La Luna. Luna llena, serena… compañera de la noche, su símbolo y hermana.
Mudo y eterno testigo de actos infinitos, de la vida y su drama desde su origen
en los abismos del tiempo pasado y hasta su fin en el venidero.
¿Cuántos secretos guarda su nacarada presencia? ¿Cuántos que no podrá compartir, maldecida por los dioses, convertida para la eternidad en solemne guardián de la vida y la muerte, condenada a observar sin poder actuar ni revelar sus conocimientos.
Ella vio surgir al hombre, nacer sus sociedades y civilizaciones. Vio a los sumerios asentarse en las fértiles llanuras de Mesopotamia, entre el Tigres y el Éufrates, y a orillas del Nilo levantarse el imperio de los faraones. Presenció el esplendor de Babilonia y fue testigo de las verdades y fábulas de los héroes antiguos. Gilgamesh, Aquiles, Heracles… todos vivieron y murieron, odiaron y amaron, rieron y lloraron bajo su plateado manto.
Desde que el tiempo es tiempo y el hombre es hombre, los amantes han buscado su complicidad y los poetas le han dedicado versos y canciones.
La Luna… ausente y ajena a sus pasiones cual bella danzarina que, en la noche del desierto, despliega desnuda su arte ante los ojos del admirado beduino que, oculto tras una duna, la adora enamorado y rendido sin que ella sepa de su existencia ni la intuya siquiera.
Antonio la contempla hipnotizado, captada su esencia y atención por su magia y misterio insondable. Ante ella, el cielo salpicado de estrellas cual oscuro manto cubierto de diamantes y otras piedras preciosas, una silueta femenina comienza a formarse. Oscura, esbelta… figura negra, desnuda. De lascivas formas y largos cabellos azabache.
Antonio observa su evolución embelesado. La ha buscado. Recorriendo todos los pasillos y laberintos de su mente. Como el hambriento su alimento, el náufrago la salvación en el mar.
La ha reclamado y maldecido, casi escuchando su risa y sintiendo cómo se burla de él. Esquiva, voluble… tan caprichosa y veleidosa como cualquier mujer, bella y fascinante como ninguna.
El mundo real y sus hembras han perdido toda importancia, hasta el punto de
quedar relegado a mero espacio de tiempo entre visita y visita al universo de
la fantasía y la maravilla. Nada en él puede compararse al éxtasis de los
sentidos en éste cuando la acoge en sus brazos y sus labios, rojos como la
pasión, se ofrecen a él. Besos de otro mundo. Húmedos, intensos… como besar al
mar convertido en mujer. Abrazos que apresan y atraen hacia él, hacia sus
oscuros y profundos abismos, llevándole a hundirse en ellos como lastrado a
plomo, perdiendo contacto con la superficie, cada vez más lejana, y viéndose
envolver por las negras aguas, abandonado el deseo de regresar a aquélla.
Sus aventuras con Marta y Lucía, tan plenas y satisfactorias cuando todo
resulta ideal, no saben a nada cuando no está ella al otro lado de la realidad
para llenar el alma con su esencia y locura. Como un postre que se sirve sin
haber disfrutado del plato principal, cuando éste es el motivo principal de la
comida y se ha buscado con impaciencia y ansiedad.
La mujer parece reírse de él. Aparece sin ser llamada, se ausenta y
oculta en sí misma cuando la busca… Antonio llega al borde de la demencia en
sus noches, cuando en ellas se entrega al mundo de Morfeo como un perro tras su
presa al abrirle la jaula, tras haber sido retenido en ella por largas horas.
Ya en su seno, la busca desesperadamente y sin tregua. En sus sueños
Antonio puede volar. Puede galopar sobre el viento, correr sobre las aguas…
Puede hacer lo que le plazca allí donde es dios y creador, quien hace y deshace
a voluntad. Pero no puede disponer de ella cuando lo desea.
Puede seducir a cualquier mujer por hermosa que sea. Joven o madura,
lasciva o recatada. Incluso puede entregarse a la más depravada perversión,
metiendo la mano por debajo de las faldas de las colegialas, auténticas niñas
púberes y prepúberes, a la salida del colegio o instituto para palpar con
descaro sus prietos glúteos, o agrediendo y violando a quien le place. Está en
su mundo, donde nada es real, salvo lo que él desea que lo sea, y donde nadie
sufre realmente. Puede secuestrar, golpear, violentar… hasta puede matar. Puede
hacer lo que quiera, a sabiendas de que no existen víctimas reales y no va a
ser perseguido. A sabiendas de que el único sentimiento que lo es, es el suyo y
su placer.
No se trata de cosas que deseara llevar a cabo en el reino de la materia.
En él sentiría lástima y empatía por aquéllas. En sus sueños en cambio, se da
licencia para probarlo todo, aun lo que nunca antes le había seducido en modo
especial, para ahondar en su vicio y perversión, explorando la faceta más
oscura de su alma.
No hay peligro de extrapolación al otro universo, el que se abre cada día
de nuevo al despertar. Los límites entre el uno y el otro quedan muy bien
definidos para Antonio. Se trata de una distribución perfecta. En uno se sujeta
a las reglas sociales y las leyes de los hombres, siendo una persona afable y
hasta bondadosa en la mayoría de ocasiones. No se trata de una mentira, sino de
su yo auténtico, adaptado a las normas y necesidades de la vida en sociedad. Lo
que hace le sale de dentro, no es fingido.
Tampoco lo es lo que hace en el otro mundo, el de los sueños. Allí está
sólo, sin nadie a quien dañar ni beneficiar, y puede dar rienda suelta a esa
otra faceta, reprimida y controlada, pero presente y tan auténtica como el
resto de él.
En esas aventuras nocturnas, ella es cómplice y compañera. No hay nada a
lo que diga no, ni propuesta que no le seduzca y excite sobremanera. En su
compañía Antonio ha llevado a cabo actos y prácticas que abominarían a la mayor
de las putas de Babilonia y hasta a la diosa de las rameras, que dispuestas y
prestas estarían a arrojar la primera piedra.
Es su mujer ideal, la que todo hombre busca en la vida y extraña resulta
la ocasión en que la encuentra, en su forma más perfecta y sin defecto alguno.
Nada que objetarle, nada en ella que no atraiga y seduzca. Nada, salvo su
carácter voluble y caprichoso, la intangibilidad de su ciencia y lo inquietante
de su misterio.
Antonio no puede soportar su ausencia. Ha aprendido a depender de ella,
como la vida del oxígeno y el agua. Probados y gozados el éxtasis y la
satisfacción suprema, la existencia se torna tedio insoportable cuando resultan
negados. ¿Cómo puede disfrutar de la comida el sibarita, cuando le son
retirados el champangne y las
exquisiteces y resta obligado a mantenerse con burdos trozos de pan y agua?
¿Cómo de su vuelo y sensación de dominio en las alturas el águila, cuando queda
confinada en una cerrada y oscura cueva?
Una sensación de ansiedad y frustración insoportable. Antonio vaga como
alma en pena por el mundo de los sueños las noches en que la diosa no se digna
aparecer. La busca e intenta convertir en ella a otras mujeres, pero la
realidad onírica, tan fácil de manipular cuando se sabe que se está soñando,
quebranta y retuerce sus leyes cuando el bellísimo súcubo, que de su misma
materia está conformado, se niega a plegarse y se ríe de él y de éstas, cual
impune infractor ante el cual la
Policía y los jueces restaran impotentes en el mundo de los
hombres.
Él la necesita y ella se burla, mostrándose esquiva o accesible a
capricho. En las ocasiones en que tiene a bien concederle su favor y compañía,
Antonio resulta el más dichoso de los mortales. En aquellas otras en que, en
cambio, se la niega y ausenta, el más desquiciado de los afectados por
cualquier tipo de síndrome de abstinencia. Un pobre loco digno de lástima,
recorriendo los pasillos de la demencia.
-¡¡Maldita seas!! –grita fuera de sí-. ¡¡Aparece!! ¡¡Ven a mí!!
Su risa se oye en la noche. Proveniente de ningún sitio y de todos a la
vez. Forma parte de su esencia, como la propia luna llena. La noche y ella son
hermanas, La noche y ella son una.
-Antonio… -susurra en sus oídos la brisa nocturna-. ¿Me buscas? ¿Me
deseas?
Antonio observa la oscura silueta. Una mancha negra recortada contra el
firmamento ante la diosa Selene, definidos sus contornos y formas de locura por
sus dedos de magia y plata.
-Maldita zorra… ¡¡No puedes jugar así conmigo!! Eres sólo un producto de
mi mente. ¡Puedo hacer que aparezcas o desaparezcas según me venga en gana!
-¡Ja, ja, ja!
La señora de la noche ríe de nuevo, con suaves y musicales carcajadas en
línea con su misterio y esencia.
-¿Quién te ha dicho eso, Antonio?
-¡Estás en mis sueños, maldita sea! Yo te cree después de haber visto
aquella estúpida película. Eres mi fantasía convertida en mujer.
-¡Ja, ja, ja! Antonio, eres estúpido.
La diablesa cobra forma de hembra para descender al mundo. Esa tan
gloriosa y deslumbrante que ha aprendido a adorar, por cuyos besos y caricias a
languidecer y perder la razón. La nacarada luz de la luna baña su hermoso
semblante, cual devota madre el de su amada hija. Con cariño, con amor…
definiendo y resaltando sus bellos relieves. Serena, maravillosamente replicada
por el fulgor de sus maravillosos ojos verdes. Sonríe. Y su dentadura de
perlas, deslumbrante, viene a confirmar su relación de hermandad con la excelsa
diosa lunar.
-Aquí me tienes, Antonio.
Le habla en alemán. De aquella manera que a él le resulta tan sensual y
seductora.
Antonio la mira. Permanece ante él, pero no es suya. La siente como algo
más, algo diferente al resto de habitantes de sus fantasías. Como algún tipo de
divinidad, capaz de hacerle sobrecoger y temer. De repente, Antonio es
consciente de que está temblando.
-No eres más que una figura onírica –afirma no obstante, con mucha menos
convicción de la que hiciera falta para no resultar patético, siquiera ante sí
mismo-. Como el resto de mujeres y criaturas de mis sueños.
Ella lo mira risueña, burlona…
-¿De veras lo crees, Antonio?
Extiende el brazo entonces y su mano, aquella mano de finos y delicados
dedos, blanca, casi plateada, como su hermana la Luna, acaricia suavemente su
rostro, dejándole sentir el perturbador roce de su piel.
-¿Quién eres…?
La locura puede adoptar muchas formas. También la de una hermosa mujer.
Antonio teme estar avanzando en la dirección que hacia ella conduce, atraído
por su adicción al sexo y su devoción por la belleza femenina, al igual que los
antiguos marinos fueron atraídos hacia su perdición el mar por las sensuales sirenas
y sus legendarios cántos.
-¿Quién crees tú que soy?
La mira aterrorizado. De repente es consciente de encontrarse con un ente
real y con propia existencia, más allá de él, su mente y sus desvaríos
oníricos.
No responde, demasiado acobardado como para pronunciar palabra alguna.
Ella sonríe.
-Dime… ¿quién crees tú que soy?
-¿El… Diablo?
-¡Ja, ja, ja! –ríe de nuevo, con aquella risa suya que le vuelve loco de
terror y deseo a la vez-. ¿Qué es el Diablo? ¿Qué es para ti?
Antonio siente que está jugando con él. Ello le pone furioso. Siente
deseos de agarrarla con fuerza y violencia del brazo para abofetearla y
agredirla con sus puños, lastimando su carne y haciéndola sangrar, pero no se
atreve.
Su figura es delgada y delicada y, a pesar de ello, no le cabe duda, no
tendría problema para rechazar su ataque y hacérselo lamentar, aun en el mundo
de los sueños. Con la misma facilidad con que ríe y se burla de sus palabras,
se burlaría y reiría de éste. Sin embargo, no es ninguna amenaza física lo que
le infunde auténtico pavor, sino el diabólico fuego de sus diabólicamente
bellos ojos verdes, que le miran perversos, hablando de pasiones malditas con
su satánico fulgor y permitiéndole entrever el abismo que se abre tras ellos,
haciendo encoger su alma.
-No te burles de mí. ¿Quién eres?
Sigue mirándolo de aquella manera. Tan bella, tan terrorífica…
-¿Quién soy preguntas?
Antonio permanece inmóvil, el gesto en su rostro cual si en un lienzo o
fotografía se hallase retratado.
-¿Estás seguro de querer saberlo?
Asiente con la cabeza. El cerebro le dice no; la pasión grita sí.
-Sabe pues que yo soy quien ha de ser. Soy la Hembra. Yo soy… la Mujer.
Antonio siente un escalofrío recorrerle la médula. Nada le dirían tales
afirmaciones en el mundo de vigilia. Allí en cambio, apelan directamente a
algún tipo de memoria ancestral de la especie, levantando ecos que ascienden
desde la noche de los tiempos para inquietar y sembrar la angustia en el alma.
-¿Qué… significa eso? ¿Qué mujer?
Sonríe.
-Todas. La única.
Antonio no entiende sus palabras, aparentemente contradictorias, pero
sabe que no carecen de sentido. De alguna manera, sabe que hablan de una verdad
ancestral y eterna.
-Yo soy cada una de ellas y todas ellas son yo. Su faceta seductora, aquélla
que atrae y hace perder la razón a los hombres. Ellos, también las mujeres, me
han adorado a través de los siglos, invocándome con diversos nombres. Ishtar,
Afrodita, Venus… Se han postrado ante mí y han rogado mis favores como diosa de
la sexualidad, de la belleza, de las rameras…
>>Yo soy el lado oscuro y perverso de la hembra, la cara oculta de la Luna… Dime Antonio: ¿Qué eres
tú?
Antonio medita la respuesta, al tiempo que intenta recobrar la compostura
y serenidad. Ella no está allí para hacerle daño ha llegado a la conclusión.
Está allí por algo, pero no es ése el motivo. A estas alturas queda claro que
podría destruir su equilibrio mental sin dificultad alguna si ese fuera su
deseo, como un niño un frágil juguete en sus manos tras haberse cansado de
jugar con él. Pero no lo hará. Nada gana con ello. Entre ellos existe una
conexión. Ella quiere algo más de él.
-Un hombre… soy un hombre.
-Sí, un hombre –sonríe ella similar a una perversa y demoníaca vampiresa-.
Un montón de carne y huesos con deseos y anhelos alimentados por el alma que
los anima. Deseos y anhelos que yo puedo colmar.
La observa. Ya no la teme. Al menos, no ya como antes, de un modo
consciente. Aprecia sus formas, dejando deslizar la vista por sus relieves y
curvas. Se fija en sus senos. Pequeños y redondos, tan perfectos como la locura
pueda permitir llegar a imaginar. También en sus caderas y su estrecha y firme
cintura, en la cual la palabra grasa es sólo una suma de letras sin significado
ni traducción material.
-¿Me deseas Antonio?
Ella le provoca y él sabe que lo hace, atrayéndole hacia las fatales
rocas y arrecifes, como aquellas hermosas sirenas de la Antigüedad. El
deseo todo lo nubla, satanizando la razón y proscribiendo sus dictados.
-Sí, te deseo…
-Matarías por poder llamarme tuya realmente, ¿verdad?
-Sí, mataría…
No piensa, sólo siente. Lujuria, excitación… ¡vida! Siente ésta correr en
estado puro por sus venas, que laten con fuerza en sus sienes y anegan todo de
pasión.
-Soy bella, ¿verdad? –le pregunta con aquel fuego verde ardiendo en sus
ojos, verdaderas estrellas de belleza y perversión inenarrables.
-Como un llama del Infierno –reconoce él.
-Sí, como una llama del Infierno –sonríe ella, complacida en la
comparación-. De un infierno en el que desearías hundirte y consumirte. Bella
como una llama que deseas tocar y agarrar aunque te quemes.
-Sí… ¡aunque me queme!
-¡Ja, ja, ja!
¡Su risa le vuelve loco! Loco de deseo, de pasión… Observa su blanca
dentadura, sus labios rojos… Sus pechos vibran al reír sin apenas moverse del
sitio. Firmes, plenos…
Ante sus ojos, su realidad y apariencia parece cambiar. Los cabellos se
transforman y tiñen de un rubio patino, los labios delirantemente gruesos y
carnosos. Su altura disminuye y sus curvas se pronuncian, aumentando
notablemente el tamaño de sus senos y caderas.
Antonio se siente marear, como quien pierde contacto y noción con y de lo
que le rodea y, con ello, de la orientación y propia colocación en el espacio.
Recomiendan a gimnastas, patinadores y bailarines mantener la vista en un punto
fijo para evitarlo, o al menos minimizar el efecto. Ese punto lo son para
Antonio los ojos de ella, que le siguen mirando con perversión y lujuria, y
también con el mismo fuego, pese a que ahora son azules.
En modo alguno menos bellos, al igual que la nueva mujer que ante él
aparece, su físico y apariencia tornados totalmente similares a los de Scarlett
Johansson, hembra por la que tanto ha suspirado y a la que tantos homenajes
onanísticos, incluso coitos con su mujer, ha dedicado.
-¿Te parezco aún más bella así? ¿O sólo diferente?
Antonio siente su deseo ascender hasta el nivel de algo febril, casi
delirante. Cada poro de su pie le grita que salte sobre ella para tomarla, a la
fuerza si es necesario. El esfuerzo de autocontinencia resulta titánico, pero
sabe que lo que ella está dispuesta a ofrecerle es algo por lo que cualquier
hombre estaría dispuesto a lo que fuera, y la perspectiva del premio hace
surgir fuerzas de donde en otro momento no existirían.
Antonio observa los desnudos pechos, grandes y algo cedidos a la gravedad
ahora, bellos hasta lo extremo… Su expresión se ha transformado en la de un
obseso sexual, un demente salido que ya no podrá apagar el fuego que le
consume, de otra forma que no sea penetrando aquel cuerpo y poseyendo aquella
gloriosidad carnal que le ofrece.
-Tú ya sabes lo que yo te ofrezco. Lo sabes bien –se reafirma sonriente-.
Me has penetrado. Me has follado y me
has hecho el amor, según te ha venido en gana, y yo he sabido complacerte y
mostrarme como la más complaciente de las hembras.
-La más perra… -apunta Antonio
devorándola con la mirada, el gesto desquiciado.
-Sí, la más perra… -acepta ella complacida-. La gran puta ninfómana que tú
necesitas.
Antonio no responde. No es necesario.
-Soy la única que puede llenar tu vicio y depravación. Conmigo, no
necesitas a ninguna otra hembra. Sin mí, ninguna otra sería capaz de llenarte.
Ni todas ellas juntas podrían lograrlo.
-Tienes razón puta. Lo sabes.
Ella ríe de nuevo.
Sonríe coqueta a continuación, desviando la mirada hacia un lado y abajo.
Haciendo enardecer su deseo, convertido el nivel de éste en un gráfico
acelerado y con continuos repuntes puntuales que aun alcanzan cotas más altas.
El súcubo domina a la perfección y de la forma más magistral su ciencia, cual
la diosa y reina de las rameras que afirma fue en realidad, ejercido el arte
con más experiencia y oficio que el de todas ellas acumuladas. Ora un toque de
calidez, ora uno de perversión, más tarde quizá uno de inocencia. A Antonio le
vuelve loco y le embarga de un furor desatado.
-Desearías tenerme cada vez que quisieras, ¿verdad? Cada noche en tus
sueños, presta a satisfacer hasta el más inconfesable de tus deseos. Que
acudiese a tu lado cada vez que me reclamases y sin posibilidad de no
encontrarte sin respuesta a tu llamada.
Antonio la mira interesado, definitivamente seducido por su propuesta. Su
virilidad empalmada, a punto de
reventar la tela del pantalón y el boxer
bajo éste.
A sus ojos comienza a transformarse la apariencia de la hembra de nuevo.
Los cabellos regresan al negro y se acortan todavía más, hasta lo habitualmente
varonil. La piel por su parte se oscurece hasta el color del chocolate y la
estatura torna a elevarse, adaptándose sus formas a las de una belleza más
puramente escultural. Ahora su rostro es el de la diosa morena Hale Berry, que
con sus chispeantes ojos oscuros le mira y sonríe mostrando unos dientes de
blancura arrebatadora.
-Puedo ser la mujer que desees. Cualquiera de ellas, incluidas las más
bellas y sensuales, como puedes comprobar. Puedo ser una distinta cada noche, o
bien la misma siempre y hasta que te canses de ella. Puedo ser quien quieras y
hacer lo que quieras.
>>Y no sólo eso. Sé lo que desean los hombres. Una hembra pasiva y
que se limite a complacer sus deseos, con seguridad acabaría cayendo en lo
hastiante y rutinario. Yo en cambio, conozco perfectamente tu naturaleza y
perversión sexual, incluso mejor que tú mismo. Yo me he asomado a la parte más
oscura de tu alma, a esa que tú no te has atrevido y relegas a sus
profundidades más ignotas, allá en el imperio del inconsciente.
>>Yo la he visitado. He recorrido sus intrincados laberintos e
intimado con los demonios que la habitan. Yo soy la hembra perfecta. Aquella
que puede darte todo lo que pidas y ofrecerte lo que no te atreves a pedir,
sorprendiendo e innovando, llenando tu sexualidad total y completamente.
Antonio la escucha extasiado. Sabe que es cierto lo que le dice. Todas y
cada una de sus palabras. Lo que ella le ofrece es un pacto con el Diablo.
-Yo puedo darte todo eso y más. Pero tengo un precio.
La mira con gravedad. Es el momento culminante de la conversación. Aquél
hacia el cual la misma ha estado orientada desde el principio.
-Por supuesto. Como toda ramera.
Sonríe.
-Está bien. Di cuál es.
Se mantiene en su sonrisa como única respuesta, sin articular otra
palabra.
-Ponlo zorra. Estoy dispuesto a pagarlo.
Lo mira a los ojos sin dejar de sonreír, recuperando la angelical
apariencia de Scarlett. La inmensidad azul de sus pupilas le lleva a
reafirmarse en su convicción, cual loco y demente náufrago que en su locura,
abraza la ola que vuelca su bote salvavidas y bucea con fuerza más y más
profundo cada vez, deseando perderse y ahogarse en su seno y no regresar a la
superficie jamás.
-Te lo diré más adelante. Por ahora goza de mí, sin más. Soy tuya, sin
ningún compromiso –añade al ver relucir la desconfianza y el escepticismo en su
mirada.
-Soy tuya. Disfrútame hasta entonces. Acudiré cada vez que me llames y te
satisfaré en todo lo que desees. Luego cuando llegue el momento, te diré mi
precio. Si entonces decides pagarlo, lo seré por el resto de tu vida. Si, en
cambio, decides no hacerlo, desapareceré y nunca volverás a saber de mí.
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Pesadilla es una historia terrible,
en la cual un bellísimo súcubo onírico seduce y atormenta a un hombre en el
mundo de los sueños, atrayéndole hacia el lado más oscuro y perverso de su
naturaleza. La primera ocasión en que se aparece ante él, tiene lugar tras
haber acompañado al cine a su hija preadolescente y a una amiga de ésta a ver una
película de terror. Antonio queda prendado de la belleza de su protagonista, la
espectacular actriz americana Megan Fox, hasta el punto de, esa misma noche, soñar
con ella…
Junto a ésta, se integran en la novela otras historias paralelas,
relacionadas todas ellas con el milenario culto a la diabólica Lilith y con
aparición de un nuevo tipo de vampiro virtual, que acecha y seduce a sus víctimas
desde el cyber-espacio.
hermoso...
ResponderEliminarCelebro que así lo encuentres Einsamkeit. Iré subiendo más secuencias de mis novelas, incluidas de "Pesadilla".
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