domingo, 17 de junio de 2012

LA LUNA. LUNA LLENA, SERENA… (Secuencia de la novela “Pesadilla”, de JFAR)





La Luna. Luna llena, serena… compañera de la noche, su símbolo y hermana. Mudo y eterno testigo de actos infinitos, de la vida y su drama desde su origen en los abismos del tiempo pasado y hasta su fin en el venidero.

     ¿Cuántos secretos guarda su nacarada presencia? ¿Cuántos que no podrá compartir, maldecida por los dioses, convertida para la eternidad en solemne guardián de la vida y la muerte, condenada a observar sin poder actuar ni revelar sus conocimientos.

     Ella vio surgir al hombre, nacer sus sociedades y civilizaciones. Vio a los sumerios asentarse en las fértiles llanuras de Mesopotamia, entre el Tigres y el Éufrates, y a orillas del Nilo levantarse el imperio de los faraones. Presenció el esplendor de Babilonia y fue testigo de las verdades y fábulas de los héroes antiguos. Gilgamesh, Aquiles, Heracles… todos vivieron y murieron, odiaron y amaron, rieron y lloraron bajo su plateado manto.

      Desde que el tiempo es tiempo y el hombre es hombre, los amantes han buscado su complicidad y los poetas le han dedicado versos y canciones.

     La Luna… ausente y ajena a sus pasiones cual bella danzarina que, en la noche del desierto, despliega desnuda su arte ante los ojos del admirado beduino que, oculto tras una duna, la adora enamorado y rendido sin que ella sepa de su existencia ni la intuya siquiera.

     Antonio la contempla hipnotizado, captada su esencia y atención por su magia y misterio insondable. Ante ella, el cielo salpicado de estrellas cual oscuro manto cubierto de diamantes y otras piedras preciosas, una silueta femenina comienza a formarse. Oscura, esbelta… figura negra, desnuda. De lascivas formas y largos cabellos azabache.

     Antonio observa su evolución embelesado. La ha buscado. Recorriendo todos los pasillos y laberintos de su mente. Como el hambriento su alimento, el náufrago la salvación en el mar.

     La ha reclamado y maldecido, casi escuchando su risa y sintiendo cómo se burla de él. Esquiva, voluble… tan caprichosa y veleidosa como cualquier mujer, bella y fascinante como ninguna.

El mundo real y sus hembras han perdido toda importancia, hasta el punto de quedar relegado a mero espacio de tiempo entre visita y visita al universo de la fantasía y la maravilla. Nada en él puede compararse al éxtasis de los sentidos en éste cuando la acoge en sus brazos y sus labios, rojos como la pasión, se ofrecen a él. Besos de otro mundo. Húmedos, intensos… como besar al mar convertido en mujer. Abrazos que apresan y atraen hacia él, hacia sus oscuros y profundos abismos, llevándole a hundirse en ellos como lastrado a plomo, perdiendo contacto con la superficie, cada vez más lejana, y viéndose envolver por las negras aguas, abandonado el deseo de regresar a aquélla.


Sus aventuras con Marta y Lucía, tan plenas y satisfactorias cuando todo resulta ideal, no saben a nada cuando no está ella al otro lado de la realidad para llenar el alma con su esencia y locura. Como un postre que se sirve sin haber disfrutado del plato principal, cuando éste es el motivo principal de la comida y se ha buscado con impaciencia y ansiedad.

La mujer parece reírse de él. Aparece sin ser llamada, se ausenta y oculta en sí misma cuando la busca… Antonio llega al borde de la demencia en sus noches, cuando en ellas se entrega al mundo de Morfeo como un perro tras su presa al abrirle la jaula, tras haber sido retenido en ella por largas horas.
Ya en su seno, la busca desesperadamente y sin tregua. En sus sueños Antonio puede volar. Puede galopar sobre el viento, correr sobre las aguas… Puede hacer lo que le plazca allí donde es dios y creador, quien hace y deshace a voluntad. Pero no puede disponer de ella cuando lo desea.

Puede seducir a cualquier mujer por hermosa que sea. Joven o madura, lasciva o recatada. Incluso puede entregarse a la más depravada perversión, metiendo la mano por debajo de las faldas de las colegialas, auténticas niñas púberes y prepúberes, a la salida del colegio o instituto para palpar con descaro sus prietos glúteos, o agrediendo y violando a quien le place. Está en su mundo, donde nada es real, salvo lo que él desea que lo sea, y donde nadie sufre realmente. Puede secuestrar, golpear, violentar… hasta puede matar. Puede hacer lo que quiera, a sabiendas de que no existen víctimas reales y no va a ser perseguido. A sabiendas de que el único sentimiento que lo es, es el suyo y su placer.

No se trata de cosas que deseara llevar a cabo en el reino de la materia. En él sentiría lástima y empatía por aquéllas. En sus sueños en cambio, se da licencia para probarlo todo, aun lo que nunca antes le había seducido en modo especial, para ahondar en su vicio y perversión, explorando la faceta más oscura de su alma.

No hay peligro de extrapolación al otro universo, el que se abre cada día de nuevo al despertar. Los límites entre el uno y el otro quedan muy bien definidos para Antonio. Se trata de una distribución perfecta. En uno se sujeta a las reglas sociales y las leyes de los hombres, siendo una persona afable y hasta bondadosa en la mayoría de ocasiones. No se trata de una mentira, sino de su yo auténtico, adaptado a las normas y necesidades de la vida en sociedad. Lo que hace le sale de dentro, no es fingido.

Tampoco lo es lo que hace en el otro mundo, el de los sueños. Allí está sólo, sin nadie a quien dañar ni beneficiar, y puede dar rienda suelta a esa otra faceta, reprimida y controlada, pero presente y tan auténtica como el resto de él.

En esas aventuras nocturnas, ella es cómplice y compañera. No hay nada a lo que diga no, ni propuesta que no le seduzca y excite sobremanera. En su compañía Antonio ha llevado a cabo actos y prácticas que abominarían a la mayor de las putas de Babilonia y hasta a la diosa de las rameras, que dispuestas y prestas estarían a arrojar la primera piedra.

Es su mujer ideal, la que todo hombre busca en la vida y extraña resulta la ocasión en que la encuentra, en su forma más perfecta y sin defecto alguno. Nada que objetarle, nada en ella que no atraiga y seduzca. Nada, salvo su carácter voluble y caprichoso, la intangibilidad de su ciencia y lo inquietante de su misterio.

Antonio no puede soportar su ausencia. Ha aprendido a depender de ella, como la vida del oxígeno y el agua. Probados y gozados el éxtasis y la satisfacción suprema, la existencia se torna tedio insoportable cuando resultan negados. ¿Cómo puede disfrutar de la comida el sibarita, cuando le son retirados el champangne y las exquisiteces y resta obligado a mantenerse con burdos trozos de pan y agua? ¿Cómo de su vuelo y sensación de dominio en las alturas el águila, cuando queda confinada en una cerrada y oscura cueva?

Una sensación de ansiedad y frustración insoportable. Antonio vaga como alma en pena por el mundo de los sueños las noches en que la diosa no se digna aparecer. La busca e intenta convertir en ella a otras mujeres, pero la realidad onírica, tan fácil de manipular cuando se sabe que se está soñando, quebranta y retuerce sus leyes cuando el bellísimo súcubo, que de su misma materia está conformado, se niega a plegarse y se ríe de él y de éstas, cual impune infractor ante el cual la Policía y los jueces restaran impotentes en el mundo de los hombres.

Él la necesita y ella se burla, mostrándose esquiva o accesible a capricho. En las ocasiones en que tiene a bien concederle su favor y compañía, Antonio resulta el más dichoso de los mortales. En aquellas otras en que, en cambio, se la niega y ausenta, el más desquiciado de los afectados por cualquier tipo de síndrome de abstinencia. Un pobre loco digno de lástima, recorriendo los pasillos de la demencia.

-¡¡Maldita seas!! –grita fuera de sí-. ¡¡Aparece!! ¡¡Ven a mí!!

Su risa se oye en la noche. Proveniente de ningún sitio y de todos a la vez. Forma parte de su esencia, como la propia luna llena. La noche y ella son hermanas, La noche y ella son una.

-Antonio… -susurra en sus oídos la brisa nocturna-. ¿Me buscas? ¿Me deseas?

Antonio observa la oscura silueta. Una mancha negra recortada contra el firmamento ante la diosa Selene, definidos sus contornos y formas de locura por sus dedos de magia y plata.

-Maldita zorra… ¡¡No puedes jugar así conmigo!! Eres sólo un producto de mi mente. ¡Puedo hacer que aparezcas o desaparezcas según me venga en gana!

-¡Ja, ja, ja!

La señora de la noche ríe de nuevo, con suaves y musicales carcajadas en línea con su misterio y esencia.

-¿Quién te ha dicho eso, Antonio?

-¡Estás en mis sueños, maldita sea! Yo te cree después de haber visto aquella estúpida película. Eres mi fantasía convertida en mujer.

-¡Ja, ja, ja! Antonio, eres estúpido.

La diablesa cobra forma de hembra para descender al mundo. Esa tan gloriosa y deslumbrante que ha aprendido a adorar, por cuyos besos y caricias a languidecer y perder la razón. La nacarada luz de la luna baña su hermoso semblante, cual devota madre el de su amada hija. Con cariño, con amor… definiendo y resaltando sus bellos relieves. Serena, maravillosamente replicada por el fulgor de sus maravillosos ojos verdes. Sonríe. Y su dentadura de perlas, deslumbrante, viene a confirmar su relación de hermandad con la excelsa diosa lunar.

-Aquí me tienes, Antonio.

Le habla en alemán. De aquella manera que a él le resulta tan sensual y seductora. 

Antonio la mira. Permanece ante él, pero no es suya. La siente como algo más, algo diferente al resto de habitantes de sus fantasías. Como algún tipo de divinidad, capaz de hacerle sobrecoger y temer. De repente, Antonio es consciente de que está temblando.

-No eres más que una figura onírica –afirma no obstante, con mucha menos convicción de la que hiciera falta para no resultar patético, siquiera ante sí mismo-. Como el resto de mujeres y criaturas de mis sueños. 

Ella lo mira risueña, burlona…

-¿De veras lo crees, Antonio?

Extiende el brazo entonces y su mano, aquella mano de finos y delicados dedos, blanca, casi plateada, como su hermana la Luna, acaricia suavemente su rostro, dejándole sentir el perturbador roce de su piel.

-¿Quién eres…?

La locura puede adoptar muchas formas. También la de una hermosa mujer. Antonio teme estar avanzando en la dirección que hacia ella conduce, atraído por su adicción al sexo y su devoción por la belleza femenina, al igual que los antiguos marinos fueron atraídos hacia su perdición el mar por las sensuales sirenas y sus legendarios cántos.

-¿Quién crees tú que soy?

La mira aterrorizado. De repente es consciente de encontrarse con un ente real y con propia existencia, más allá de él, su mente y sus desvaríos oníricos.

No responde, demasiado acobardado como para pronunciar palabra alguna. Ella sonríe.

-Dime… ¿quién crees tú que soy?
 
-¿El… Diablo?

-¡Ja, ja, ja! –ríe de nuevo, con aquella risa suya que le vuelve loco de terror y deseo a la vez-. ¿Qué es el Diablo? ¿Qué es para ti?

Antonio siente que está jugando con él. Ello le pone furioso. Siente deseos de agarrarla con fuerza y violencia del brazo para abofetearla y agredirla con sus puños, lastimando su carne y haciéndola sangrar, pero no se atreve.

Su figura es delgada y delicada y, a pesar de ello, no le cabe duda, no tendría problema para rechazar su ataque y hacérselo lamentar, aun en el mundo de los sueños. Con la misma facilidad con que ríe y se burla de sus palabras, se burlaría y reiría de éste. Sin embargo, no es ninguna amenaza física lo que le infunde auténtico pavor, sino el diabólico fuego de sus diabólicamente bellos ojos verdes, que le miran perversos, hablando de pasiones malditas con su satánico fulgor y permitiéndole entrever el abismo que se abre tras ellos, haciendo encoger su alma.

-No te burles de mí. ¿Quién eres?

Sigue mirándolo de aquella manera. Tan bella, tan terrorífica…

-¿Quién soy preguntas?

Antonio permanece inmóvil, el gesto en su rostro cual si en un lienzo o fotografía se hallase retratado.

-¿Estás seguro de querer saberlo?

Asiente con la cabeza. El cerebro le dice no; la pasión grita sí.

-Sabe pues que yo soy quien ha de ser. Soy la Hembra. Yo soy… la Mujer.

Antonio siente un escalofrío recorrerle la médula. Nada le dirían tales afirmaciones en el mundo de vigilia. Allí en cambio, apelan directamente a algún tipo de memoria ancestral de la especie, levantando ecos que ascienden desde la noche de los tiempos para inquietar y sembrar la angustia en el alma.

-¿Qué… significa eso? ¿Qué mujer?

Sonríe. 

-Todas. La única.

Antonio no entiende sus palabras, aparentemente contradictorias, pero sabe que no carecen de sentido. De alguna manera, sabe que hablan de una verdad ancestral y eterna.

-Yo soy cada una de ellas y todas ellas son yo. Su faceta seductora, aquélla que atrae y hace perder la razón a los hombres. Ellos, también las mujeres, me han adorado a través de los siglos, invocándome con diversos nombres. Ishtar, Afrodita, Venus… Se han postrado ante mí y han rogado mis favores como diosa de la sexualidad, de la belleza, de las rameras…

>>Yo soy el lado oscuro y perverso de la hembra, la cara oculta de la Luna… Dime Antonio: ¿Qué eres tú?

Antonio medita la respuesta, al tiempo que intenta recobrar la compostura y serenidad. Ella no está allí para hacerle daño ha llegado a la conclusión. Está allí por algo, pero no es ése el motivo. A estas alturas queda claro que podría destruir su equilibrio mental sin dificultad alguna si ese fuera su deseo, como un niño un frágil juguete en sus manos tras haberse cansado de jugar con él. Pero no lo hará. Nada gana con ello. Entre ellos existe una conexión. Ella quiere algo más de él.

-Un hombre… soy un hombre.

-Sí, un hombre –sonríe ella similar a una perversa y demoníaca vampiresa-. Un montón de carne y huesos con deseos y anhelos alimentados por el alma que los anima. Deseos y anhelos que yo puedo colmar.

La observa. Ya no la teme. Al menos, no ya como antes, de un modo consciente. Aprecia sus formas, dejando deslizar la vista por sus relieves y curvas. Se fija en sus senos. Pequeños y redondos, tan perfectos como la locura pueda permitir llegar a imaginar. También en sus caderas y su estrecha y firme cintura, en la cual la palabra grasa es sólo una suma de letras sin significado ni traducción material.

-¿Me deseas Antonio?

Ella le provoca y él sabe que lo hace, atrayéndole hacia las fatales rocas y arrecifes, como aquellas hermosas sirenas de la Antigüedad. El deseo todo lo nubla, satanizando la razón y proscribiendo sus dictados.

-Sí, te deseo…

-Matarías por poder llamarme tuya realmente, ¿verdad?

-Sí, mataría…

No piensa, sólo siente. Lujuria, excitación… ¡vida! Siente ésta correr en estado puro por sus venas, que laten con fuerza en sus sienes y anegan todo de pasión.

-Soy bella, ¿verdad? –le pregunta con aquel fuego verde ardiendo en sus ojos, verdaderas estrellas de belleza y perversión inenarrables.

-Como un llama del Infierno –reconoce él.

-Sí, como una llama del Infierno –sonríe ella, complacida en la comparación-. De un infierno en el que desearías hundirte y consumirte. Bella como una llama que deseas tocar y agarrar aunque te quemes.

-Sí… ¡aunque me queme!

-¡Ja, ja, ja!

¡Su risa le vuelve loco! Loco de deseo, de pasión… Observa su blanca dentadura, sus labios rojos… Sus pechos vibran al reír sin apenas moverse del sitio. Firmes, plenos…

Ante sus ojos, su realidad y apariencia parece cambiar. Los cabellos se transforman y tiñen de un rubio patino, los labios delirantemente gruesos y carnosos. Su altura disminuye y sus curvas se pronuncian, aumentando notablemente el tamaño de sus senos y caderas.

Antonio se siente marear, como quien pierde contacto y noción con y de lo que le rodea y, con ello, de la orientación y propia colocación en el espacio. Recomiendan a gimnastas, patinadores y bailarines mantener la vista en un punto fijo para evitarlo, o al menos minimizar el efecto. Ese punto lo son para Antonio los ojos de ella, que le siguen mirando con perversión y lujuria, y también con el mismo fuego, pese a que ahora son azules.

En modo alguno menos bellos, al igual que la nueva mujer que ante él aparece, su físico y apariencia tornados totalmente similares a los de Scarlett Johansson, hembra por la que tanto ha suspirado y a la que tantos homenajes onanísticos, incluso coitos con su mujer, ha dedicado.

-¿Te parezco aún más bella así? ¿O sólo diferente?

Antonio siente su deseo ascender hasta el nivel de algo febril, casi delirante. Cada poro de su pie le grita que salte sobre ella para tomarla, a la fuerza si es necesario. El esfuerzo de autocontinencia resulta titánico, pero sabe que lo que ella está dispuesta a ofrecerle es algo por lo que cualquier hombre estaría dispuesto a lo que fuera, y la perspectiva del premio hace surgir fuerzas de donde en otro momento no existirían.

Antonio observa los desnudos pechos, grandes y algo cedidos a la gravedad ahora, bellos hasta lo extremo… Su expresión se ha transformado en la de un obseso sexual, un demente salido que ya no podrá apagar el fuego que le consume, de otra forma que no sea penetrando aquel cuerpo y poseyendo aquella gloriosidad carnal que le ofrece.

-Tú ya sabes lo que yo te ofrezco. Lo sabes bien –se reafirma sonriente-. Me has penetrado. Me has follado y me has hecho el amor, según te ha venido en gana, y yo he sabido complacerte y mostrarme como la más complaciente de las hembras.

-La más perra… -apunta  Antonio devorándola con la mirada, el gesto desquiciado.

-Sí, la más perra… -acepta ella complacida-. La gran puta ninfómana que tú necesitas.

Antonio no responde. No es necesario.

-Soy la única que puede llenar tu vicio y depravación. Conmigo, no necesitas a ninguna otra hembra. Sin mí, ninguna otra sería capaz de llenarte. Ni todas ellas juntas podrían lograrlo.

-Tienes razón puta. Lo sabes.

Ella ríe de nuevo.

Sonríe coqueta a continuación, desviando la mirada hacia un lado y abajo. Haciendo enardecer su deseo, convertido el nivel de éste en un gráfico acelerado y con continuos repuntes puntuales que aun alcanzan cotas más altas. El súcubo domina a la perfección y de la forma más magistral su ciencia, cual la diosa y reina de las rameras que afirma fue en realidad, ejercido el arte con más experiencia y oficio que el de todas ellas acumuladas. Ora un toque de calidez, ora uno de perversión, más tarde quizá uno de inocencia. A Antonio le vuelve loco y le embarga de un furor desatado.

-Desearías tenerme cada vez que quisieras, ¿verdad? Cada noche en tus sueños, presta a satisfacer hasta el más inconfesable de tus deseos. Que acudiese a tu lado cada vez que me reclamases y sin posibilidad de no encontrarte sin respuesta a tu llamada.

Antonio la mira interesado, definitivamente seducido por su propuesta. Su virilidad empalmada, a punto de reventar la tela del pantalón y el boxer bajo éste.

A sus ojos comienza a transformarse la apariencia de la hembra de nuevo. Los cabellos regresan al negro y se acortan todavía más, hasta lo habitualmente varonil. La piel por su parte se oscurece hasta el color del chocolate y la estatura torna a elevarse, adaptándose sus formas a las de una belleza más puramente escultural. Ahora su rostro es el de la diosa morena Hale Berry, que con sus chispeantes ojos oscuros le mira y sonríe mostrando unos dientes de blancura arrebatadora.

-Puedo ser la mujer que desees. Cualquiera de ellas, incluidas las más bellas y sensuales, como puedes comprobar. Puedo ser una distinta cada noche, o bien la misma siempre y hasta que te canses de ella. Puedo ser quien quieras y hacer lo que quieras.

>>Y no sólo eso. Sé lo que desean los hombres. Una hembra pasiva y que se limite a complacer sus deseos, con seguridad acabaría cayendo en lo hastiante y rutinario. Yo en cambio, conozco perfectamente tu naturaleza y perversión sexual, incluso mejor que tú mismo. Yo me he asomado a la parte más oscura de tu alma, a esa que tú no te has atrevido y relegas a sus profundidades más ignotas, allá en el imperio del inconsciente.

>>Yo la he visitado. He recorrido sus intrincados laberintos e intimado con los demonios que la habitan. Yo soy la hembra perfecta. Aquella que puede darte todo lo que pidas y ofrecerte lo que no te atreves a pedir, sorprendiendo e innovando, llenando tu sexualidad total y completamente.

Antonio la escucha extasiado. Sabe que es cierto lo que le dice. Todas y cada una de sus palabras. Lo que ella le ofrece es un pacto con el Diablo.

-Yo puedo darte todo eso y más. Pero tengo un precio.

La mira con gravedad. Es el momento culminante de la conversación. Aquél hacia el cual la misma ha estado orientada desde el principio.

-Por supuesto. Como toda ramera.

Sonríe.

-Está bien. Di cuál es.

Se mantiene en su sonrisa como única respuesta, sin articular otra palabra. 

-Ponlo zorra. Estoy dispuesto a pagarlo.

Lo mira a los ojos sin dejar de sonreír, recuperando la angelical apariencia de Scarlett. La inmensidad azul de sus pupilas le lleva a reafirmarse en su convicción, cual loco y demente náufrago que en su locura, abraza la ola que vuelca su bote salvavidas y bucea con fuerza más y más profundo cada vez, deseando perderse y ahogarse en su seno y no regresar a la superficie jamás.

-Te lo diré más adelante. Por ahora goza de mí, sin más. Soy tuya, sin ningún compromiso –añade al ver relucir la desconfianza y el escepticismo en su mirada.

-Soy tuya. Disfrútame hasta entonces. Acudiré cada vez que me llames y te satisfaré en todo lo que desees. Luego cuando llegue el momento, te diré mi precio. Si entonces decides pagarlo, lo seré por el resto de tu vida. Si, en cambio, decides no hacerlo, desapareceré y nunca volverás a saber de mí.

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Pesadilla es una historia terrible, en la cual un bellísimo súcubo onírico seduce y atormenta a un hombre en el mundo de los sueños, atrayéndole hacia el lado más oscuro y perverso de su naturaleza. La primera ocasión en que se aparece ante él, tiene lugar tras haber acompañado al cine a su hija preadolescente y a una amiga de ésta a ver una película de terror. Antonio queda prendado de la belleza de su protagonista, la espectacular actriz americana Megan Fox, hasta el punto de, esa misma noche, soñar con ella…

Junto a ésta, se integran en la novela otras historias paralelas, relacionadas todas ellas con el milenario culto a la diabólica Lilith y con aparición de un nuevo tipo de vampiro virtual, que acecha y seduce a sus víctimas desde el cyber-espacio.

2 comentarios:

  1. Celebro que así lo encuentres Einsamkeit. Iré subiendo más secuencias de mis novelas, incluidas de "Pesadilla".

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