El caso de una
joven exorcizada por Juan Pablo II en el Vaticano, volvió a suscitar el interés público por la posesión
diabólica. La Iglesia, siempre reacia a hablar del Diablo, se ve desbordada por
los casos de presuntos endemoniados que, en la actualidad, acuden hoy a ella en
busca de ayuda. Mientras, sus exorcistas advierten que las prácticas
espiritistas, la ouija, los ritos
satánicos y los maleficios abren la puerta a este estremecedor fenómeno.
William Peter
Blatty, autor de El Exorcista, era un
joven estudiante de literatura en la universidad jesuita de Georgetown (estado
de Washington, EE UU) cuando, en agosto de 1949, leyó una noticia en el diario The Washington Post: "Un sacerdote
libra a un joven de Mount Rainier de las garras del Demonio".
Veinticinco años después, tras investigar los hechos y cambiar – a petición del
padre Bowdern, sacerdote que practicó aquel exorcismo – la identidad del
protagonista por la de una niña, escribió una novela de la que se vendieron
trece millones de ejemplares. Dos años más tarde la convirtió en el guión de la
mítica película del mismo nombre. Según Blatty, Bowdern, obligado por el
juramento de secreto a no hablar del exorcismo, le dijo únicamente: "Puedo asegurar que el caso en que me
vi implicado era auténtico".
El arzobispado
local ha eludido en diversas ocasiones la entrega de los documentos oficiales
respecto a este caso, "por razones
serias y validas" según sus propias palabras, pero nunca ha negado su
existencia. Hoy, sin embargo, conocemos todos los detalles gracias a Tomas B.
Allen quien, cuarenta años después, consiguió que el padre Halloran – uno de
los nueve jesuitas que asistieron a Bowdern – le facilitara un diario del
exorcismo. Este escrito fue hallado en 1978, durante las obras del hospital de
los hermanos de los pobres de Saint Louis, en una de cuyas habitaciones,
clausurada hasta esa fecha, se produjo el exorcismo último y definitivo. Se
trata de veintiséis páginas mecanografiadas en las que se recogen los
testimonios de 48 personas que asistieron a la víctima y contemplaron de cerca
su endiablado estado.
El Maligno se
manifiesta
Todo empezó
con el ruido de un suave goteo en casa de los Mannheim – los nombres son falsos
–, en Mount Rainier (estado de Washington). Allí vivía Robbie, un chico de 13
años, con su abuela materna, su madre y su padre. El persistente sonido se
inició un sábado por la noche. El niño y su abuela se hallaban solos y
realizaron una gira por las habitaciones buscando el origen del ruido. Al
entrar en el dormitorio de la anciana, vieron que en un cuadro en el que se
representaba a Jesús estaba torcido y se movía como si alguien golpeara la
pared tras él. El goteo cesó para dar paso al chirrido de unos arañazos tras la
pared, "como si una garra rascara la
madera". Los arañazos continuaron oyéndose durante once días.
Comenzaban hacia las siete de la tarde y paraban a media noche. Curiosamente,
se detuvieron el día en que murió Harriet, una tía espiritista de Robbie, que
había enseñado al muchacho a manejar el tablero ouija. A partir de aquel momento, Robbie pasaba horas enteras
jugando con la ouija, intentando
entrar en contacto con su querida tía difunta. Fuera ésta o no la causa de la
posesión, el hecho es que los fenómenos paranormales comenzaron a producirse a
su alrededor sin interrupción. Al irse a dormir oía pasos junto a su cama y,
durante el día, objetos y muebles pesados se deslizaban por el aire o se
volcaban solos. Sus parientes podían ver girar vertiginosamente las sillas en
que Robbie se sentaba. Él insistía en que no era culpa suya. Pero la
fenomenología crecía y llegó a un punto de paroxismo la noche en que, para
ahuyentar el miedo del chico, su abuela y su madre se acostaron con él. De
pronto el colchón levitó y colcha y sábanas – completamente estiradas – se
elevaron ante sus ojos como si algo invisible tirara de las esquinas.
La familia consultó a médicos,
psiquiatras y psicólogos, que declararon normal a Robbie. También a médiums que
diagnosticaron una crisis de adolescente que pasaría a su tiempo. Pero Robbie
ya no podía siquiera ir al colegio: su pupitre daba saltos y golpeaba los de
los demás niños. Había comenzado a volverse hosco y reservado. Además, durante
las noches tenía pesadillas en las que parecía hablar con alguien. Sus padres
se dirigieron a un sacerdote luterano llamado Schulze quien, creyendo estar
ante un poltergeist, rezó por el
muchacho. Pero, tras pasar una noche con él y ser testigo directo de la
aterradora fenomenología que rodeaba a Robbie y, sobre todo, al aparecer el 26
de enero sobre el pecho del niño unos arañazos en forma de letra, "como si alguien los hubiera trazado
desde dentro con un cuchillo", Schulze comenzó a pensar que un poder
maligno había invadido al muchacho.
Es sabido que
la posesión demoníaca se manifiesta, progresivamente, de tres formas: infestación
(el demonio actúa sobre la materia circundante y produce fenómenos
telequinéticos de toda índole); obsesión (atormenta a la víctima sin hacerla
perder el conocimiento pero de modo evidente); y posesión (invade el cuerpo de
la persona y lo trata como propiedad suya). Para Schulze, Robbie estaba a punto
de pasar a la tercera fase, así que recomendó a la familia consultar a un
sacerdote católico: "ellos entienden
de estas cosas". Y es que, mientras las iglesias luteranas no conceden
ninguna credibilidad teológica a la existencia del Demonio, la católica tiene una larga tradición de exorcismos que se
remonta a los realizados por Jesús. Además, desde los comienzos de la
Cristiandad, cuentan para practicarlos con un ritual que se formalizó en 1614
bajo el nombre de Rituale Romanum.
Fue así como
los Mannheim se pusieron en contacto con el padre Hughes, párroco de la iglesia
católica más cercana. Al principio éste se limitó a darles agua bendita y unos
cirios consagrados, remedios infalibles contra el Demonio. Pero la botella con agua bendita explotó al entrar en el
dormitorio de Robbie y las velas, al ser prendidas, lanzaron tales llamas que
casi incendiaron la casa. Entonces Hughes decidió visitar al chico. Al parecer,
Robbie estaba en la cama, en estado de trance, y le recibió diciéndole en latín: "Oh, sacerdote de Cristo, sabes que
soy un demonio. ¿Por qué me molestas?".
Precisamente,
según el Rituale Romanum, la
capacidad de hablar o entender una lengua extranjera desconocida anteriormente
por la persona es una de las características de la posesión, sobre todo si va
unida a la exhibición de una fuerza sobrehumana, el conocimiento de hechos
ocultos o futuros y una profunda aversión hacia lo sagrado que se manifiesta
incluso hacia las medallas, cruces o reliquias ocultas. Así que Hughes – tal y
como indica el ritual – solicitó permiso para practicar un exorcismo al
arzobispo de Washington, O’Boyle, quien, incomprensiblemente, se lo
concedió.
Y es que en el
Rituale se dice expresamente que "el
sacerdote designado para hacer un exorcismo, además de distinguirse por su
piedad, prudencia y vida íntegra, debe ser inmune a cualquier ansia de
engrandecimiento personal y no confiar en su poder sino en el divino, así como
de edad madura y reverenciado no sólo por su cargo sino por sus cualidades
morales". Características todas ellas que Hughes, a sus 29 años de
edad, no había tenido tiempo de reunir. Tampoco siguió el joven párroco otra
instrucción del ritual, a saber: "Recurrir
a un estudio profundo del asunto (...) examinando los autores aprobados y los
casos producidos". Quizá por todo ello, aunque realizó una confesión
general, ofreció misa y oraciones especiales e incluso ayunó, el exorcismo
resultó trágico.
A finales de
febrero, Robbie fue ingresado en el Georgetown Hospital, dirigido por jesuitas
y atendido por monjas que guardaron el más absoluto secreto. Fue atado con
correas a una cama y permaneció tumbado con los ojos cerrados, aparentemente
tranquilo. Al entrar Hughes en la habitación, tocado con birrete negro, estola
púrpura al cuello y con un reluciente aspersor de agua bendita, Robbie
"despertó" y con voz perentoria le ordenó quitarse la cruz que
llevaba oculta. Asimismo se dice que empezó a proferir juramentos en lengua
semítica y aramea y en su pecho comenzaron a aparecer nuevos arañazos.
Hughes se
arrodilló junto a la cama con el ritual en las manos, recitó la Letanía de los
Santos en latín y luego el Padre Nuestro con el que comienzan las oraciones
propias del exorcismo, pero al decir "mas líbranos del mal", Robbie
logró desasir una de sus manos y aflojar una pieza del somier. La monja y el
auxiliar presentes oyeron de pronto un alarido de Hughes. Robbie había rajado
el brazo izquierdo del sacerdote desde el hombro hasta la muñeca. Alguien dijo
que para cerrar la herida fueron necesarios más de 100 puntos. El exorcismo no
prosiguió. Hughes sufrió una crisis nerviosa y abandonó Mount Rainier durante
un tiempo.
Jesuitas en
acción
Las murmuraciones
de los vecinos, la desesperación o el hecho de que el cuerpo de Robbie empezara
a actuar como un tablero ouija
formando palabras con arañazos, fueron el detonante para que sus padres se
trasladaran a St. Louis, donde tenían parientes. Allí, la familia pidió consejo
al padre J. Bishop, profesor de teología.
Bishop habló
con sus superiores y parece que la comunidad jesuita se hizo cargo del asunto.
El 9 de marzo, éste visitó por primera vez a los Mannheim. Les interrogó sobre
lo sucedido y realizó aspersiones con agua bendita por toda la casa.
Especialmente en el dormitorio de Robbie, donde además practicó un exorcismo
simple y colocó una reliquia de Santa Margarita sobre la almohada. Todo fue
inútil. La reliquia salió disparada y rompió un espejo y el propio Bishop
presenció el frenético movimiento de la cama de Robbie y los arañazos que
aparecieron en su cuerpo. Al día siguiente habló con el padre William S.
Bowdern, jesuita de 52 años, responsable de la iglesia de San Javier y
considerado como un hombre santo por quienes le conocían. Por indicación del
arzobispo Ritter, habría de ser Bowdern quien llevara a cabo el exorcismo.
El 10 de marzo
por la noche, Bishop y Bowdern hablaron con Robbie y rezaron el rosario con él.
El niño parecía tranquilo, pero en cuanto le dejaron solo en su habitación
volvió a gritar pidiendo ayuda. Poco después mostraba dos arañazos en forma de
cruz en sus antebrazos, algo que no dejó de extrañar a los jesuitas que en
secreto habían llevado una reliquia del antebrazo de san Javier. Los sacerdotes
calmaron a Robbie y le bendijeron. Pero, en cuanto le abandonaron, Robbie
sufrió una gran crisis durante la cual una librería de 25 kilos se movió sola
colocándose ante la puerta de su dormitorio. Su madre logró introducirse por
una rendija en la habitación a tiempo para ver cómo el crucifijo y las
reliquias que los sacerdotes le habían puesto se deslizaban solos por su cuerpo
hasta quedar a los pies de la cama. Los muebles habían cambiado de sitio por sí
mismos, el niño se retorcía de dolor debido a los arañazos y las sacudidas del
colchón eran frenéticas.
Tras haber
ayunado, celebrado misa y hecho su confesión general, el 16 de marzo por la
noche, Bowdern inició el exorcismo que habría de prolongarse en sucesivas
sesiones hasta el 18 de abril. Comenzó pidiendo al niño que hiciera un examen
de conciencia. Luego fue en busca de toda la familia y de los otros sacerdotes:
Bishop, que habría de escribir el diario, y Halloran, de 26 años, cuya fuerza
era necesaria para sujetar al poseso. Tras rociar con agua bendita la cama, que
no dejaba de moverse, comenzó a leer las letanías del ritual. Cuando dijo:
"Yo te ordeno, espíritu impuro, seas quien seas, junto con todos tus
asociados que han tomado posesión de este siervo de Dios, que, por los
misterios de la Encarnación, Pasión, Resurrección y Ascensión de nuestro Señor
me digas mediante alguna señal tu nombre, el día y la hora de tu
partida...", ronchones rojos y arañazos cruzaron la garganta, los muslos,
el estómago, la espalda y el rostro de Robbie. En su pecho apareció la palabra hell (infierno), y había sangre
suficiente para ser secada con un pañuelo. Sobre el escaso vello púbico del
niño también se dibujó la letra X y la palabra go (ir). Bowdern interpretó que el demonio se iría en diez días a
través de la orina o los excrementos. En lo primero se equivocó. En lo segundo
no. Pues, en cada sesión de exorcismo, salían de Robbie grandes cantidades de
orina maloliente.
A partir de
ese día, la lucha contra el mal fue ganando la batalla. Durante otra sesión, al
preguntar al demonio su nombre, se dibujó con arañazos sobre el pecho de Robbie
la palabra spite (rencor). No
obstante, durante el día Robbie era un muchacho normal, algo característico de
los posesos. Sólo durante los períodos de crisis, que a veces duraban horas y
que, salvo en raras ocasiones, se presentaron siempre de noche, parecía ser
otra persona. Chillaba, ladraba, reía diabólicamente, insultaba y maldecía al
oír las plegarias o el nombre de Jesús. Y, al ir avanzando el exorcismo,
comenzó a hablar con una voz profunda, ronca, y a volverse más violento.
Gritaba obscenidades a los sacerdotes, les acusaba de terribles actos sexuales
y les escupía. Su delgado cuerpo se arqueaba tanto que podía tocarse la cabeza
con los dedos de los pies. Cantaba melodías que desconocía. Agitaba los brazos
desesperadamente y, en cuanto se veía libre de ataduras, soltaba violentos
puñetazos.
La última
señal
Robbie era
luterano y el padre Bowdern decidió bautizarle para acogerle en el seno de la
Iglesia Católica. Además, el bautismo es otra forma de exorcizar. Sin embargo,
tras recibir este sacramento, se tornó más agresivo. La voz del demonio salía
con más frecuencia durante las crisis, hablaba con más autoridad, y profería
más obscenidades. Su rostro adquiría expresiones diabólicas y sus uñas,
extraordinariamente largas, arañaban su pecho.
Conforme
avanzaba la batalla, a los períodos de crisis se sucedían estados de calma en
los que el chico proyectaba un aura siniestra que los exorcistas llaman
"el roce de Satanás". En cierta ocasión estuvo cuatro días muy
tranquilo, pero era sólo otra treta del Maligno que, "a veces, deja al cuerpo libre de molestias para hacer creer que
ha sido expulsado", señala el Rituale.
Finalmente,
tras pasar por un verdadero calvario, durante el cual estuvo alojado en la
rectoría de la Iglesia de San Javier, Robbie regresó en tren a Maryland y
volvió de nuevo a Saint Louis. El niño fue ingresado a principios de abril en
el hospital de los hermanos de los pobres.
El día 18 de ese mes, el padre Bowdern,
consumido por el prolongado ayuno y la vigilia, se enfrentó a la que sería la
última batalla. Robbie había comulgado ese día y los hermanos de los pobres
habían puesto en su habitación una estatua del arcángel San Miguel venciendo al
dragón. Con el último amén del exorcismo la habitación pareció invadida de una
calma absoluta y Robbie habló con una nueva voz, clara, autoritaria, rica y
profunda: "Satanás, Satanás, soy san
Miguel y te ordeno a ti y a los otros espíritus malignos que abandonéis el
cuerpo en nombre de Dominus, inmediatamente, ¡ahora, ahora, ahora!". Entonces,
durante 7 u 8 minutos, Robbie se debatió entre violentísimas contorsiones.
Luego, dijo con calma: "Se ha
ido". Miró a los sacerdotes y aseguró sentirse bien. Todos se
felicitaron. Todos menos Bowdern, que ya no se fiaba del Maligno y esperaba una
señal característica del final exitoso del exorcismo. Robbie contó que había
visto en sueños como el arcángel se había encarado con el diablo haciéndole
retroceder hacia una cueva cerrada con barrotes en cuya entrada estaba la
palabra spite. Cuando los demonios
desaparecieron, notó como si algo tirara de su estómago. Luego se sintió
relajado y feliz como no lo había estado desde el 15 de enero. A la mañana
siguiente comulgó en la capilla del hospital. Por la tarde durmió una larga
siesta. Cuando despertó parecía no recordar nada de su penosa experiencia. "¿Dónde estoy? ¿Qué ha ocurrido?",
preguntó. En esos momentos, una explosión resonó en todo el hospital. Era la
señal que Bowdern esperaba. Cuando Robbie salió del hospital, su habitación fue
clausurada con llave. En el cajón de la mesilla permaneció el diario de Bishop
hasta ser hallado en 1978.
Poco después
de finalizar el exorcismo, durante una misa celebrada por Bowdern en la iglesia
de San Francisco Javier, el ábside se iluminó y ante los asombrados jesuitas
allí reunidos brilló por un instante la imagen de san Miguel, con una espada
llameante en la mano.
La casa donde
se iniciaron los hechos fue quemada durante un ejercicio de bomberos. Hoy tan
sólo queda el solar, pero nadie quiere comprarlo.
A pesar de las
amenazas de muerte prematura que el demonio hizo a los exorcistas, el padre
Bowdern murió en 1983 con 86 años y Bishop en 1978 con 72. En cuanto a Robbie,
su vida transcurrió con normalidad. Se casó y tuvo dos hijos.
No tuvieron
tanta suerte algunas de las personas implicadas en el rodaje del film, William
Friedkin, el director, recibió numerosas amenazas por parte de grupos
satanistas. Cuatro miembros del equipo murieron en misteriosas circunstancias.
La desaparición de objetos – incluidas varias cintas con escenas ya filmadas –
era frecuente. En fin, tal cúmulo de desgracias que ha llevado a algunos a
sugerir que sobre la película pesa una maldición.
Parapsicología,
psiquiatría y posesión
Algunos
psiquiatras creen que los "endemoniados" son víctimas de
esquizofrenia o personalidad múltiple, ocasionada por abusos sexuales sufridos
en la infancia. Otros sugieren que se debe al síndrome de Gilles la Tourette,
cuyos afectados maldicen, gruñen y se retuercen de manera incontrolada; aunque
este mal es incurable y la posesión, sin embargo, se cura. Por su parte, la
doctora Judith L. Rapoport lo achaca al desorden obsesivo compulsivo (OCD).
El padre
Martínez Sierra, teólogo y profesor de la Universidad de Comillas (Madrid) ha
declarado que "antes de determinar
si alguien está poseído o no, hay que desterrar absolutamente una posible
enfermedad mental o la existencia de fenómenos parapsicológicos. Por eso, antes
de aprobar un exorcismo se exigen informes de psiquiatras y parapsicólogos. Tan
sólo si la persona presenta varias de las características señaladas por el
ritual (aversión exagerada a lo sagrado, conocimiento de cosas ocultas o de
lenguas ignoradas, y fuerza sobrehumana) puede tratarse el caso como una
posesión. En cualquier caso, al Demonio no le es preciso llegar a ésta para
dificultar el reinado de Dios".
Por su parte,
el padre Fortea, párroco de la diócesis de Alcalá de Henares (Madrid), esta de
acuerdo en que sacerdotes y psiquiatras han de trabajar conjuntamente en casos
de supuestos posesos. Aunque, tal y como explica en su tesina, El exorcismo
actual, varias razones distinguen claramente al poseso del enfermo mental. "Los posesos son personas absolutamente
normales cuando salen de los períodos de crisis, no padecen delirios ni
alucinaciones, cosa que no ocurre a los esquizofrénicos. Tampoco puede tratarse
de epilépticos, pues los espasmos y agitación que sufren duran más de los 15
minutos que se prolongan estos ataques”.
Además, durante la posesión, las convulsiones y
crisis de violencia van en aumento, en lugar de disminuir, como ocurre con los
enfermos mentales, y simultáneamente a ellas aparece una nueva identidad que
razona y contesta coherentemente. En todo caso, no deja de ser curioso que este
extraño síndrome demonopático de disociación de la personalidad, con el que
numerosas personas acuden a las consultas de los psiquiatras desaparezca para
siempre con una oración litúrgica, cuando desde un punto de vista psiquiátrico,
con el exorcismo se debería reforzar la sugestión del enfermo. Por supuesto que
algunas personas pueden fingir que están poseídas, pero para desenmascararlos
basta decir el fragmento de un discurso de Cicerón en latín; si se agitan
frenéticamente, entonces el sacerdote puede enviarlos con tranquilidad al
psiquiatra. Es absurdo también – nos explica Fortea – sostener, como hacen
algunos, que los posesos liberados por Jesús padecían en realidad enfermedades
diversas. "Nunca se utiliza en los
Evangelios la palabra posesión como sinónimo de enfermedad. Y además, si Jesús
no creía en la posesión, ¿por qué no nos confirmó que estábamos en un error?
Por el contrario, en Lucas 13,32 Jesús mismo se atribuye el poder de expulsar
demonios y lo distingue de la virtud de curar enfermos. En realidad Jesús es el
Gran Exorcista, y la Era Mesiánica se distingue por que al fin los demonios
pueden ser expulsados del Reino de Dios". Ayudante del padre Amorth en
Roma, Fortea, para quien "el demonio
no tiene cuerpo, tan sólo se manifiesta a través del cuerpo invadido",
tuvo la oportunidad de asistir a varios exorcismos. "Lo que ocurre en una posesión es algo más moderado y sorprendente
a la vez que lo relatado en la película El Exorcista. No es usual que en un
mismo caso se reúna toda la fenomenología que se produjo durante el caso en que
se basó el film; normalmente el poseso se limita a blasfemar ante lo sagrado,
caer en trance y poner los ojos en blanco, además de agitar los brazos mientras
se le dicen las oraciones. Pero puedo asegurar que algo maligno emana de la
persona".
Opinión de la
Iglesia
El hecho de
que Juan Pablo II tuviera que hacer frente, en septiembre de 2000, a una joven
endemoniada, ha puesto de actualidad el fenómeno de la posesión diabólica. La
Iglesia admite la existencia del Diablo y, aunque no es un dogma de fe, también
acepta que el Maligno tiene poder para poseer a una persona. Así, en el Nuevo
Catecismo se lee: "El exorcismo esta
dirigido a la expulsión de los demonios o a la liberación de una posesión
demoniaca a través de la autoridad espiritual que Cristo confió a su
Iglesia". En Italia, la cifra de supuestos posesos debe ser muy
elevada, pues la Conferencia Episcopal de este país ha pedido a los párrocos
más rigor selectivo a la hora de reclamar exorcismos.
Asimismo, ha
decidido imprimir cuanto antes en versión italiana el Rituale Romanum, revisado
en 1998 para la Congregación del Culto Divino. En él hay algunas oraciones para
rezar en solitario contra el Maligno. Por su parte, el padre Gabriele Amorth,
con más de 50.000 exorcismos a sus espaldas, ha declarado que "el mundo está lleno de demonios
dispuestos a adueñarse de personas, animales y cosas. Y existen varias vías: el
ocultismo, los cultos satánicos y los maleficios". De la misma opinión es
el padre Suñer, exorcista durante cuatro años de la diócesis de Barcelona:
"Cualquier práctica esotérica puede permitir que el Demonio entre en una
persona si ésta invoca a Satanás".
Rituale Romanum
Entre las
reglas a seguir por el exorcista que se indican en el Rituale Romanum de la Iglesia Católica para expulsar al Diablo están:
Colocar un
crucifijo ante la vista del poseso o en sus propias manos. Ponerle reliquias y
medallas. Pero no acercarle demasiado la Santa Hostia pues puede maltratarla.
No dialogar
nunca con el demonio y ordenarle que se limite a contestar a las preguntas que
se le dirijan. No creerle si simula ser un ángel o un difunto.
No dar crédito
a lo que vea u oiga que hace o dice el poseso.
Preguntar a la
víctima el nombre y número de entes malignos que lo poseen.
Preguntar en
que época y por qué o cómo se produjo la posesión, así como el día y hora en
que abandonara al poseso.
Exorcizar con
autoridad enérgica, insistiendo en las palabras que más hacen sufrir al poseso.
Hacer la señal
de la cruz en las zonas del cuerpo donde el poseso acuse alteración.
Rociar con
agua bendita el cuerpo del poseso.
Repetir las
frases y palabras que más atormenten al demonio.
Deben estar
presentes los familiares para que vean cómo reacciona el poseso y le sujeten
firmemente. Deben rezar durante la ceremonia y ser rociados por el exorcista
con agua bendita.
No hay que dar
pábulo a las trampas y engaños que usan los demonios para hacer creer que han
abandonado al poseso. En ocasiones incluso les dejan comulgar o les muestran
alguna visión beatífica. Hay que recurrir siempre al ayuno y la oración pues,
según dijo Jesús (Mateo 17,20), hay una especie de demonios que no puede ser expulsada
más que por la oración y el ayuno.
Parece interesante me lo leere haber :)
ResponderEliminarCiertamente es una historia curiosa, que ningún amante d elo oscuro debería desconocer. ;-)
Eliminarwow facinantee!!
ResponderEliminarCelebro que hayas encontrado interesante el artículo. ;-)
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