El dolor y el sufrimiento humanos, son las semillas del Mal a partir de las cuales nacen sus hijos: los demonios.
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La versión del
demonio
Escuchó el
timbre de la puerta al sonar. Luego su voz al contestar.
-¿Sí…?
-Hola,
princesa. Soy Braulio.
Incluso desde
allí podía escucharse la del gusano al otro lado del aparato. Hacía frío. Allí
siempre lo hacía. Era un lugar frío y húmedo. Solitario… Acurrucada en la
oscuridad, meditaba sobre ello. Mucho más confortable que cualquier otro. Allí
nadie podía hacerle daño. Como un pollito dentro de su huevo. Protegida. Podría
quedarse allí para siempre. Si lo hiciera, nunca más volverían a hacerle daño.
Nunca más.
A ella sí. A
su amiga. La guapa. ¡Era tan guapa! Un verdadero ángel. Se conocían desde
niñas. Siempre fue muy buena con ella. Su única amiga.
Sofía no era
como ella. No era fuerte. Todo lo contrario. Era un ser cándido e ingenuo, pura
bondad. Siempre conseguían engañarla. Le habían hecho tanto daño a ella
también… no podía consentir que volvieran a hacérselo. No lo haría. Nunca más.
Siempre estuvo
allí, a su lado. Agazapada, siempre oculta… incluso para ella. Sofía nunca lo
supo. Mejor así. Una chica de su belleza no soportaría mirarla de frente, ver
en lo que se había convertido. Ella no soportaría que ocurriera. La quería. La
quería mucho. Siempre fue muy cariñosa con ella.
Lo había visto
todo desde su guarida en la oscuridad. Las sombras la cobijaban. Le permitían
espiar, mantenerse siempre presente sin delatar su presencia. Oculta entre
ellas tan perfectamente como si fuese una más de ellas. Como una gota de agua
entre la espuma de las olas en el mar. Un tiburón… surgen éstos de las
profundidades para atacar y despedazar. Era la idea que acerca de sí misma
tenía. Le gustaba pensar en ella como un escualo. Se identificaba plenamente
con ellos. Fuerte, rápida… letal.
Habían sido
muy crueles con ella. Con Sofía. No se lo merecía. Ella nunca había hecho daño
a nadie.
Se había visto
venir. Desde que eran pequeñas. Era demasiado buena, demasiado cándida.
Excesivamente vulnerable. Bella y frágil como la más delicada y exquisita
porcelana. Aquellos gusanos… En sus relaciones con el sexo opuesto, siempre
caminó sobre el filo de la navaja. Una chica como ella resultaba una bomba de
relojería. Hermosa y bonita hasta lo sublime, cordial y comedida hasta lo
peligroso. Siempre tuvo problemas para decir no. Llegó a aprender a hacerlo
cuando hacía falta a fuerza de verse constantemente envuelta en situaciones
comprometidas a causa de su debilidad, pero no con la rotundidad y seguridad
necesarias.
Aun así se
manejó bastante bien. No era tonta. Tampoco tan inteligente como ella, pero lo
bastante en cualquier caso como para desenvolverse y encontrar la forma de
salir airosa de aquellos trances. No aquella noche. Aquella en que todo se vino
abajo. Todo por culpa de aquel mal nacido. No siete como los gatos, sino mil
vidas le hubiera gustado que tuviera para poder arrebatárselas todas, una
detrás de otra y procurándole los mayores tormentos. Lo recordaba como si
hubiese ocurrido ayer mismo. En realidad, podía decirse que, de alguna manera,
así era.
Siempre volvía
a repetirse. Una chica tan bonita atraía a las hienas humanas como la carroña a
sus hermanas del reino animal. Olían su pureza e ingenuidad, y acudían al
reclamo como la alimaña que huele la sangre de la presa herida. Presa fácil.
Sofía no era una mujer fácil, pero sí era una mujer fácil de engañar. No era
tonta, pero sí ingenua. Afortunadamente, contaba con ella. Aunque no lo
supiera.
“Hola, princesa. Soy Braulio.”
¡Sic! Braulio.
Posiblemente, ni siquiera fuese su nombre verdadero. Había estado al tanto de
la evolución de los acontecimientos. Como siempre. Lo conoció en una red
social. Él le entró de una forma ingeniosa y original, consiguiendo despertar
su curiosidad y sorprenderla. Le había asegurado que se parecía a Brigitte
Bardot. Nada menos. ¿Qué chica no quedaría encandilada ante semejante
comparación? Y además era cierto que se parecía, con lo cual, al comprobarlo,
aun había quedado más pagada y halagada en su vanidad. Hombres. Depredadores
sexuales. Son expertos en el arte de embaucar.
No entendía
qué había podido encontrar Sofía en aquel desgraciado. Para nada era lo que se
entiende un hombre guapo y además exhibía una barriga que, sentado, vencía
cualquier intento de disimularla por más que el personaje se esforzara en ello,
cosa que ocurría a las claras. Tampoco era que tuviera ningún encanto o
magnetismo abstractos. Existen muchos varones que, sin ser agraciados, poseen
un poderoso e indefinible encanto que incluso resultaba superior a la simple
belleza física. No era el caso. El de éste, en cambio, era el de un ser totalmente
gris y anodino, más de veinte años, a la postre, mayor que ella.
“Es tan guapo…”, casi podía escucharla
pensar. ¿Estaba ciega o qué? ¡Era un gusano, repugnante y arrastrado! No ya
desde la mera perspectiva del físico, sino, lo que era más importante, desde la
moral y la de su forma de ser. El tío era un bastardo. De tener algo, lo
apostaría a la opción de que era casado. Todo. Y seguro que no perdería. Lo
cual, a su vez, no dejaba de plantear también sus propios interrogantes. ¿Qué
clase de hembra podría ser la que soportara al lado de un varón así?
Había
embaucado a Sofía. Le había hecho creer que era un hombre de mundo. Alguien con
gran experiencia vital y éxito en la vida. Un triunfador. Seguro que el yate y
el Porche con que se dejaba ver en las fotos de sus álbumes no eran suyos.
Cualquier idiota podía ingeniárselas para conseguir hacerse unas del tipo. Y
luego a esperar. Antes o después, pasaría por su cuenta la ingenua que se
tragase el anzuelo. Antes o después.
“¿Por qué tú, Sofía? ¿Por qué siempre tienes
que ser tú? ¿Es que no ves que es un desgraciado que sólo te quiere para
echarte un par de polvos y desaparecer después?”
Le haría mucho
daño. Otra vez. Sofía solía ilusionarse demasiado con los hombres. Tenía
tendencia a ello. Las buenas chicas suelen tenerla. Buena chica, chico malo:
binomio acostumbrado. Ella no era una buena chica. Para nada.
“Si tú te equivocas Sofía, yo lo arreglaré.
No permitiré que vuelvan a hacerte daño.”
Pobrecilla. Ahora terminaba de darse los últimos toques ante el espejo. ¡Qué guapa era! Se había hecho una cola de palmera con el pelo. Le quedaba muy bien. Todo le quedaba muy bien. El vestido amarillo. Finalmente se había decantado por él. Le sentaba genial. Era cierto que se parecía a BB. Incluso era más bonita que ella aun, si es que eso resultaba posible. Más joven que la imagen que de la diosa francesa ha quedado en el imaginario colectivo, más cándida y fresca.
Pobrecilla. Ahora terminaba de darse los últimos toques ante el espejo. ¡Qué guapa era! Se había hecho una cola de palmera con el pelo. Le quedaba muy bien. Todo le quedaba muy bien. El vestido amarillo. Finalmente se había decantado por él. Le sentaba genial. Era cierto que se parecía a BB. Incluso era más bonita que ella aun, si es que eso resultaba posible. Más joven que la imagen que de la diosa francesa ha quedado en el imaginario colectivo, más cándida y fresca.
“¿Dónde vas, pobre desgraciada? ¿Es que no
ves que vales mucho más de lo que ese bastardo merecería en mil vidas que
viviese? ¿Vas a regalarle tanta belleza y virtud a semejante cerdo?”
Ella sonreía.
No podía verla. Ni siquiera intuía su presencia. Demasiado bien camuflada. Las
sombras la cobijaban como a una hija. Se confundía con ellas a la perfección.
Casi sentía deseos de gritarle. De cogerla por los brazos para agitarla y
obligarla a abrir los ojos. No lo haría. Nunca se debe hacer con los seres como
Sofía. Son cisnes. Bellos cisnes que viven en un mundo hostil, indefensos y
vulnerables ante las fieras que lo pueblan. Destruir esa pureza sería un
crimen. Por el contrario, los que son como ella viven para protegerlos y
preservarlos. Si fuera posible llevarla a algún otro… a algún bello lago, como
el soñado por Tchaikowskii. Un lago para cisnes de corazón, como el del tema de
Nitghtwish. A Sofía le encantaba esa
canción. A ella también. Evocaba precisamente ese sentimiento El de un mundo
aparte virgen y puro, libre de toda maldad y contaminación por la humana
mezquindad. Un mundo en el que dejar libre al cisne, segura de que nada malo
podrá ocurrirle allí.
No existía ese
mundo. A falta de él, no quedaba más remedio que velar por ella. Vigilarla de
cerca, siempre desde las sombras y sin delatar la propia presencia, para
protegerle y librarle de todas las negativas influencias que podrían dañarle.
Cisnes. El cisne es símbolo de la belleza más pura e ingenua, casi angelical.
Nunca debería mancillarse algo tan hermoso.
Nightwish - Swanheart (corazón de cisne)
Escuchó el
sonido de la puerta de la casa al cerrarse. Ya estaba aquí. Casi temblaba de
pura ira.
-¡Un segundo!…
¡ya salgo!
“¡No, no, no! ¡Maldita sea!... ¡¡¡no!!!”
No podía
soportarlo.
“No lo hagas, cariño. ¿Es que no ves que
sólo quiere aprovecharse de ti? Disfrutará de tu cuerpo y luego te abandonará
sin contemplaciones. No le importas lo más mínimo. Te destrozará el corazón sin
inmutarse siquiera. Para él no eres más que un cuerpo precioso con el que satisfacer
su obscena lujuria”.
No, no lo
veía. Era un cisne. Un cisne de corazón. Ellos no pueden ver la maldad. Siempre
les engañan. Siempre les hacen daño.
-¡Perfecto!
¡No te preocupes!
“¿Qué no se preocupe? ¡Vas a destrozarla,
maldito hijo de puta! ¿Cómo puedes pedirle que no se preocupe? ¿Cómo puedes ser
tan cínico?”
“Por nada, preciosa. Ponte todo lo guapa que
quieras. No tengo pega alguna en esperar lo que haga falta.”
También podía
escuchar el sonido de las palabras en su mente. Tan perfectamente como el de
las que salían de su boca. La imaginación es algo terrible cundo se ve azuzada
por sentimientos tan intensos como el odio más profundo.
No lo
permitiría. Jamás volvería a hacerlo. Ya ocurrió una vez. Las personas como
Sofía no pueden cuidar de sí mismas. Necesitan a alguien como ella para que lo
hagan. Un ser fuerte y seguro, sin dudas, que sepa lo que hay que hacer en cada
momento.
Sofía contaba
con ese ser. La tenía a ella. Siempre sería así. Nunca volvería a defraudarla.
Salió al
pasillo y se dirigió al salón para encontrarlo. Se aseguró de cerrar antes la
puerta del aseo. Absorta ante el espejo, ni siquiera se enteraría. Las
condiciones de la casa y su propia ensimismación lo permitían.
Sabía lo que
debía hacer. Hubiera preferido no hacerlo, pero no le dejaban más opción. De
nuevo. Siempre volvía a ocurrir. Malditos bastardos… ¿por qué no podían
dejarlas en paz? A ellas dos, solas… serían felices. Muy felices. Pero no
podían hacerlo. Las hienas no se preocupan por sus víctimas Cuando huelen la
sangre, acuden a la orgía de destrucción de todo lo que es puro y limpio sin
preocuparse por nada que no se la exclusiva satisfacción de sus más bajas
pasiones. No lo permitiría.
No era tanto.
Aquello de que hubiese preferido no hacerlo. En realidad disfrutaba con ello.
Haciéndolos pedazos con sus dientes, viendo el terror reflejado en sus ojos y
escuchando sus gritos de horror mientras los devoraba en vida.
Lo vio
aparecer en su campo visual a través de la nube roja que le cubría la mirada.
Traía un peluche en las manos. Un precioso peluche amarillo.
“Hijo de puta…”
Se veía
todavía más repugnante en persona. Quizá fuese sólo una percepción psicológica.
Demasiado rencor acumulado. Debía brillar en su mirada como la luz de la luna
en el metal de la hoja del asesino. Él la observó espantado. Una mueca de puro
horror de dibujó en su rostro de gorrino, al tiempo que el muñeco le caía de
las manos.
No podía
resistirlo. Puro odio que la hacía temblar y hasta casi desfallecer.
“¿No te gusto, mal nacido? No soy tan
atractiva como ella, ¿eh?”
-¡¡No!!
¡¡¡Apártate de mí!!!
“¡Desgracido!” La despreciaba por su
aspecto. Los cerdos como aquél juzgaban a las personas por su simple
apariencia, sin preocuparse por ninguna otra consideración. Por sus
sentimientos, sus emociones… También a ella le habían hecho daño. Mucho. Desde
pequeña. Por ello fue que aprendió a esconderse. Como un escorpión. Había una
vieja canción que hablaba de ello:
“Yo no debo nada a
nadie
y eso lo sabéis muy
bien
nadie tuvo ningún
detalle
cuando lo necesité.
Si queréis
encontrarme
preguntadle a la
pared
ella sabe que me
escondo
porque no quiero
perder.
Acércate a mi agujero
con sigilo y
precaución
cuando veo el peligro
soy peor que un
escorpión.
Enfundado en mi capa
llevo harapos en la
piel
me arrimé mucho hacia
el polvo
ahora ya no veo bien.
Primero preparo el
círculo
y después atacaré
el aguijón de la
venganza
yo te lo puedo meter.
Acércate a mi agujero
con sigilo y
precaución
cuando veo el peligro
soy peor que un escorpión.”
Siempre le gustó aquella canción. Se identificaba plenamente con su
letra y significado. Ella también era como un escorpión. Un letal escorpión que
había sido obligado a esconderse y ocultarse del mundo, y que ahora miraba con
recelo y hundía sin dudar su aguijón en todo aquel incauto que se acercaba
demasiado a las inmediaciones de su agujero.
Intentó golpearla, pero carecía de la habilidad y la velocidad
necesarias para hacerlo con eficacia. No encontró dificultad alguna para
cubrirse y desviar el torpe ataque con sus brazos. Acto seguido y sin solución
de continuidad, lanzó un nuevo puñetazo que vino a impactarle en el pecho. Vano
intento. Lo encajó sin problemas. Tampoco poseía la fuerza necesaria para
afectarla. No, al menos, con un solo golpe.
Vio la sorpresa en sus ojos. También él la había prejuzgado. Todos lo
hacían. Pensaban que era fea, débil… repulsiva. Todos menos ella. Menos Sofía.
“Ahora me toca a mí, cerdo”.
Se sintió excitar aun más cuando escuchó el sonido de sus dientes y su
tabique nasal al quebrarse. Después lo tomó enérgicamente de la camisa para
girar y proyectarlo con fuerza contra la mesita del salón.
Como una pantera, saltó para caer sobre él e inmovilizarlo. Lo que
siguió fue una pura orgía de crueldad y dolor, que le llevó a la más salvaje y
placentera enajenación. Éxtasis total del psicópata, alcanzado a través de la
pura ultraviolencia y la liberación del impulso más sádico y criminal.
La
versión del hermano
Descendió por la garganta del
inmueble que llevaba hasta el aparcamiento parking subterráneo tras haber sido
engullido por la boca metálica que, automáticamente, se abría a la ciudad para
dejar entrar a los vehículos de los habitantes de aquél y sus allegados. El día
había amanecido triste, con grises nubarrones que anunciaban lluvia y tormenta.
Atrás quedaba el impresionante aguacero, tras haberse abierto de par en par las
puertas del cielo para dejar caer el llanto de los dioses sobre la Tierra.
Desagradables connotaciones.
Carlos andaba preocupado. Desde hacía más de un mes. Su hermana había vuelto a
recaer. Más profundamente incluso que en las últimas ocasiones. Cada vez se
acercaban más a su definitiva recuperación, pero, igualmente, cada vez el
riesgo en las recaídas resultaba más agravado. Por aquello de que cuanto más
alto se escala, más dura resulta la caída. Cada vez caía desde más alto. Cada
vez resultaba más dolorosa y grave la caída. Era un juego peligroso. Todo
o nada. O salía definitivamente en una de esas recuperaciones, o alguna de las
recaídas, antes o después, se la llevaría de la misma manera.
También Aschemager, el
psicólogo que venía tratándola desde hacía casi un año, estaba preocupado. Por
sus propios motivos. Él no temía tanto por aquéllas. Según aseguraba, la cosa
tenía grandes probabilidades de acabar resolviéndose en forma satisfactoria,
pero temía los traumas que pudieran quedar sepultados bajo esa apariencia de
recuperación.
“Sofía, Sofía… ¿qué
vamos a hacer contigo?”, pensó mientras buscaba la plaza correspondiente
para aparcar.
Su hermana pequeña era el ser
más dulce y cariñoso del mundo. Demasiado dulce y demasiado cariñoso. Más de lo
que a uno mismo conviene serlo. Le afectaban mucho las cosas. Más que a la
gente normal. Resultaba mucho más frágil y vulnerable.
Desde que eran niños, aquella
ternura y dulzura suya les había traído un sin fin de quebraderos de cabeza.
Como en aquella ocasión en que salieron de excursión con la escuela a un pueblo
rural de la provincia. No pudo reprimir una sonrisa al recordarlo. Sus
profesores habían querido llevarles a visitarlo para que conocieran el modo de
vida de otras épocas. Les mostraron el lavadero, la pila pública donde las mujeres
lavaban antaño la ropa con el agua del río que se hacía pasar por allí. También
la iglesia, el ayuntamiento y varias casas antiguas notables por uno u otro
motivo, y también les llevaron al campo para enseñarles la forma en que
Norberto, un venerable anciano nonagenario, laboraba todavía su huerto con la
ayuda de “el
Jefe”, un burro de pelo negro y aspecto cansado que le acompañaba en sus
fatigas desde hacía ya algunos años. Norberto era de los últimos campesinos
españoles que seguían trabajando la tierra con animales y no con
tractores y otras máquinas a motor. No debían quedar en todo el país más que un
puñado como él.
También visitaron varios
corrales de vecinos del pueblo. Y la sorpresa de sus progenitores cuando, al
regreso, descubrieron a Sofía jugando en la cocina con siete pequeños
conejitos, fue mayúscula. Todos los niños, especialmente las niñas, habían
quedado encandilados al verlos. Y como hubiera sido de esperar, cuando a la
vetusta cuidadora de las criaturas se le ocurrió comentar que su destino sería
la cazuela cuando crecieran, Sofía tuvo claro lo que tenía que hacer y, al
descuido de aquélla, escondió a los gazapos en la bolsa que su madre le había
preparado con el almuerzo y ya no los sacó de allí hasta haber llegado a casa.
Los padres de Carlos y Sofía
eran gente muy prudente, con lo cual se pusieron enseguida en contacto
con la directora del centro para comentarle. Ésta les citó para verse en
persona esa misma tarde, entrevista en la cual reprendieron a la niña por su
acto, si bien en forma comprensiva y no excesivamente dura. Al fin y al
cabo, tan sólo tenía siete añitos. Las travesuras forman parte del desarrollo
de los pequeños.
Esta pequeña tenía las cosas
muy claras. El castigo y la solución a su falta, pasaba inexcusablemente por
retornar los conejitos a su dueña. Que si quieres arroz, Catalina. ¡Ni hablar!
A Sofía se le había metido en la cabeza eso de que si volvían allí se los
comerían, y no hubo forma de hacerla transigir en su decisión. Su padre, claro,
decidió que le gustara o no, los devolverían, pero fue tal el drama que montó
la chiquilla, tal su llanto y el sentimiento mostrado, que consiguió conmover a
todos, incluida la directora.
“-Yo… no soy quién
para decirles cómo deben educar a sus hijos. Entiendo correcto imponer a los
niños cuando es necesario y no transigir ante sus pataletas, pero lo cierto es
que Sofía está demostrando con esto tener muy buenos sentimientos. El amor por
los animales puede ser algo tan positivo en la educación de un niño, como la
rigidez e inflexión cuando de hace necesaria. Un niño que ama a los animales,
será un adulto que sabrá respetar a las personas.
-Sí, eso es verdad…
pero si consentimos que se salga con la suya, habremos sentado un mal
precedente.
-Creo que sí. Pero
existen soluciones intermedias.”
La solución intermedia de la
directora consistió en, a cambio de permitirle quedarse con los conejitos,
imponer a Sofía acudir durante tres sábados seguidos a casa de su antigua dueña
para echarle una mano con sus labores. La idea era que no pensase que un acto
reprobable pudiera quedar sin castigo.
La cosa fue bien. Incluso se
hizo muy amiga de la anciana, que cogió cariño a la niña hasta el punto de
prometerle que nunca más criaría conejitos ni pollitos para sacrificarlos
después –cumpliera ciertamente o no su palabra-, y hasta les invitó, a ella y a
él mismo, a pasar allí algunos días en sus vacaciones de verano, cosa que
hicieron durante algunos años, hasta que la mujer falleció.
Así había sido su hermanita. Así
seguía siendo. Carlos siempre tuvo que cuidar de que no andara metiéndose en
líos. Sobre todo cuando comenzó a despertar a la pubertad. Ya con doce añitos,
se hizo evidente que la criatura iba a ser una auténtica preciosidad. Las líneas
que su cuerpo comenzaba a esbozar, eran de una belleza y armonía exquisitas, al
tiempo que su rostro de ángel iniciaba la modificación de niña a mujer sin
perder un ápice de su delicadeza y dulzura. Demasiado encanto para pasar
inadvertido.
Pulsó
el botón para llamar al ascensor. No le gustaban los parkings subterráneos.
Tampoco los demás. Uno tenía siempre la sensación de que alguien quedaba tras
él, observándole desde el interior de algún vehículo. Una vaga sensación de
amenaza. Lugares solitarios, adecuados para acechadores. No le gustaban.
Con trece años, la
chiquilla ya era toda una belleza y apenas cumplidos los catorce, se había
convertido en una mujer espectacular. Una mujer con mente de niña. Carlos tenía
que andar constantemente pendiente de ella, alejando a los moscones y las malas
influencias. A esas edades, las mocitas suelen mostrarse fascinadas por
macarrillas de medio pelo y adolescentes marginales. No era eso lo que querían
para ella, pero ¿cómo evitar que la rondaran? Sofía atraía a los zagales como
la miel a las abejas. A Carlos le costó muchas peleas y tener que volver más de
una vez a casa con un ojo morado, además de alguna que otra denuncia y
problemas con los padres de varios de aquéllos que quedaron por él lastimados.
En fin, cosa de chavales.
Poco después de haber cumplido
los quince, un cazatalentos al servicio de una prestigiosa agencia de modelos
descubrió a Sofía mientras, junto a dos amigas, miraban un escaparate en un
centro comercial. Como se ha dicho, la belleza de la niña era algo realmente
espectacular. Su cuerpo de diosa llevaba su atractivo hasta lo puramente
delirante en combinación con su bellísimo rostro, aniñado y dulce hasta lo
sublime. Además de ello, el porte y elegancia natural de la muchacha semejaban
los propios de una aristócrata sanguínea. Algo con lo que se nace y no se puede
aprender en toda una vida.
El hombre se acercó para
hablar con ella, lo cual despertó las suspicacias de las chavalas, que pronto
no obstante se relajaron. No parecía peligroso. Tan sólo se limitó a informarle
de para quién trabajaba y de la oportunidad que le ofrecía, entregándole una
tarjeta y diciéndole que lo comentara con sus padres y le llamara para
concertar una cita, a la cual, necesariamente, habría de acudir con ellos. En
ningún momento intentó nada raro ni propuso quedar con ella a solas ni nada
parecido. ¿Qué peligro podría entrañar quien exigía para volver a encontrarse
con ella que fuese acompañada de sus progenitores?
Efectivamente, el
personaje resultó ser lo que afirmaba. Hablaron y les hizo saber de las muchas
y muy pronunciadas cualidades que reunía Sofía, asegurándoles que podría llegar
muy alto en el mundo del modelaje. Ella, por supuesto, quedó ilusionada como
sólo puede quedarlo una adolescente.
El siguiente paso fue
llevarla a la agencia para presentarle a su directora y las profesoras, que
quedaron al punto fascinadas y encantadas con la chiquilla. Según dijeron, tan
sólo habría que enseñarle un par de cosas para desenvolverse en la pasarela.
Todo lo demás lo traía de serie. Una fotogenia totalmente fuera de lo común, un
cuerpo precioso y estilizado, con unas piernas largas y muy bien torneadas y
unas formas exquisitamente proporcionadas; una clase y elegancia de
movimientos, gestos y poses dignas de una zarina…
“-Prácticamente todas
las grandes tops empezaron como tú. Naomi Campbell, Claudia Schiffer, Gisele
Bundchen, Karolina Kurkova, Kate Moss… todas fueron descubiertas por algún
cazatalentos como Miguel.
-¿Sí…?” –preguntó ella fascinada.
-¿Sí…?” –preguntó ella fascinada.
“-Por supuesto. Gisele fue
descubierta en un MacDonals; Claudia en una discoteca, Kate en un aeropuerto;
Naomi, igual que tú, mientras miraba un escaparate con unas amigas…”
Los ojos de ella se
habían abierto como platos, al tiempo que escuchaba totalmente cautivada.
Tinc… No entró enseguida en el ascensor,
reflexivo y ensimismado en sus pensamientos.
“-En algún caso, como el de
Adriana Sklenarikova, fueron ellas mismas las que, sabedoras de su potencial,
enviaron sus fotos a alguna agencia, pero por lo general, todas las grandes
tops fueron descubiertas en plena calle, como tú.”
¿Qué decir? Aunque hubiesen
pretendido quitarle la idea de la cabeza, ya no hubiera resultado posible.
¿Quién podría convencer a una mocita de quince años a la que han hablado en
semejantes términos, para que renuncie a las ilusiones recién nacidas que
deslumbra su mente adolescente? Más trabajo para Carlos. Lo tuvo claro desde el
primer momento.
Sofía comenzó desfilando en
algunos pases no demasiado importantes, para el Corte Inglés, Zara y similares.
Se trataba de acostumbrarla a ello, rompiendo los naturales temores e inseguridades
que cualquier persona pueda sentir al realizar algún tipo de actividad de tipo
espectáculo o similar ante el público. No digamos ya una niña de quince
primaveras.
Puros nervios fue Sofía
en aquellos primeros desfiles. Y sin embargo causó auténtica sensación desde el
principio. Las llamadas y contactos con la agencia de empresas que la querían
en sus pases, alcanzaron una frecuencia como pocas veces antes recordaran en
aquella hubiese ocurrido.
La evolución fue inesperada,
al menos para ellos. En la agencia, quizá sí podrían haberla previsto. Era su
trabajo. Sabían lo que se traían entre manos. Pocos meses después de haber
pisado una pasarela por primera vez, Sofía desfilaba en Valencia fashion
week, Trending Madrid y Barcelona bridal week. Firmas como Vogue y Cosmopólitan
contactaron igualmente para interesarse por ella, así como varios diseñadores
de renombre nivel nacional. La niña parecía haber nacido para esto. La gente
estaba entusiasmada con ella.
Huelga comentar el efecto que
ello tuvo en Sofía. De repente, se vio abrumada y saturada por éxito tan
repentino y apabullante. Incluso en una persona más adulta y experimentada se
haría comprensible la dificultad para asumirlo. No digamos en una chiquilla de
quince años. Por lo pronto, el curso escolar se fue al garete. No había sido
Sofía muchacha de sacar malas notas ni de repetir cursos. Tampoco lo contrario,
notable estudiante de brillante expediente, pero se había defendido bastante
bien hasta entonces. Sin embargo, aquel año se vio obligada a pasar semanas
enteras sin acudir a clase, con lo cual no hubo forma de salvar el curso.
-No os preocupéis, papá –había
dicho-. Este año nos ha cogido todo por sorpresa. Para el siguiente, ya
sabiendo cómo va, nos organizaremos mejor.
Claro. Tenía razón. Y además
era aquel un tren que sólo pasa ante la puerta de unos muy pocos privilegiados
y no lo haría dos veces. Al fin y al cabo, la de modelo también podía ser una
carrera, al menos para alguien que reuniera tantas condiciones para ella como
Sofía. Podría estudiar sobre la marcha. Si la cosa iba bien, y todo anunciaba
que así sería, aquel sería el trabajo de la muchacha para los próximos diez o
quince años, y aun resultaba muy posible que continuara a él vinculad de alguna
manera después. ¿Se puede dejar de lado algo para lo cual se tiene una especial
e innata predisposición, el éxito prácticamente asegurado, por unos estudios
que no garantizan éste en modo alguno? Ciertamente no. Sofía estudiaría, por supuesto,
pero amoldaría el ritmo a su trabajo como modelo, que era la faceta que donde
más posibilidades de triunfo tenía y que más expectativas abría para ella.
Tampoco pareció perder
contacto con el suelo. Pese a verse convertida de la noche a la mañana en una
diosa que salía en revistas de moda o posaba para firmas que deslumbraban por
su propio nombre, consiguió mantener el contacto con sus amigas de toda la vida
y hasta la relación con Pablo, su noviete desde los catorce años. Era un buen
chaval. A Carlos le gustaba. Y también a sus padres, aunque de cara a ellos
hiciesen como que no se enteraban de qué iba la cosa y lo tomaban por un amigo
más. Porque, claro, Sofía no les había dicho que salía con él. Casi demasiado
mayor. Tres años más que ella, igual que Carlos. A esas edades, resulta una
diferencia notable.
El caso era que se
trataba de un chaval majo. Uno de esos macarrillas guaperas por los cuales hubo
de preocuparse para que no se acercaran a su hermana, pero tan sólo en
apariencia y sin auténticas vinculaciones marginales. En realidad, no era más
que simple rebeldía juvenil y pose de cara a las chavalas. ¿Quién podía decirse
a salvo de eso para lanzar la primera piedra? Pesar de sus iniciales
reticencias y temores, el muchacho se portó bien con su hermana y supo ganarse
su afecto.
Nada
más abrirse la puerta del ascensor, llegó hasta sus oídos la música procedente
del apartamento de Sofía. Sonrió. Había hecho insonorizar el inmueble,
precisamente, para poder escucharla a todo volumen cuando le viniese en gana sin
molestar a los vecinos. Costó una buena pasta
la obra y además la había acompañado con la sustitución de las antiguas puertas
interiores de chapa por otras gruesas de madera maciza, a fin de amortiguar también
los sonidos dentro de la estancia. La idea era no molestar demasiado con la
televisión o la música si alguien se quedaba a dormir o similar. Todo un
ejemplo de respeto hacia los demás su hermanita, como siempre. Su casa contenía
los decibelios tan eficazmente como cualquier discoteca bien acondicionada. Podría
matarse a un gorrino dentro de ella sin que los vecinos escuchasen los gritos
del animal debatiéndose, estaba seguro. Una vez vio cómo lo hacían por la tele.
Un auténtico escándalo el que montaba el pobre bicho. Incluso de una habitación
a otra, resultaría amortiguado el sonido.
Tenía el aparato a buen volumen. Debía
haberlo subido tras abrirle la puerta desde el portero automático. De haberlo tenido así ya antes, no le
hubiese escuchado al llamar. Carlos prefería hacerlo. Tenía llave del
apartamento de su hermana, claro, pero salvo casos de fuerza mayor, prefería
respetar su intimidad avisando de su llegada y dejando que fuera ella la que le
abriera.
Cerró
la puerta tras él al entrar. Tenían cita esa mañana con Aschemager. Carlos
solía acompañarla al menos una vez por semana, para así poder hablar con él
tras la sesión sobre la evolución de su hermana.
-Acabo
en un segundo –se escuchó su voz procedente del cuarto de baño-. Estoy
terminando de pintarme los labios.
-No
te preocupes, no hay prisa. Faltan aun más de cuarenta minutos.
“Nightwish”, pensó sonriendo ligeramente
de nuevo. A fuerza de escucharlo cada vez que estaba allí, había aprendido a reconocer
el estilo tan particular del grupo. Algo así como una ópera metálica. La privilegiada voz de mezzosoprano de su cantante... A ella le
encantaba. Desde que lo descubriera, sentía verdadera adoración por su ex
vocalista. Tarja. Tarja Turunen. Había llenado la casa de posters e imágenes
suyas y se había convertido en adicta a todo tipo de foros y redes sociales en
que se conociera y hablase de ella o del grupo. También con él, cómo no,
comentaba sobre ello. La traía permanentemente en boca. “Tarja es preciosa”… “nadie canta como Tarja”… “la voz de Tarja es una
auténtica maravilla”… Tarja, Tarja, Tarja… casi podría llegar a tomarle
manía a la pobre mujer. Lo de su hermana era casi una obsesión.
Según
Aschemager, aquella afición podría serles de ayuda. Una obsesión como
instrumento con que combatir otra obsesión. Como aquello de que un clavo saca a
otro clavo. La idea era que la atención de las personas puede funcionar a veces
como el agua contenida en un estanque. Si se abre una vía a otro, parte de ella
pasará éste y el nivel descenderá. Igualmente, toda la atención que centrase en
su fijación musical sería retirada de la otra.
Él no
veía tan clara la cosa. Conocía bien la tendencia de su hermana a lo obsesivo.
Según Aschemager, se trataba de combatir una manía destructiva con otra que, a
priori, resultaba mucho menos negativa y peligrosa. Y sin embargo… las letras
de los grupos góticos hablan a menudo de melancolía, desaliento… suicidio. No
era el tipo de canciones que semejan recomendables para una persona con
tendencia al abatimiento y la depresión.
Para el año siguiente, su
nombre e imagen había corrido por el mundillo de la moda española. Las
propuestas de contratación exclusiva comenzaban a llegar, cada vez de marcas y
firmas más prestigiosas y cada vez con mejores propuestas económicas y
condiciones más ventajosas. Tanto Álvaro, el abogado de la familia, amigo de su
padre desde la época de su juventud, como Teresa, la directora de la agencia,
le aconsejaron esperar un poco antes de atarse. Al menos hasta después de
Cibeles, la pasarela. Como se ha comentado, muchas y cada vez más importantes
eran las atenciones centradas en Sofía. Aún era, como quien dice, una niña.
Dueña de una espectacular anatomía de mujer, pero poco más que una mocosa todavía
en realidad. Su mente seguía siendo la de una chiquilla de dieciséis años. Algo
más evolucionada y madura desde que había entrado en esto de la moda, forzada
por las circunstancias, pero sin llegar su mentalidad a superar la normal de
esas edades.
Sería mejor esperar un poco
todavía. Era bueno para ella. Durante los meses siguientes continuaría
curtiéndose en pasarelas no tan importantes y posados para revistas de moda y
tendencias femeninas. Ello le daría más seguridad y tablas a la hora de enfrentarse
a la prueba definitiva en Cibeles. La gente de Luccino, Versace, Dolce &
Gabana, Carolina Herrera, Yves Sant Laurent… todos los grandes, por sí
mismos o a través de sus colaboradores de confianza, estarían allí. Incluso en
algunos casos, participarían mostrando sus colecciones. Una cita importante. La
más importante en su joven vida. Tendría que darlo todo en ella. Todavía no
estaba preparada. Lo estaría para entonces.
Por otro lado, tampoco
convenía vincularse contractualmente todavía. Los ojeadores andan en permanente
alerta. Se trata de descubrir a las futuras estrellas cuando empiezan a
despuntar, consiguiendo contratarlas cuando su caché todavía no ha alcanzado
niveles estratosféricos. En esos momentos de sus primeras andaduras, las niñas quedan
fácilmente deslumbradas ante las ofertas de las grandes firmas y resulta
accesible reclutarlas en condiciones muy ventajosas para la firma que, poco
después, cuando su fama y prestigio haya subido como la espuma, se habrán
convertido en utópicas. Quedan así vinculadas por años a cambio de
remuneraciones muy por debajo de la que correspondería a la notoriedad que en
muchos casos llegan a alcanzar. Fichar pronto para fichar barato. Como en el
mundo del fútbol. Los grandes clubes siempre quieren reclutar a las grandes
promesas antes de los mundiales y las grandes competiciones internacionales,
antes de que se hayan destapado totalmente y su caché se haya disparado.
Igualmente, convenía a Sofía esperar hasta después de Cibeles para firmar su
contrato.
Fue entonces cuando Sofía
comenzó a coquetear peligrosamente con la anorexia. De por sí, era una chica de
metabolismo ultraacelerado, que quemaba todas las calorías que ingería y
costaba de sumar un gramo de grasa. Los organismos bendecidos con uno así, al
ingerir todos los nutrientes que necesitan en su dieta, cuentan con el
inestimable don de conservar la materia magra y, con ello, las femeninas formas
pese a su delgadez, manteniendo un tipo esbelto y delgado. El sueño de
cualquier aspirante a modelo. Y sin embargo resulta fácil sembrar la semilla de
la inseguridad en la mente de una niña.
Era mucho lo que se jugaba.
Debía llegar a Cibeles en condiciones ideales. Algunos consejos de otras chicas
compañeras de agencia o desfiles, cosas leídas en foros en Internet… pese a ser
dueña de una espectacular anatomía, Sofía comenzó a entrar en esa peligrosa
tendencia a verse siempre algo pasada de peso. Muy peligrosa.
Empezó a comer menos. Incluso
a saltarse comidas de vez en cuando. Todos comenzaron a inquietarse ante ello.
Carlos, sus padres, sus amigos… por supuesto, también Pablo. La quería mucho,
se notaba. Cómo no. Sofía era un verdadero ángel. Una diosa de la belleza con
un corazón de oro y de una dulzura extrema. ¿Quién no quedaría rendido ante semejante
virtuosismo en forma de mujer?
Más o menos consiguieron
llevarla por el buen camino, aunque siempre al filo de la navaja. Incluso
llegaron a replantearse la conveniencia de que Sofía siguiera en ese mundo,
pero ya era demasiado tarde para dar marcha atrás. ¿Cómo convencerla ahora que
había comenzado a despuntar y sabía que los grandes empezaban a fijarse en
ella, de que abandonase lo que sería un sueño dorado para cualquier jovencita?
Un mes antes de la cita,
comenzaron las preparaciones. Llevaron a las chicas –a las que no habían
participado antes en el evento- al lugar para que comenzaran a familiarizarse,
les tomaron las medidas y peso y les presentaron a la gente de éste. Desde el principio,
hubo algo que no conectó entre Sofía y el organizador. Un imbécil con cara de
perro y predilección por los muchachos, aunque tampoco parecía descartable que
supuesta homosexualidad no fuese más que una estratagema para poder mejor
acercarse a las chicas sin despertar sus suspicacias. Al menos esa fue la
impresión que le dio a ella, aunque probablemente estuviera contaminada por su
prejuicio. No le había caído bien, no podía evitarlo. Ni a ella ni a ninguna de
las otras chicas. Las trataba muy mal. Se dirigía a ellas con exigencias y en
términos autoritarios, sin tener en cuenta que muchas eran prácticamente niñas.
-Andas al límite, guapa –le
soltó el muy imbécil al medirle la cintura-. No quiero tonterías –añadió
mirándola en forma nada amable-. La Coca-Cola y las hamburguesas para
las amigas durante las próximas semanas.
Sofía quedó
sofocadísima. Sintió verdaderas ganas de llorar. ¿Qué le estaba diciendo aquel
desgraciado? ¿Podía siquiera intuir el sacrificio que todo aquello estaba
costándole? Tanta hambre… llegaba a marearse en ocasiones y casi caer al suelo
debido a la falta de glucógeno en la sangre. Sólo en base a la pura fuerza de
voluntad y el empeño por alcanzar su sueño, conseguía vencer la tentación de
comer más de lo que debía que continuamente la asaltaba.
-Vamos, vamos -quiso
tranquilizarla Teresa-… no hagas caso, cariño. Estás genial. Es sólo que está
muy nervioso.
-¿Muy nervioso? –replicó ella
arisca y a la defensiva- ¿Me llama gorda porque está muy nervioso?
-Le han cargado toda la
responsabilidad sobre su espalda. Quiere que todo salga bien. Estarán muchos de
los grandes, ya lo sabéis. Si algo no sale como debiera, será él quien quede
mal ante ellos.
Claro. Y la forma más adecuada
de asegurarse de que no ocurría, era tratar de forma tan brusca y carente de
tacto a las niñas. Lo más recomendables para asegurar que llegasen relajadas y
seguras a la cita. Payaso…
Todavía le dio más de un toque
en ese sentido en las siguientes semanas, durante los ensayos. A ella y a
muchas otras chicas también. Al parecer, hubiera preferido contar con
esqueletos vivientes en lugar de mujeres para pasar las colecciones.
-Muchas tetas, nena. A ver si
vigilamos la grasa en la dieta.
¡¿Se podía ser más
gilipollas?! ¿La estaba llamando vaca?
Buena cosa le había dicho. A
partir de ahí, comenzó a mirarse los pechos en el espejo continuamente. Vestida
y desnuda, de perfil o de frente. Totalmente emparanoiada con él. Empezó a usar
ropa que causara el efecto de aplastarlo y contribuyese a disimularlo.
-Sofía, ¿eres tonta? –le había
preguntado Carlos atacándola-. Tienes el pecho pequeño. Usas una talla 85.
¿Cómo haces caso de lo que diga ese payaso?
-Demasiado grande.
-¿Demasiado grande?
Sofía… ¡tienes una talla 85!
-Eso digo: demasiado grande.
Fíjate en todas las grandes: Natasha Poly, Katja Shchekina, Karlie Kloss… todas
tienen menos tetas que yo.
Lo sabía bien. Desde que había
entrado en el mundo de la moda, no se perdía desfile ni pasarela importante.
Tenía las principales grabadas en DVD
y conocía a todas las grandes tops del momento.
-¿Pero qué sandeces estás
diciendo? Tú estás más buena que todas esas pavas. Y eres más guapa.
-Anda Carlos, deja de decir
tonterías.
No eran tonterías. ¡No lo
eran! Ni tampoco amor de hermano. Era la pura verdad. Era más atractiva que
todas ellas. ¿Es que no lo veía? ¿Cómo era posible que las palabras de un
imbécil pudiesen llegar hacer que una chica percibiese la realidad deformada?
-Tendré
que ajustar un poco más la dieta. No puedo permitirme toda esa grasa.
¿Grasa? ¿Qué grasa? ¡Pero de qué demonios estaba hablando! ¡Dios! ¿Es
que no tenía ojos?
La cosa aun vino a agravarse
cuando Teresa llamó una tarde para soltar una bomba: Élite, la más
prestigiosa agencia de modelos a nivel internacional, la quería en su concurso Elite
Model Look, en el cual anualmente se elige a la mejor modelo del país,
enviándola a concursar después al Elite Model Look internacional. La
cosa pintaba muy bien. Según decían, el concurso nacional, que tendría lugar
poco después de Cibeles, tenía muchísimas posibilidades de ganarlo y en el
internacional, de las chicas que ya habían ganado los suyos respectivos –casi
todos se habían celebrado ya-, sólo una rusa morenita de ojos claros y una
preciosa negrita italiana de ascendencia nigeriana, se veían con entidad
suficiente para suponerle amenaza.
Más tensión para la pobre
muchacha. “Elite Model Look… nada menos”. Se repasó los últimos
certámenes como quien prepara su examen final para su carrera. Solían ser
chicas muy delgaditas las ganadoras. Ciertamente, habría de perder algo de
peso. La muy ingenua, no caía en la cuenta de que era la gente de Élite la que
la había llamado, no ella la que hubiera ido a buscarles. Estaban encantados
con ella. Tal como era, que ya de por sí resultaba bastante flacucha.
Tensión, tensión, tensión…
nervios y más nervios. El imbécil no dejó de atosigarlas.
El día de apertura de la
pasarela internacional, Sofía contó con toda su familia y amigos para apoyarla.
También con Pablo, por supuesto. Su abuela, ella sabría cómo, se las ingenió
para colarse en el backstage y
llevarle un bocadillo.
-¡Yaya!... ¿qué haces aquí?
-¡Yaya!... ¿qué haces aquí?
Los ojos de la chavala se
abrieron como platos al verla. Sentía verdadera adoración por su abuelita. El
diseñador y las mujeres que le ayudaban se mostraron encantados con el detalle.
-He venido a traerte esto.
Tendrás que comer algo, no puedes salir con el estómago vacío.
Miró el emparedado envuelto en
papel de aluminio con expresión estúpida. Tanta hambre… tanto sacrificio… Después
la cambió por una infinitamente tierna.
-Yaya… sabes que no puedo.
-Oh, vamos… un bocadillo no te
hará engordar. ¡Mírate lo flacucha que estás! Pero si quemas todo lo que te
metes antes de que llegue al estómago.
Consiguió la mujer hacer reír
a todos en el backstage.
-Diga usted que sí, señora –la
apoyó con simpatía y amanerado desparpajo el propio diseñador-. Su nieta es una
verdadera belleza y tiene un metabolismo, a la vista está, que puede permitirse
eso y mucho más. ¿Es que no tienes ojos, niña? Ese cuerpo de diosa hay que
alimentarlo.
Sonrió Sofía como respuesta al
comentario.
-Y yo quiero un bocado –se
escuchó apuntar simpáticamente a alguna de las chicas.
-Es de tortilla. Con poca
cebollita y cortada muy fina, como a ti te gusta.
-Oh, yaya… muchas gracias –se rindió finalmente poniéndose en pie para
abrazarla y darle un beso. En realidad, también llevaba el acto la intención de
esconder su emoción y el rojo en sus ojos que anunciaba la lucha por evitar
alguna lágrima.
-Me tienes que prometer que te
lo comerás.
-Por supuesto que me lo
comeré.
¿Cómo no? Se lo había
preparado con todo el cariño del mundo, en la forma en que sólo ella había
sabido preparársela desde niña.
Es la fatalidad del destino.
Juega éste sus cartas sin mostrarlas nunca. ¿Quién puede intuir que oscuras e
ignotas entidades tiran de sus hilos más allá de la humana percepción? ¿Quién
vaticinar sus planes y designios?
Poco antes de que les llegase
el momento para salir, hecha un manojo de nervios, decidió llegado el de dar
cuenta de su merienda. Mal momento eligió. Apenas le había dado algunos
bocados, el organizador aparecía en escena para anunciar que comenzasen a
prepararse, sorprendiéndola en semejante tesitura de esa manera.
La cara que puso fue todo un
poema. Como si se hubiese encontrado de frente con alguna escena de escándalo o
similar. Sofía no acababa de entender, pero se sintió asustada, como si hubiera
sido descubierta haciendo algo muy malo.
-¡¿Qué estás haciendo?!
No supo contestarle. ¿Qué se
suponía debía contestarle? Se estaba comiendo un bocadillo, nada más. ¿Tan
horrible era eso? Tenía tanta hambre, se había esforzado tanto… tanto
sacrificio, tanta ansiedad a duras penas contenida… siempre al borde del
fracaso, de caer en la tentación. Ansiedad, terrible ansiedad…
-¡Gorda! –le gritó, al tiempo
que, de un manotazo, le arrancaba aquél de las manos-. Vas a estar aquí una
semana trabajando. Cuando acabe haz lo que quieras, pero mientras dure, te dije
que no quiero tonterías.
Ahora sí no pudo contener el llanto.
Por todo. El bocadillo que su abuelita con tanto amor le había preparado,
desperdigado por el suelo: ella misma tratada de esa manera…
-¡Eh, eh!... –intervino
enseguida en su auxilio el propio diseñador, a la vez que otra de las chicas,
más veterana y ya corrida en eventos como aquél, corría para abrazarla y
consolarla.
-¿Tú eres idiota o qué te
pasa?- acusó ésta con mirada feroz al hombre.
-No consiento que se trate así
a ninguna de mis chicas –le apoyó el modisto.
Bufó el
bestia meneando la cabeza.
-Vale, lo siento… se me ha ido
la pinza. ¡Pero se lo advertí!
-¿Se lo advertiste? Suerte vas
a tener si no te pone la chavala una denuncia, imbécil.
No podía ni hablar, rota a
llorar en forma desconsolada. Le hubiera gustado hacerlo para pedir perdón. A
todos. Tenía la culpa de lo que había pasado. Era cierto que se lo advirtió. Y
ahora, el propio diseñador para el que debía desfilar y una de sus compañeras
debían salir en su ayuda. Incluso podía ésta estar jugándose su futuro con
ello. A ninguna chica convenía indisponerse con el organizador y la gente que
manda. Era una estúpida. Tan sólo una niñata estúpida e incapaz de no meterse
en líos.
-No será para tanto.
Claro que no.
-Bueno, id preparándoos, que
ya sabéis que sois los siguientes en salir.
No dijo más. Ni ella pudo
desfilar. Fue un verdadero desastre. Los dejó tirados a todos y otra muchacha
de otro grupo hubo de cubrir su ausencia en forma precipitada.
Aquello destrozó a Sofía.
Aunque tuvo todo el apoyo de sus compañeras y también de Teresa y del resto de
gente de la agencia, no quiso saber nada más de moda y desfiles después de
haber pasado por aquel trance. Nunca más volvería a subirse a una pasarela.
Nunca más.
Necesitó tratamiento psicológico. El golpe había
sido muy duro, había quedado totalmente traumatizada. Semanas enteras sin
salir de casa, no quería relacionarse con nadie… Minó su autoestima y seguridad
hasta el punto de convertirla en una piltrafa humana, definitivamente hundida
en lo más profundo del infierno de la anorexia. En pocos meses, la deslumbrante
diosa que fue se vio reducida a un amasijo de huesos, un verdadero esqueleto
andante de rostro cadavérico y aspecto enfermizo que causaba auténtica aprensión
mirar.
Aquella misma noche, Carlos
fue a buscar a aquel desgraciado a su casa. Para matarlo. Conocía bien a su
hermana, su fragilidad y vulnerabilidad. Desde el primer momento, tuvo consciencia de la real dimensión y
entidad del daño causado en su mente. Afortunadamente, alguien se le anticipó.
-Apártate, Pablo.
-Ni hablar.
La resolución de su cuñado era firme. Lo sabía.
-Dame la pistola, Carlos.
La pistola… se la había
conseguido un amigo gitano. Ya se sabe: esa gente, a menudo, maneja un sentido
del honor que los payos han olvidado. Cuando fue a verle para pedírsela y tras
haberse enterado de lo sucedido, no dudó en proporcionársela.
“-¿Quieres que vaya contigo?
-No, Juan. Sé que lo harías y te lo agradezco sinceramente, pero es algo que tengo que hacer yo solo.”
Asintió con el gesto el
gitano, sin dejar de mirarle a los ojos.
“-Muy bien, como tú veas. Pero
escúchame: coloca un cojín o algo por el estilo contra la boca para disparar y
luego deshazte de ella. Tírala al mar donde no puedan encontrarla o entiérrala.
Y luego, si te interroga la policía, les dices que estuviste en mi casa viendo
una película.”
También él asintió con un
gesto. No haría falta tanto. Lo único que tenía en esos momentos en la cabeza,
era matar a aquel bastardo. Todo lo demás carecía de importancia.
-He dicho que me des la
pistola, Carlos.
-No te la voy a dar.
Se miraron a los ojos.
-No voy a dejar que entres
ahí.
-¿Qué harás para impedirlo?
Tensión.
-Está bien, no voy a pelear
contigo. Pero si entras, yo iré contigo.
Miradas. No podía dejar que lo
hiciera. Le comprometería en el crimen. En ese momento fue él el que tuvo
dificultades para evitar el llanto.
-Volveremos mañana, Carlos.
Vendré contigo y le romperemos la cara a ese hijo de puta. Pero hoy no. Hoy
volveremos a casa y me quedaré contigo fumando unos canutos. Para relajar…
Un gran chico. Sin duda
alguna. De no haber sido por él, aquella noche habría hecho una auténtica
locura.
No hubo oportunidad de volver
a por el bastardo como propuso Pablo. Sin previo aviso, en forma totalmente
misteriosa, desapareció y nadie más volvió a saber de él jamás. Ni llamadas o
señal de vida alguna a sus allegados, ni movimientos en sus cuentas bancarias…
como si se lo hubiese tragado la tierra. Algo realmente extraño. Se trataba de
un profesional exitoso y con una vida perfectamente organizada. No era la clase
de persona que se va sin más, dejándolo todo. Carlos nunca comprendió qué pudo
haber pasado. Nadie lo comprendió.
(Continuará...)
¿Cuál es el siniestro misterio
que esconden la bella Sofía y la sombra oscura que vela por ella? Próximamente,
entrega final de la saga.
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