viernes, 21 de septiembre de 2012

LA FLOR Y LA LUNA I (relato de horror)

       “Los diamantes, las esmeraldas, los rubíes... su belleza es magnífica y nos deslumbra, pero no son más benignos que la más común de las piedras, y desde luego no son más fieles. Tampoco menos, pero todos los desean y van de mano en mano, cediendo su esplendor al que puede comprarlo.”

     “Belleza no implica bondad, ni tampoco capacidad para hacerte más feliz. A menudo incluso hace voluble y caprichosa a la bendecida con su don. Las flores siempre crecen hacia el sol. La misma esencia de lo bello, es seguir al esplendor.”

     “La flor y la Luna” es una historia de magia -onda wiccana-, amor no correspondido y horror que te cautivará.


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Diecisiete años

Isabel contempló la caída al pie del barranco desde su privilegiada posición en las alturas. Seguía sintiéndose la misma sensación de dominio y poder que entonces. Diecisiete años... como quien decía una vida. Sus recuerdos parecían tan lejanos... Con seguridad podría haber creído pasados muchos más de no ser por la conciencia, dolorosa conciencia, del tiempo computado oficialmente. Y nada parecía haber cambiado, ni siquiera aquellas estúpidas florecillas a sus pies.
La luz de la Luna bañaba serena su hermoso semblante, cubriéndolo de plata y magia igual que aquella noche. Contemplándola, una casi podía llegar a creerse en presencia de mudo y eterno testigo, tan presente como ajeno a los devenires del género humano, cual aburrido trasnochado en un cine de verano. ¿Cuántas cosas habría visto? ¿Cuántos secretos guardaría su nacarada omnipresencia? Con seguridad habría podido contarle cosas que ni ella misma conocía y ya para siempre quedarían ocultas por el más impenetrable secreto, aportando las piezas que aquel demencial puzzle ya nunca encajaría. Diecisiete años...

Un viejo amigo

-¿Qué tal sigue el país Isabel?- preguntó Tonet con simpática socarronería.

-Bueno, como siempre –le respondió ella sin prestarle apenas atención, tan indiferente al bonachón propietario del restaurante como realmente al contendido del diario.

 Isabel soñaba con salir algún día de allí para conocer mundo. París, Londres, Nueva York... todas las grandes ciudades para vivir en las cuales ella estaba echa y de las que una broma del destino había querido mantenerla alejada, llevándola a nacer en un mísero pueblucho. A ella, que seducían las joyas, el glamour y el encanto de la metrópoli. Algún día abandonaría todo aquéllo para nunca volver a mirar atrás, y entretanto dejaba divagar su mente sobre las páginas del periódico y todas aquellas cosas que le hablaban de ese mundo más allá de las fronteras del suyo de paletos y gente de pueblo, con más interés real en el contexto que en las noticias que en él se ubicaban.

El bueno de Tonet se la comía con  los ojos. Ella lo sabía y soportaba con la misma indolencia y apatía que deparaba al resto de lugareños. Varias habían sido las ocasiones en que se le había declarado solicitando sus amores, la primera en allá en el patio del colegio, cuando todavía eran unos críos, pero no estaba echa la miel para la boca del cerdo y ella, que indiscutiblemente era y con mucho la flor más hermosa de aquel insoportable corral de vacas, jamás habría podido salir con alguien así.

Ciertamente lo había echo con algún muchacho del lugar, así como con otros de otras localidades y hasta de Alicante. Como cualquier joven de su edad, tenía sus necesidades y las había del tipo que sólo puede satisfacer un potente cuerpo masculino, pero habían sido las tortas a falta de pan y, en cualquier caso, mucho menos catetos que el pobre Tonet.

 Se le hacía insufrible cuando empezaba con sus tonteos, pero igualmente simpático y entrañable tras haber crecido juntos con los otros mozos del pueblo, lo cual le llevaba a pasar por allí cada mañana cuando, camino del trabajo en Ibi, paraba en su restaurante a orillas de la carretera que separaba a éste de Castalla para tomar un café y una tostada.

Se escuchó el sonido de las campanillas al abrirse la puerta. Isabel giró la cabeza mecánicamente para encontrar a un autostopista entrando al local, de aspecto un tanto deplorable, casi de vagabundo. Hubo de reprimir una expresión de aprensión en su bonita cara, que no obstante se reflejó en su mirada.

-Buenos días- saludó el hombre.

-Buenos días –respondieron ella y Tonet.

También éste lo encontró desagradable, pensando por un instante si decirle que no era adecuada su presencia en tales circunstancias en el local y que por ello no podía atenderle, pero hacía frío fuera y se compadeció, incapaz de negarle al menos un café caliente a quien debía haber pasado la noche caminando a la intemperie. Además Isabel hizo ademán para cerrar el periódico y dejarlo sobre el mostrador, evidenciando que daba por finalizado su desayuno.

-Dime cuanto te debo Tonet.

-Nada guapa, invita la casa.

 Y ella lo sabía. El requerimiento era tan vano como formal. El zampo de Tonet bebía los vientos por ella y nunca le cobraba, pero su orgullo le impedía arriesgarse a pasar por gorrona y siempre pedía la cuenta, aun a sabiendas de lo que había. Luego, una o dos veces a la semana, pasaba por allí a comer y entonces sí pagaba. No porque él no hubiera igualmente insistido en no cobrarle al principio, sino porque su dignidad le había llevado a insistir aun más en lo contrario, alcanzando finalmente aquella especie de pacto implícito entre ellos que dejaba en tablas las cosas.

-Bueno, me voy. Hasta mañana Tonet.

-Hasta mañana guapísima.

 Se quedó él mirando el fabuloso culo de la hembra enfundado en su ajustada falda negra mientras se alejaba hacia la puerta. ¡Pero qué buena estaba la cabrona!

-Sigues perdiendo el seso por ella, ¿eh Tonet?

Miró molesto al autostopista.

-¿Nos conocemos caballero?

-¡Oh, ya lo creo que sí!- contestó para su sorpresa.

 Había pensado que se trataba tan sólo de un descarado viajero apuntando lo obvio. Extrañado, lo observó ahora con más atención, revelando su mirada su incapacidad para recordar.

-Esta cicatriz te ayudará- aseguró llevando uno de sus dedos a su sien derecha para señalar la que allí lucía.

La expresión en su cara se tornó incrédula, a la par que emocionada.

-¿Paquito...?

Aquella señal era inconfundible. Él mismo se la hizo de un puñetazo cuando eran niños, y  conocía su forma y situación desde entonces tan bien como su reflejo en el espejo.

El hombre sonrió.

-¡Pero tío...! ¡Venga un abrazo!- exclamó a la vez que salía de la barra para llevar al hecho su efusiva propuesta.

-¡Cuánto tiempo macho! –apreció ya estrechándolo entre sus brazos- ¿Qué ha sido de tu vida?

Sintió que quizá no debiera haber preguntado aquéllo. Paquito no había sido un chaval demasiado afortunado. De niño perdió a su padre en un accidente de tráfico y ya de muchacho, a su madre cuando fue ingresada en el psiquiátrico. Fue precisamente a consecuencia de ello que decidió abandonar el pueblo, hacía ya cosa de diez años, y desde entonces nada habían vuelto a saber de él. Se dijo que se había alistado en el ejército y después que estuvo dando vueltas por Europa, trabajando en ésto o aquéllo, lo que salía. Siempre rumores, nada concreto.

-Bueno, no me ha ido mal del todo. Unas veces mejor, otras peor... No te dejes engañar por mi aspecto ¿eh? Llevo semanas haciendo dedo y durmiendo donde sale.

-¡Ja, ja, ja!- rió animado y feliz de reencontrar a su amigo Tonet, a la vez que volvía dentro del bar. –Venga, que esto hay que celebrarlo. ¿Qué quieres tomar? Invita la casa.

-Vaya hombre, se agradece. Ponme una cervecita, me vendrá bien.

-¿Botella o barril?

-Lo que más rabia te dé.
Tonet rió entredientes.

-Escucha Paquito... –comenzó a decir algo más serio mientras accionaba la palanca del grifo- no sé si preguntártelo...

La expresión del hombre se tornó socarrona.

-¿Qué ha pasado con mi cara?

Tonet reveló un gesto ahora como del de quien se disculpa ante una torpeza. En efecto, era precisamente aquél el tema por que quería cuestionarle. A pesar de que la cicatriz resultaba inconfundible y también su voz una vez reconocido, su rostro no era en absoluto el de su amigo de la infancia.

-Tuve un accidente de moto. Sin casco. Una mala cosa, me dejé la jeta en el asfalto. Lo que ves es el resultado de varias operaciones de cirugía estética.

-¡Oh vaya! Lo siento.

-Bueno, no lo hagas demasiado. La verdad es que ni la de antes era para echar cohetes, ni la de ahora tampoco.

-¡Ja, ja, ja!- rieron.

-Toma- le tendió la jarra ya llena.

-Gracias.

Dio un sobo y se miraron.

-No me has contestado.

-¿A qué?

-A mi pregunta. Sigues coladito por ella, ¿no?

-¡Ah, eso! Sí bueno, ya sabes... ¡Está que se rompe la cabrona!

-Sí, es cierto. Y además parece que ahora todavía está más buena.

-¡Vaya!

-Recuerdo que nos llevaba locos a todos. ¡A quién no!

Tonet asintió con un gesto de total aprobación.

-Y también recuerdo que a ti te seducía más que a nadie. A todos nos ponía burros, pero lo tuyo con ella era algo especial.

Ahora se sintió un tanto incómodo, como quien se ve forzado a reconocer algo evidente pero que no se desearía lo fuera tanto.

-Esa pava no es para ti, Tonet. Es demasiada mujer para gente como nosotros.

-Ya... –admitió sin contradecirle.

 Paquito tenía razón. Era algo que a nadie se ocultaba que Isabel era hembra de muy alto calibre y aun más altas aspiraciones, de las que no se conforman con un simple pueblerino. Negarlo sería estúpido y también pretender estar a la altura.

-Pero no te la quitas de la cabeza, ¿eh?

Volvió a asentir, ahora en silencio.

-Tonet, para que una mujer como esa se fije en ti, tienes que ser un guaperas de capital, con la cartera llena y un BMW en la puerta.

-Está claro.

-Lo único que te daría una posibilidad sería convertirte en un triunfador.

-Ni eso creo yo. Como has dicho, a ella le van otro tipo de pavos. No los pueblerinos, sino gente de caché que la lleve a buenos restaurantes y hoteles. No tengo nada que hacer.

Paquito se compadeció de su amigo. Debía ser muy cruel eso de tener ante sí la fuente el sediento y no poder alcanzarla.

-Bueno, tampoco te pongas tan extremo. Si triunfaras lo conseguirías.

-¡Qué va! Y aunque así fuera, ¿cómo voy a triunfar? Tú lo has dicho. No somos Brad Pitt, pero tampoco Mario Conde. Ni siquiera terminamos la ESO. ¿En qué puede triunfar gente como nosotros?

-Bueno, eres cocinero, tienes un restaurante... ¿No ha triunfado gente como Arguiñano?

Tonet hizo ademán de verse sobrepasado.

-Paquito, no flipes tío... hay lo que ves. No soy un genio de la cocina. Tan sólo alguien que ha aprendido a apañárselas con los fogones para salir adelante. Hago paellas, gazpachos, menús... no cocina de alto nivel, ni ésto es un restaurante de cinco tenedores.

Paquitó resopló, a la vez que parecía dudar acerca de algo.

-Bueno, quizá en eso yo pueda echarte una mano.

-¿Una mano?- preguntó extrañado. ¿A qué se podía referir?

Por su parte el hombre parecía ciertamente sujeto a tenso debate interior.

-Escucha, Tonet... ¿recuerdas a mi madre?

-Claro... oye Paquito, siento mucho lo que ocurrió- se apresuró a transmitirle su apoyo.

-Gracias Tonet, no te preocupes. Está superado.

-Bien, quizá recuerdes también entonces que tenía fama de ser muy buena cocinera.

Tonet asintió.

-En concreto, de lo que tenía fama era de dar un toque a sus platos que nadie conseguía. ¿Recuerdas?

Volvió asentir, realmente captado su interés ahora. En efecto, el nunca había llegado a probar sus guisos, pero recordaba perfectamente que en el pueblo siempre se dijo que la mujer tenía algún secreto que los hacía realmente deliciosos. Algo que tenía que ver con las especias que usaba y que nadie acertaba a reconocer.

-Escúchame bien: te voy a contar algo, pero lo que te voy a decir no es ni un consejo ni un contraconsejo. Me limitaré a in formarte sobre ello, dejando la decisión a tu consideración. Tan sólo te voy a pedir que no tomes tu decisión sin pensarlo bien antes. ¿De acuerdo?

-Claro, hombre... –respondió extrañado- de acuerdo.

-Escucha pues; mi madre usaba unas hierbas... unas hierbas que nadie conoce. Yo te voy a decir donde encontrarlas. Son hasta dieciséis diferentes y con ellas conseguirás sorprender y conquistar hasta los paladares de los más exigentes jueces gastronómicos.

-¡Venga hombre...! Ya será menos.

-¿Recuerdas lo que se decía de los guisos de mi madre!?

-Sí...

-Entonces sabes que no exagero.

Era cierto. La insistencia en lo que había escuchado de pequeño, por necesidad debía corresponderse con una base real.

Paquito pareció pensárselo de nuevo.

-¡Vamos hombre...! ¡Has conseguido intrigarme de verdad! No puedes dejarme ahora en ascuas.
-Tranquilo Tonet, no voy a dejarte en ascuas. Me hiciste esta cicatriz, pero fuimos buenos amigos y hasta llegaste a salvarme la vida en una ocasión, ¿recuerdas?

Era cierto. Se refería a la vez en que, bañándose en una balsa de riego, le dio un mareo y perdió el conocimiento. Tonet se encontraba con él y le mantuvo la cabeza fuera del agua hasta que lo recobró. Puede que en realidad no hubiera tenido más alternativa y que cualquiera que hubiese estado allí hubiera hecho lo mismo, pero la cuestión era que fue él el que estuvo, y que fue él quien le salvó de morir ahogado.

-No te sientas en deuda, Paquito. Éramos amigos, no hay más que rascar. Tú también lo hubieras hecho por mí.

Paquito sonrió.

-Tú no me lo exiges Tonet, pero yo te lo voy a dar igualmente. Siempre te he estado agradecido y por fin tengo la oportunidad de recompensarte. Pero déjame que te aconseje antes.

-He viajado mucho, Tonet. He conocido a la gente. Mucha y de muchos países. No soy ninguna eminencia yo tampoco, pero más sabe el Diablo por viejo que por Diablo, y a pesar de que no tengo todavía más de veinticinco años, he vivido mucho.

-Escúchame Tonet, y ten en cuenta mis palabras para tomar tu decisión. La belleza es el alimento del alma. Alguien lo dijo, no sé quién... algún sabio de esos. Sí, la belleza es el alimento del alma, pero su virtud no va más allá de ella misma. Lo bello no es necesariamente lo bueno, ni tampoco lo que te conviene. Tampoco tiene porque ser lo malo ni lo que no te conviene, por supuesto. En realidad puede ser tanto una cosa como la otra.

-¡Joder macho! ¡Cómo desvarías!

-Los diamantes –prosiguió ignorando el comentario jocoso de su amigo-, las esmeraldas, los rubíes... su belleza es magnífica y nos deslumbra, pero no son más benignos que la más común de las piedras, y desde luego no son más fieles. Tampoco menos, pero todos los desean y van de mano en mano, cediendo su esplendor al que puede comprarlo. ¿Me sigues?

-Claro. No soy ningún genio, pero tampoco retrasado. Si tienes de novia a una tía buena, muchos van a desearla y echarle los trastos, y así siempre vas a vivir con el peligro de que otro más guapo o con más dinero te la quite. Pero sin en vez de un pibón es una tía normal, tendrá muchos menos pretendientes y vivirás más tranquilo.

-Sí, algo así. Belleza no implica bondad, ni tampoco capacidad para hacerte más feliz. A menudo incluso hace voluble y caprichosa a la bendecida con su don. Las flores siempre crecen hacia el sol. La misma esencia de lo bello, es seguir al esplendor. Insisto Tonet: la belleza es caprichosa, y de una manera u otra siempre hay que pagarla. No lo olvides nunca.

-¡Que sí, pesado, que sí! –bromeó de nuevo.

-De acuerdo pues. Escucha y no me tomes a mí por loco ni a cachondeo lo que te voy a decir. Sé que va a ser in evitable que lo hagas en cuanto lo oigas, pero si aun sin creerlo le das una oportunidad y lo compruebas, encontrarás que no deliraba cuando te lo conté. En absoluto.

Tonet lo miraba ahora extrañado, comenzando a pensar si, después de todo,  el bueno de Paquito no habría regresado un tanto “tocado”.

-¿Recuerdas la cabaña del “Parí-Parao”?

-Sí, claro –se sonrió Tonet. –El pobre borrachín murió congelado una noche de invierno. ¿Lo sabías?

-No, no sabía nada.

-Bueno, tampoco sufrió. Se quedó durmiendo la mona a medio camino y ya no despertó.

-¡Vaya! Pobre hombre. No era mala gente.

-No.

-Bueno, sigo explicándote. Mirando desde allí hacia donde se pone el Sol había una montaña, algo lejos y entre otras,  con una vieja casita de piedra en la cima. ¿La recuerdas?

-Sí, creo que sí. Si mal no recuerdo debe seguir allí.

-Eso es bueno, pues las indicaciones que te voy a dar hacen referencia a cosas que podrían no estar ya.

-Bien,  te acercas hasta ella, ¿de acuerdo?

-Sí, bueno... ¿hasta la casa o hasta la montaña?

-Hasta la casa. Debes situarte en la cima, junto a ella, para orientarte.

-Vale, como tú digas.

-Bueno, pues acércate al atardecer y una vez allí, colocado justo en su esquina derecha y mirando al horizonte, sigue al Sol con la mirada y quédate con el lugar donde se pierde tras las montañas. Cuenta éstas hacia la derecha. Una, dos y tres... ¡ésa es!

-¿Ésa es... qué?

-Te llegas hasta ella. Va a ser un largo paseo y subiendo y bajando montañas. Muy cansado, pero te va a valer la pena.

-Una vez allí, te subes también a la cima. Verás un barranco. No te doy más datos sobre él porque lo encontrarás sin dificultad. Sólo hay uno en ella. Si te llegas hasta su borde, verás que allí crece abundante el tomillo, el romero, la pebrella...

Tonet asintió. Habiéndose criado cerca del campo y siendo cocinero además, conocía bien las hierbas.
-... tanto en el borde como al pie del mismo.

-Son hierbas normales, Tonet, nada las diferencia de las demás, pero si te acercas una noche de luna llena y sigues los pasos que te voy a dar, establecerás un pacto con la Diosa de la Tierra y será tuyo el secreto de unas especias que te convertirán en un hombre de éxito y rico, atractivo a los ojos de Isabel.
Tonet lo miró como alarmado. ¿Acaso estaba tratando con un loco?

-No, amigo Tonet –se apresuró a tranquilizarlo con una sonrisa-, no estoy chalado. Sé que lo estás pensando y que no voy a poder convencerte de lo contrario, pero si te tomas la molestia de comprobar lo que te digo, aunque no lo creas y lo hagas sólo por probar, te verás recompensando con creces. Créeme.

-Ya.

-Los diamantes se dejan seducir por quien tiene dinero para comprarlos... por el brillo del dinero. Las flores por el brillo del sol. Tú quieres seducir a Isabel y ella se deja seducir por el brillo del éxito. Si quieres seducirla Tonet, habrás de brillar, y yo te estoy ofreciendo la forma de hacerlo.

Definitivamente no hablaba con un hombre cuerdo. Tras haber llegado a albergar una cierta expectativa ante la oportunidad prometida, vino a quedar decepcionado y compadecido del que fuera su amigo de infancia. Y lo más triste de todo, ahora se daba cuenta, era que nadie podría saber desde cuándo su mente había comenzado a desvariar. En efecto, su madre había sido curandera en el pueblo. Conocedora de viejas artes y supersticiones, amiga de infusiones y oraciones que ya pocos recordaban. La gente, aquélla que seguía creyendo en esas cosas, había ido a su casa a que la “midieran” y cosas por el estilo.

Por lo que recordaba se había tratado de una buena mujer, que con toda seguridad creía a pies juntillas en aquéllo que practicaba y había debido llevar consigo a su hijo en sus paseos por el monte para recoger sus hierbas. Desde muy pronto debía pues haber sembrado en su mente la semilla de la demencia, aquélla misma que la llevó a ella a languidecer de tristeza en un manicomio hasta la muerte. Ahora parecía claro que su vástago seguía su camino.

-Vale Paquito, muchas gracias. ¿Otra cervecita?

-No gracias, me tengo que ir.

-¿A dónde? ¿A casa de alguno de tus familiares?

-Qué va, vengo sólo de paso. De hecho no creo que pare siquiera en el pueblo.

-¿Cómo?- se mostró Tonet contrariado.

 Realmente había apreciado a su amigo y ahora se preocupaba por su estado. Le hubiera gustado hablar con su gente y tenerlo localizado para ver si se podía hacer algo por él, pero si pasaba de largo probablemente pasaran años antes de volver a tener noticias suyas. Si es que volvían a tenerlas.

-No te preocupes por mí, Tonet –quiso tranquilizarle con una sonrisa. –Ahora piensas que estoy colgado, pero te darás cuenta de que no es así. En tanto llega ese día,  no olvides lo que te he dicho. Ello te dará la oportunidad de conseguir lo que deseas, aunque debieras plantearte primero si lo que deseas es lo que te conviene.

-Vale no te preocupes, lo haré. Pero escucha.. deberías quedarte algunos días. Hay gente a la que le gustaría verte. El Sebas, el  Andrés... ¿sabes que se montó una empresa de electrodomésticos en el pueblo y le va de puta madre?

Volvió a sonreír.

-Sales recuerdos a todos.

-Paquito, por favor...

-Adiós Tonet. Me he alegrado mucho de volver a verte.

No era Paquito
No volvió a saber más Tonet del bueno de Paquito. A lo visto pasó de largo sin parar en el pueblo, como había dicho, y tampoco él preguntó a nadie al respecto. Con toda probabilidad no habrían habido argumentos suficientes para ingresarle en un centro psiquiátrico, y su intento tan sólo lo hubiera hecho todo más triste todavía. Así las cosas, tan sólo restaba lamentarse por la suerte de un viejo amigo.

Pasaron varios meses y con ellos la vida tal y como venía discurriendo hasta entonces. Isabel cada día más bella y él cada día más embelesado, hasta el punto de casi perder todo interés en cualquier otra mujer. Nada nuevo.

-¡Hombre, qué sorpresa! –se alegró un día al entrar por la puerta a uno de aquéllos familiares. Otro amigo de infancia al que hacía tiempo no veía, pero sin llegar al año en su caso, a lo sumo un poco más.

-¿Qué pasa Tonet? ¿Qué tal te va con los fogones?

-Bueno, ya sabes, peleando. Mi madre me hecha una mano, mi padre se encarga del almacén... ¿Y tú qué tal?

-Estoy ahora de representante. ¡Todo el día en la carretera!

-Ya.

-De hecho he parado por eso, para comer algo y salir de nuevo. ¿Qué tienes por ahí?

-Bueno, te puedo recomendar el menú. Está muy bien. Guisado de patatas de primero, conejo con tomate de segundo y postre.

-¡Ah, pues muy bien! Si está tan bueno como suena, puede que repita y todo.

-¡Ja, ja, ja! Deberías contenerte un poco. Ya sabes lo que dicen: “el que come hasta la hartura, con los dientes cava su sepultura”.

-¡Ja, ja, ja! Deja que la cave, no te preocupes por eso –bromeó acariciando con ambas manos su voluminosa barriga-. Otros morirán de cáncer por fumar, otros de cirrosis por beber... ¡deja que sea feliz con mi vicio! Al menos es menos pernicioso que los otros y no hago daño a nadie con él.

-Sí, en eso tienes razón. Oye, ¿sabes qué? Vi a tu primo. Pasó por aquí hace algunos meses.

-¿Sergio?

-¡No, no...! Paquito.

El hombre siguió mantuvo su sonrisa, si bien bajando la mirada y perdiendo ésta su intensidad hasta desaparecer.

-Tonet... –comenzó a hablar con un tono como el de quien hace por no enfadarse- mi primo Paquito murió hace dos años.

Al pobre Tonet se le quedó una cara de estúpido que debiera haber resultado cómica de no ser por las circunstancias.

-¿Cómo...?

-Murió hace dos años. No pudiste verlo.

-¡Pero eso no puede ser! ¡Estuve hablando en él...! ¡Hasta me enseñó su cicatriz!

-Tonet... –repitió el hombre ahora más tenso- mi primo murió hace dos años en Francia. Mi madre y mi tía se acercaron hasta allí para recoger sus cosas y asistir al entierro.

-Joder Tomás... lo siento. No sabía nada.

-Lo entiendo. La familia prefirió no comentarlo.

-Ya... No reconocí al tipo al primer momento. Me dijo que había tenido un accidente de moto y le habían tenido que reconstruir la cara.

-Paquito murió en un accidente de moto. Se dejó la cara en el asfalto, sí pero también la vida.

Ahora lo miró realmente pasmado. Aquéllo comenzaba a tomar un aire siniestro y Tonet a inquietarse.

-Déjalo Tonet. Debió tratarse de un quedón con muy mala sombra.

-Sabía cosas de nuestra infancia... la forma en que hablaba de las cosas y las describía, cómo las conocía...

-Seguramente había hablado con gente del pueblo. Bueno, déjalo ya. ¡Tengo el estómago que cruje de hambre!
 

(Continuará)

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