El equilibrio
Finalmente resultaron sin fundamento sus temores. La niña conocía el
secreto de su padre, sí, pero no el del pacto con la Diosa Madre, que éste había
considerado debía de celebrar cuando ya fuera una mujer y si ese fuera su
propio deseo. Sospechó ésta desde el principio de su madre, y más cuando las
investigaciones policiales comenzaron a sacar a la luz evidencias del romance
con su chico y muchas cosas más, pero nada se pudo probar nunca.
Tal y como Isabel había temido, llevó a los agentes al lugar. Lo
examinaron éstos exhaustivamente, palmo a palmo, con perros y con todo lo que
hizo falta, pero no encontraron nada. Ni siquiera ella, totalmente sorprendida,
fue capaz de apreciar rastro alguno de
sus actos. El mismo exacto sitio en que Tonet
había sido enterrado, se veía ahora tal y como habría permanecido antes de
excavar en él.
Había allí mucho más de lo que su marido había llegado a sospechar, pensó
la hermosa. Las plantas mostraban una cara a esta realidad y otra a una
distinta, tal y como le había asegurado, y no sólo ellas al parecer. A lo
visto, el mundo entero giraba allí su rostro habitual para saludar a la luna
llena con otro menos conocido. Lo alterado aquella noche, lo había sido en su
lado mágico y, vueltos al mundano, todo seguía como siempre en éste.
Jamás se encontró el cuerpo, ni
tampoco la cabeza. Sin cadáver y sin declaración, no hay delito, y ella supo
mantener su inocencia a pesar de las presión de los interrogatorios. Isabel
salió totalmente impune de su mezquindad. Tal y como había pensado, suya fue la
mitad de la hacienda y suya una gran parte de la herencia. Constituyendo la
primera la mitad de las ganancias en aquellos dieciséis años de bonanza, el
resto se repartió conforme a las leyes, saliendo en definitiva muy bien parada la bella malvada.
Todos sus planes salieron a pedir de boca. El local fue vendido.
Jean-Pierre y ella contrajeron nupcias, y su regalo de bodas para él fue un
nuevo restaurante en París. Desde allí, una vez cada dos o tres meses se
acercaría al insoportable pueblucho para recolectar sus especias. Todo para
mantener a su Adonis junto a ella y seguir sintiendo el calor de su cuerpo, el
fuego de sus besos sobre su piel.
La cosa se anunció con todo el bombo y fanfarria. Isabel no reparó en
gastos para hacerle feliz, invirtiendo buena parte de su fortuna en el proyecto
y su publicidad. La noche de la inauguración, hasta allí se acercaron reputados
críticos gastronómicos, famosos, políticos... todo a un nivel muy superior al
conocido en el negocio de su ex marido. También en éste habían formado parte de
su clientela, sí, pero en el de Jean-Pierre lo hacían exclusivamente, sin lugar
a los catetos que cada domingo habían acudido allá con sus familias.
Tonet nunca dejó de ser el paleto que conoció de niña. Jean-Pierre
en cambio era un chico educado en los mejores colegios, refinado y de
inclinaciones tan exquisitas y sibaritas como las suyas propias, y eso se
notaba en todo. Cuando Carla Bruni la saludó con una sonrisa y dos besos y ella
pudo comprobar que su belleza y glamour
en nada envidiaban a los de la diosa italiana, Isabel pensó que había alcanzado
por fin el Cielo en la Tierra.
Cuando su amado anunció finalmente el plato especial, consistente en una
pierna de cordero, especialidad de su padre, realzada con el sabor e las
especias de que tanto se había oído hablar en los últimos meses, la expectación
fue enorme y el pecho de Isabel se hinchó de alegría al ver la felicidad
dibujada en su rostro.
Hasta la mesa de los críticos se acercó un joven camarero portando una
bandeja con su campana, lanzando ambas destellos plateados que auguraban
prometido esplendor. Depositada en la mesa, todos se aprestaron expectantes
para recibir el aroma una vez fuera descubierta. El chico tomó la segunda del
pomo y... ¡¡horror!! Todos saltaron atrás, derribando su silla alguno incluso,
ante la contemplación del macabro contenido que en modo alguno se correspondía
con lo esperado. Allí, mirando sin ver, una cabeza humana adornada con
guarnición de verduras. Una cabeza que Isabel conocía muy bien: ¡La cabeza de Tonet!
Las manos llevadas a la cara, mirando con ojos desorbitados tan siniestra
revelación, la bella asesina se sintió desfallecer. Alzando la mirada sin
comprender, la depositó sobre el camarero tan interrogante como horrorizada,
tan sólo para encontrar algo tan sorprendente o más todavía que lo anterior; en
su rostro, junto a la sien izquierda, una cicatriz que Isabel reconoció
inmediatamente. Una cicatriz que su ex esposo le había regalado a un amigo
común en la infancia. ¡La cicatriz de Paquito!
Junto con el secreto de las especias y la Luna, le reveló Tonet la forma en que lo conoció, con la historia de Paquito, su
cara y el sello de aquel viejo golpe. Isabel no pudo menos que desmayarse ante
la comprensión del horror.
El último beso
Diecisiete años. ¡Habían pasado tan dolorosamente despacio! Diecisiete
años entre rejas, sufriendo la insoportable crudeza del presidio. Juguete para
las otras presas que, más rudas y habituadas a la violencia, habían disfrutado
martirizándola y burlándose de sus
ínfulas de gran dama. Diecisiete años comiendo la comida de la cárcel y
bebiendo vino con gaseosa en el mejor de
los casos. Ella, que había compartido mesa con nobles y pudientes, brindando
con champagne francés y degustando
los platos más exquisitos. Ella, por quien los hombres habían suspirado y hasta
entregado su vida, confinada en la insufrible pocilga de la más hedionda
miseria humana. Obligada a hacer sus necesidades en sucios e insalubres
inodoros, a compartir celda con una mula
marroquí y una prostituta rumana, tan ordinarias y poco dadas a la higiene,
como refinada y exquisita ella. Diecisiete años...
Una eternidad en el Infierno, una vida que se pierde en la letrina... Sin
recibir visitas, sin un abrazo de cariño. Su madre murió con el disgusto, su
padre ya les había abandonado antes. Su hermana hacía ya que se había ido a
vivir lejos, y ni ésta ni el resto de sus familiares quisieron saber nada de
ella después de lo sucedido. Todos habían querido mucho al bueno de Tonet y cuando supieron hasta dónde
había llegado su mezquindad, todos le volvieron la espalda.
En todo este tiempo tan sólo Raquel se había dignado acercarse a verla, y
tan sólo una vez y para preguntarle por qué. Tras ello, nunca más volvió a
saber de ella. Tampoco es que lo hubiera deseado. Era la hija de Tonet. Por supuesto quien la había
preñado no había sido aquel patético paleto, pero era su hija. Tenía su misma
forma de mirar, de hablar, de sonreír y ver la vida desde la más insidiosa
afabilidad...
Isabel la odió. Odió a Tonet
por aquéllo en que había parado. Le odió por haberse confabulado desde el más
allá para no permitirle la felicidad junto a su joven amante y odió a la niña
como recuerdo suyo en el mundo.
La luz de la Luna
bañaba su delicado semblante. El tiempo y las circunstancias se habían cebado
con su belleza, sin conseguir no obstante hacerla desaparecer. Casi tenía ya
sesenta años y seguía siendo una mujer hermosa, si bien para ella habían pasado
ya sus mejores días y nunca un apuesto joven volvería a mirarla con deseo.
Sintió odio contemplando la tumba anónima de su ex marido. Sesenta
años... Por su culpa había visto pasar la vida sin vivirla, malgastándola sin
exprimirla. Nada le quedaba ya. Demacrada y vencida, ¿qué sueños podría ya
albelgar? ¿Qué en su situación hacer, más que prepararse para ver pasar los que
le restaban sumida en la más profunda melancolía?
“Tú fuiste más afortunado, Tonet.
Mil veces hubiera preferido morir antes que pasar todo este tiempo en
presidio.”
Sonrió.
“¿Sabes? Nunca soporté tus manos sobre
mi piel. Me estremecía con sólo me tocaras. Intentaba consolarme en brazos de
otros amantes, pensando en tus regalos y el lujo con que me rodeabas. Fuiste el
más grande de los cornudos, estúpido paleto, y casi toque la Gloria cuando Jean-Pierre
me amó. ¡Cómo hubieras podido tú aspirar a compararte con él, pobre infeliz!
Pero te tomaste tu venganza, ¿eh?
No podías marcharte al otro mundo y dejarme disfrutar tu dinero en paz, como
cualquier otro idiota. Me has hecho perder una vida que valía mucho más que la
tuya. ¡Tres veces que hubieras vivido, no hubieras podido comparar tu miserable
existencia!
Pero ¡ah!, aun reiré la última. Aun recuerdo
tu mirada aquella noche. Tu estúpida
mirada de estúpido paleto traicionado. ¿Acaso alguna vez creíste que una mujer
como yo podría ser tuya realmente? Sí, recuerdo aquella mirada de dolor... ¡y
te daré motivos para ella de nuevo, estés donde estés!
Voy a matar a tu hija. Le quitaré
la vida al ser que amaste más que a nada y después yo misma me abriré las venas.
Abandonaré este mundo con la sonrisa del triunfo definitivo en mis labios. ¡Esa
será mi venganza, grandísimo cornudo! ¡Ese mi último beso para ti!”
Sintiendo que no quedaba más por decir, dio Isabel por terminado el mudo
discurso y la visita. Sin embargo, al ir a girarse para marchar encontró que
algo trababa sus pies. Echándoles una mirada, se apercibió de que habían
quedado enredados en aquellas estúpidas matas. Con desprecio tiró de ellos para
liberarse, pero parecían más sujetos de lo que había pensado. Irritada volvió a
tirar y forcejeó con más fuerza, más y más frustrada por momentos, hasta que
fue a perder el equilibrio y dar cuan larga era en el suelo.
“¡Asquerosos matorrales!”
Yendo a coger con sus manos las ramitas para arrancarlas, se sintió
sobrecoger al darse cuenta por primera vez de algo que en principio le pasó
desapercibido: ¡éstas parecían haber ascendido por su tobillo!
En efecto, si bien al primer momento semejaron enredadas alrededor de la
planta, ahora llegaban hasta el tercio inferior de su pantorrilla, en aparente
ascensión en torno su pierna. Con horror, comenzó a tirar con más fuerza, no ya
irritada o frustrada, sino realmente aterrorizada.
Presa de la más pura desesperación, fue testigo de como el vegetal abrazo
continuó su ascenso y de como una de aquella florecillas fue aumentando
amenazadoramente su tamaño hasta poder equiparse al suyo propio y aun rebasarlo,
convertida en ciclópea campana violeta.
Gritó y pidió auxilio con toda la
fuerza de sus pulmones, pero no obtuvo más respuesta que el eco en la distancia.
Bajo las estrellas y ante la solemne presencia de la luna llena, sintió el puro
pánico al ser engullida por la monstruosa flor para continuar debatiéndose
después dentro del capullo cuando se cerró. Presa del horror, fagocitada en
vida.
Epílogo
-Mira Antoñito, éste es el lugar.
Recuérdalo y nunca le reveles a nadie el secreto, salvo a aquéllos que tu
corazón te señale dignos de compartirlo.
-¿Y éstas son las flores, mamá?
-Sí y no, cariño. Ésta es la cara que muestran a esta realidad, pero
vuelven otra hacia los mundos mágicos. Y ésa sólo la conocerás si un día
decides establecer tu pacto con la Diosa
Madre.
-¿El que te enseñó el yayito?
-Sí... el que me enseñó el yayito.
Raquel sintió humedecerse sus ojos al recordar el día en que su difunto
padre se le presentó para acabar de revelarle lo que no pudo en vida.
-¡Pero basta de tristezas! Recuerda las plantitas son diecisiete.
-¿Por qué diecisiete?
-No lo sé cariño –respondió al niño con una dulce sonrisa. –En realidad
tampoco estoy segura de que sean sólo diecisiete. El yayito tan sólo me enseñó
dieciséis, la otra la descubrí yo una noche de luna llena. La recuerdo
perfectamente porque fue poco después de
que nos avisaran de que la yayita había salido del... hospital y esperábamos su
visita.
-¿Y por qué no vino? ¿Dónde está ahora?
-No lo sé cariño –contestó con tristeza- La yayita era una persona
extraña. Nunca fue feliz con nosotros. Estuvo mucho tiempo... malita y cuando
se puso bien y salió del hospital, desapareció y nunca volvimos a saber de ella.
La dieron por muerta con el tiempo y heredamos su patrimonio, pero yo sigo
sintiéndola cerca, como si de alguna manera siguiera con nosotros. Quizá algún
día reaparezca –opinó finalmente, apreciando una de las florecillas del
decimoséptimo tipo, el descubierto por ella. Una florecilla violeta con forma
de campana.
Diecisiete especies. Con sus machos al pie del barranco, donde “anhelantes y enamorados, miran eternamente
hacia arriba, allá donde sus bellas amadas sueñan con la Luna ajenas a ellos y sus
deseos.”
FIN
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