viernes, 29 de junio de 2012

¿QUÉ ES EL LUCIFERISMO? 4ª PARTE: EL LUCIFERISMO Y LA CIENCIA (por Isabel Goldwie)


 

Pese a lo que podáis pensar muchos, los principios y postulados luciferinos están resultando más compatibles con los científico de lo que se hubiera podido pensar hace todavía no muchos años. El ejemplo que más a menudo suelo citar, es la concepción de la realidad de ésta doctrina. Según ella, los seres humanos habitamos un plano de la realidad, que no es sin embargo uno más entre otros varios. Se habla así del inframundo para referirse a aquél en que se moverían Lucifer y los otros seres superiores, y de “la partida hacia otros planos” que ya he comentado. También de una macrorealidad que nos envuelve y no percibimos, pero que sin embargo captamos de alguna manera, especulándose que, las coincidencias entre religiones a que me referí al principio, vendrían dadas por esa misma percepción por parte de los distintos pueblos que conoció la humanidad, explicada por cada uno a su manera y según sus posibilidades.

Pues bien, esto podría muy bien corresponderse con la moderna teoría de cuerdas y su universo multidimensional. Según la física de vanguardia, habitamos un universo de once dimensiones, de las cuales sólo conocemos y nos movemos por cuatro. A saber: ancho, largo, alto y tiempo. Nuestros sentidos sólo captan la porción de realidad perteneciente a éstas. Sin embargo quedarían siete restantes -curiosamente, siete son precisamente los planos que, según la Biblia de Lucifer y el postulado luciferino, ha de atravesar Lucifer para descender hasta el tiempo de los hombres-, que nos envolverían sin percibirlas, así como tampoco percibiríamos a los seres que en esas realidades pudieran desenvolverse. No obstante es de suponer que pudieran darse combinaciones de dimensiones diferentes. Si nosotros nos desenvolvemos en ancho, largo, alto y tiempo, podría darse que, determinados seres, se movieran en X, Y, largo y Z, por ejemplo, con lo cual compartiríamos una dimensión y existirían determinadas “interferencias”, que podrían corresponderse con seres que el ser humano ha mediocaptado desde siempre y, en su ingenuidad, concebido como fantasmas, extraterrestres, seres mitológicos, duendes, etc, a los que se atribuyen extrañas apariciones y desapariciones. Éstas distintas combinaciones de dimensiones, coincidentes en mayor o menor medida, o incluso en ninguna, con la nuestra, se corresponderían con los distintos planos de que hablé.

Pero aun podría haber más. Desenvolviéndonos en una realidad parcial de cuatro dimensiones, insertada en una total de once, podría ser también que, perteneciendo a ella como pertenecemos, percibiéramos de alguna manera algo de aquello que nos envuelve y no captamos plenamente. Dado que no sería con nuestros sentidos, no podríamos traducirlo a concepciones posibles para nuestra mentalidad, que únicamente concibe en alto, largo, ancho y tiempo. Esto podría corresponderse con esa misma realidad captada por los distintos pueblos, que dio lugar a las distintas religiones según la explicación de cada cual, pero con coincidencias notorias entre ellas.

Finalmente, los dioses de que se habla en aquéllas, Lucifer, los ángeles y demás, podrían resultar seres multidimensionales. Seres, en su caso, capaces de percibir la realidad en su total dimensión y desenvolverse por toda ella a través de todos los planos y dimensiones que la conforman. La figura de Creador queda al margen de esta hipotética clasificación. De existir -la doctrina luciferina cree que lo hace-, este ser no sólo se desenvolvería a través de la realidad en su totalidad, sino que sería la fuente de ésta.

En fin, para entender la cosa más o menos hay que dedicar muchas horas a la lectura científica y proceder a la contrastación, pero he querido citar en éste artículo una comparación que suelo hacer cuando intervengo en debates sobre el tema. 




Próximo:

5ª parte: para finalizar

lunes, 25 de junio de 2012

SANGUINARIA DÉBORAH: DESENLACE. (IV DE IV)


Está muy bien. Fiesta universitaria, la noche promete. Chicos guapos luciendo palmito, tías buenas marcando con sus ceñidos tops y brevísimas minifaldas... cantidad, diversidad y calidad para elegir. Déborah se siente como una poderosa leona en la sabana, acechando camuflada entre las altas hierbas a los nutridos rebaños de rumiantes ñus, okapis, cebras... Pero hay una diferencia entre ella y las otras félidas hembras. Mientras que éstas buscan a sus presas entre las más débiles y vulnerables, la mantis humana tan sólo está interesada en las más soberbias, aquellas que imponen su dominio entre sus congéneres y destacan muy por encima del  resto. En los más poderosos búfalos, las más gráciles gacelas...

Se trata de una dedicada labor de selección y espera, viendo desfilar ante sus ojos a los posibles candidatos sin delatar sus siniestras intenciones, sus vampíricas ansias de sexo y sangre humana. La rubia de enormes y soberbios pechos, el rubio de potente tórax, la morenaza de prietos glúteos y tentadora cintura, orgullosamente expuesta y ausente de un gramo de grasa... Déborah las deja pasar ante ella sin iniciar siquiera un amago de carga. Muchas de ellas resultan magníficas piezas, pero ella busca algo especial, verdadero deleite para sus sádicos instintos.

En momento alguno llega a dudar, no obstante sentirse tensa e inquieta en alguno. Nada hay más frustrante para el cazador que la salida infructuosa, pero es lo que tiene la caza y la grandeza de la misma. Ella sabrá reconocer sin problemas aquello que busca cuando se presente y, cuando así al fin ocurra, el premio a las largas y pacientes horas de acecho tendrán su recompensa, tanto más dulce y satisfactoria cuanto más se hayan hecho esperar.

No es Déborah amiga del alcohol y el tabaco tan sólo le sirve como complemento de otros placeres. Sus biorritmos no los necesitan, ni ella tampoco. Ni para hacer su vida normal, ni para acompañar la espera y amainar sus pulsaciones. Prefiere en cambio mantenerse despierta y alerta, sus facultades plenas y afinadas, cual afiladas garras y colmillos que prestos aguardan su oportunidad.

De repente lo ve. Y sabe que ha encontrado a su presa. Alto, moreno... bien formado y de hermosos ojos verdes, destacando su esplendor incluso desde la otra orilla del mar de humana presencia que les separa. Su cabello ondulado, su sonrisa suficiente... todo en él le delata como triunfador macho alfa.

Destaca de entre el resto de machos humanos de la sala, tanto como el poderoso líder de la manada por encima los jóvenes leones que impacientes anhelan su posición en la misma, asistiendo con envidia a su placer y ascendencia sobre el harén de solícitas hembras, que para él permanecen permanentemente dispuestas.

Tan claramente como ella se ha apercibido de su presencia apenas ha hecho acto de presencia, él lo ha hecho de la suya. No puede ser de otra manera. Ninguna mujer es tan bella, ninguna tan soberbia y magnífica como la matadora de hombres.

Sonríe y él responde con otra sonrisa. Tras un breve juego de coqueteo entre sus miradas, se acerca hasta uno de los podios. La chica que en él baila duda por un momento, tras el cual le cede su puesto sin intercambiar una sola palabra. Déborah asciende entonces y procede a ejecutar en él su danza sensual, ritual de atracción tan antiguo como la vida misma, que atraerá al macho sin remisión a sus garras.

Nada podrá oponer éste para resistirse a la sensualidad de sus movimientos, la  erótica cadencia de sus caderas y sinuosos serpenteos y giros de su cuerpo. Carlos cree enloquecer. Fémina alguna podría resultar tan sexual, tan magnética y poderosamente atractiva a la vista. Las go-gós que bailan en las otras tarimas la miran con ojos que lanzan puñales, celosas de su belleza y reclamo sobre la varonil atención, y cada poro de su piel grita al mundo y la noche que la hembra anuncia su celo y busca aparearse.

Carlos la mira embelesado. Antes de encontrarse con ella tras abrirse camino por entre la marea humana para esperarla junto a la barra cuba-libre de whisky en mano, habrá escuchado al menos dos versiones de las que sobre su siniestra leyenda circulan. Pero no le importará, al igual que no le importa al macho de la mantis saber que, tras su cópula, servirá de alimento a la hembra. Déborah baila cual humana viuda negra, ardiendo el fuego del infierno en los azules zafiros que lleva en la cara y le sirven para percibir el mundo y la realidad, y cuando el súcubo danza, el simple mortal no puede más que sucumbir.

Desde su elevada plataforma lo observa y admira. Lo ama. Ciertamente lo ama. Tampoco podría ser de otra manera. Jamás podría saciar su vital voracidad producto mediocre. Tan sólo el más excelso y deseable podrá aspirar a hacerlo, y sus hormonas femeninas responden ante ello con la misma virulencia y pasión que en el resto de integrantes de su género. Tan sólo la forma de colmar ese apetito varía, exigiendo Déborah a sus amantes el sacrificio de la propia vida a cambio de sus favores.

Lo mira lujuriosa. Él sonríe, al tiempo que siente su pletórica virilidad despertar pugnando contra la tela del pantalón. Ahora es ella la que sonríe. Lasciva, provocadora... Reconoce el tipo a la perfección. Tiene novia o mujer, tampoco es que importe demasiado. Nunca lo ha hecho para ella el detalle de que estuvieran o no comprometidos. De entre lo que a ella le interesa, el hecho de si tienen o dejan de tener pareja no entra en la selección.

Él la tiene. Atractiva y solvente además, de bastante más edad seguramente. Demasiada desenvoltura y seguridad para ser algo distinto. La otra no frecuenta este tipo de lugares, ni tampoco sus amistades y círculo social. De lo contrario él evitaría mostrar tan claramente las evidentes intenciones que allí le llevan.

Un chico tan guapo y seguro de sí mismo, no puede más que tener una mujer seductora a su lado. Alguien como él siempre tiene dónde elegir. En su arrogancia buscará invariablemente a la fémina que avale sus caprichos y le permita la mantenida vida del zángano, y aún así podrá escoger de entre las que tales condiciones combinen con el atractivo.

Para cuando desciende del podio, todo está ya dicho sin palabras. Se acerca hasta él y, cuando se reúnen en la barra, se besan apasionadamente, enzarzando lenguas e intercambiando salivas sin conocer todavía el sonido de sus respetivas voces.

Él lleva una de sus manos a los deseados pechos para masajearlos con ansia, la otra a los marmóreos y elevados glúteos para acariciarlos y apretarlos. Ella se deja hacer. No le importa que todos miren. Es más, le excita. Como la consumada zorra que es, se deleita en el morbo de la provocación, exhibiéndose como la más grande de las rameras.

Gira sobre sí misma para darle la espalda y, ladeando la cabeza para continuar besándolo, dejar ver a la concurrencia como el varón recién conquistado le soba a las claras las tetas. El macho que todas desean es suyo y quiere que lo sepan.  Hoy le hará conocer el Cielo en la Tierra y tras ello nunca volverán a saber de él. Una vez ella lo haya gozado, jamás otra volverá a hacerlo.

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El hombre hace girar la llave dentro de la cerradura y la puerta del bungalow se abre hacia adentro. Nade les ha visto entrar. Ella ha insistido en hacerlo en su casa, en la misma cama en que hace el amor con su pareja. Él ha aceptado cada uno de sus deseos, procurando no obstante mantener la discreción de cara a los vecinos.

Sin apenas detenerse en el salón, cruzan el mismo en dirección al dormitorio. Apenas un instante después, ya ella permanece tumbada boca arriba en la cama, sus soberbios pechos de silicona entregados a los voraces labios, que con ansia caníbal devoran sus pezones mientras las grandes y masculinas manos los estrujan. Ella se retuerce de placer, gimiendo como la mayor de las putas, explayándose en el goce de follarse al hombre de otra en su propio templo.

 Con morbo enfermizo, ladea la cabeza para mirar la foto en el portaretratos de la mesita de noche. No se ha equivocado. No suele hacerlo. Se trata de una mujer hermosa, bastante mayor que él. Como unos veinte años aproximadamente, quizá algo menos. Hermosa, rubia… muy rubia... de preciosos ojos azules y voluptuosos labios de colágeno. Evidentemente adicta a la cirugía y el culto al cuerpo, merced a lo cual mantiene la belleza de sus mejores años apenas alterada. En su mirada la seguridad de quien sabe lo que quiere. Déborah suspira y siente como llega incontenible la avenida del placer, arrollándolo todo y empapando la tela de su liviana falda, ausente bajo ella cualquier tipo de ropa interior, embriagada en el morbo de la profanación del altar de tan soberbia hembra.

Le resulta vagamente familiar. Probablemente la conozca, piensa, y su orgasmo se ve alargado con tal pensamiento. ¿O tal vez se trata de uno nuevo? Qué más da. Lo único que importa es el placer, se dice, y para cuando salga de aquí habrá saturado y rebasado la capacidad de cada uno de sus receptores.

-¡Pero qué puta eres! –la halaga él, sabedor ya a estas alturas de que ella gusta de ser tratada como la mayor de las rameras-. Estás encharcada –aprecia, los dedos de una de sus manos acariciando y perforando su raja.

-¡Síiiii...!

Ella se retuerce de puro gusto y él no le permite relajarse en su deleite, entregado totalmente al empeño de procurarle el mayor de los goces que su viril condición sea capaz  de deparar en femenina anatomía.

Él ya ha escuchado las historias. No les ha dado demasiado crédito. Sin embargo se ha dicho también que, aunque fueran ciertas, gustoso entregaría la vida por poseerla.  Jamás renunciaría a hembra así por nada del mundo. Hacerla suya es lo más a que puede aspirar varón alguno en toda su existencia y con placer cualquiera en tal condición abandonaría la misma en pago de ello.

Ella experimenta nuevas sensaciones. En su enfermizo morbo vampírico, siempre ha buscado escenarios góticos y siniestros para sus más secretas actividades. Mausoleos, cementerios, casas de campo abandonadas... invariablemente de noche, cubierta por el cómplice manto de las estrellas y la oscuridad.

 Ahora en cambio se encuentra en el mismo domicilio de su nueva e inminente víctima. Habrá de buscar una nueva forma de hacer desaparecer el cuerpo y cualquier huella que delate su presencia y aun la existencia del homicidio. Todavía no sabe cómo la hará,  pero sí tiene la certeza de que su extraordinariamente dotada inteligencia encontrará la manera. Por el momento tan sólo se preocupa por gozar y el nuevo reto supone un aliciente añadido al morbo de lo criminal.

-Te excitas como una perra haciéndolo en la misma habitación que tu amante comparte con su mujer, ¿eh?

-¡Síiiii!... ¡¡Como una perra!! –admite sumida todavía en su orgasmo. -¿Y tú? –pregunta a su vez-. ¿Disfrutas poniéndole los cuernos en su propia cama?

-¡¡Uufffff...!! –es la única y elocuente respuesta de él.

Liberándola de su prisión de tela, Déborah agarra con ganas su verga y la aprieta en su mano, provocándole un profundo suspiro de placer. Ya antes, en el trayecto en automóvil hasta la casa, ha tenido oportunidad de deleitarse saboreando y tragando golosa su esencia. Ahora quiere sentirla perforando sus otros agujeros.

-¿Por dónde prefieres metérmela primero?

El varón alucina.

-Por el detrás… ¡quiero metértela por detrás!

Ella lo mira con lujuria y provocación, el fuego del pecado brillando en sus ojos.

-Hazlo…

Más que como una orden, suena como una súplica. Carlos sonríe. Desde luego, nada más lejos de su ánimo que el dejar de complacerla.

Colocándose a cuatro patas sobre el colchón, Déborah apoya la cara en él, mirando hacia los pies de la cama, y alza sus nalgas lo más que puede en claro deseo de dejarlas lo más expuestas posible y a fin de sentirse lo más profundamente penetrada que la carnal longitud del miembro de su amante permita.

Éste levanta la tela de su larga y liviana falda negra para descubrir sus posaderas y ella lleva las manos hasta sus cachas para abrirlas y ofrecerlas solícita.

-Métemela, por favor... de un sólo golpe. ¡Hasta el fondo!

La mezcla de sadismo y masoquismo en los impulsos de la mantis humana, es algo que ni ella sabría distinguir claramente. Tampoco ha intentado nunca hacerlo. No le preocupa separar donde acababa lo uno y empieza lo otro, limitándose tan sólo a gozar.

El ariete de carne entró violentísimo, tal como ella ha pedido, arrancándole un agónico alarido de placer y dolor a la vez, colocándola al borde del orgasmo de nuevo. Al mismo tiempo que éste se abría camino a lo bestia en sus entrañas, en la puerta del dormitorio hizo aparición una femenina presencia.

-¡Isabel! –exclamó él alarmado.

Déborah, por su parte, sientió una nueva marea de fluido placer en su más íntima feminidad al reconocer en el asombrado rostro a la mujer de la foto. Sin experimentar nada más allá del más perverso de los morbos, reculó hacia atrás para introducirse más profundamente el masculino miembro que, ante la inesperada sorpresa, había retrocedido algunos centímetros.

El desconcierto cedió paso a la ira en la expresión de las hermosas facciones, dejando caer su elegante dueña el bolso que en la mano porta para cargar contra ella y, agarrándola por los pelos, traccionar derribándola de la cama.

Pero no es una asustadiza corderilla lo que entre manos había colocado la soberbia cuarentona, sino una agresiva e indómita tigresa que, revolviéndose para ponerse en pie, sacó un formidable directo que, potente cual misil, se estrelló contra su cara partiéndole el labio y haciéndole caer de espaldas atontada por el impacto. Dos años de práctica del kick boxing hacían de Déborah una mujer difícil de tratar a las bravas para sus compañeras de género.

Momentáneamente fuera de combate, permaneció no obstante consciente. Sonriente en su triunfo, Déborah aprovechó tal indefensión para, inclinándose sobre ella, lamer el hilo de sangre procedente de la herida y deleitarse en su sabor. Los hermosos ojos azules mirándole indefensos a través de la niebla de la semiinconsciencia. De nuevo no había andado errada. Conocía a la hembra.

-No lo tomes así, mujer. Podemos compartirlo.

La miró extrañada, como sin entender.

-Es un excelente varón el tuyo. Seguro que  tiene para las dos. Después me largaré y volverá a pertenecerte exclusivamente.

Algo recompuesto del sobresalto, él mismo acudió presto al lado de su chica.

 
-Isabel, perdona... ya sabes que soy un poco bala perdida.

A él lo miró con odio. No obstante, tras éste evidente la clara falta de fuerza para oponerse a su voluntad. Inexplicablemente, el hermoso sabe convencerla para que acceda al menage a trois, aun a pesar del potentísimo golpe que el labio le ha partido y en tan humillante situación la ha dejado.

Déborah sintió de nuevo desprecio por la condición femenina que compartía. ¿Por qué tantas mujeres resultaban tan débiles ante los hombres? ¿Por qué con más facilidad que ellos eran víctimas de sus estúpidos enamoramientos? ¿Por qué aquella debilidad por la cual, a menudo, lo abandonaban todo e incluso sacrificaban su propia dignidad a cambio de satisfacer sus apetitos carnales?

No era el primer trío en que participaba la mantis humana. Dos hombres para ella, dos mujeres para un chico, orgías, intercambios de parejas... todo lo había probado. Sin embargo el morbo estaba en encontrarle cada vez un nuevo aliciente al asunto, y en esta ocasión resultaba el hallado muy poderoso.

Con fruición lamió y fue lamida. Saboreó con deleite la vulva de la que hasta momentos antes fuera su rival, mientras el macho de ésta retomaba su deliciosa actividad de profundización anal. Intercambió salivas y fluidos con ambos, antes de en esa posición arribar al acto final del drama.

Llegado el momento del advenimiento del máximo placer de la rubia hembra, extrajo un grueso alfiler oculto entre sus largos y negrísimos cabellos. Tranquila, relajadamente, sin que en momento alguno semejara precipitar los acontecimientos. Con toda la templanza del mundo, mientras aquella clamaba su goce entre suspiros y gemidos, lo hundió profundamente en su ingle, cortando éste al punto y reclamando la azul y sorprendida mirada, que sin comprender cuestionaba en silencio acerca de la fuente de su dolor.

-¿No te gustan mis besos?... Los tuyos fueron resultaron más traicioneros.

La magnífica madura la contemplaba totalmente confundida, sin entender, mientras con el macho cabalgante debía ocurrir otro tanto a juzgar por el cese en sus embestidas, totalmente ajeno a lo ocurrido desde su posición a sus espaldas, oculta la escena y el alfiler clavado a sus ojos.

-No me reconoces, ¿verdad?

La confusión en los de ella parecía ir en aumento.

-¿Ya no te acuerdas de tu querida niñita... mamá?

La rubia dio un respingo al tiempo que su alma un vuelco en su pecho, su mirada reflejando el horror deparado por la comprensión.

-¿Te horroriza lo que acabas de hacer con tu propia  hija, mamá? –pregunto ella en insano y enfermizo deleite en la tortura psicológica-. ¿Te horroriza haberte revolcado con ella como la mayor de las rameras? –insistió acusadora-. Pero nunca te horrorizó abandonarla por un macho, ¿verdad?

Antes de que la sorprendida progenitora pudiera salir de su pasmo para reaccionar, Déborah extrajo la aguja, liberándola de la prisión de carne que la sujetaba. Perforada la artería, la explosión de vital elixir carmesí vino a estrellarse incontenible contra el rostro de la que un día llamara hija, que con la boca abierta recibió el premio a su obra.

-¡¡¡Isabel!!! –gritó repentinamente sobrecogido y alarmado el hombre, arrojando violentamente a un lado a su preciosa última conquista para acudir en su auxilio.

Déborah cayó golpeándose contra la mesita de noche en el costado, al tiempo que él se lanzaba a colocar su mano contra la herida en un intento por tamponarla.

-¡¡Isabel...!! ¡Hay que llamar a un médico!

Fue lo último que pensó, antes de que la lámpara que hasta momentos antes descansara sobre aquella viniese a destrozarse contra su cabeza, sumiéndolo en el negro mundo de la inconsciencia merced a un poderoso golpe descendente descargado por la bella y sanguinanaria psicópata.

Altiva, Déborah contempló a su madre. El hermosísimo rostro de finísima porcelana cubierto de sangre, los deslumbrantes zafiros ardiendo en él como nunca, azul sobre rojo.

-Hoy no morirá el macho.

Su madre la miró horrorizada, saltando de la cama al tiempo que tomaba la almohada para comprimir la herida en desesperado intento por contener la hemorragia. La idea era salir a la calle a gritar y pedir socorro.

-No hay caso mamá. He perforado tu arteria ilíaca, mucho más gruesa que la femoral. Morirás en unos instantes, mucho antes de que la ayuda médica pudiera acudir en tu ayuda.

Aterrorizada, la contemplaba con ojos desorbitados al comprender que lo que su heredera decía era verdad y ante ella se presentaba el horror de afrontar el propio final. Nunca Déborah sabría ya si se sorprendió cuando vio la primera lágrima correr por sus mejillas.

-¿Por qué lo hiciste? Te quería más que a nada en el mundo. Confiaba en ti a ciegas y sin condiciones...
Rota su compostura, la bella asistió al final de su progenitora llorando amargamente, desaparecido todo vestigio de la formidable matadora para, una vez más, volver a ser tan sólo una vulnerable y asustada niña abandonada.


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“Querido Miguel:

Hola de nuevo, ¿cómo estás? Me alegró mucho recibir tu última carta. Aquí todo sigue igual. No debes preocuparte por mí, estoy bien. Las otras reclusas no me molestan. Muchas de ellas se declaran abiertamente admiradoras mías y se acercan buscando mis amistad. En realidad creo que todas me temen.

 Las hubo que al principio me recibieron con  hostilidad, imagino que en intento de dejar me claro que, a pesar de mi fama, aquí tan sólo soy una más. Sin embargo aparecieron muertas un par de ellas en los aseos poco después, con apenas días de diferencia entre una y otra muerte y de forma violenta. Es de imaginar que estarás al corriente por las noticias. Ni la policía ni los servicios penitenciarios han conseguido resolver el misterio, con lo cual todos me señalan de nuevo, alimentando mi negra leyenda. Me han cambiado un par de veces de prisión desde entonces, pero, invariablemente y vaya donde vaya, las presas me reciben con  temor y, si se acercan a mí, es para mostrarme su amistad y respeto. En fin...

Supongo que ya estarás al tanto de la sentencia. Me han condenado a cumplir al menos cuarenta años de cárcel antes de poder pisar la calle de nuevo. Los supuestos introducidos para los casos más graves en el Código Penal así lo m permiten y a nadie le cupo duda de que el mío quedaba plenamente incluido en ellos. Saldré bastante antes, claro. En Europa no existe la pena de muerte y no hay prisión capaz de retenerme en ella contra mi deseo. Probablemente las autoridades y el Juez de Vigilancia Penitenciaria lean estas palabras, pero no importa.

 Saben que el único motivo por el que me encuentro aquí ahora, es porque así lo encontré oportuno yo misma. Pude matar al amante de mi madre y haber hecho desaparecer sus cuerpos y toda evidencia de mi implicación en sus muertes, como había hecho hasta entonces. No fue así. Ya conoces la historia. Me entregué voluntariamente. Lo único que tuvieron de base para condenarme por aquéllas, fue mi propio reconocimiento de culpabilidad y el señalamiento del lugar en que podrían encontrar los restos de mis víctimas.

Saben pues que mi inteligencia es algo muy superior a lo que ellos pueden manejar y retener, y en el momento que considere llegado el de mi evasión, nada podrán hacer por evitarla.

Creo que aun tardará sin embargo. Me encuentro vacía y entiendo que mi lugar está en prisión, recibiendo el castigo que merezco por tanto dolor y sufrimiento como sembré. Lamento caso todas las vidas que arrebaté, salvo la de mi madre. Quizá tampoco alguna más que mereciera el fin que le di. Mi madre…Creo que en realidad y aunque la odiase y despreciase, nunca dejé de quererla. Supongo que ello debió de crear profundos traumas en mi mente infantil y preadolescente. Me enseñó a odiar y despreciar la debilidad de la condición femenina que la llevó a abandonarnos por un hombre. En mi psicología femenina de niña que se sientió traicionada y en ausencia de su figura, debí buscar otro culpable a quien acusar, encontrándolo en la condición masculina, que en mi traumática experiencia percibía como beneficiaria final de esa debilidad. Cuando comenzaron a nacer en mí los apetitos sexuales propios de toda hembra, esos mismos que habían movido a mi madre a abandonarnos, debí odiarme al no poder escapar a ellos, y sólo buscando a aquellos culpables imaginarios y saciando mi venganza sobre ellos conseguía silenciar, aunque sólo fuera momentáneamente, aquella acusatoria voz interior.

Muerta mi madre sin embargo, el ciclo se cerró. Desaparecida la fuente de mi odio y mis traumas, desaparecieron igualmente éstos al igual que los charcos cuando deja de llover y vuelve a salir por fin el sol que los seca.

Por el momento siento pues que mi lugar está aquí, cumpliendo el castigo que se me impuso y, desde luego, merezco. Pienso sin embargo que ninguno será superior al de la voz de mi propia conciencia, que siempre me recordará las vidas que segué, varias de ellas totalmente inocentes. Toda sanción por debajo de la pena de muerte resulta una parodia en un caso como el mío. No soy tan valiente como muchos pensáis. Si realmente lo fuera, hace ya tiempo que me habría quitado la vida, incapaz de soportar esa voz de mi conciencia. Pero no lo soy. Y en ausencia de ese valor, he llegado a la conclusión de que lo mejor que puedo hacer en honor a la memoria de mis víctimas, es emplear mi privilegiada inteligencia para perseguir a otros asesinos y, en la medida en que sea posible, contribuir a evitar nuevas muertes. Esa será mi misión por el resto de mis días. La matadora de hombres se convertirá en azote de otros psicópatas, muy probablemente en colaboración con los cuerpos policiales de otros países. Hay cosas… cuando considere llegado el momento, sabré salir de aquí y cómo hacerlo.

Bueno Miguel, llego ya al fin de mi carta. Cuídate mucho y no me olvides, por favor. Más allá de mi padre y mi hermano, has sido lo único puro que he tenido y la única persona a la cual me he preocupado por ayudar en esta vida. Nunca lo olvides. Un besazo muy grande.

Déborah.



Centro Penitenciario de Alcalá de Guadaira (Sevilla-Mujeres) 12-03-2012



viernes, 22 de junio de 2012

¿QUÉ ES EL LUCIFERISMO? 3ª PARTE: LITURGIA (por Isabel Goldwie)


 

La liturgia y ritualidad luciferina es muy distinta de la satánica. El lego pensará que ambas deben ser cosas similares, pues todos saben que Satán y Lucifer son el mismo ser. ¡Sic! Incluso, lo que es ya rizar en rizo, es común entre los mismos satanistas y WICCAs, que se podría suponer a priori, deben entender más de estas cosas, considerar a los luciferinos como simples satanistas creyentes y adoradores del Diablo, con lo cual caen en los mismos errores que echan en cara a la Iglesia Católica, medios u opinión pública en general, juzgando y condenando como ellos algo que desconocen y sobre lo que no se han tomado la molestia de informarse.

Satanismo y luciferismo invocan a una misma esencia, consistiendo la diferencia básica entre ellos en que unos la entienden como un mero arquetipo y los otros como un ente real, pero, a partir de ahí, adoptan caminos tan distintos como los de las ramas de un enorme roble en busca de la luz del sol. La ceremonia básica luciferina es la Misa Roja –nada que ver con la Misa Negra satánica-, llamada así por los sacrificios rituales que en ella tienen lugar y que, dependiendo del fanatismo y/o implicación del grupo o individuo con sus principios, irá desde la simple inmolación de un gallo negro, hasta la ofrenda de una vida humana. Esto resultará estridente para muchos, pero piénsese que sólo luciferinos muy avanzados y ya en el último nivel alcanzable en esta vida, o bien meros desequilibrados que impropiamente se consideran tales, llegarán a tal extremo, y que entre ellos hay amantes de los animales que lamentan tener que recurrir a la muerte de un pobre ave, pero que recurre a ella como vosotros cuando coméis su carne.

La Misa Roja es la ceremonia religiosa por antonomasia, practicada por la humanidad desde hace miles de años. Jesucristo, en su última cena, simbolizó la sangre con el vino, aboliendo con ello el sacrificio ritual practicado hasta entonces por el pueblo hebreo –al igual que por todos los de la antigüedad-, de resultas de lo cual, como dice el maestro Bourre en el único libro dedicado al tema que vale la pena leer, la Misa Católica no resulta más que una parodia de la Misa de Sangre original, y la Misa Negra, concebida por los teólogos medievales como simple inversión de la anterior, quedaría todavía como parodia de la parodia.

Al margen de la ceremonia básica, existen otras de iniciación, tránsito, despertar, partida. etc, como en cualquier otra religión. Pueden éstas variar más o menos de unas agrupaciones o hermandades a otras, pero las bases y el fin perseguido con ellas es el mismo. Acerca de éstas se mantiene un hermetismo absoluto, pues el camino luciferino es algo que se debe perseguir, seguir y alcanzar únicamente por pura y auténtica convicción. Determinadas prácticas y conductas no pasarán desapercibidas para todos y, casi con toda probabilidad, el auténtico iluminado conseguirá sintonizar con la frecuencia que busca. Sólo diré pues, que la filosofía luciferina considera al ser humano de inspiración divina, la estrella caída de Aleister Crowley, y su ceremonial busca el renacer a su auténtica naturaleza, debiendo para ello pasar una serie de pruebas en las que será enfrentado cara a cara con sus peores demonios internos. El auténtico inspirado los buscará y afrontará, quedándose en el camino los que no lo sean y de una forma u otra llegaron hasta aquí. En realidad, estos “filtros” serán una constante en el camino hasta el objetivo final y no será extraño que muchos no los superen e incluso se vean abocados al suicido, víctimas de la más absoluta desesperación tras haber buscado a sus más arraigados miedos y no haber sido capaz de vencerlos. Pasará así el adepto por experiencias como ser enterrado vivo, abandonado durante días en una oscura cueva para reflexionar sobre la muerte y el miedo a la desaparición perpetua, ser llevado al borde mismo de aquélla mediante estrangulamientos, drogas, etc, siempre buscando aquello que más se tema para afrontarlo y vencerlo. Sólo cuando pueda decir que así lo ha hecho, podrá acceder a la auténtica iniciación.

Pero tampoco vaya a creer el lector que con ésta llega la alegría. En este segundo estadio se buscará la saturación de las sensaciones de la carne, con el objetivo de acabar separando ésta del espíritu. Placer y dolor serán perseguidos entonces con igual ahínco, en lo que muchos podrían creer una suerte de capricho masoquista. El iniciado buscará una y otra vez el éxtasis total a través del sexo, las drogas y todo tipo medios que reporten sensaciones agradables, pero de igual manera perseguirá el dolor, el frío, la angustia y demás sensaciones desagradables. Meditación en la nieve desnuda, bajo cascadas de agua helada, a pleno sol, sin ropa y con éste abrasando la piel, inmersiones en el agua hasta perder el conocimiento por asfixia… Violaciones, vejaciones, humillaciones, etc, se acompañaran de sexo embriagador, gula, suave embriaguez, orgías… hasta llegar al punto en que tanto da lo uno como lo otro, el tan ansiado estado puramente mental y ya casi espiritual, totalmente ajeno a las sensaciones de la carne.

Llegados a éste, nada restará al adepto por hacer en éste mundo y optará por abandonarlo voluntariamente. Alcanzado tal nivel de perfección, la propia consciencia, ya más en un plano espiritual que en el físico en que permanece el cuerpo carnal, sólo podrá verse distraída y obstaculizada en su última evolución por su permanencia en éste, pudiendo influir negativamente en su tan costosamente alcanzado estado cual interferencias en una radio. A este nivel corresponde la figura de la vieja bruja del bosque, el ermitaño en su cueva o el mago en su monte, alejados del hombre y sus costumbres y a solas con sus pensamientos, normalmente ya ancianos, pues no parece factible alcanzar tal nivel en menos de una vida entera y serán muy pocos los que no vean aun más dilatado el proceso. Aquí depurará su espíritu de las últimas impurezas y se preparará para el último acto. Llegado al máximo estadio, el correspondiente al más alto grado de evolución alcanzable en este plano y con su espíritu ya totalmente libre de la esclavitud de la carne, habrá llegado para éste el momento de separarse definitivamente de su envoltura carnal, autoinmolándose el adepto, recurriendo al suicidio ritual para pasar al siguiente plano, donde continuará su evolución. A este último acto se refería Merlín cuando de despidió del Rey Arturo diciendo aquello de: “Hay otros mundos. Éste ha terminado para mí.” Pero será muy difícil encontrar a quien realmente alcance este nivel, ya que lo normal es que requiera varias reencarnaciones hacerlo y no siempre seguidas. El proceso puede abarcar perfectamente cientos de años.

Bien. La mayoría, sino todos, estaréis pensando: “¡Ésta tía está loca!” “¡Vaya cuelgue que lleva!” “¿Qué se habrá fumado?”… y la verdad es que quizá no os equivoquéis demasiado desde el punto de vista de una persona normal, pero, donde ésta ve locura, el que sigue el camino iniciático ve inspiración, y sería tan imposible para éste hacer ver a aquéllos lo que él ve, como para una vaca convencer a un león de lo deliciosa que es la hierba del prado.”Esto es exquisito. ¡Deja la carne y vente a comer verde hasta hincharte!” ¿Imagináis lo que pensaría el félido? “¡Ésta tía está loca!” “¡Vaya cuelgue que lleva!” “¿Qué se habrá fumado?”…

Si habéis leído y entendido, podréis comprender que poco tienen de luciferinos aquellos grupos que dicen adherirse a esta doctrina y predican la felicidad y disfrute de la vida. Los hay, y muchos, pero, si os interesáis por ellos, encontraréis que no tardarán demasiado en organizaros un fin de semana “para conocer al grupo y sus ceremonias”, previo pago por la estancia organizada en hotel y demás, como el CLUV (Círculo Luciferino de Valencia), venderos este o aquel libro o cobraros bajo un concepto u otro para alcanzar el siguiente grado, como el “Ordo Templi Orientis” (OTO) y los “Illuminati” de Alejandro de Rojas -aunque estos se dicen luciferianos, no luciferinos, para marear un poco la cosa. En el camino luciferino hay sexo y placer, sí, y mucho, pero el que llegue a él buscando esto será un iluso y poco durará en una auténtica hermandad del tipo, pues ya se ha explicado que junto a ello hay auténtico dolor y sufrimiento en grado extremo. A diferencia de casi cualquier otra religión, el luciferismo no está interesado en el ingreso de nuevos adeptos, sino que, por el contrario, busca resultar una minoría muy selecta y recibe a los nuevos adeptos con muchas precauciones y desconfianza. Así que, a cualquiera que intente atraeros hacia esta fe, podréis llamarlo embaucador sin temor a equivocaros. Yo por mi parte, desaconsejo totalmente el acercamiento, salvo sentir inequívocamente su llamada. Ya veis que el panorama que os describo es crudo y nada seductor. Sólo en el interior de uno de cada muchos, muchísimos, arde verdaderamente la llama y, aún muchos, muchísimos de entre estos portadores, se quedarán en el camino. Multitud son los que han pagado con la vida o con su salud mental el iniciar indebidamente ese camino.


Próximos:
 

4ª parte : Luciferismo y  Ciencia

5ª parte: Para finalizar

LICURGO: ¡BLACK METAL OLD SCHOOL PARA LOS MÁS CAFRES!


Bueno, os subo algo de promoción del grupo del chico de una amiga. Se llaman Licurgo y sin bastante bestias. Black Metal Old School, para los amantes de lo más cafre. Muy buenos en directo. No os los perdáis si tenéis oportunidad.
  
Licurgo se formó en septiembre de 2.005 en Alicante (España) y practica música con buenas dosis de misantropía, que incluye una fusión de elementos musicales de diversos géneros extremos. Todo ello conduce a crear unos temas enérgicos invadidos por la oscuridad que transmiten una vehemencia implacable y que podríamos enmarcar dentro de la línea del Black Metal Old School, es decir Black Metal a la antigua usanza.

El nombre de Licurgo refleja el espíritu del grupo y es en sí mismo una declaración de intenciones. Dicho nombre ha sido tomado de la historia y las leyendas de la Antigua Grecia, ya que Licurgo fue el pensador que dio a Esparta y sus habitantes un código rígido de conducta, con el fin de fortalecer a la sociedad espartana para poder defenderse de sus enemigos. Tales leyes consuetudinarias convirtieron a la pequeña Esparta en toda una potencia militar de la época, viéndose envuelta en numerosos sucesos bélicos de carácter heroico.  

El grupo capta algunas de estas ideas espartanas sobre la colectividad aderezándolas con el pensamiento individualista de F. W. Nietzsche, el satanismo de A. S. LaVey y las reflexiones de Aleister Crowley. Además son conjugadas con un aura de misantropía y de lucha contra las religiones monoteístas -que lavan el cerebro a buena parte de la humanidad- sin olvidar un sentimiento de exaltación por el rico pasado pagano de Occidente, y unos toques de magia y fantasía oscura.

Todo ello forma parte del ideario de la banda, que encuentra a través de su música una forma perfecta de expresar estas inquietudes.

Fotos, vídeos y más en:

http://www.myspace.com/licurgoband






miércoles, 20 de junio de 2012

SANGUINARIA DÉBORAH: SALDANDO CUENTAS (III DE IV)





  Lo vio triste, inclinado sobre la metálica barra de la discoteca. Borracho, deplorable... ya antes lo había visto de tal guisa en otras ocasiones. No siempre fue así. Tampoco era que hubiera resultado en alguna ocasión chico de especial popularidad. Siempre fue del tipo “diferente” que provoca distancia y desapego en sus compañeros, pero no un perdedor definitivamente derrotado como ahora daba impresión en estas ocasiones. Sintió algo parecido a la aprensión y se preguntó qué había pasado con él. Era extraño. Nunca antes lo había hecho, pese a conocerlo desde el parvulario. Echó un vistazo alrededor. Algo puramente mecánico. En el centro de la pista, Raquel bailaba escoltada por su habitual coro de damas de honor y pelotas idólatras. Raquel, la misma diosa a la que ella arrebató su trono en el panteón local, junto a su chico y la vida del mismo. Si ella supiera... Parecían divertidas y su verde mirada se tornó glacial al cruzarse con la azul de la mantis humana. La rivalidad resultaba manifiesta, tanto como el rencor y envidia de la derrocada. Algún día pasaría algo. Algún día. Sin duda Déborah podría destrozarla con una sola mano y sin esfuerzo, ¡pero resultaba tan ordinario rebajarse a ello! Como quien no quiere la cosa, miró para otro lado y, sin saber muy bien por qué, acabó al lado del beodo. Se giró él extrañado para mirarla.

        -Hola, Déborah...

  -Hola Miguel.

  Sus ojos se veían apagados. Reflejaban una indefinible melancolía y, por un momento, creyó sentir lástima. ¡Una debilidad Algo ya tan ajeno para ella... Lo observó más detenidamente. No era un chico feo. Nunca lo había sido. A decir verdad, siempre fue bastante guapo. Guapo, pero no atractivo. Al menos ahora. Alguna vez, hacía ya mucho y a pesar de su carácter “rarito”, había gustado bastante a las niñas y al comenzar la adolescencia, se habría pensado devendría en popular ídolo de quinceañeras. Pero algo debió cambiar en algún momento que no hubiera podido precisar. Debió ocurrir en la época en que su interés se centraba en dejarse sobar las tetas en el asiento posterior del coche del guaperas de turno noche sí, noche también, y no andaba por ello al tanto de lo que se cocía a su alrededor. El muchacho se sonrió. Sacudiendo su cabeza, rió con triste ironía.

-¡Pero qué jodidamente buena estás!

  Suspiró y negó con la cabeza a la vez que su mirada celeste se alzaba hacia el techo, cual si de una hermana mayor se tratase.

-¡Anda, ven conmigo! –le espetó tomándolo por el brazo.

-¡Ey...!

Él era varón y ella mujer. La diferencia de fuerza era tan clara como la habitual que deriva de la existente entre ambos sexos. Tan clara como la de energía en favor de la mantis. Sin poder oponerse, se vio prácticamente arrastrado por ésta hacia no sabía dónde.

-¿A... a dónde me llevas?

-¡A quitarte la mona, tarado! Anda Jesús, –añadió para el camarero-, ¡déjame las llaves!

No hubo problema. Es la ventaja de ser una diosa. Todo el mundo te conoce o te quiere conocer, y todas las puertas se te abren con sólo pedirlo En un momento, Miguel se vio en el almacén, inclinado sobre un gran cubo de basura y recibiendo el desagradable y despabilante vertido del agua en su nuca.

-¡Ah...! –exclamó al sentir su fría caricia. ¡La muy zorra la había escogido helada!

-Debería llenar el cubo para meterte la cabeza en él y no dejártela sacar en media hora.

Liberándolo de su presa, se volvió Déborah para buscar asiento sobre unas cajas de Coca-Cola. Tomando el paquete de Marlboro, extrajo uno y lo encendió. Miguel por su parte, se incorporó repentinamente despejado, si bien bastante desorientado todavía. Aún algo aturdido, se quitó la mojada camiseta. Apoyando la espalda contra la pared, se dejó deslizar a continuación para quedar sentado sobre el suelo de cerámica. Ella lo observaba a través de la nicotínica nube ante su rostro y él le devolvió la mirada.

-Gracias, Déborah...

Expiró largamente el humo desde sus pulmones, pensativa.

-Tío, ¿qué te pasa?

El chico se mostró extrañado por la pregunta.

-Estás hecho una mierda...

-Sí, bueno... supongo que sí.

-¿Siempre estás así?

Ahora se le vio sorprendido.

-¡Oh, no!,,, no, qué va. Es sólo... bueno, cuando coincido con ella... a veces. Es éso o matarla.

-¿Con ella? ¿Quién es ella?

Volvió a mirarla con sorpresa.

-Creo que me he perdido algo, ¿no?

-Supongo que sí –respondió abatido.

Pasaron un par de caladas antes de que ninguno de los dos volviera a pronunciar palabra.

-Es Raquel, ¿no? Recuerdo que te gustaba.

Ahora el muchacho sonrió con cinismo. No hacia ella o su comentario, sino en general.

-¿Y a quién no?

-Sí, también recuerdo eso.

Las palabras salieron desde la pura envidia y rivalidad femenina. A pesar de haberla superado finalmente, no es fácil olvidar el sentimiento de la época en que se ha sido súbdito y no monarca. Ni el de envidiar lo que la rubia era y ella hubiera matado por ser... de lo que la rubia fue y ella mató por ser. Fausto vendió su alma al Diablo a cambio de recobrar la juventud. Ella lo hizo a cambio del poder de la personalidad. Para él el homicidio fue consecuencia. Para ella causa.

-Qué jodidas sois las tías. ¿Aún le guardas rencor por aquéllo?

Déborah lo miró sin responder, dando otra calada al cigarrillo.

-Bueno, supongo que lo superarás. Ahora es ella la segundona. Lo mío no es tan fácil...

Expiró el humo observándolo reflexiva, como intentando entrar en su mente.

-¿Qué ocurrió?

El chico agachó la cabeza con una desagradable sonrisa.

-¿De verdad no lo sabes?

-No.

-Vaya… debes ser la única.

No contestó.

-Mira, si es verdad que no lo sabes, preferiría no contártelo. Ya es bastante malo sentirse humillado ante todos. No es necesario añadir al grupo de sonrisas despectivas la de la diosa del lugar.

-Preferiría que lo hicieras...

Su voz no dejaba lugar a una negativa. No era imperiosa ni tajante, pero sí de una seguridad que se hacía imposible contradecir.

-¡Buuuff!... ¿Qué quieres que te cuente? Todos los tíos andábamos locos tras ella. Un buen día debió decidir divertirse a cuenta de ello y fui el elegido. Nos enrollamos, un par de besos... y me pidió una prueba de amor. Un tatuaje con un corazón y su nombre en el hombro para ser concretos. Había apostado con sus amigas... ya sabes, Silvia, Gema y compañía... a que lo conseguía en menos de una semana. Y efectivamente, lo consiguió. Después me largó sin más. Debieron reírse mucho. ¿Y sabes lo mejor de todo? El premio consistía en que Silvia se hiciera la loca una noche para que ella pudiera montárselo con su chico. Me humilló y después me dio la patada, sin más. Y para poder montárselo con otro pavo.  Patético, ¿eh? Me refiero a mí, claro.

Déborah dio otra calada al cigarrillo. Observó la blanca mancha dejada por la quemadura del láser en la piel de su hombro.

-Es de imaginar que tampoco debe ser tan grave visto desde su punto vista. Para ella no era más que uno más de tantos pardillos que babeaban a su paso. Supongo que jamás llegó a sospechar siquiera cuánto me gustaba realmente. Cuando la tía que te tiene enchochado te hace algo así, te sientes una mierda. Ahora... cuando coincidimos –prosiguió haciendo un amplio gesto con su brazo para dar a entender que se refería a las discotecas, pubs y demás-, y las veo mirarme con sus risitas... o a lo mejor no, vete tú a saber. Quizá sea tan patético que ni de eso se acuerden ya... En cualquier caso es difícil de soportar.

Expiró el humo largamente, pensativa. ¿Qué hacer con aquel triste ser? ¿Llevarlo al cementerio y darle un rápido fin? No le seducía en absoluto la idea. Ella encontraba la excitación en la conquista de personalidades poderosas, en ver fluir su esencia vital por sus venas abiertas y beber su sangre mientras, mirándolos a los ojos, se extasiaba viendo como la vida escapa de ellos y pasa a su persona. Sería algo realmente deplorable succionar la de aquel lamentable personaje.

-Está bien, vamos.

-¿Vamos?... ¿A dónde?

-A ordenar cosas que llevan demasiado tiempo desordenadas. A saldar cuentas con tu pasado y con el mío.

Miguel la miró confundido, sin entender. No obstante, se puso la camiseta sin rechistar.

Salieron juntos. Déborah devolvió las llaves al camarero y caminaron abrazados a través de la pista en dirección a los sofás que quedaban más allá de la misma, en una zona de semipenumbra. Mucha gente los miró sorprendida, incluidas Raquel y su coro de arpías aduladoras. Todos podían imaginar el motivo por el cual un pavo y una pava se encierran en  un almacén. O bien para hacerse una raya, o bien para follar. No hay más. Todos sabían que Déborah no era habitual de lo primero, al menos desde hacía mucho... ¡pero era tan difícil de creer lo segundo? ¿Déborah? ¿La diosa Déborah? ¿Con Miguel? En modo alguno resultaba congruente. No obstante, al cabo de unos minutos retozaban enzarzados en duelo pasional. Sus lenguas  enrolladas sin aparente solución de separación, las manos de él sobando ansiosamente los divinos pechos de ella.



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Miguel no habría sabido definir el tipo de relación que mantenía con Déborah si le hubiesen preguntado. De hecho, no esta seguro siquiera de que les uniera algún vínculo que pudiera catalogarse como tal. Ella iba y venía. A su libre antojo, sin dar explicaciones... Como el agua del Guadiana, aparecía cuando le apetecía echar un polvo con él para luego desaparecer durante días sin dar señales de vida, sin que supiera nada de ella. Por no saber, ni siquiera sabía su número de teléfono. ¡Qué coño! ¡Ni siquiera sabía si tenía teléfono! Tampoco se atrevía a acercarse a su casa a preguntar. ¡Era tan rara! Dios sabe cómo podría tomárselo. Igual lo interpretaba como indiscreción y lo mandaba a tomar por culo. Y, evidentemente, si algo tenía claro era que no quería irse a tomar por culo. Ni en sus sueños más delirantes hubiera osado creer que algún día acariciaría las curvas de aquella diosa con sus manos. Su aterciopelada piel, cada una de sus durezas y suavidades... Jamás hubiera podido llegar siquiera a intuir el éxtasis al que una hembra como ella puede llevar a un varón, los mundos y niveles celestiales que de su mano podían llegar a conocerse y en mucho excedían al séptimo. Estaba claro que había nacido para dar placer. Su diabólica belleza, su mezcla de felina fatalidad y ronroneante complacencia, aquellos ojos... todo en ella parecía diseñado para llevar a los hombres a la locura, a perder el sentido y estar dispuestos a abandonarlo todo por ella. ¿Cómo arriesgarse a perder algo así?

Al principio había tenido miedo. Era normal. Como todo el mundo, estaba al tanto de las cosas que de ella se contaban. Sabía que eran varios los pavos de los que lo último que se sabía era que habían sido vistos en su compañía. Nada más después. Ni una sola pista de su paradero o destino. Ni una llamada de alguien que supiera de ellos, ni una prenda suya, ni una mancha de sangre... ni un cuerpo o resto de él. El qué había sido de ellos, resultaba absoluto misterio que nadie acertaba a penetrar. Desde Madrid habían venido criminólogos e investigadores especializados, los mejores de España, en busca de algún indicio. Varias eran las veces que ella había pasado por Comisaría para ser interrogada, sin que a su salida los de la estrella hubieran avanzado en algo más que no fuera su propia calentura personal ante el poderoso atractivo sexual de la hembra. Sin que ni Miguel ni el público en general tuviera conocimiento de ello, la flor y nata de la investigación policial española se encontraba totalmente desorientada  ante el caso. Tenían la práctica, absoluta certeza de que estaba implicada en las desapariciones. Más aún, de que era la principal y única responsable de las mismas, pero no había por dónde meterle mano. Pasaba por horas de interrogatorio sin dar muestra del más mínimo desgaste emocional, sin incurrir en la más mínima contradicción... Sus declaraciones eran completamente coherentes, sus mentiras –porque lo eran, no cabía duda- perfectas, sus coartadas de una solidez incontestable... Se habían montado dispositivos de seguimiento, conseguido autorizaciones judiciales para registrar su casa e intervenir sus conversaciones telefónicas y telemáticas... Todo, se había intentado absolutamente todo para descubrir y probar su conexión con el asunto, sin que se hubiera conseguido avanzar un solo paso en tal sentido. Totalmente desconcertados, los agentes sólo podían plantear dos posibilidades: O bien la muchacha era realmente inocente y todos los indicios apuntaban inexplicablemente en la dirección equivocada, o bien se encontraban ante la más brillante mente criminal que la humanidad hubiera conocido. Bundy, Sutcliffe, Chikatilo... ninguno igualaba su genialidad, la perfección de su método o su dominio emocional. Pero lo más desconcertante de todo... ¡era que se alegraban de que así fuera! De forma inexplicable en gente de su profesionalidad y experiencia, ninguno de ellos permanecía inmune ante el poderoso encanto de aquella joven. Al menos ninguno de los varones, para todos los cuales, invariablemente, la Venus morena pasaba a convertirse en dueña absoluta de sus fantasías sexuales.

  Era lógico pues sentir miedo. No a lo primero, momento en el cual el irresistible hechizo de la mantis hacía olvidar toda precaución y conseguía que uno la siguiera a donde fuera que quisiera llevarle, así significara la muerte o hasta el mismísimo Infierno, pero sí tras remitir la calentura y reposar la testosterona. Los que dieron su vida a cambio del momento de supremo placer que ella ofrecía, habiendo dejado este mundo en plena efervescencia de su pasión definitiva, jamás tuvieron oportunidad de sentirlo, pero sí los que, como él, vivieron para contarlo. Pero no había tema. Cuando ella volvía a reclamarlos... si ella volvía a reclamarlos, de nuevo se mostraban dispuestos s seguirla dóciles cual cordero que llevan al matadero.

Pero Miguel no fue sacrificado. Tampoco otros de sus compañeros, pero lo suyo era diferente. Pocos pasaban de rollo de una noche; ninguno de las dos o tres citas. Con él en cambio, ya llevaba cerca de mes y medio. ¿Qué le había visto?, se preguntaba. ¿Qué en su persona podía encontrar tan atractivo la diosa oscura para otorgarle el honor de ser su macho apareador más constante y duradero? Había momentos en que Miguel se convencía de que todo lo que se decía no eran más que rumores sin fundamento. En realidad todo el mundo lo pensaba así. La Policía no había hecho declaración alguna de que tuvieran nada en que basar una sospecha razonable contra su ella. Su personal convicción no había trascendido. Para la gente en general, era la comidilla del momento, el germen que muy probablemente diera lugar una futura leyenda urbana, pero nadie pasaba realmente del mero recelo. En otros en cambio, era perfectamente consciente de que había algo oscuro en ella. Un aura siniestra e indescriptible que aterrorizaba. La veía entonces como una negra araña que en torno a él tejía su tela sin dejarle opción a escapar, siquiera a intentarlo.

-Hola Miguel.

-¡Glup!...

El cubata casi se le atragantó en la garganta y la chica hubo de hacer un verdadero esfuerzo para evitar no romper a reír ante su reacción. ¿Cómo podía haberse fijado Déborah en él? ¡Era tan patético! Allí había algo más de lo que se veía a simple vista, estaba segura.

-¡Raquel...!

El chaval casi no podía hablar. De repente, ni siquiera el  encanto de la mantis resultaba suficiente para contrarrestar el efecto de la rubia en sus hormonas. Por bella que fuera e irresistible que resultara, la impronta emocional que dejan las primeras pasiones de adolescencia es muy fuerte y profunda en voluntades no excesivamente poderosas. Raquel también era un verdadero cañón y el atractivo subjetivo que en él ejercía algo potentísimo. Se sintió nervioso, al borde del colapso, y su rostro enrojeció como un tomate. Ésta vez no pudo contener la muchacha su sonrisa. Totalmente cortado, bajó estúpidamente él la mirada. Descendiendo por sus pechos, deslizándola por su soberbia anatomía... ¡Pero qué buena estaba la grandísima hija de puta! Hoy lucía especialmente hermosa. Sus ojos se recrearon en las abultadas protuberancias que el verde top de lentejuelas exhibía provocativamente, intentando colarse por el divino canalillo. Pasada aquella primera, soberbia barrera, su virilidad se sentía estallar ante la contemplación de la graciosa y estrecha cintura que la prenda tan deliciosamente descubría. Llegado a sus caderas, el nivel de testosterona en su sangre aumentaba en la misma delirante proporción que se ampliaban aquéllas desde el talle de la hembra y hasta los soberbios muslos que la blanca minifalda de vuelo desnudaba para desquicio y deleite de las miradas que en ellos tuvieran la fortuna de posarse.

-Veo que todavía me recuerdas... –ironizo con picardía y una maravillosa sonrisa. Miguel la miró a los ojos y se sintió definitivamente perder en aquella inmensidad esmeralda.

-¿Y Déborah? ¿No está contigo hoy?

-No... tenía que estudiar.

-Pero... estáis juntos, ¿no?

-Bueno... supongo que sí.

-¡Ja, ja, ja! ¿Cómo que supones? ¿Te la tiras o no?

Su tono de voz era tan déspota como adorable. Estaba claro que la zorra sabía conseguir lo que quería. En este caso, resultar irresistible sin rebajarse ni renunciar a la ironía.

-Sí, bueno... sí.

-Ya. Bueno, imagino lo que ha visto en ti. Eres guapo.

El chaval la miró y ella le dedicó una sonrisa de anuncio de dentífrico.

-Está estudiando, ¿no?



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  “Así que aquí es donde Déborah se lo monta contigo, ¿eh?”-,había comentado la diosa rubia al llegar al lugar. La belleza del paisaje nocturno, cubiertas de plata por el nacarado manto de la reina del firmamento las copas de los pinos, sobre las cuales la mirada deslizaba ladera abajo hasta las luces de la ciudad en la lejanía, no bastaba para impresionar a la materialista alma de Raquel, más complacida en el alimento del cuerpo que en el del espíritu.

“Bueno, es bonito”.

Sin más, había comenzado a besarle y acariciarle. Sin más. Desprovista su pasión del fuego abrasador de la de Déborah. ¡Eran tan diferentes!... y tan parecidas a la vez. Podrían concebirse sacadas del mismo molde, confeccionadas con distinta materia prima. O viceversa. Fuera como fuera, había algo que las hacía muy parecidas y no se atinaba a identificar. Algo tan radical y abstracto como aquello otro que las diferenciaba.

No le pareció a Miguel la zorra tan soberbia y magistral en su papel de amante como su rival. En cambio, había un componente subjetivo en esta primera experiencia sexual compartida con ella que había faltado en la otra. El enrollarse con Déborah había sido algo totalmente imprevisto. Le cogió por sorpresa y todo lo experimentado fue fruto de reacciones reflejas a flor de piel. En cambio, por Raquel había suspirado largamente en otro tiempo. Uno en que había sido la dueña y señora de sus pensamientos y durante el cual su sexualidad había destilado hormonas en su honor continua y reiteradamente. No es lo mismo la consecución de un premio que se ha buscado y deseado con ardor, por el cual se han derramado lágrimas y semen en noches de pasión solitaria, que uno que ha llegado sin haberse sospechado en ningún momento que podría hacerlo. No es lo mismo.

“¿Cómo te lo hace Déborah?” había preguntado.

“Le gusta hacerlo sobre el capó” había respondido. “Cabalgando ella encima”.

No había necesitado más para sacarlo del vehículo y tumbarlo sobre aquél. Ahora galopaba desbocada, abandonada a un frenesí de pasión desbordada camino del más brutal de los orgasmos alcanzado, no gracias al compañero del momento, al que en realidad encontraba sumamente mediocre, sino al dulce sabor de la venganza, extasiados sus sentidos en la profanación del templo de su enemiga. De no ser por esa conciencia de invasión, de estar prostituyéndolo y pisoteándolo, no hubiera podido soportar el tacto de aquel gusano sobre su aterciopelada piel de diosa, pero así... ¡era tan glorioso!

 Raquel tomó las manos del chico para llevarlas a su pechos, apretándolas contra ellos, y dejarlas deslizar las suyas a continuación hacia arriba para enredar los dedos en sus ensortijados cabellos y tirar de ellos en un éxtasis de placer. Fue como si sus brazos cobraran vida propia. Algo extraño e indefinible que sintió de momento. Como si al ir a alzar un peso éste se viera aligerado repentinamente. La misma sensación de irreal facilidad. Para cuando se quiso dar cuenta, sus muñecas habían sido ya engrilletadas con unas esposas atadas a una cuerda que ahora colgaba por encima de su cabeza. Alarmada, miró en derredor suyo y se giró. Detrás de ella, Déborah sonreía triunfal a la luz de la luna.

-Buenas noches, Raquel.

¡¿De dónde había salido?! Una nueva mirada le sirvió para confirmar la nueva situación. Sobre ella, la soga se inclinaba para pasar por encima una rama de pino a unos tres metros de altura, yendo a asegurarse el otro extremo al tronco. ¿Cómo lo había hecho? Silenciosa como una gata en la sombra. Sin un solo ruido, sin que se apercibieran de su llegada... Lo había preparado todo mientras ellos follaban sin que en ningún momento fueran conscientes de su presencia. Sus brazos... había acompañado su movimiento ascendente con las manos, simplemente siguiéndolo, favoreciéndolo en su trayectoria, sin la más mínima oposición por su parte. Para cuando se había venido a dar cuenta, ya restaba inmovilizada en indefensa.

Extrañado por el repentino cese de los femeninos golpes de cadera sobre él, Miguel abrió los ojos para encontrarse con la nueva y sorprendente escena. Preocupada, con temor reflejado en sus hermosos ojos verdes, Raquel le miraba desde arriba. Un par de metros atrás, los azules de Déborah refulgían con fuego infernal.

-¿Qué me has hecho zorra?

Invadida por la furia más ardiente, la rubia se giró para saltar sobre la morena, que simplemente esquivó su ataque dando un paso atrás. Aquélla por su parte vio escapar un grito de su garganta al encontrar que, una vez abandonado el capó del coche, sus muñecas quedaban aprisionadas a una altura superior a la suya propia, con lo cual quedaba suspendida de ellas a algunos centímetros del suelo. Apresuradamente, buscó con los pies el parachoques para a continuación subir de nuevo sobre aquél. Déborah sonrió.

-Has dejado a Miguel a medias, Raquel... ayúdale a terminar.

La chica la miró con aprensión.

-Estás... ¡¡loca!!

Sonrió de nuevo.

-El pobre te ha deseado tanto... ¡no sabes cuánto! Mucho más que a mí. Vamos, ayúdale a terminar.

Sintió miedo de aquella mirada, de aquellas palabras tan perfectamente moduladas que hablaban de una pasión dominada al borde mismo del desbocamiento.

-Vamos...

Prisionera de las circunstancias, no tuvo más opción que obedecer. De repente, las historias y rumores que circulaban acerca de su enemiga cobraban cuerpo y consistencia. El miedo se convirtió en terror ante la consciencia de que podía morir y determinó que lo mejor sería obedecerla en todo. Quizá así...

Retomando su posición sobre el macho, comenzó a cabalgarlo de nuevo. Éste por su parte, si bien aturdido al principio, pronto se dejó llevar por el momento, comenzando a suspirar ante los magistrales, ahora sí, movimientos de pelvis de su otrora adorada diosa. Desde atrás, Déborah paso los brazos por debajo de las femeninas axilas para tomar en sus delicadas manos los divinos, pletóricos pechos juveniles y acariciarlos. Pellizcó suavemente los pezones y besó el esbelto cuello de cisne, dejando deslizar por él su lengua hacia arriba hasta el lóbulo, para introducirla a continuación en su oído. Raquel suspiró de placer. Algo puramente reflejo y rápidamente olvidado, inmediatamente recordado el horror de su situación.

Deboráh pasó a lamer sus pezones con lésbica maestría, al tiempo que introducía alguno de sus dedos en la gruta posterior de la rubia. Ésta, consciente de que le convenía seguir la corriente, pensó que lo mejor sería dejarse llevar e intentar complacerla. Así, llegó a disfrutar realmente del momento y, cuando por fin llegó el masculino orgasmo, el suyo propio lo acompañó en un salvaje paroxismo final. Para cuando consiguió recuperarse, se apercibió extrañada de que la mujer ya no estaba allí. ¿Dónde...?

El coche se movió. Despacio y marcha atrás, apenas unos metros. Lo suficiente para dejarla sin base bajo ella y colgando de nuevo de la rama de pino.

-¡¡Déborah...!! –gritó aterrorizada.

La morena descendió del vehículo sonriente. En su mano, la larga y aguda hoja de un estilete de doble filo brillaba a la luz de la luna.

-¡Déborah!...¡no!

-¡Ey, Déborah...! –intervino Miguel alarmado, ya para entonces descendido del capó y luchando por abrocharse los pantalones. -¿Qué vas a hacer?

Sonrió de nuevo, ahora mirándole. Tomo su rostro delicadamente con una mano antes de acercar el suyo y besarle en los labios. Después, avanzó de nuevo hacia la muchacha. Clavó sus ojos en los de ella. Verde sobre azul, zafiros contra esmeraldas... Tras la primera capa de temor, había desafío en ellos. Suavemente, se arrodilló ante ella y acercó la cara a su pubis.

  -Enhorabuena... –susurró con una sonrisa- Nunca creí que fueras realmente rubia natural.

Sonriente, mirándola a los ojos, aplicó su boca a la vulva y comenzó a lamer. Masajeando suavemente el clítorix con la punta de la lengua al tiempo que introducía sus dedos en ano y vagina en busca del placer de la hembra. Ésta suspiró. Agradada, Déborah se hizo ligeramente atrás para observarla mejor. Repentinamente, sin que nada hubiera permitido preverlo, una de las rodillas de la rubia vino a estrellarse violentamente contra su rostro, partiéndole el labio y derribándola de espaldas.

Aturdida, la mantis se reincorporó palpándose aquél, apreciando la sangre en sus dedos. Sonrió.

-Me gustas, Raquel... siempre he has gustado. Nunca lo sospechaste, ¿verdad?

La muchacha la observaba asustada ante las probables consecuencias de su acción. Déborah se acercó hasta ella. Tomó uno de sus preciosos pechos en la mano y lo acarició mirándola a los ojos.

-Yo quería ser lo que tú eras... quería ser tú. Fue antes de que todo cambiara pero, aun hoy, de no poder ser quien soy, me gustaría ser tú. Tan bella, tan ideal...

El gesto de la rubia se encogió en una expresión de aprensión.

-Además tortillera... ¡qué asco das!

Débora sonrió.

-Eres valiente, Raquel. Realmente me gustas...

Las palabras vinieron acompañadas por un intenso dolor en su región pélvica, producido por la fría hoja del cuchillo al abrirse paso en busca de los tendones que gobernaban el movimiento ascendente de su muslo derecho.

-¡Ah...!

Fue más un quejido que un grito. Sin llegar a la intensidad del segundo, sabedora la rubia de que había llegado su fin. Una nueva incisión en el izquierdo le privó igualmente  de la disponibilidad del mismo. Déborah extrajo el puñal y colocó su punta apuntando en diagonal contra la vagina. Las dos soberbias hembras se miraron a los ojos en desafío final.

-Lo siento, Raquel... Hubiera preferido que fuéramos amigas... amantes...

El mortal filo profundizó en la carne en busca de la arteria ilíaca, perforándola. La sangre manó en brutal abundancia, llevándose con ella gradualmente la vida de la muchacha. Débora se arrodilló con adoración ante ella para aplicar su boca a la vulva y recibir en ella la carmesí lluvia de vital elixir. Cortados los tendones, imposibilitada su víctima para agredirla de nuevo. En apenas unos instantes, dejó ésta de respirar, al tiempo que ella sentía la desbocada avenida de su orgasmo. Arrolladora, incontenible, como había pensado ya nunca volvería a experimentar. En ese momento en cambio, supo que siempre habría una motivación para volver a alcanzarlo. Una motivación para una vampírica psicópata sexual. Una motivación que siempre existiría y tan sólo habría de buscar.