¿No os parece ya cansino tanto vampiro enamorado? No sé
vosotros, pero yo ya ando saturada de tanto romance inmortal y chupasangres languideciendo
por los besos de su amada. ¡Sic! Al momento actual, todo texto que encuentras
en la Red
dedicado a la temática vampírica, adopta la forma de poemas de amor, bastante
deplorables además en su mayoría -no todos-. Vale que exista la rima asonante y demás,
pero es que quienes los escriben ni siquiera se preocupan por guardar la
métrica o la armonía de sonidos. Al parecer, para ellos escribir poesía se
limita contar cuán enamorado está el galán de ultratumba en cuestión y cuánto
suspira por los labios de la afortunada que cautivó su muerto corazón. Tan
sencillo como eso. ¡Sic! ¡Si Bécquer levantase la cabeza…! En fin, me
explicaré.
En los últimos años se ha destrozado la figura del vampiro, privándole de la esencia que cautivó al mundo entero. Fue éste desde sus principios un ser romántico, pero no en el sentido de enamoradizo, sino en el de solitario y en el del romanticismo de los viejos campanarios, los campos en la noche, los cementerios… Su figura simbolizó los anhelos sexuales más ocultos y reprimidos del ser humano, al igual que las oníricas y las mitológicas simbolizan éste y otros aspectos de la naturaleza humana que nuestra mente no se atreve a contemplar de frente. Es, por tanto, una figura de un erotismo y sensualidad extremos, pero nunca fue un ser enamoradizo.
El problema comenzó con la versión coppoliana de la genial obra de Bran Stocker: Drácula. La historia de amor que se recreaba en la película, abrió una vía que supuso el primer gran golpe a la figura del vampiro clásico. Después, la Entrevista con el vampiro haría lo propio inaugurando otra que vino a romper reglas sagradas hasta entonces y a desnaturalizar la esencia del mito. Underworld y Blake continuaron en la misma línea y, finalmente, la saga Crepúsculo vino a unificar ambas vías, creando un vampiro ñoño, afectado y enamoradizo, a la par que privado de la esencia que le llevó a calar en lo más hondo de la imaginería popular y a pasar a formar parte de la mitología moderna universal.
Con ello, me planteo la duda de si podrá ya recuperarse dicha figura. De no surgir en un futuro más o menos próximo un producto de éxito y calidad que reivindique la versión clásica, mucho me temo que estemos asistiendo a los estertores finales de uno de los más fascinantes y seductores mitos de los dos últimos siglos. Se hace difícil pensar que puedan recuperarse ya genialidades como el Drácula de Bela Lugosi, Nosferatu o Carmilla. Los vampiros desnaturalizados de Stephenie Meyer y Anne Rice, le han resultado más fatales que la estaca, el agua bendita y el crucifijo juntos. Hoy, cuando se habla de vampiros, no se piensa ya en glamourosos aristócratas ataviados con capa y traje de gala o en bellísimas vampiresas vestidas con camisones transparentes y de una sensualidad embriagadora; sino en muchachos de aspecto afectado y poco viril, y en jovencitas de instituto que combinan la preocupación por sus exámenes, con la derivada de la duda acerca de si quieren ser mordidas o no por tan dudoso galán.
No me malinterprete nadie tampoco. Tanto Crepúsculo como Entrevista
con el vampiro, me resultan productos entretenidos. No están mal para pasar
un rato ante la pantalla del televisor una tarde que no se tenga nada que
hacer. Incluso me atreveré a decir que me ha gustado mucho Kristen Stewart.
Hasta ahí, OK. Ahora bien, que llegue la cosa hasta el disparate de haberse
llegado a olvidar al vampiro clásico para sustituirlo por estos paliduchos de
estética gótica y anhelos románticos –que es lo que ha ocurrido con la
generación de adolescentes que han madurado al compás de los estrenos de la
saga lunar-, ya me parece de aberración y atentado contra el buen gusto.
Afortunadamente, soy
de las que se consideran a sí mismas optimistas, y espero esperanzada, valga el
juego de palabras, la novela o película que consiga hacer volver a nuestras
pesadillas al chupasangres de toda la vida. Ese que abomina del crucifijo, odia
el ajo y siente su piel arder al contacto del agua bendita. Llamadme anticuada
si queréis. Por lo pronto, la que escribe se adhiere al intento. Mi cuarta
novela, precisamente, tiene por protagonistas a dos bellísimas vampiresas que
despliegan sensualidad y horror en alguna comarca rural del noroeste de España
en compañía de un apuesto galán, tan frío y siniestro como ellas. Vampiros de
siempre, vamos, pero acentuando su aspecto erótico.
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