El mismísimo Fuhrer la temía, hasta el punto
de, a pesar de ser opositora declarada al régimen nazi, ordenar que “¡no sea
tocada!”. Durante cuarenta años, Teresa no ingirió más comida ni bebida que la Hostia consagrada y el vino de la Comunión, al tiempo que lloraba sangre y sangraba
abundantemente por unas heridas que eran las del martirio de Cristo. Médicos y
expertos de la Iglesia analizaron su caso, sin que llegasen a encontrar en él
evidencia de fraude alguno. A día de hoy, sigue siendo un misterio al que nadie
ha podido dar respuesta.
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A lo lejos sonaban sordos cañonazos. Una guerra mordía sobre la campiña
extranjera. Los americanos se agrupaban alrededor del lecho sencillo y limpio.
Atardecía... Los gallos desgranaban sus roncos cacareos despidiéndose del día.
La mujer de 47 años yacía en el catre. Sus ojos hundidos con enormes ojeras.
Una mirada de obsesivo misticismo en ellos.
“Yo no
creo en nada de esto... aquí hay truco.”
Era un cabo americano pequeño y rubio. No terminaba la frase
cuando la mujer daba un nuevo alarido. La sangre brotaba en espesas gotas de su
frente. En una línea de puntos rojos. Se abrían heridas en la piel ante los
ojos de todos.
“No...
que me lleven a...”
El cabo no sabía qué decir.
Estaba más pálido que la mujer. De allí en adelante, durante el resto de la
noche, al fragor de los lejanos cañonazos comenzaba uno de los mayores
misterios del mundo sobrenatural... el misterio conocido como
"Estígmata". La campesina se llamaba Teresa Neumann. Cada jueves por
la noche daba ante sus vecinos una exhibición de Estígmata como la que
presenciaban los azorados marinos americanos. La villa bavara de Konnersreuth
era el lugar en que se revivía la Pasión de Cristo cada semana. Era la primera
vez que extranjeros veían el milagro.
“Miren...
está cayendo en trance”- susurró uno de ellos.
Todos guardaban silencio. De repente alguien comenzó a rezar en voz
alta. Muy pronto todos los soldados, hombres que habían peleado y asesinado en
nombre de la guerra, rezaban juntos. Una especie de vacío místico en medio de
la violencia y la maldad. La sangre fluía de nuevas heridas que se abrían. La
piel sencillamente se rajaba. El líquido rojo y espeso brotaba a raudales. Las
manos, los pies, el costado; la frente... toda ella era un mar de sangre denso,
opaco y continuo.
“No
llega a mañana por la mañana con ese desangramiento” - comentó un médico militar.
Todos estuvieron de acuerdo. Ya era noche cerrada. Sus gritos
aumentaron. Teresa se revolvía sobre el lecho empapado en la sangre. A cada
nuevo grito la sangre fluía con mayor fuerza. Calladas y silenciosas campesinas
se ocupaban de limpiar la preciosa sangre a cada cierto tiempo. Para eso
colocaban trapos inmaculadamente limpios en contacto con las sabanas. Cuando los
trapos se impregnaban del rojo líquido los quitaban guardándolos como si fueran
tesoros.
“Cada
casa en este lugar guarda uno de los trapos ensangrentados como objeto de
veneración” - explicó el capellán
que marchaba con los marinos.
Un nuevo aullido de la mujer interrumpió su respuesta. Dos campesinas
se acercaron a Teresa consolándola. Las lágrimas se confundían con los hilos de
sangre que descendían por sus mejillas hundidas y pálidas como la cera.
“No
hay respuesta oficial de la iglesia... es... Estígmata”- contestaba una mujer.
Amanecía... Los soldados, como en estado de trance hipnótico habían
pasado la noche contemplando el milagro. Muchos de ellos habían hecho apuestas
entre ellos. No llega a las tres de la madrugada... No llega a las cinco...
Con las primeras luces del amanecer, Teresa Neumann volvió a ser una
mujer normal. Una pobre y harapienta campesina como cualquiera de las que se
ven a diario por los campos de Europa.
Con los primeros rayos del sol las heridas desaparecieron. Esa es la
palabra correcta... desaparecieron. Allí en donde segundos antes había sangre,
carne abierta y palpitante sólo quedaba la piel limpia y blanca. La mujer abrió
los ojos... sonrió débilmente y elevó la mano haciendo la señal de la cruz
sobre los presentes. Todos los soldados, sin excepción, cayeron de rodillas
ante lo incomprensible.
Incluso las sábanas estaban blancas, completamente limpias. Ni un
rastro, ni una gota de sangre en parte alguna. Terminaba el fenómeno de
Estígmata. Los soldados americanos eran los primeros en ver el extraño
fenómeno. Sin embargo, Teresa Neumann había estado sufriendo de lo mismo por
muchos años... veinte para ser exactos.
¿Cómo era posible semejante afluencia de sangre? ¿Cómo se podía disipar
el líquido? ¿Cómo podía perder tan enormes cantidades de sangre sin morir? No
hay respuesta médica... no la habrá
jamás.
Un soldado americano era escéptico. Mientras que María estaba en pleno
apogeo de su estigmatización se acercó al lecho. Tomando un frasquito recogió
directamente las gruesas gotas que escapaban de su frente. Dos días más tarde
tenía la respuesta del laboratorio. Sangre humana. No había dudas. No podía
haberlas. Teresa Neumann tiene una historia interesantísima. Nacida en la misma
villa en la que vivió toda su vida en la frontera con Checoslovaquia. Jamás
salió de allí. Durante la Primera Guerra Mundial, mientras que se encontraba
ayudando a varios campesinos amigos en la recogida de la cosecha sufrió una
grave y dolorosa lesión en la espina dorsal. Los médicos fueron capaces de
aliviar el dolor... pero no de sanarla. De esta forma Teresa se convirtió en
una especie de vegetal humano.
Prendida a su silla de ruedas por el resto de la existencia. De allí en
adelante su salud comenzó a deteriorarse. No había causa aparente para esta
caída física. Sin embargo, las enfermedades hacían presa en Teresa una tras la
otra. La parte izquierda del cuerpo se le paralizó. Las piernas perdieron la
sensibilidad y el movimiento. Los ojos perdieron la visión. Parálisis,
convulsiones, vómitos y ataques espasmódicos constituían la vida de la pobre
mujer. Fue entonces que Teresa Neumann decidió rezarle a Santa Teresa de Ávila
a fin de que le devolviera la vista.
«Santa»
Teresa de Masoc: historia del milagro.
No muy lejos de Bayreuth.. capital de los
festivales de ópera wagneriana y casi acariciando la frontera checoeslovaca, puede localizarse una minúscula aldea alemana:
Konnersreuth. Centenares de personas esperan pacientemente bajo la lluvia de una
tarde de noviembre, frente a una modesta casa de ladrillo. Esperan ver a una joven visionaria Teresa Neumann. Desearían besar sus estigmas, contemplar
el arrebato místico cie aquella «santa»
que sólo se alimenta con la cotidiana comunión eucarística y que en sus frecuentes éxtasis asegura contemplar dramáticas escenas de la Crucifixión del Señor.
Durante la década de los años treinta y antes
de que se iniciara la segunda guerra mundial, Konnersreuth fue escenario de múltiples peregrinaciones procedentes de todos los confines del
mundo católico. Creyentes y especialistas en
psiquiatría se dieron cita en aquel lugar para tratar de establecer un
diagnóstico claro acerca de uno de los síndromes
más extraños registrados en la historia de la Medicina.
La historia de Teresa comienza en 1918 cuando la muchacha servía en una granja. Eran los tristes
años de la postguerra en que las gentes mal nutridas y fuertemente deprimidas se
esforzaban en compensar con sus trabajos agrícolas las malas cosechas precedentes. Se declara un incendio en otra granja y su
patrón le pide que colabore en las tareas de extinción. Cuando acarreaba los cubos de agua experimenta un agudo dolor en la región
lumbar y cae al suelo desvanecida, seguramente como consecuencia de una fuerte luxación
en la columna.
Aquel incidente marca el principio de una larga y penosa enfermedad saturada de extrañas
reacciones y sorprendentes síntomas.
Teresa había nacido el 8 de abril de 1898, en el seno de una familia muy humilde. Primogénita entre
otros once hermanos robustos. Muchacha sana y de aspecto nada demacrado, aunque sus rasgos anatómicos la definen como de constitución
asténica. Hasta los catorce años cursa estudios primarios en la escuela del lugar y
pasa finalmente al servicio de un amo que ya observa en ella una especial sumisión casi masoquista
y acusados sentimientos religiosos; una exquisita sensibilidad y exaltada impresionalidad ante
cualquier fútil incidente también la caracterizaban.
Sus padres eran gentes eran gentes sencillas, DE estrechas tradiciones
patriarcales, piadosos como muchos
bávaros campesinos, entre los cuales la niña aprendía a leer vidas de santos y se
impresionaba al visitar la modesta iglesia y contemplar los patinados cuadros de la Pasión de Cristo.
Tras aquel accidente, Teresa Neumann tiene que guardar cama largas semanas en la residencia
hospitalaria de Waldsassen. Sus extremidades inferiores se vuelven insensibles y aparece toda la sintomatología de una anorexia pérdida patológica de apetito- unida a fortísimos dolores en la columna.
El doctor Ewald detecta las primeras señales de una presunta histeria. Ataques psicomotrices de
una fuerte agitación y hematemesis (vómitos de sangre).
La joven abandona aquel centro sin que atisbe esperanza de curación.
Encamada de nuevo en su humilde hogar, los días pasan entre crueles dolores. En noviembre
de 1919 comienza a sufrir trastornos visuales hasta que la ceguera acaba por
apoderarse de ella.
Un nuevo incidente aparece como muy revelador: el padre de Teresa sufría un cuadro artrósico. Un día pregunta a
su confesor si podría pedir a Dios que los
sufrimientos de su progenitor pudieran ser asumidos por su propio cuerpo.
Tras la
respuesta afirmativa del sacerdote y al día siguiente, la muchacha amanece con
una hemianestesia del brazo izquierdo que flexa rígido durante cuatro meses, apoyado inerte sobre el tórax.
En diciembre de 1922 un joven seminarista, amigo de la familia, enferma de la columna cervical.
Teresa ruega que su dolencia se transvase a su cuello. A las pocas horas se provoca
una inflamación cervical y se le paralizan las masas musculares que activan la función degluctora. Ya no puede ingerir
alimentos. Un vaso de agua diario y los fragmentos de Hostia Consagrada que
cotidianamente le administra el párroco del lugar constituirán desde entonces toda su nutrición.
El 29 de abril
de 1923, fecha del santoral que enaltece a Santa Teresita de Ávila, Teresa Neumann recobra repentinamente la visión. El médico de la familia, ésta y los vecinos quedaron
extasiados ante lo que consideraban un portentoso milagro. Más de cuatro
años había permanecido invidente aquella
joven extraña. Ciega, sorda y paralizada, llena de úlceras por su
posición en decúbito supino constante, hasta el punto que todos temían un rápido desenlace.
Santa Teresa de Ávila vivió en España de 1515 a 1582. Desde muy
pequeña sufrió (al igual que Teresa Neumann, de una serie de enfermedades que
la mantenían al borde de la tumba) Sin embargo, la futura Santa, contra la
voluntad de sus padres ingresó en un convento llamado de la Encarnación y
situado en la ciudad de Ávila. Tenía la niña 12 años cuando entró en el
convento. Durante los 18 años que sirvió a las órdenes de Dios tras de las
impenetrables paredes de su monasterio tuvo varias visiones místicas y
religiosas. El Convento de la Encarnación tenía fama en España por la extremada
austeridad de su vida. Teresa de Ávila superó esta austeridad. Su vida se
convirtió en una simple comunión con Dios. A su muerte dejó una estela de
milagros que pronto hicieron que la iglesia Católica la canonizara. La
beatificación fue otorgada a Teresa de Ávila el mismo día en que Teresa Neumann
rezó por sus ojos.
El 3 de mayo dejan de supurar las úlceras; éstas cicatrizan y por fin el 17
del mismo mes se produce un tercer portento. Coincidía la fecha con la proclamación en Roma de la santidad de Santa Teresa de
Ávila. Teresa seguía paralítica; los forúnculos cervicales seguían supurando.
Aquella tarde la joven rezaba el rosario cuando tiene la primera visión extática. Ella relata que se
vio rodeada de una luz cegadora.
Escuchó voces que la invitaban a caminar y ella lo intentó con éxito. A sus gritos
acudieron familiares y el sacerdote del lugar. Teresa extendía sus manos, hacia algo invisible «agitando su cabeza como si
saludase a una dama de la corte».
A partir de aquel día se repiten las visiones y los estados de trance,
acompañados de acúfenos
(alucinaciones auditivas integradas por sonidos simples). Voces divinas le advierten premonitoriamente que le sorprenderán en el futuro nuevas y amargas dolencias.
Hacia
noviembre de 1925 aparece toda la sintomatología característica de una apendicitis, en una época en que las
técnicas quirúrgicas para su
tratamiento eran aún rudimentarias y poco fiables.
El doctor Seidl aprecia en aquel «abdomen agudo» la verdadera naturaleza de la dolencia y prescribe el inmediato
traslado a una clínica de Waldsassen.
Teresa pide entonces una medalla de Santa Teresita que aplica a la región abdominal. De repente se
le modifica el semblante, deja de gritar, tiende sus manos hacia un lugar de la habitación como si
hubiera allí alguien hablándola,
mientras contesta con monosílabos. Ella aseguró haber visto de nuevo a la santa. Después de
esto la fiebre y los dolores cesaron por completo.
El asunto era extraño desde el punto de vista clínico. Hasta entonces cualquier observación atenta de
los hechos hubiera permitido presumir los signos típicos de una neurosis de
conversión (histeria). Pero ahora se trataba de una dolencia no psicógena. Era un genuino cuadro orgánico, como la pericia del
doctor Seidl, especialista en apendicitis, había señalado, hasta el punto de que se registró una
evacuación del absceso purulento por vía rectal, lo cual constituye en sí una rareza clínica.
Al fin, se presentan los
estigmas el 13 de febrero de 1926. Una no
he, principio de la época
cuaresmal, Teresa Neumann era presa de agudos dolores provocados presumiblemente por
una otitis. De repente entró en éxtasis y pudo ver en una amplia dramatización a Cristo arrodillado en el Huerto de los Olivos, junto a sus
discípulos. Luego experimentó una violenta
punzada en el costado. Se palpa y observa cómo mana sangre de una llaga. El médico comprueba que la hemorragia no se
detiene. La sangre fluyó durante varias horas más de estas enigmáticas lesiones.
Las siguientes fechas se
caracterizaron por la aparición de nuevas Gagas o estigmas en las manos y en ambos pies.
De las heridas no imaginaba
supuración ni aparecían otros signos de infección e inflamación.
Ella había evocado en sus
oraciones las heridas de la Pasión, pero nunca -según declaró- había oído hablar de
estigmatizaciones. Nade le había relatado casos como los de Luisa Lateau o Ana Catalina Emmerich o el más remoto de San
Francisco de Asís.
El 5 de noviembre de 1926, cuando contemplaba una
litografía referente a la Coronación de
espinas de Jesús, experimentó unas agudas punzadas en el cuero cabelludo. Se observaron unas marcas sangrantes -hasta ocho- en la periferia craneana, salvo en la
zona frontal.
En años posteriores y coincidiendo con festivales de
Semana Santa, las llagas sangraban
abundantemente. En julio de 1927 aparecieron lágrimas de sangre. Los demás días las llagas se cubrían por una costra muy delgada.
Un retrato delirante
El doctor Weisl, agnóstico
desde el punto de vista religioso, relata así uno de los trances más intensos:
«Su rostro envejecido mira al
vacío, ausente de cuantos la circundan, extasiada. La boca aparece
semiabierta, sus manos extendidas ansían captar algo misterioso e
inaprensible para cruzarse al fin sobre el pecho en un gesto desesperado. Y sus ojos (jamás
pude ver una mirada semejante en otro loco,
en otra histérica), esos ojos perplejos, fijan a través de los párpados inflamados e inyectados en sangre, la visión que ellos
contemplan. Ojos que ven más que nuestros ojos. Sobre sus mejillas resbalan como perlas gotas de sangre,
inundándolas de rojo intenso. »
El doctor Witry describe así las llagas que Teresa cubría con unos mitones:
«Los estigmas miden en el dorso
de una mano de nueve a diez milímetros de longitud, por
seis a siete milímetros de anchura. La sustancia del estigma modela una
protuberancia de estructura planiforme cuadrangular, que se eleva unos
dos y medio milímetros sobre la epidermis circundante. El estigma
parece que brota como un volcán en el centro dorsal de la mano. Su
color es purpúreo y se observa una especie de brillo en la lisa
superficie. En el centro de la superficie cuadrangular apréciase una pequeña abertura ovoidal. »
Teresa Neumann muere el 18 de
septiembre de 1962. Científicos de todo el mundo estudiaron su caso sin llegar a una conclusión
definitiva acerca de su síndrome. Los
doctores Hynek, Killerman, Martini, Witry, Ewald. Titter de Lama, Hilgenreiner, Stókl y el español A. Vallejo
Nálera, analizaron con distinto criterio la
sintomatología dermatográfica.
La Iglesia no llegó a pronunciarse a favor de una tesis taumatúrgica , (milagro). En
1928, una comisión de seis expertos la visitó durante el Viernes Santo -fecha en que Teresa experimentaba
fenómenos de carácter parabiológico-. No encontraron muchas facilidades por
parte de los familiares ni consiguieron apreciar signos de efusión
hemática (hemorragia). Las conclusiones
apuntaron hacia un cuadro «histérico grave,
con señales inequívocas de simulación inconsciente. »
Dolencias
En 10 del marzo de 1918, Teresa Neumann quedó casi paralítica después
de caerse de un taburete mientras se ocupaba de apagar un fuego en el granero
de su tío. Sufrió más caídas y lesiones durante este período. Después de una
caída particular afirmó haber perdido gran parte de la vista. En 1919, quedó
completamente ciega. Postrada en cama, desarrolló horribles llagas debidas a la
inmovilidad en la cama que a veces dejaban el hueso expuesto. Teresa declaró
que recuperó la vista el 29 el abril de 1923 – el día en que Teresa de Lisieux
fue beatificada en Roma. Teresa Neumann le había estado rezando novenas antes
de este día. El 17 del mayo de 1925 Teresa de Lisieux fue definitivamente
canonizada como santa de la Iglesia Católica. Teresa Neumann dijo que la santa
la llamó y entonces la curó de su parálisis y de sus llagas debidas a guardar
cama mucho tiempo. El 7 de noviembre de 1925 Neumann volvió a guardar cama de
nuevo y el 13 de noviembre se le diagnosticó una apendicitis. Estando preparada
para la cirugía, tuvo convulsiones violentas y elevó los ojos al techo diciendo
finalmente diciendo, "sí". Le pidió a su familia que la llevaran a la
iglesia inmediatamente para rezar. Entonces anunció que había sido curada de
toda traza de apendicitis.
Estigmas
Teresa más tarde aparentemente desarrollaría los estigmas de la
pasión. Dijo que el 5 del marzo de 1926, el primer viernes de cuaresma, había
aparecido una herida ligeramente por encima de su corazón, pero que lo mantuvo
en secreto. Sin embargo, declaró que había tenido una visión de Jesús en el
Monte de los Olivos con tres apóstoles. El 12 de marzo dijo que tuvo otra
visión de Cristo en el Monte de los Olivos junto con la coronación de espinas.
También afirmó que la herida por encima de su corazón reapareció ese día, y le
habló a su hermana de esto. Adujo que la herida también reapareció el viernes
de la semana siguiente. El 26 de marzo, declaró que experimentó la misma herida
acompañada por una visión de Cristo soportando la cruz y una herida similar en
la mano izquierda. Como se observó que tenía sangre en la ropa, ya no trató de
mantener en secreto la información. El Viernes Santo, Neumann según su
testimonio presenció la Pasión entera de Cristo en sus visiones. Tenía heridas
en las manos y los pies acompañadas de sangre que parecía salir de los ojos. La
sangre salía de las heridas, pero según el libro del crítico de Neumann Josef
Hanauer La Estafa de Konnersreuth los presentes no vieron salir la sangre sino
sólo la sangre misma. Según el autor Albert Paul Schimberg, muchas personas
vieron salir la sangre de sus heridas y estos testigos no se limitaban a su familia
inmediata y al párroco Josef Naber. A las 3 en la tarde ese día, llamaron a su
párroco Josef Naber para darle a Neumann los últimos sacramentos. A las 4 su
condición mejoró. Las heridas de sus pies y las manos fueron observadas cuando
la bañaron. El domingo de Resurrección, dijo que tuvo una visión de la
resurrección de Cristo. Durante varios viernes consecutivos después manifestó
que estaba experimentando la Pasión de Cristo, aparentemente sufriendo en su
propio cuerpo junto toda la agonía histórica. Sufría la Pasión especialmente el
Viernes Santo cada año. El 5 de noviembre de 1926, exhibía nueve heridas en la
cabeza así como heridas en la espalda y los hombros. Según varias fuentes estas
heridas nunca se curaron o se infectaron y se encontraban en su cuerpo a su
muerte.
Inedia (ausencia de
alimentación)
Durante los años desde 1922 hasta su muerte en 1962, Teresa Neumann
aparentemente no consumía comida aparte de la Sagrada Eucaristía, y dijo que no
había bebido agua desde 1926 hasta su muerte. En julio de 1927 un médico y
cuatro enfermeras franciscanas la vigilaron durante 24 horas al día durante un
período de dos semanas. Confirmaron que no había comido nada excepto una hostia
consagrada un día, y no padeció efectos adversos, pérdida de peso ni
deshidratación. Montague Summers en “El fenómeno Físico del Misticismo"
habla de su capacidad sobrenatural de sobrevivir largas temporadas sin comida
ni agua. Apoyaba esta afirmación refiriéndose a un artículo acerca de Teresa
Neumann en el número del 5 de enero de 1940 en "El Universo", que
declaraba que esta campesina rechazó las cartillas de racionamiento alemanas
diciendo que no necesitaba comida ni bebida. Durante algunos de sus trances de
los viernes, decía frases identificadas por testigos (incluyendo sacerdotes)
como arameo antiguo. Se dijo también que podía comprender hebreo, griego y
latín.
Miscelánea
Durante el Tercer Reich, Teresa Neumann fue el blanco de ridículo y
difamación, ya que los nazis conocían sus discrepantes puntos de vista y temían
su creciente popularidad. Fue vigilada por la Gestapo. Nunca sufrió daños
físicos, aunque su casa familiar, la parroquia y la casa del sacerdote
recibieron ataques directos. Alentó a Fritz Gerlich a continuar su oposición a
Hitler y su partido nacionalsocialista. Gerlich fue posteriormente asesinado
por su oposición. Paramahansa Yogananda la visitó y escribió sobre su caso en
su libro Autobiografía de un Yogui, publicada en 1946. Le dedicó un capítulo
entero, “Teresa Neumann, la estigmatizada católica de Baviera”, que relata una
descripción de primera mano de uno de sus trances de la Pasión del Viernes
Santo. Reinhard Lorenz de Meißen, médium de la Sociedad New Salems recibió un
mensaje acerca de Neumann en 1929, supuestamente viniendo de Dios Padre. Fue
publicado en "Das Wort", la publicación del movimiento. Se dice que
el sorprendente fenómeno de Konnersreuth era aprobado por Dios para ser un
impacto irrefutable. El 18 de septiembre de 1962, Teresa Neumann murió de paro
cardíaco, después de haber padecido Angina de Pecho durante algún tiempo. La
Iglesia Católica Romana no ha confirmado ni negado la inedia (de la que padecía
según sus críticos), ni sus estigmas. "Resl", como se la conoce
coloquialmente, ha logrado sin embargo un lugar en la devoción popular – una
petición pidiendo su beatificación fue firmada por 40,000 personas. En 2005,
Gerhard Ludwig Müller, Obispo de Regensburg, empezó formalmente el
procedimiento vaticano para su beatificación.
Su tarea en la vida
Según Paramahansa Yogananda, Teresa Neumann le dijo durante su visita:
"Una de las razones por las que estoy aquí en la tierra es para probar que
el hombre puede vivir de la luz invisible de Dios, y no sólo de la
comida". Su juicio fue: "me di cuenta de inmediato que su vida
extraña es dirigida por Dios para asegurar a todos los cristianos la autenticidad
histórica de la vida y crucifixión de Jesús según registra el Nuevo Testamento,
y para exponer de forma dramática el vínculo entre el Maestro de Galilea y sus
devotos". Cuando Paramahansa Yogananda cuestiona la noción de que Teresa
Neumann había vivido comiendo sólo una hostia eucarística diariamente durante
los últimos 12 años, ella manifiesta que vive de la luz de Dios. El famoso
yogui entonces sugiere, "veo que usted se da cuenta de que la energía
fluye a su cuerpo del éter, del sol, y del aire". Teresa entonces sonríe y
expresa su felicidad de que él comprenda la manera en que vive.
interesante articulo que resume este caso tan poco común que sigue sin explicación
ResponderEliminarMe alegra que te gustase, PEH. Perdón por no contestarte en su día. Este blog fie creado como parte de la campaña de promoción de mi primera novela, y desde que ésta acabó lo tengo descuidado.
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