heréticos cristianos muy numerosos
en la región de los Balcanes hacia
el siglo XII, los cátaros del sur de
Francia contaban entre sus miembros algunos seguidores de los bogomilos que alternaban las prácticas cristianas con ritos ancestrales, entre los el culto a Satán a quien atribuían milagros reverenciaban en conventículos secretos, obedecía a la tradición según la cual el Diablo
había engendrado a Caín y dado origen a la
intervención de Dios a través de Moisés.
Aquellas prácticas y estas reliquias paganas,
inyectadas en la comunidad cátara a dispersa
a causa de la persecución, dieron cuerpo
a la sutil relación entre los supuestos adoradores de Satán, los herejes cátaros y el ejercicio tolerado de la
hechicería por parte de moros, judíos y albigenses escapados de la muerte, todo ello abonado por leyendas. denuncias
e intereses a favor de la acción emprendida por el Poder eclesiástico, obsesionado con el exterminio de cualquier forma de herejía en Europa. Lo que nació de forma tan confusa tomó carta de naturaleza con el establecimiento oficial del Tribunal de la Inquisición, hecho ocurrido durante la celebración del Sínodo de Toulouse, en 1229, si bien se tardaría algunos años en especificar qué era la brujería y quién merecía el tratamiento de brujo.
Es decir, primero se creó el cuerpo represivo
y luego se adaptó la culpabilidad al
sospechoso. Las distintas versiones del fenómeno, unificado de un país a otro por el espíritu generalizador de la cruzada contra la
brujería en Europa, se establecieron a partir
de confesiones, conjeturas, especulaciones
y consideración de pruebas, de forma
que el corpus jurídico tuviese toda la
consistencia necesaria para condenar sin posibilidad de error.
Derogado el Canon Episcopi, donde se consideraba que los actos de
brujería eran meras ilusiones o producto de
los sueños, la nueva legislación que
avalaba la lucha de laInquisición
contra la brujería recomendaba a obispos y clérigos «poner todo su
empeño en desterrar por completo las
perniciosas artes de la hechicería y
los maleficios inventados por el
Diablo, y si descubrieran a un hombre o una mujer seguidores de esta infamia,
los expulsarán sin reparos de su diócesis», El enunciado no dejaría lugar a error en las siguientes especificaciones, destinadas a señalar dónde se hallaba el hereje.
LA MUJER COMO OBJETO
DIABOLICO
De la afirmación de que creer en la brujería era herejía a lo contrario, que no admitirla era
herético, había un abismo sin duda,
pero no tan extenso como para impedir
tender un puente sobre él y hacer viable
el cambio que la Iglesia
se había propuesto. En la búsqueda de
testimonios históricos en que apoyar
la tarea inquisitorial, los teólogos
exhumaron citas y referencias
legendarias, alguna tan expeditiva
como la expuesta en el Exodo que, traducida al latín, decía: «Malefica non patieris vivere», tomada del hebreo. Autores ha habido que a la traducción latina opusieron el rigor semántico que ofrece otra interpretación al término «malefica», más
próxima al significado de «envenenadora» que al de bruja o hechicera intencionadamente buscado. Así, en lugar de «A la bruja no dejarás vivir» de
la traducción libre latina, habría que entender una segunda lectura: «A la envenenadora no dejarás vivir», que posee un sentido histórico más en consonancia con
la realidad de los hechos. Si la brujería no
constituía delito hasta el siglo XIII, ¿qué
razón había para condenarla con anterioridad?
En los textos talmúdicos hebreos, las
referencias a las envenenadoras eran
frecuentes y el Código Teodosiano
proponía castigos severos contra los que hacían sacrificios a los dioses infernales. Por último, en el Fuero juzgo visigótico
existían también especificaciones contra «energúmenos (endemoniados), adivinos,
sorteras (oráculos) y cuantos provocan
truenos o malogran viñas y sembrados»
De la
escrupulosa y amañada lectura de estos y otros antecedentes, el Canon Epscopi corregido
y aumentado tomó la parte por el todo y afiló el dedo acusador con precisión
abrumadora: «También hemos de señalar que ciertas mujeres desgraciadas,
pervertidas por Satán, seducidas por ilusiones y fantasmas de demonios, creen y declaran
abiertamenteque, en mitad de la noche,
cabalgan a lomos de ciertas bestias
con la diosa pagana Dianal junto a
una horda de mujeres, y en el silencio de
la noche vuelan sobre amplias extensiones y obedecen sus órdenes como si fuera su ama y son llamadas a su servicio
otras noches.»
La descripción, como
puede observarse, vacila entre un lirismo falso y poco convincente
y la sospecha de que lo que se explica sea objeto de incredulidad. La normativa,
sin embargo, tramada para evitar especulaciones gratuitas., se contradecía en apariencia con el fin de
despejar el objetivo perseguido: «Los
sacerdotes deben predicar insistentemente
en las iglesias para que el pueblo sepa que todo esto es falso y que es el Diablo quien moviliza a tales fantasmas, para engañarlos en sus sueños. Así Satán, transformado en ángel de luz, cuando se apodera
de la mente de una pobre mujer y la somete
haciéndola caer en la infidelidad y la incredulidad, inmediatamente adopta la forma de personajes dispares y, ensañando a la mente que ha cautivado y mostrando ciertas cosas, alegres o desdichadas, y personas, familiares o desconocidas, la conduce por caminos tortuosos. Pero mientras que sólo el espíritu es quien sufre, la mujer piensa que esas cosas ocurren no en el espíritu, sino en el cuerpo,» De tan farragosa exposición, una obsesión quedaba clara en la superficie: la mujer como objeto diabólico,
portadora de componentes lujuriosos
más dañinos aún que la natural inclinación a servir al mal. Ellas han trastocado el primero de los Mandamientos: «Amarás
a Dios sobre todas las cosas", y puesto
que están bautizadas, al servir a Satán
antes que a Dios, son herejes, idólatras y apóstatas. Y por si quedara
alguna duda, el temor con que las clases
ilustradas contemplaban aquella
locura colectiva venía como anillo al dedo acusador de la Inquisición. Causa
y efecto quedaban así establecidos.
CUANDO EL DINERO SE HIZO
DIOS
Una de las observaciones
más curiosas y dignas de estudio sociológico gira en torno a la idea de
que la pobreza, ya avanzada la
Edad Media, había perdido el aura espiritual y casi
mágica que adornaba el estado marginal. De la ostentosa protección que el Poder eclesiástico
venía haciendo respecto de la pobreza, se pasó a un desprecio generalizado a los desheredados de la fortuna, hasta entonces inscritos en la memoria de los textos evangélicos con letras de oro; éste, sin
embargo pertenecía en realidad a los fuertes,
cuyo progreso y expansión económica
interesa más a una Iglesia que desea
progresar y expandirse por el mundo,
lo que difícilmente propiciarían las
clases menesterosas. El nuevo dios
de occidente es el dinero, como lo ha
puesto de relieve el que para la organización
de tribunales inquisitoriales sea
preciso mover grandes sumas, establecer
vínculos con monarcas, príncipes y nobles, e incluso implicar en los
procesos a letrados poco proclives a contentarse con pequeñas requisas. Por añadidura, el fenómeno de la brujería se
desarrolla entre el pueblo bajo, entre una chusma de viejas, truhanes,
gitanos, canallas y pervertidos, de cuyo
contacto más vale apartarse. ¿Quién acudiría
en defensa de esta escoria frente a los
juristas formados en Roma, París o Bolonia, canónigos especializados en Derecho y legitimados para obrar y arrojar una vez más a los sucios mercaderes de la casa de Dios?
La pobreza, si no de forma oficial, tuvo consideración de síntoma de la
peste brujeril y de esa confabulación participaron eclesiásticos, abogados, teólogos, jueces y testigos, si bien
movidos por intereses dispares, a veces, pero confluyentes en la finalidad:
erradicar un problema que ponía en
entredicho la eficacia del Poder más fuerte e influyente, el cristianismo,
sobre el que se cernían nubarrones
desintegradores: la Reforma, Lutero, Calvino... La guerra entre Dios y el
Diablo había comenzado y nadie podía poner en duda quién sería el único vencedor. Con esta idea fija,
el 5 de diciembre de 1484 el papa Inocencio VIII, dos siglos después
de que su antepasado Inocencio III creara la Inquisición, promulgó
el documento más importante contra la brujería: la bula titulada y encabezada Summis desiderantes affectibus, fórmula
ritual de hacerlo, que contenía un tormentoso mensaje disfrazado de sentimentalismo hipócrita.
Deseando con la más profunda
ansiedad, como requiere la solicitud pastoral. Que aumente
y florezca la Fe Católica en
todas partes. especialmente en nuestra época y que sea expulsada
de las tierras de los creyente toda depravación herética...
SADISMO,
PERFIDIA Y ESTUPIDEZ
La bula de
Inocencio VIII refleja con precisión inigualada por ningún otro documento
histórico, interpretación o descargo, la perfidia contaminante con que fue
manipulada la información respecto de hechos indemostrables
aportados por testigos corruptos y enfermos de ira, si no meros dementes
convertidos en emisarios de la estupidez más dañina que el
Vaticano haya registrado, ''No sin amargura'', decía al comienzo del segundo
párrafo la citada bula, para dar crédito a la localización en
ciudades, provincias, territorios, distritos y diócesis de Colonia,
Tréveris, Mainz, Salzburgo y Bremen, de «muchas personas de ambos sexos»
víctimas de un quebranto en la fe, que «han mantenido relaciones con
demonios, íncubos y súcubos, y por medio de encantamientos, hechizos, conjuros y
otras supersticiones malditas
y terribles embrujos, monstruosidades y
delitos, matan a los hijos de las mujeres y a las crías del ganado, destruyen los frutos de la tierra, las uvas de la
vid y las frutas de los árboles; hombres y
mujeres, bestias de carga, rebaños, así
como animales de otras clases; también viñedos,
huertos, prados, maíz, trigo y otros cereales
de la tierra». La enumeración, prolija, reiterativa, dictada y
consentidora de falacias, tiene en el párrafo
siguiente la gota que pudiera echarse en falta para colmar la medida: «Además, estos desgraciados torturan y acosan a hombres y mujeres, bestias de carga y rebaños, así como todo tipo de reses, causándoles dolores y enfermedades, tanto internos como externos; impiden que los hombres engendren y que las mujeres conciban, de modo que ni el marido con su esposa ni la esposa con su marido puedan realizar el acto sexual.»
Las abominaciones y
excesos más infames de aquellos desgraciados -la
referencia ala pobreza tenía carácter de insulto-, si bien ponían en peligro el alma de tan avezados estrategas de la subversion, ofendían «a su Divina Majestad y son motivo de escándalo y peligroso ejemplo para muchos», según el renglón
siguiente.
La mención expresa -inusual por otra parte en los documentos pontificios- a «nuestros amados hijos Heinrich Kramer y
Jakob Sprenger, profesores de Teología, de la Orden de los Frailes Predicadores, a quienes el papa concedía poderes plenipotenciarios, desautorizaba y ponía en evidencia a cuantos obispos y sacerdotes se habían atrevido a salir en defensa de sus diócesis y parroquias, en
donde declararon la inexistencia de brujos y brujas. Así, para que no quedasen privados de los beneficios del Santo Oficio de la Inquisición» los
mencionados profesores venían autorizados a
«proceder a la corrección, encarcelamiento y castigo» de los sospechosos
«sin ponerles ningún obstáculo" Nunca
se había concedido semejantes
privilegios a unos profesores de
Teología, ni siquiera a cardenales en
misiones secretas, ni a nuncios o
embajadores. ¿Qué temores podían desencadenar
reacciones tan torcidas? ¿Qué
terrible Apocalipsis representaban las brujas? El representante de Cristo en la
tierra cerraba el protocolo con advertencias aún más acuciantes: «Que
ningún obstáculo se alce contra estas
ordenanzas apostólicas. Que ningún
hombre se oponga a esta de nuestra
autoridad y jurisdicción. Y si
alguien osara hacerlo, que ce sobre
él caerá la ira de Dios Todopoderoso
y de los santos Apóstoles y Pablo». «El pavoroso edicto recordaba que se había promulgado «a 5 dediciembre del Año de la Encarnación de Nuestro Señor mil cuatrocientos y ochenta y cuatro, en el primer año de nuestro pontificado». Inocencio VIII murió ocho años después, en 1492, justo cuando el Nuevo Mundo se asomaba al Viejo con temor y prevención.
MARTIRIO Y MARTILLO DE BRUJAS
Dos años después de promulgada
la bula de Inocencio VIII, aparecía el
manual titulado Malleus
Maleficarum (Martillo de brujas) debido a los citados Jakob Sprenger
y Heinrich Kramer, a quienes el papa había
avalado lo suficiente como para que el libro fuera acogido con expectación e interés La primera edición se agotó
entre los principales demonólogos del
momento y la obra se reeditó casi sin interrupción en todas las lenguas europeas. El manuscrito, en letra
clara y exposición directa, tenía el formato de los breviarios para su
mejor manejo, lo que ya constituía una
auténtica novedad, pues los libros de consulta para clérigos solían ser grandes e incómodos. Estos pormenores dan cuenta del grado de meticulosidad con que se preparó la presentación
de un volumen que ha recibido seguramente los calificativos más denigrantes, desde «el más siniestro de todos los tiempos» a «Biblia cruel para martirizar». Es preciso recordar, sin embargo, que detrás de los autores, en las sombras, el prior de los dominicos Johannes Nider inspiró muchas de las sentencias vertidas en el Malleus, ya esbozadas
en su opúsculo Formicarius, editado en 1435. El Martillo
de las brujas,
dividido en tres separatas, explicaba
en la primera parte el cambio
ideológico en tomo a la creencia en la
brujería, que a partir de entonces pasaba a ser herejía, modificando lo especificado en el Canon Episcopi, En seguida entraba en materia con la recomendación a gobernantes y autoridades para que comprendieran
la malignidad de la brujería, cuya mayor
aberración era la de venerar al Diablo.
Con ello se producían actos monstruosos,
como el sacrificio de niños sin bautizar,
con objeto de aumentar el patrimonio de Satán, y los excesos carnales con el Diablo, tanto con íncubos y súcubos como
entre los propios herejes. El texto aclaraba
la importancia de los testigos y de las
denuncias, que en el caso de la brujería afectaba incluso a criminales, excomulgados o perjuros, privados de esos derechos en juicios normales.
Los pactos
diabólicos, el comercio camal, las mutaciones, la ligadura y las mil y una formas
empleadas por la brujería para hacer daño en bienes, propiedades y creyentes, constituía
el argumento de la segunda parte del Malleus, preámbulo
de la normativa legal que en la tercera parte del libro exponía los
procedimientos a seguir para la condena de los acusados. La
distinción entre tribunales propios de la Inquisición, los
episcopales y los civiles, obligó a la
Iglesia a trazar un sutil puente entre las tres
jurisdicciones, de forma que si alguno de los tribunales eclesiásticos
se viera impedido para administrar
justicia, el culpable pasara a manos de la siguiente jurisdicción; ésta se dio en llamar brazo secular del cuerpo jurídico. En la última parte del tercer capítulo de
la obra se daban las pautas a seguir durante
los procesos, tanto en lo concerniente
a interrogatorios, arresto, encarcelamiento y tortura de los sospechosos, como en lo relativo a los testigos,
pieza importante de la trama a éstos se les
concedía el favor del anonimato. Libro
técnico -como se ha dicho con objetividad
benévola-, ofrecía al lector párrafos
de excitante curiosidad, como las descripciones
relativas a la postura de las brujas
en el momento de copular con el Diablo,
hecho que si bien nadie había contemplado
-según decía el libro-, era fácil de
reconocer, pues tras la cópula quedaba
en el aire una suerte de vaho, gaseoso,
maloliente y putrefacto, prueba inequívoca
de la fornicación. En la misma línea,
los dominicos Kramer y Sprenger daban
pistas sobre las peculiaridades del miembro erecto de Satán, escasamente
desarrollado y potente, además de los
«abortos secos» que sufrían las brujas a poco de haberse sometido a la lujuria diabólica Las indicaciones de carácter médico que hacían los autores del Malleus Maleficarum, destinadas a los investigadores, ponían énfasis especial en la
observación de la temperatura en el occipucio de las mujeres, así como en la probable obstrucción de
los «caños huecos», en referencia a
los conductos anal y vaginal de las
brujas, en donde hallarían pruebas sin duda
concluyentes del acto sexual, El
«martirio» de las brujas, ya en el
proceso y la tortura previa. habría
de fijarse sobre todo en la taciturnidad, vicio con síntomas de posesión demoniaca a todas luces, que se caracterizaba por el obstinado mutismo en que entrarán las mujeres tras los primeros azotes y tormentos y del que no se las podía sacar «ni descoyuntándoles las
quijadas». Debido a esa taciturnidad,
aquellas desgraciadas se mantenían en sus trece y morían sin
confesión.. Pero que a nadie se le ocurriera
llamarlas mártires por eso.
LA CARA OSCURA DEL
RENACIMIENTO
Los
antecedentes históricos referidos, imprescindibles para situar el binomio
Inquisición-brujería en sus orígenes, tendrían su expresión material en la
sociedad europea del Renacimiento, periodo que va de la segunda mitad del siglo XV a
finales del XVII y antesala de la Edad Moderna. Epoca trascendental para la historia de
la humanidad, conoció el resurgimiento de las ciencias, las artes, los
descubrimientos geográficos y una reorganización política y social de
Occidente, ésta debida en gran parte a sucesos bélicos, de un lado, y a la
llegada de los
europeos a América. En lugar destacado, sin
embargo, el desarrollo de la imprenta,
hecho que daría lugar a un impulso impresionante de la capacidad creadora del ser humano. Herencia del pasado más
cercano, la Inquisición se halla incrustada en el panorama luminoso del Renacimiento como una oscura silueta que no sólo reclama atención y precauciones, sino también el alimento
sangrante de la bestia devoradora que habita en sus entrañas. La Iglesia, protagonista en la evolución política y cultural de la época, exige la
contrapartida del Minotauro, que sólo
vive gracias al sacrificio de las víctimas
Estas son a partir del siglo XV, las brujas,
pero ya en proporciones cada vez más
escandalosas.
Las primeras
ejecuciones dictadas por la Inquisición contra la brujería
tuvieron lugar en Provenza (Francia).
Dado que muchos Estados
del Sacro Imperio Romano-germánico estaban gobernados por obispos, la
extensión de los procesos por Alemania corrió como la pólvora. En Italia,
los sucesivos pontífices dirigieron las actuaciones de forma casi personal: y en
España, la Inquisición
no tardó en constituirse
como organización independiente, más atenta
a problemas domésticos relacionados
con moros y judíos que a la
persecución de fantasmas, pese a que
interviniera en uno de los procesos
más resonantes. Católicos y
protestantes rivalizan en la crueldad
con que se enjuicia a las brujas, y la turbulenta figura de Lutero ha quedado enmarcada para siempre en aquella condena
salida de sus labios: «Hay que estrangularlos,
matar a los perros rabiosos», en referencia a unos campesinos, compatriotas
suyos, que se habían negado a obedecer
al obispo. Un pensador de la talla
de Thomas Hobbes, autor del Leviatán
dejaba la impronta de lo que en Inglaterra sentían las clases ilustradas: «Con respecto a las brujas, no creo que sus artes posean un poder real,,
pero su castigo es justo(..), convierten su
oficio más en una nueva religión que en una ciencia».
A medida que
los demonólogos avanzan en el ejercicio de la represión, los más preclaros se sienten «obligados»
a justificar su papel con memorias, resúmenes
procesales, redacción de actas y testificaciones.
cuando no esbozos de tratados, aproximaciones y manuales de inspiración
ciertamente diabólica, todo ello para acallar tal vez la conciencia emponzoñada
por tanto crimen innecesario, De entre la prolija literatura que origina el fenómeno es posible entresacar definiciones sutiles,
afirmaciones y sentencias que dan fe de la
inseguridad reinante en quienes obedecían
con ciega pasión el mandato inquisitorial, pero referencias ineludibles
a la hora de contestar a una pregunta que todos se hacían- ¿Qué era realmente la brujería; quién era realmente una bruja? Los testimonios son elocuentes y, seguidos con cierta cronología, ayudan a entender la
evolución histórica del asunto
CUESTIONARIO
PARA ASESINAR
Una forma
indirecta de conocer «la verdad» -indirecta porque la credibilidad de los
sospechosos era descartada desde el momento en que se hallaban ante la justicia-, consistía en la formulación de un sutil cuestionario,
instrumento de gran utilidad al resumir en veintinueve preguntas lo que interesaba averiguar.
Este formulario, corregido si acaso brevemente
de una circunscripción a otra, tenía la virtud de servir a modo de evaluación global para determinar la culpabilidad,
testificada mediante denuncia casi siempre,
de los reos y hasta dónde habían llegado en las prácticas perseguidas. Inspirado en el Malleus Malificarum, el cuestionario estaba a disposición de los investigadores, que se
servían de una de las copias del
mismo;, una vez cumplimentado, pasaba
a forzar parte del expediente disciplinario, cuando no era el único testimonio válido para impartir veredictos de culpabilidad. En caso de duda se procedía a la tortura. Las veintinueve cuestiones fatídicas, por más retorcidas, capciosas y comprometedoras que hoy nos parezcan, eran las siguientes
1 ¿Desde
cuándo eres bruja?
2. ¿Por
qué razón decidiste serlo?
3. ¿Cómo
llegaste a hacerte bruja y qué pasos diste?
4. ¿A quién has elegido por
cómplice? ¿Cómo se llama?
5. ¿Qué nombre
ostenta el espíritu superior al que te debes?
6. ¿Qué
juramento te viste obligada a prestar?
7
¿Cómo y en qué términos lo hiciste?
8. ¿Qué dedo levantaste? ¿Dónde tuvieron lugar las bodas con Satán? 9 ¿Qué demonios y qué otras personas fueron testigos?
10. ¿Qué
alimentos consumisteis en las bodas?
11. ¿Cómo estuvo
dispuesta la mesa? 12. ¿Qué lugar ocupabas en la mesa?
13. ¿Qué música
se tocó y que danzas se bailaron?
14. ¿Qué te dio
tu amante como regalo de bodas?
15. ¿Qué marca
te hizo el Diablo en el cuerpo?
16. ¿Qué mal
has causado a.. y a....
y cómo lo hiciste?
17. ¿Por qué razón les causaste ese mal? 18. ¿Qué harías
para remediarlo?
19. ¿Qué hierbas
o pócimas sirven para remediar los males?
20. ¿A qué niños has hechizado?
21. ¿Qué
animales fueron víctimas de maléficio, o muertos, y por qué razón lo
hiciste?
22. ¿Quiénes son tus cómplices?
23. ¿Porqué el
Diablo te atormenta por la noche?
24 ¿Con qué haces el ungüento con el que embadurnas
la escoba? 25. ¿Por qué crees que te elevas por los aires? ¿Qué palabras
mágicas pronuncias para hacerlo?
26. ¿Cuántas
veces has volado y quién te ayudó a hacerlo?
27. ¿Cuántas plagas y orugas malignas has creado?
28. ¿A partir de qué compuestos das vida a esas
alimañas y cómo lo haces? 29. ¿Ha fijado ya el Diablo el número de maleficios
que debes hacer?
LA TORTURA, PLACERES AL DESNUDO
La
«Biblia» de la Inquisición
-cínicamente llamada Martillo de brujas- estuvo vigente más de 300 años, tres largos
siglos en los que sirvió de libro de cabecera a los pastores del rebaño,
convertidos en realidad en perros feroces de una grey asustada, indefensa,
empobrecida, miserable y acorralada. Antes
y después de la tortura, la mayoría de las brujas fue objeto de sistemáticas violaciones por parte de verdugos,
ayudantes de verdugo,, carceleros y
quién sabe si también por alguno de los desequilibrados interrogadores. Con
idéntico cinismo al título de su obra magna,
Sprenger y Kramer habían insinuado el
abuso sexual de las mujeres indefensas al
detallar el procedimiento a seguir «El
método para iniciar un interrogatorio con tortura es el siguiente. En primer lugar, los carceleros preparan los instrumentos, desnudan al
prisionero (si se trata de una mujer, ya la habrán desnudado otras mujeres decentes y de buena reputación): se
le desnuda con el fin de descubrir si lleva
objetos de brujería entre las ropas, pues muchas veces, siguiendo las instrucciones del demonio, los fabrican con los cadáveres de niños sin bautizar.» Hay
constancia histórica de que incluso algunas monjas fueron violadas en el curso de esta parte del proceso, lo mismo que cabe suponer el
conocimiento por parte de las autoridades
eclesiásticas sobre la comisión de estos abusos, ¿Qué mujeres decentes y de
buena reputación, según aquellos dominicos
esquizofrénicos, estaban a disposición
de verdugos y carceleros embrutecidos
por un trabajo para el que sin duda se
exigía ausencia de escrúpulos, máxima
insensibilidad y condiciones morales
propias de quienes sólo pensaban en
lo que podían robar a las víctimas? ¿Qué garantías amparaban a aquellas mujeres desnudas en calabozos inmundos, encadenadas
al potro y ultrajadas mediante la
privación de alimentos, prohibición de asearse,
sin posibilidad de consuelo familiar y noches de exposición desvalida al atropello impune?
«Una vez preparados los
instrumentos de tortura
-continuaba el manual-, el juez personalmente o por mediación de otros hombres, celosos guardianes de la fe, intenta convencer al prisionero de que confiese la verdad libremente; pero si éste se niega a hacerlo, ordena a sus ayudantes que preparen al reo
para la estrapada u otro tormento»
La estrapada...,
también conocida come «trato de cuerda», consistía en amarrar :cs brazos del
prisionero a la espalda con una soga pendiente de una polea de forma que
pudiera ser izado al aire.
En ocasiones, la
víctima veía que le colgaban pesos de los pies para separar así los hombros de
las articulaciones sin dejar rastro de malos tratos. La finalida: de este instrumento era
descoyuntar los miembros, para lo cual otras veces se hacía uso de la garrucha; esta se distinguía de la estrapada en que el reo, igualmente atado, era dejado caer sin que cuerpo llegara al suelo, lo
que producía un dolor aún más agudo.
Si era preciso, sin embargo, se
recurría a aplicación de las empulgueras,
método consistente en aplicar fuerte
presión al de _ pulgar del pie con
un trozo de cuerda; cuando la presión se ejercía con dos trozos de metal, el dedo quedaba aplastado y roto. En algunos lugares se discutía hasta longitud del dedo gordo debía aplicarse la
empulguera y lo común era no llegara
al extremo de la uña... Gracias a estos procedimientos, por ejemplo, una viuda de sesenta y nueve años de
edad, Clara Geisler, confesó que «bebía la sangre de los niños que robaba en
el transcurso de sus vuelos nocturnos y
había asesinado a unas sesenta criaturas; denunció a otras veinte brujas
que habían estado con ella en los aquelarres
y declaró que la esposa de un alto
funcionario -burgomaestre-,
fallecido,
presidió numerosos vuelos y banquetes». El acta judicial del proceso contra aquella infeliz decía al final: «El Diablo no permitió que revelara
otros delitos y le retorció el cuello.»
Con esta muestra entraremos, en el próximo capítulo,
en la espantosa maraña de los grandes procesos de la Inquisición por causas
de supuesta brujería.
Fuente: Satanismo y brujería. Grupo Editorial
Babilonia. Barcelona (1992)
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