viernes, 8 de marzo de 2013

LA CALIGRAFÍA DEL DIABLO (escritura automática I)







No existe nada más sorprendente y misterioso en el psiquismo humano que la escritura automática. ¿Existen energías inteligentes, ajenas a nuestra naturaleza, capaces de escribir con la caligrafía del Diablo? ¿Desde qué abismos insondables -demoníacos o celestes- recibimos esas cartas maravillosas?

Este artículo no está redactado por los responsables de esta página, que no necesariamente suscriben las afirmaciones en él vertidas. 

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El inconsciente no basta

La Biblia habla en ocasiones, de los mensajes inspirados y dictados desde el «más allá». Y escribiéndolos «automáticamente» el rey de Israel confiere a los mensajes que le son dirigidos, y que la mayoría no comprende, un carácter de eternidad. Y si pasamos a la religión musulmana, nos encontramos con que todo el Corán le es dictado en un solo día a Mahoma por el arcángel San Gabriel.

Hay, por tanto, ilustres precedentes, y otros más a los que nos refe­riremos más adelante, de «escritura automática». Pero lo cierto es que justamente a mediados del siglo XIX este sistema de «comunicación eclipsa poco a poco a los demás. No hay, evidentemente, otro procedi­miento menos complicado y más rápido para captar los mensajes q re nos son enviados desde el «otro lado» de la realidad.

Un inglés en el antiguo Egipto

Quien demostró ser excepcional médium fue David Duiguid, eba­nista inglés de sorprendentes dones y exquisitas gracias «ultramonta­nas» En trance fue capaz de escribir un libro titulado Hafed, príncipe de los Persas cuyo título era un homenaje al «espíritu» de un contem­poráneo de Jesús que le inspiraba. El libro describe largamente la vida de Hafed, sus combates contra los árabes, los fastos de su matrimonio -: la muerte de su mujer En fin, una novelilla de aventuras más, a no ser por una serie de desconcertantes «detalles»: primero, en el libro se dan pruebas de un sorprendente conocimiento de la antigüedad que deja atónitos a los historiadores. Segundo, no encaja demasiado que semejante obra haya sido escrita por un simple ebanista.

Después de la vida de Hafed. David Duiguid cuenta la de Hermes un sacerdote del antiguo Egipto. El libro termina con «declaraciones de los pintores Ruysdaél y Jan Steen, quienes desde el «más allá» res­ponden a las cuestiones que se les formulan. Nada prueba, por supues­to que tales «declaraciones» sean auténticas, pero no acaba aquí la sorpresa. El libro fue publicado con ilustraciones, es decir, con dibujos que los «espíritus» habían inspirado a Duiguid y que representan esce­nas de la vida de Jesús y de los príncipes persas.. Lo más sorprenden­te del «caso Duiguid» es el estilo excelente con que estaban redacta­das las obras literarias, lo que parecía sobrepasar, y de lejos, las posi­bilidades de un hombre tan simple. Los espiritistas vieron en estas obras motivos más que suficientes para no modificar sus convicciones.

Sin embargo el verdadero «boom» del fenómeno se produjo en los Estados Unidos corriendo el año 1874, cuando un hasta entonces des­conocido dio a la imprenta el final de una obra que la Parca no permitir acabar a Carlos Dickens, Una hemorragia cerebral acabó súbitamente con la vida de este gran escritor inglés el 8 de julio de 1870, cuando sus ilusorios afanes terrenales estaban dirigidos a la redacción de su novela El misterio de Edwin Drood. Es muy posible que este infatigable creador no lamentara tanto morirse como hacerlo sin dejar concluida su última obra.

Crear después de morir

Dos años mas tarde, un obrero no demasiado cualificado, T. P. Ja­mes empieza a recibir extraños mensajes que hacia la Navidad de 1872 se hacen insistentemente frecuentes. El buen hombre vive en un lugar de tan infame fonética como Brattleboro, en el Estado de Vermont, un lugar al que suponemos provinciano y aburrido a más no po­der, lo bastante al menos para que el señor James ceda a las persisten­tes indicaciones que recibe no se sabe de dónde y se ponga a escribir en estado de semitrance, largas y para él incomprensibles parrafadas. Sin embargo, James es lo bastante inteligente para comprender que está captando la continuación de una novela,, y a ello se entrega total­mente hasta que la escritura se concluye en julio de 1873.

Si somos capaces de acercarnos a este hecho extraordinario sin prejuicios, no nos quedará más remedio que sorprendernos profunda­mente. Como se sorprendieron los críticos literarios y los especialistas en Dickens al leer el manuscrito del honrado y anónimo trabajador. Estos especialistas constataron que la línea de pensamiento, el estilo y hasta las faltas de ortografía, que ya es afinar, correspondían perfec­tamente a las características dickenianas.

Por supuesto, la escritura automática se convierte en una moda que hace furor; y algunos escritores de primera fila se dejan seducir por sus encantos. Citaremos a dos: Oscar Wilde, que recurre con frecuencia a este método, y William Blake, el gran poeta visionario, quien en el pre­facio de su obra «Jerusalén» confiesa que este trabajo le ha sido «dicta­do», incluso a su pesar y sin que durante la redacción del mismo haya tenido tiempo de reflexionar Otra curiosidad más: John Newbroug re­curre en 1881 a un método completamente nuevo de escritura automáti­ca al utilizar por primera vez la máquina de escribir, recién inventada. Sale así a la luz pública un título con resonancias teosóficas muy propias de la época, «Oasspe, una nueva Biblia».

Los oscuros hechos de los apóstoles

Geraldine Cumminns, hija de un profesor irlandés, de Cork, primer: lentamente y luego a una velocidad desconcertante, comienza a «de—­se» escribir en diciembre de 1923. ¡Y qué cosas escribe! Pierde casi completamente el sentido cuando lo hace, y, lo más sorprendente del caso, jamás había sentido el menor interés, hasta esa fecha, por los temas a que su abandonada mano hace mención. Tampoco había visitado ni tenido intención de hacerlo los parajes que describe. Jamás había sentido atraída por la arqueología bíblica, la historia de las r­eligiones o la teología. Aunque había viajado mucho a lo largo de su vida, nunca estuvo en Palestina ni en Egipto, países abundante y precisa mente «filmados» en sus prolijas narraciones.

Las Crónicas de Cleofás, su primer libro, ha sido considerado en cierta forma, como un complemento de Las Epístolas de San Pablo y Los hechos de los apóstoles. Según narra San Lucas, Cleofás era uno de los discípulos que Jesucristo encontró después de su resurrección en el camino de Emaús. La historia de la señorita Cumminns comienza inmediatamente después de la muerte de Jesús y termina cuando San Pablo abandona Macedonia para viajar a Atenas. Hay abundantes des­cripciones de los comienzos de la Iglesia y de la obra llevada a cabo por los apóstoles. A continuación publica un segundo libro, San Pablo en Atenas y un tercero, Los grandes días de Efeso, que describe. acontecimientos de los años 52 a 55 de la Era Cristiana; entre ellos cómo San Pablo funda una importante comunidad en una ciudad de Asia Menor célebre por su templo de Artemisa.

Una historia alucinante

 El doctor Prince, miembro de la Sociedad Americana de Investiga­ciones Psíquicas, publicó en 1927 un libro que levantó ampollas,, sembró vientos y distribuyó tempestades por esta porción del planeta que se considera a sí misma como «civilizada». El caso de Patience Wortt, así se llamaba el libro, se refería a las misteriosas facultades de la seño­ra John H. Curran, autora de bastantes historias escritas o que le habían sido dictadas en estado de trance, facultades, por otra parte, bastante inverosímiles en una mujer poco cultivada y de condición bastante mo­desta. Nacida en 1833, en Mount City, se había visto obligada a abando­nar la escuela a los catorce años, con conocimientos muy reducidos,. tanto en historia como en cualquier otra materia.

 En el más vulgar de los anonimatos habría de pasar todo el siglo XIX y los primeros años del XX sin que ningún rasgo de su personalidad pudiera dejar traslucir la fama que iba a adquirir después. Así las co­sas, cierto día de 1913 un amigo le mostró un tablero de oui-ja sin que la señora Curran mostrara especial interés por el tema. Jugó con desgana y obtuvo del vaso algunas palabras inconexas.

Sin embargo, algún tiempo más tarde, exactamente el 8 de julio , I ese mismo año, la señora Curran volvió a apoyar su dedo sobre el y entonces apareció por primera vez un «personaje» que no habría de abandonarla durante mucho tiempo, una extraño «entidad» que manifestó llamarse Patience Worth y que, a través del vaso primero y después utilizando las cuerdas vocales y la pluma de la propia señora Curran, dio a conocer al mundo una historia alucinante.

La señora Curran se muestra en las primera en las primeras sesiones bastante confundida, cree haberse equivocado y duda de la verosimilitud del personaje que la visita. No es para menos, puesto que los mensajes estaban formulados en un «inglés bastante antiguo y conciso, muy diferente del que se habla en los Estados Unidos...». «La propia "Patience" se encargará de explicar la razón de su anticuado lenguaje, pues aseguró haber nacido en 1649 en una granja de Dorsethire, Inglaterra, y haber recibido la muerte, tras una serie de azarosas vicisitudes, a manos de un indio en América…» «Patience» tiene clara memoria de la casa de su padre y del paisaje que la rodeaba, y da una serie de detalles, algunos de los cuales se revelaron exactos al ser comprados in situ.

No ha de conocer ya el descanso la señora Curran tras su «amistad» con «Patience», quien le «dicta» historias y más historias hasta comple­tar una producción literaria superior a ]os tres millones de palabras.

Multitudinarias palabras, sí, pero desarrolladas con una coherencia impecable a lo largo de narraciones tan hermosas como sorprendentes. La primera de ellas, The sorry Tale, transcurre en la época de Cristo. Historiadores y literatos dudaban entre la confusión y el asombro: era increíble que una obra de tal belleza literaria de tal precisión histórica, en la que el ambiente de la época estaba tan perfectamente reflejado, fuera el producto de una mujer sencilla y, como hemos dicho antes, semianalfabeta.

Y se amontonan, claro, las preguntas. ¿De qué forma la señora Cu­rsan, que no hablaba más que el americano corriente, podía conocer las particularidades de la lengua inglesa antigua tan a fondo? Y, sobre todo, ¿quién era esa enigmática «Patience» que hablaba y escribía por intermedio de la señora Curran? ¿Quién está en condiciones de resol­ver satisfactoriamente: hoy por hoy, tales enigmas? ¿A tanto llegan las facultades y posibilidades del inconsciente humano?

Preguntas sin respuesta posible, que son las que más espolean la curiosidad humana. Cualquiera de nosotros sin embargo, podría plantearse preguntas semejantes y tal vez, incluso, obtener una respues­ta- si reuniera los arrestos suficientes para practicar la escritura auto­mática. Pero cuidado: si no quiere encontrarse con algo que le sobrepase, si no quiere verse encerrado en un laberinto de difícil salida, habrá de seguir estrictamente las indicaciones prácticas que le ofrece­remos en un próximo artículo.


Las ciencias prohibidas (enciclopedia del ocultismo): Iniciación al espiritismo.

Quorum 1987

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