miércoles, 20 de junio de 2012

SANGUINARIA DÉBORAH: SALDANDO CUENTAS (III DE IV)





  Lo vio triste, inclinado sobre la metálica barra de la discoteca. Borracho, deplorable... ya antes lo había visto de tal guisa en otras ocasiones. No siempre fue así. Tampoco era que hubiera resultado en alguna ocasión chico de especial popularidad. Siempre fue del tipo “diferente” que provoca distancia y desapego en sus compañeros, pero no un perdedor definitivamente derrotado como ahora daba impresión en estas ocasiones. Sintió algo parecido a la aprensión y se preguntó qué había pasado con él. Era extraño. Nunca antes lo había hecho, pese a conocerlo desde el parvulario. Echó un vistazo alrededor. Algo puramente mecánico. En el centro de la pista, Raquel bailaba escoltada por su habitual coro de damas de honor y pelotas idólatras. Raquel, la misma diosa a la que ella arrebató su trono en el panteón local, junto a su chico y la vida del mismo. Si ella supiera... Parecían divertidas y su verde mirada se tornó glacial al cruzarse con la azul de la mantis humana. La rivalidad resultaba manifiesta, tanto como el rencor y envidia de la derrocada. Algún día pasaría algo. Algún día. Sin duda Déborah podría destrozarla con una sola mano y sin esfuerzo, ¡pero resultaba tan ordinario rebajarse a ello! Como quien no quiere la cosa, miró para otro lado y, sin saber muy bien por qué, acabó al lado del beodo. Se giró él extrañado para mirarla.

        -Hola, Déborah...

  -Hola Miguel.

  Sus ojos se veían apagados. Reflejaban una indefinible melancolía y, por un momento, creyó sentir lástima. ¡Una debilidad Algo ya tan ajeno para ella... Lo observó más detenidamente. No era un chico feo. Nunca lo había sido. A decir verdad, siempre fue bastante guapo. Guapo, pero no atractivo. Al menos ahora. Alguna vez, hacía ya mucho y a pesar de su carácter “rarito”, había gustado bastante a las niñas y al comenzar la adolescencia, se habría pensado devendría en popular ídolo de quinceañeras. Pero algo debió cambiar en algún momento que no hubiera podido precisar. Debió ocurrir en la época en que su interés se centraba en dejarse sobar las tetas en el asiento posterior del coche del guaperas de turno noche sí, noche también, y no andaba por ello al tanto de lo que se cocía a su alrededor. El muchacho se sonrió. Sacudiendo su cabeza, rió con triste ironía.

-¡Pero qué jodidamente buena estás!

  Suspiró y negó con la cabeza a la vez que su mirada celeste se alzaba hacia el techo, cual si de una hermana mayor se tratase.

-¡Anda, ven conmigo! –le espetó tomándolo por el brazo.

-¡Ey...!

Él era varón y ella mujer. La diferencia de fuerza era tan clara como la habitual que deriva de la existente entre ambos sexos. Tan clara como la de energía en favor de la mantis. Sin poder oponerse, se vio prácticamente arrastrado por ésta hacia no sabía dónde.

-¿A... a dónde me llevas?

-¡A quitarte la mona, tarado! Anda Jesús, –añadió para el camarero-, ¡déjame las llaves!

No hubo problema. Es la ventaja de ser una diosa. Todo el mundo te conoce o te quiere conocer, y todas las puertas se te abren con sólo pedirlo En un momento, Miguel se vio en el almacén, inclinado sobre un gran cubo de basura y recibiendo el desagradable y despabilante vertido del agua en su nuca.

-¡Ah...! –exclamó al sentir su fría caricia. ¡La muy zorra la había escogido helada!

-Debería llenar el cubo para meterte la cabeza en él y no dejártela sacar en media hora.

Liberándolo de su presa, se volvió Déborah para buscar asiento sobre unas cajas de Coca-Cola. Tomando el paquete de Marlboro, extrajo uno y lo encendió. Miguel por su parte, se incorporó repentinamente despejado, si bien bastante desorientado todavía. Aún algo aturdido, se quitó la mojada camiseta. Apoyando la espalda contra la pared, se dejó deslizar a continuación para quedar sentado sobre el suelo de cerámica. Ella lo observaba a través de la nicotínica nube ante su rostro y él le devolvió la mirada.

-Gracias, Déborah...

Expiró largamente el humo desde sus pulmones, pensativa.

-Tío, ¿qué te pasa?

El chico se mostró extrañado por la pregunta.

-Estás hecho una mierda...

-Sí, bueno... supongo que sí.

-¿Siempre estás así?

Ahora se le vio sorprendido.

-¡Oh, no!,,, no, qué va. Es sólo... bueno, cuando coincido con ella... a veces. Es éso o matarla.

-¿Con ella? ¿Quién es ella?

Volvió a mirarla con sorpresa.

-Creo que me he perdido algo, ¿no?

-Supongo que sí –respondió abatido.

Pasaron un par de caladas antes de que ninguno de los dos volviera a pronunciar palabra.

-Es Raquel, ¿no? Recuerdo que te gustaba.

Ahora el muchacho sonrió con cinismo. No hacia ella o su comentario, sino en general.

-¿Y a quién no?

-Sí, también recuerdo eso.

Las palabras salieron desde la pura envidia y rivalidad femenina. A pesar de haberla superado finalmente, no es fácil olvidar el sentimiento de la época en que se ha sido súbdito y no monarca. Ni el de envidiar lo que la rubia era y ella hubiera matado por ser... de lo que la rubia fue y ella mató por ser. Fausto vendió su alma al Diablo a cambio de recobrar la juventud. Ella lo hizo a cambio del poder de la personalidad. Para él el homicidio fue consecuencia. Para ella causa.

-Qué jodidas sois las tías. ¿Aún le guardas rencor por aquéllo?

Déborah lo miró sin responder, dando otra calada al cigarrillo.

-Bueno, supongo que lo superarás. Ahora es ella la segundona. Lo mío no es tan fácil...

Expiró el humo observándolo reflexiva, como intentando entrar en su mente.

-¿Qué ocurrió?

El chico agachó la cabeza con una desagradable sonrisa.

-¿De verdad no lo sabes?

-No.

-Vaya… debes ser la única.

No contestó.

-Mira, si es verdad que no lo sabes, preferiría no contártelo. Ya es bastante malo sentirse humillado ante todos. No es necesario añadir al grupo de sonrisas despectivas la de la diosa del lugar.

-Preferiría que lo hicieras...

Su voz no dejaba lugar a una negativa. No era imperiosa ni tajante, pero sí de una seguridad que se hacía imposible contradecir.

-¡Buuuff!... ¿Qué quieres que te cuente? Todos los tíos andábamos locos tras ella. Un buen día debió decidir divertirse a cuenta de ello y fui el elegido. Nos enrollamos, un par de besos... y me pidió una prueba de amor. Un tatuaje con un corazón y su nombre en el hombro para ser concretos. Había apostado con sus amigas... ya sabes, Silvia, Gema y compañía... a que lo conseguía en menos de una semana. Y efectivamente, lo consiguió. Después me largó sin más. Debieron reírse mucho. ¿Y sabes lo mejor de todo? El premio consistía en que Silvia se hiciera la loca una noche para que ella pudiera montárselo con su chico. Me humilló y después me dio la patada, sin más. Y para poder montárselo con otro pavo.  Patético, ¿eh? Me refiero a mí, claro.

Déborah dio otra calada al cigarrillo. Observó la blanca mancha dejada por la quemadura del láser en la piel de su hombro.

-Es de imaginar que tampoco debe ser tan grave visto desde su punto vista. Para ella no era más que uno más de tantos pardillos que babeaban a su paso. Supongo que jamás llegó a sospechar siquiera cuánto me gustaba realmente. Cuando la tía que te tiene enchochado te hace algo así, te sientes una mierda. Ahora... cuando coincidimos –prosiguió haciendo un amplio gesto con su brazo para dar a entender que se refería a las discotecas, pubs y demás-, y las veo mirarme con sus risitas... o a lo mejor no, vete tú a saber. Quizá sea tan patético que ni de eso se acuerden ya... En cualquier caso es difícil de soportar.

Expiró el humo largamente, pensativa. ¿Qué hacer con aquel triste ser? ¿Llevarlo al cementerio y darle un rápido fin? No le seducía en absoluto la idea. Ella encontraba la excitación en la conquista de personalidades poderosas, en ver fluir su esencia vital por sus venas abiertas y beber su sangre mientras, mirándolos a los ojos, se extasiaba viendo como la vida escapa de ellos y pasa a su persona. Sería algo realmente deplorable succionar la de aquel lamentable personaje.

-Está bien, vamos.

-¿Vamos?... ¿A dónde?

-A ordenar cosas que llevan demasiado tiempo desordenadas. A saldar cuentas con tu pasado y con el mío.

Miguel la miró confundido, sin entender. No obstante, se puso la camiseta sin rechistar.

Salieron juntos. Déborah devolvió las llaves al camarero y caminaron abrazados a través de la pista en dirección a los sofás que quedaban más allá de la misma, en una zona de semipenumbra. Mucha gente los miró sorprendida, incluidas Raquel y su coro de arpías aduladoras. Todos podían imaginar el motivo por el cual un pavo y una pava se encierran en  un almacén. O bien para hacerse una raya, o bien para follar. No hay más. Todos sabían que Déborah no era habitual de lo primero, al menos desde hacía mucho... ¡pero era tan difícil de creer lo segundo? ¿Déborah? ¿La diosa Déborah? ¿Con Miguel? En modo alguno resultaba congruente. No obstante, al cabo de unos minutos retozaban enzarzados en duelo pasional. Sus lenguas  enrolladas sin aparente solución de separación, las manos de él sobando ansiosamente los divinos pechos de ella.



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Miguel no habría sabido definir el tipo de relación que mantenía con Déborah si le hubiesen preguntado. De hecho, no esta seguro siquiera de que les uniera algún vínculo que pudiera catalogarse como tal. Ella iba y venía. A su libre antojo, sin dar explicaciones... Como el agua del Guadiana, aparecía cuando le apetecía echar un polvo con él para luego desaparecer durante días sin dar señales de vida, sin que supiera nada de ella. Por no saber, ni siquiera sabía su número de teléfono. ¡Qué coño! ¡Ni siquiera sabía si tenía teléfono! Tampoco se atrevía a acercarse a su casa a preguntar. ¡Era tan rara! Dios sabe cómo podría tomárselo. Igual lo interpretaba como indiscreción y lo mandaba a tomar por culo. Y, evidentemente, si algo tenía claro era que no quería irse a tomar por culo. Ni en sus sueños más delirantes hubiera osado creer que algún día acariciaría las curvas de aquella diosa con sus manos. Su aterciopelada piel, cada una de sus durezas y suavidades... Jamás hubiera podido llegar siquiera a intuir el éxtasis al que una hembra como ella puede llevar a un varón, los mundos y niveles celestiales que de su mano podían llegar a conocerse y en mucho excedían al séptimo. Estaba claro que había nacido para dar placer. Su diabólica belleza, su mezcla de felina fatalidad y ronroneante complacencia, aquellos ojos... todo en ella parecía diseñado para llevar a los hombres a la locura, a perder el sentido y estar dispuestos a abandonarlo todo por ella. ¿Cómo arriesgarse a perder algo así?

Al principio había tenido miedo. Era normal. Como todo el mundo, estaba al tanto de las cosas que de ella se contaban. Sabía que eran varios los pavos de los que lo último que se sabía era que habían sido vistos en su compañía. Nada más después. Ni una sola pista de su paradero o destino. Ni una llamada de alguien que supiera de ellos, ni una prenda suya, ni una mancha de sangre... ni un cuerpo o resto de él. El qué había sido de ellos, resultaba absoluto misterio que nadie acertaba a penetrar. Desde Madrid habían venido criminólogos e investigadores especializados, los mejores de España, en busca de algún indicio. Varias eran las veces que ella había pasado por Comisaría para ser interrogada, sin que a su salida los de la estrella hubieran avanzado en algo más que no fuera su propia calentura personal ante el poderoso atractivo sexual de la hembra. Sin que ni Miguel ni el público en general tuviera conocimiento de ello, la flor y nata de la investigación policial española se encontraba totalmente desorientada  ante el caso. Tenían la práctica, absoluta certeza de que estaba implicada en las desapariciones. Más aún, de que era la principal y única responsable de las mismas, pero no había por dónde meterle mano. Pasaba por horas de interrogatorio sin dar muestra del más mínimo desgaste emocional, sin incurrir en la más mínima contradicción... Sus declaraciones eran completamente coherentes, sus mentiras –porque lo eran, no cabía duda- perfectas, sus coartadas de una solidez incontestable... Se habían montado dispositivos de seguimiento, conseguido autorizaciones judiciales para registrar su casa e intervenir sus conversaciones telefónicas y telemáticas... Todo, se había intentado absolutamente todo para descubrir y probar su conexión con el asunto, sin que se hubiera conseguido avanzar un solo paso en tal sentido. Totalmente desconcertados, los agentes sólo podían plantear dos posibilidades: O bien la muchacha era realmente inocente y todos los indicios apuntaban inexplicablemente en la dirección equivocada, o bien se encontraban ante la más brillante mente criminal que la humanidad hubiera conocido. Bundy, Sutcliffe, Chikatilo... ninguno igualaba su genialidad, la perfección de su método o su dominio emocional. Pero lo más desconcertante de todo... ¡era que se alegraban de que así fuera! De forma inexplicable en gente de su profesionalidad y experiencia, ninguno de ellos permanecía inmune ante el poderoso encanto de aquella joven. Al menos ninguno de los varones, para todos los cuales, invariablemente, la Venus morena pasaba a convertirse en dueña absoluta de sus fantasías sexuales.

  Era lógico pues sentir miedo. No a lo primero, momento en el cual el irresistible hechizo de la mantis hacía olvidar toda precaución y conseguía que uno la siguiera a donde fuera que quisiera llevarle, así significara la muerte o hasta el mismísimo Infierno, pero sí tras remitir la calentura y reposar la testosterona. Los que dieron su vida a cambio del momento de supremo placer que ella ofrecía, habiendo dejado este mundo en plena efervescencia de su pasión definitiva, jamás tuvieron oportunidad de sentirlo, pero sí los que, como él, vivieron para contarlo. Pero no había tema. Cuando ella volvía a reclamarlos... si ella volvía a reclamarlos, de nuevo se mostraban dispuestos s seguirla dóciles cual cordero que llevan al matadero.

Pero Miguel no fue sacrificado. Tampoco otros de sus compañeros, pero lo suyo era diferente. Pocos pasaban de rollo de una noche; ninguno de las dos o tres citas. Con él en cambio, ya llevaba cerca de mes y medio. ¿Qué le había visto?, se preguntaba. ¿Qué en su persona podía encontrar tan atractivo la diosa oscura para otorgarle el honor de ser su macho apareador más constante y duradero? Había momentos en que Miguel se convencía de que todo lo que se decía no eran más que rumores sin fundamento. En realidad todo el mundo lo pensaba así. La Policía no había hecho declaración alguna de que tuvieran nada en que basar una sospecha razonable contra su ella. Su personal convicción no había trascendido. Para la gente en general, era la comidilla del momento, el germen que muy probablemente diera lugar una futura leyenda urbana, pero nadie pasaba realmente del mero recelo. En otros en cambio, era perfectamente consciente de que había algo oscuro en ella. Un aura siniestra e indescriptible que aterrorizaba. La veía entonces como una negra araña que en torno a él tejía su tela sin dejarle opción a escapar, siquiera a intentarlo.

-Hola Miguel.

-¡Glup!...

El cubata casi se le atragantó en la garganta y la chica hubo de hacer un verdadero esfuerzo para evitar no romper a reír ante su reacción. ¿Cómo podía haberse fijado Déborah en él? ¡Era tan patético! Allí había algo más de lo que se veía a simple vista, estaba segura.

-¡Raquel...!

El chaval casi no podía hablar. De repente, ni siquiera el  encanto de la mantis resultaba suficiente para contrarrestar el efecto de la rubia en sus hormonas. Por bella que fuera e irresistible que resultara, la impronta emocional que dejan las primeras pasiones de adolescencia es muy fuerte y profunda en voluntades no excesivamente poderosas. Raquel también era un verdadero cañón y el atractivo subjetivo que en él ejercía algo potentísimo. Se sintió nervioso, al borde del colapso, y su rostro enrojeció como un tomate. Ésta vez no pudo contener la muchacha su sonrisa. Totalmente cortado, bajó estúpidamente él la mirada. Descendiendo por sus pechos, deslizándola por su soberbia anatomía... ¡Pero qué buena estaba la grandísima hija de puta! Hoy lucía especialmente hermosa. Sus ojos se recrearon en las abultadas protuberancias que el verde top de lentejuelas exhibía provocativamente, intentando colarse por el divino canalillo. Pasada aquella primera, soberbia barrera, su virilidad se sentía estallar ante la contemplación de la graciosa y estrecha cintura que la prenda tan deliciosamente descubría. Llegado a sus caderas, el nivel de testosterona en su sangre aumentaba en la misma delirante proporción que se ampliaban aquéllas desde el talle de la hembra y hasta los soberbios muslos que la blanca minifalda de vuelo desnudaba para desquicio y deleite de las miradas que en ellos tuvieran la fortuna de posarse.

-Veo que todavía me recuerdas... –ironizo con picardía y una maravillosa sonrisa. Miguel la miró a los ojos y se sintió definitivamente perder en aquella inmensidad esmeralda.

-¿Y Déborah? ¿No está contigo hoy?

-No... tenía que estudiar.

-Pero... estáis juntos, ¿no?

-Bueno... supongo que sí.

-¡Ja, ja, ja! ¿Cómo que supones? ¿Te la tiras o no?

Su tono de voz era tan déspota como adorable. Estaba claro que la zorra sabía conseguir lo que quería. En este caso, resultar irresistible sin rebajarse ni renunciar a la ironía.

-Sí, bueno... sí.

-Ya. Bueno, imagino lo que ha visto en ti. Eres guapo.

El chaval la miró y ella le dedicó una sonrisa de anuncio de dentífrico.

-Está estudiando, ¿no?



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  “Así que aquí es donde Déborah se lo monta contigo, ¿eh?”-,había comentado la diosa rubia al llegar al lugar. La belleza del paisaje nocturno, cubiertas de plata por el nacarado manto de la reina del firmamento las copas de los pinos, sobre las cuales la mirada deslizaba ladera abajo hasta las luces de la ciudad en la lejanía, no bastaba para impresionar a la materialista alma de Raquel, más complacida en el alimento del cuerpo que en el del espíritu.

“Bueno, es bonito”.

Sin más, había comenzado a besarle y acariciarle. Sin más. Desprovista su pasión del fuego abrasador de la de Déborah. ¡Eran tan diferentes!... y tan parecidas a la vez. Podrían concebirse sacadas del mismo molde, confeccionadas con distinta materia prima. O viceversa. Fuera como fuera, había algo que las hacía muy parecidas y no se atinaba a identificar. Algo tan radical y abstracto como aquello otro que las diferenciaba.

No le pareció a Miguel la zorra tan soberbia y magistral en su papel de amante como su rival. En cambio, había un componente subjetivo en esta primera experiencia sexual compartida con ella que había faltado en la otra. El enrollarse con Déborah había sido algo totalmente imprevisto. Le cogió por sorpresa y todo lo experimentado fue fruto de reacciones reflejas a flor de piel. En cambio, por Raquel había suspirado largamente en otro tiempo. Uno en que había sido la dueña y señora de sus pensamientos y durante el cual su sexualidad había destilado hormonas en su honor continua y reiteradamente. No es lo mismo la consecución de un premio que se ha buscado y deseado con ardor, por el cual se han derramado lágrimas y semen en noches de pasión solitaria, que uno que ha llegado sin haberse sospechado en ningún momento que podría hacerlo. No es lo mismo.

“¿Cómo te lo hace Déborah?” había preguntado.

“Le gusta hacerlo sobre el capó” había respondido. “Cabalgando ella encima”.

No había necesitado más para sacarlo del vehículo y tumbarlo sobre aquél. Ahora galopaba desbocada, abandonada a un frenesí de pasión desbordada camino del más brutal de los orgasmos alcanzado, no gracias al compañero del momento, al que en realidad encontraba sumamente mediocre, sino al dulce sabor de la venganza, extasiados sus sentidos en la profanación del templo de su enemiga. De no ser por esa conciencia de invasión, de estar prostituyéndolo y pisoteándolo, no hubiera podido soportar el tacto de aquel gusano sobre su aterciopelada piel de diosa, pero así... ¡era tan glorioso!

 Raquel tomó las manos del chico para llevarlas a su pechos, apretándolas contra ellos, y dejarlas deslizar las suyas a continuación hacia arriba para enredar los dedos en sus ensortijados cabellos y tirar de ellos en un éxtasis de placer. Fue como si sus brazos cobraran vida propia. Algo extraño e indefinible que sintió de momento. Como si al ir a alzar un peso éste se viera aligerado repentinamente. La misma sensación de irreal facilidad. Para cuando se quiso dar cuenta, sus muñecas habían sido ya engrilletadas con unas esposas atadas a una cuerda que ahora colgaba por encima de su cabeza. Alarmada, miró en derredor suyo y se giró. Detrás de ella, Déborah sonreía triunfal a la luz de la luna.

-Buenas noches, Raquel.

¡¿De dónde había salido?! Una nueva mirada le sirvió para confirmar la nueva situación. Sobre ella, la soga se inclinaba para pasar por encima una rama de pino a unos tres metros de altura, yendo a asegurarse el otro extremo al tronco. ¿Cómo lo había hecho? Silenciosa como una gata en la sombra. Sin un solo ruido, sin que se apercibieran de su llegada... Lo había preparado todo mientras ellos follaban sin que en ningún momento fueran conscientes de su presencia. Sus brazos... había acompañado su movimiento ascendente con las manos, simplemente siguiéndolo, favoreciéndolo en su trayectoria, sin la más mínima oposición por su parte. Para cuando se había venido a dar cuenta, ya restaba inmovilizada en indefensa.

Extrañado por el repentino cese de los femeninos golpes de cadera sobre él, Miguel abrió los ojos para encontrarse con la nueva y sorprendente escena. Preocupada, con temor reflejado en sus hermosos ojos verdes, Raquel le miraba desde arriba. Un par de metros atrás, los azules de Déborah refulgían con fuego infernal.

-¿Qué me has hecho zorra?

Invadida por la furia más ardiente, la rubia se giró para saltar sobre la morena, que simplemente esquivó su ataque dando un paso atrás. Aquélla por su parte vio escapar un grito de su garganta al encontrar que, una vez abandonado el capó del coche, sus muñecas quedaban aprisionadas a una altura superior a la suya propia, con lo cual quedaba suspendida de ellas a algunos centímetros del suelo. Apresuradamente, buscó con los pies el parachoques para a continuación subir de nuevo sobre aquél. Déborah sonrió.

-Has dejado a Miguel a medias, Raquel... ayúdale a terminar.

La chica la miró con aprensión.

-Estás... ¡¡loca!!

Sonrió de nuevo.

-El pobre te ha deseado tanto... ¡no sabes cuánto! Mucho más que a mí. Vamos, ayúdale a terminar.

Sintió miedo de aquella mirada, de aquellas palabras tan perfectamente moduladas que hablaban de una pasión dominada al borde mismo del desbocamiento.

-Vamos...

Prisionera de las circunstancias, no tuvo más opción que obedecer. De repente, las historias y rumores que circulaban acerca de su enemiga cobraban cuerpo y consistencia. El miedo se convirtió en terror ante la consciencia de que podía morir y determinó que lo mejor sería obedecerla en todo. Quizá así...

Retomando su posición sobre el macho, comenzó a cabalgarlo de nuevo. Éste por su parte, si bien aturdido al principio, pronto se dejó llevar por el momento, comenzando a suspirar ante los magistrales, ahora sí, movimientos de pelvis de su otrora adorada diosa. Desde atrás, Déborah paso los brazos por debajo de las femeninas axilas para tomar en sus delicadas manos los divinos, pletóricos pechos juveniles y acariciarlos. Pellizcó suavemente los pezones y besó el esbelto cuello de cisne, dejando deslizar por él su lengua hacia arriba hasta el lóbulo, para introducirla a continuación en su oído. Raquel suspiró de placer. Algo puramente reflejo y rápidamente olvidado, inmediatamente recordado el horror de su situación.

Deboráh pasó a lamer sus pezones con lésbica maestría, al tiempo que introducía alguno de sus dedos en la gruta posterior de la rubia. Ésta, consciente de que le convenía seguir la corriente, pensó que lo mejor sería dejarse llevar e intentar complacerla. Así, llegó a disfrutar realmente del momento y, cuando por fin llegó el masculino orgasmo, el suyo propio lo acompañó en un salvaje paroxismo final. Para cuando consiguió recuperarse, se apercibió extrañada de que la mujer ya no estaba allí. ¿Dónde...?

El coche se movió. Despacio y marcha atrás, apenas unos metros. Lo suficiente para dejarla sin base bajo ella y colgando de nuevo de la rama de pino.

-¡¡Déborah...!! –gritó aterrorizada.

La morena descendió del vehículo sonriente. En su mano, la larga y aguda hoja de un estilete de doble filo brillaba a la luz de la luna.

-¡Déborah!...¡no!

-¡Ey, Déborah...! –intervino Miguel alarmado, ya para entonces descendido del capó y luchando por abrocharse los pantalones. -¿Qué vas a hacer?

Sonrió de nuevo, ahora mirándole. Tomo su rostro delicadamente con una mano antes de acercar el suyo y besarle en los labios. Después, avanzó de nuevo hacia la muchacha. Clavó sus ojos en los de ella. Verde sobre azul, zafiros contra esmeraldas... Tras la primera capa de temor, había desafío en ellos. Suavemente, se arrodilló ante ella y acercó la cara a su pubis.

  -Enhorabuena... –susurró con una sonrisa- Nunca creí que fueras realmente rubia natural.

Sonriente, mirándola a los ojos, aplicó su boca a la vulva y comenzó a lamer. Masajeando suavemente el clítorix con la punta de la lengua al tiempo que introducía sus dedos en ano y vagina en busca del placer de la hembra. Ésta suspiró. Agradada, Déborah se hizo ligeramente atrás para observarla mejor. Repentinamente, sin que nada hubiera permitido preverlo, una de las rodillas de la rubia vino a estrellarse violentamente contra su rostro, partiéndole el labio y derribándola de espaldas.

Aturdida, la mantis se reincorporó palpándose aquél, apreciando la sangre en sus dedos. Sonrió.

-Me gustas, Raquel... siempre he has gustado. Nunca lo sospechaste, ¿verdad?

La muchacha la observaba asustada ante las probables consecuencias de su acción. Déborah se acercó hasta ella. Tomó uno de sus preciosos pechos en la mano y lo acarició mirándola a los ojos.

-Yo quería ser lo que tú eras... quería ser tú. Fue antes de que todo cambiara pero, aun hoy, de no poder ser quien soy, me gustaría ser tú. Tan bella, tan ideal...

El gesto de la rubia se encogió en una expresión de aprensión.

-Además tortillera... ¡qué asco das!

Débora sonrió.

-Eres valiente, Raquel. Realmente me gustas...

Las palabras vinieron acompañadas por un intenso dolor en su región pélvica, producido por la fría hoja del cuchillo al abrirse paso en busca de los tendones que gobernaban el movimiento ascendente de su muslo derecho.

-¡Ah...!

Fue más un quejido que un grito. Sin llegar a la intensidad del segundo, sabedora la rubia de que había llegado su fin. Una nueva incisión en el izquierdo le privó igualmente  de la disponibilidad del mismo. Déborah extrajo el puñal y colocó su punta apuntando en diagonal contra la vagina. Las dos soberbias hembras se miraron a los ojos en desafío final.

-Lo siento, Raquel... Hubiera preferido que fuéramos amigas... amantes...

El mortal filo profundizó en la carne en busca de la arteria ilíaca, perforándola. La sangre manó en brutal abundancia, llevándose con ella gradualmente la vida de la muchacha. Débora se arrodilló con adoración ante ella para aplicar su boca a la vulva y recibir en ella la carmesí lluvia de vital elixir. Cortados los tendones, imposibilitada su víctima para agredirla de nuevo. En apenas unos instantes, dejó ésta de respirar, al tiempo que ella sentía la desbocada avenida de su orgasmo. Arrolladora, incontenible, como había pensado ya nunca volvería a experimentar. En ese momento en cambio, supo que siempre habría una motivación para volver a alcanzarlo. Una motivación para una vampírica psicópata sexual. Una motivación que siempre existiría y tan sólo habría de buscar.


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