viernes, 7 de diciembre de 2012

¡SANGRE! (secuencia de la novela "Pasión funesta: una historia de horror", de JFAR)





Secuencia de la novela “Pasión sangrienta: una historia de horror” de JFAR, en la que se relata una orgía vampírica como las que actualmente tienen lugar en varias de las grandes ciudades de Europa y EEUU.
Las VIP –Vampire Interested Peole- son sectas cuyos integrantes pueden considerarse “vampiros por afición”, pero letales hasta el punto de haber llevado al propio FBI a advertir acerca de su creciente peligro para la sociedad.

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 Ascendieron por el último tramo de escaleras levantando ecos en las antiguas paredes, dejando cada vez más atrás la otra fiesta y sus sonidos, que parecían desvanecerse como un sueño olvidado. Sabían los que allá quedaban de la existencia de este reservado, del cual no solían volver los que a él entraban en toda la noche, cuando menos al cabo de varias horas, pero pocos resultaban los que tuvieran noción real de lo que allí acontecía. En realidad, para la mayoría las prácticas que en la parte superior de la mansión se celebraban resultaban un completo misterio, teniéndola por una simple zona VIP donde los miembros podían tomar sus copas y charlar tranquilamente alejados de los curiosos que simplemente acudían a la fiesta como pudieran hacerlo a cualquier otro pub o discoteca. El mismo Adán así lo había creído la noche que conociera a Lilith. Había quienes sabían algo más, pero pocos, muy pocos, que realmente conocieran acerca de la verdadera naturaleza de aquellas reuniones.
  En aquella ocasión había ido Lilith contra la costumbre, volviendo al pub mucho antes de lo habitual, apenas una hora después de haberse adentrado en el reservado. No resultaba algo normal hacerlo así, ni, por supuesto, algo que ella acostumbrara a hacer. Pero aquella noche había tenido un buen motivo para ello. Un hombre de magnética mirada, como nunca conocieraotra igual. Alguien que hizo reaccionar hasta la última de sus hormonas con sus ojos verdes traspasando la azul esencia de los suyos, impidiéndole pensar en otra cosa que no fueran ellos y su dueño. Olvidó la reunión, en la que no pudo ya centrarse, limitándose a una presencia meramente testimonial y abandonándola poco después para volver donde sabía que él la esperaba, arrastrando tras ella a un Zacarías intrigado no mucho más tarde. Tenían asuntos que tratar y hubiera preferido el gigante esperar al final de la velada para hacerlo, tras haber disfrutado de ésta plenamente,  pero no era normal tal comportamiento en ella. Nunca la había visto tan tensa, su mente claramente en otro lugar que no era aquél en que encontraban, y decidió que sería conveniente observarla de cerca.
  Un sirviente salió a recibirle seguido por otros dos. Ataviados al estilo medieval, resultaba no obstante significativamente diferente del look que presentaban los camareros y algunos de los asistentes. Mientras aquéllos lucían galas más bien festivas, dentro de lo que cabe entender por tales en gentes tan oscuras como los góticos, las de éstos podrían describirse como más sobrias y solemnes.
  -Buenas noches, caballero –saludó con perfecto acento británico. –Señora...
  -Buenas noches James –contestó ella.
  Tendieron entonces sus bolsas y los dos subordinados se adelantaron para tomarlas. En su interior guardaban éstas la ropa con que abandonarían la reunión una vez concluida, o antes, si fuera que se diera el caso de que así decideran hacerlo.
   -Por favor…  -les invitó, precediéndoles hasta la gran puerta de roble, que abrió para ellos. –Espero que se diviertan.
  -Gracias.
  -Gracias.
  La primera impresión que a Adán embargó al entrar al gran salón, fue como si a través de una puerta dimensional hubiera accedido a otro mundo, dejando atrás la realidad conocida para adentrarse en un universo de mortecina y sensual luz roja. Voluptuosos cuerpos de mujer, musculosos masculinos retozaban por el suelo sobre mullidos cojines bañados por aquélla, creando dramáticos contrastes de luces y sombras. Se le ocurrió que resultaba, al margen de su implícita voluptuosidad, al ambiente e iluminación que se imaginara en el Infierno. Si en el dantesco lugar cabía esperar escuchar los lamentos de los condenados levantando ecos en las cavernosas estancias, aquí ocupaban su ligar las operísticas arias y coros. Unos pocos sillones, los únicos allí existentes, quedaban reservados a las más distinguidas presencias, a las cuales se honraba con este privilegio sobre los demás. Sentado a uno de ellos, presidía Zacarías la reunión semejante a Satán en su trono. No era el único al que se concedía tal reconocimiento, pero ninguno de los otros que lo disfrutaban irradiaba tal magnificencia y poder.
  El resto de la concurrencia estaba formada invariablemente por sensuales hembras y atractivos varones, adecuada la vestimenta de cada uno de ellos a la ocasión. Hermosas vampiresas, seductores y vampíricos galanes… Era aquél un club fuertemente clasista, donde la belleza y valía personal resultaban requisito fundamental para ser admitido como integrante y cuya pérdida suponía la exclusión inmediata. Sólo unos pocos escapaban a aquella norma, maduros y ancianos normalmente, algunos de ellos miembros fundadores como Zacarías, que eran por todos respetados y admitidos como líderes. No obstante, el del gigante era un caso claramente diferente al del resto de veteranos. A sus más de sesenta años seguía pareciendo vigoroso y no exento de un poderoso magnetismo animal, que lo convertía en un hombre atractivo a ojos de muchas jóvenes a pesar de su edad.
  Saludó desde su trono el coloso con una inclinación de cabeza, al estilo de los antiguos cortesanos, y ellos devolvieron el saludo de manera similar, añadiendo una reverencia. Todo allí resultaba teatral y recargado, melodramático. Debidamente aleccionado por Lilith, dio un paso adelante Adán para colocarse ante él y el resto de veteranos. Maquillado y vestido para ofrecer la gótica imagen de un diablo, se despojó de la roja capa para descubrir su torso desnudo, mostrando una estrella de cinco puntas invertida dentro de un círculo en el centro del pecho. Un falso tatuaje que, unido a su pelo engominado y peinado hacia atrás, un maquillaje adecuado y unas mallas del color de la sangre, le conferían una apariencia realmente satánica, cual auténtico ser demoníaco surgido del Averno.
  Sintió sobre su piel las lascivas miradas de ellas y aun de algunos hombres, admirando su musculosa anatomía exenta de un gramo de grasa. También sintió otras más cínicas. Lilith sonrió complacida por la espectacular presentación de su compañero. Alguien vestido con el atuendo medieval de los sirvientes, llegó hasta ellos.
  -Buenas noches, señora; caballero…
  -Buenas noches Fernando. Será un Cardenal Mendoza y…
  -Vodka -añadió Adán tomándole la palabra-. Sólo.
  -¿Alguna marca en especial?
  -Moscovskaia, por favor.
  -Muy bien. Espero disfruten de la reunión.
  -Gracias.
  -Gracias.
  Se retiró entonces el mozo dejando su lugar a Zacarías, que se acercó hasta ellos con una copa de cognac la mano.
  -Buenas noches -le saludó tendiéndole la otra. -Supongo que tú eres el famoso Adán...
  -Supone bien -contestó aceptándola, apenas abarcando con su mano la manaza del gigante, que estrujó aquélla con una fracción de lo que debía resultar una fuerza prodigiosa.
  -Lilith es alguien especial. Una persona muy cara para mí. Espero sabrás merecerla.
  -Eso espero. Y también que sea ella quien decida si es así.
  Las miradas se enfrentaron y Lilith sonrió para sí. Hacía falta mucho valor para encarar la de Zacarías, manteniéndola sin amedrentarse ante el increíble aura de poder que irradiaba del titán. Poca gente tenía la fuerza necesaria para ello.
  -Me gusta -apreció él sonriente. – Parece que tu chico es un lobo, no un conejo.
  -Lo sé -contestó ella exteriorizando su propia sonrisa. -Te dije que podías confiar en mi intuición.
  -Prefiero hacerlo en los hechos. Me gusta, pero todavía no ha demostrado nada.
  -Ni nada he de demostrar.
  -¡Adán…!
  -Déjalo Lilith.
  Adán sonreía desafiante, su mirada clavada en la de Zacarías un palmo por encima de su cabeza.
  -No tengo que demostrar nada a nadie. Soy lo que soy. Un lobo, un león o un tiburón, da igual. Pero, en cualquier caso, lo seré porque es mi naturaleza la que me hace serlo, no por agradar a nadie. Puedes mirar todo lo que quieras, tú y todos los que estáis aquí. Juzgar si os gustado o no lo que veis, pero no esperéis que me importe lo más mínimo vuestro veredicto.
  La sonrisa había desaparecido de su rostro, como el resto de la capa de hipocresía con que le habían enseñado a cubrirse cuando deseaba complacer a alguien, para enseñar ahora los dientes como la fiera que Zacarías había dicho le evocaba. Brillaba en sus ojos con intensidad el desafío. Uno con el cual gozaba. El desafío de alguien seguro de su fuerza que no se deja amedrentar.
  Zacarías lo observó sin alterar su expresión, con una mirada de hielo. Era el gigante hombre inconmovible que no dejaba transmitir sus emociones. Al cabo de unos instantes rompió a reír.
  -¡Ja, ja, ja! Lo dicho, un lobo. O mejor aun: un tiburón, como el mismo ha sugerido. Rápido y agresivo. Eso es bueno. Pero ten cuidado muchacho. Hay orcas en el mar para las cuales el hígado de los tiburones blancos es un bocado exquisito.
  -Lo recordaré cuando me encuentre con alguna.
  -¡Ja, ja, ja! -rió de nuevo llevando la copa a sus labios, sin apartar la mirada de la suya – Divertíos, pronto comenzará.
  Dándose la vuelta, se alejó dejándolos solos.
  Fiiiiuuu...! ¿Tienes idea de cuánta gente le ha hablado así?
  -Supongo que no demasiada, pero me da igual.
  No entendía muy bien por qué, pero había algo en el hombrón que conseguía le resultara profundamente antipático. No habría sabido definirlo, pero lo percibía como un enemigo natural. En realidad, aunque su mente civilizada no pudiera reconocerlo, se trataba del mismo instinto básico que pone en guardia al león cuando otro macho invade su territorio. El refranero, que aseguran es sabio, afirma que resulta difícil evitar la confrontación cuando hay dos gallos en el mismo corral. Adán sabía del recelo que Zacarías sentía hacia él y no se encontraba cómodo sabiéndose bajo observación. Por Lilith estaba dispuesto a someterse a cualquier tipo de prueba que quisiera imponerle, pero le hacía encogerse como la tiricia aquella mirada altiva escrutándole.
  Lilith rió divertida.
  -En realidad han sido algunas, pero como bien dices, no demasiadas.
   -Me aventuro a suponerte una de ellas.
  -¡Ja, ja, ja! Por algo soy su protegida cariño.



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  Durante la hora siguiente fue conociendo a los restantes miembros del club. Gente guapa en casi todos los casos. Hijos de papá de abultada cartera en algunos de éstos, profesionales liberales en busca de emociones fuertes en otros, irreductibles bohemios de inquietudes intelectuales diversas… Incluso la misma Lucrecia se incorporó durante ésta a la fiesta. Pero, en cualquiera de ellos, había algo que los diferenciaba básicamente de Zacarías, Lilith e incluso de él mismo. Tampoco habría sabido definirlo. Se trataba de una especie de aura como la que distingue a los pura sangre de los equinos normales.
  Fueron varias las féminas que se acercaron a coquetear con él y no exentas de un poderoso atractivo. A pesar de mantenerse muy superior el de Lilt, no podía decir Adán que resultara inmune a aquél tampoco y llegaba a turbarse profundamente ante el descaro y lascivia de las insinuaciones y toqueteos. Desde un rincón, la vampiresa observaba al parecer divertida y ¿sonreía? ¡Dios!. A veces llegaba a plantearse si aquella mujer no sería realmente el diablo cuyo nombre portaba, un súcubo de extrema y desorbitada lujuria seducido por las más abyectas depravaciones. Mujer fatal que, sin ningún tipo de duda, podría despellejar a otra que sintiera rival por la posesión del corazón de su hombre, semejaba no pretender reservar para sí sóla igualmente la de su cuerpo, e incluso con su diabólica mirada parecía incitarle a caer en la tentación.
  Por su parte, ella misma resultaba también asaltada de tanto en tanto por algún efusivo galán incapaz de sustraerse al hechizo de su belleza, irresistible canto de sirena ante el cual no se concebía ningún hombre pudiera resultar inmune. Incluso le pareció entrever cómo alguno le amasaba un pecho o tomaba por la cintura acariciando sus glúteos, sin que, sorpresivamente, ello sirviera para ponerle celoso y violento, y sí en cambio para erotizarlo aun más, llegando a un extremo de excitación que nunca antes conociera.
  En un momento dado, su cabeza obnubilada por ésta, una pareja acomodada sobre unos cojines captó su atención. La hermosa joven ofrecía un seno desnudo al chico, el cual aplicaba sobre él ansioso sus labios besándolo, lamiéndolo; el rostro de ella en éxtasis, desencajado de placer. Sonrió para sí ante lo que le pareció un simple juego erótico. La misma energía sexual parecía estar en el ambiente, en el cual se respiraba y percibía perfectamente el deseo irradiado por todos y cada uno de los asistentes, que sumaban sus torrentes para conformar un definitivo mar de lujuria que no parecía posible contener por mucho tiempo más antes de que acabara desbordándose y anegándolo todo.
 Pronto fueron más las parejas en actitud parecida. Pero había algo extraño en ello. El chico que había visto besando el pecho de su compañera se incorporó entonces, revelando una grotesca estampa. La zona de alrededor de sus labios aparecía ominosamente cubierta de sangre, brillando también dentro de su boca entreabierta el vital elixir.
  Poco después aquello había devenido en una orgía de ésta, en un cuadro dantesco que no obstante encontraba de un intenso erotismo. Algo de evidentes connotaciones sadomasoquistas, terriblemente excitante. Por doquier los cuerpos se aplicaban unos sobre otros, a menudo varios sobre uno solo, con un ansia y sensualidad totalmente novedosas para Adán. Desde todos lados llegaban a sus oídos profundos suspiros de placer que le enervaban y enturbiaban su mente aun más.
 Lilith le había informado de lo que allí iba a encontrar, asegurándole que no estaba obligado a tomar parte en ello si no era su deseo. Aun así, nunca se hubieran podido describir con justicia las palabras una escena como la que ante él ahora se desarrollaba, haciendo vibrar su cerebro, en combinación con el alcohol, en una frecuencia que casi le llevaba hasta la pura paranoia.
 Ahora ella se encontraba ante él, sus pechos desnudos. Se miraron en silencio.
  -Vamos.
  -¿Estás seguro?
  -Lo estoy. Vamos.
  No lo hacía condicionado por ninguna circunstancia. Realmente deseaba sentir su sangre fluir libremente de sus venas a los femeninos labios. Sintió una poderosa erección, inevitable, in-contenible... Lilith se acercó lentamente a él, mirándole a los ojos. En su mano brillaba siniestro el bisturí. Adán ladeó la cabeza, ofreciendo su cuello. Sintió el frío metal rasgar la piel, el rojo fluido brotar a continuación. Lilith aplicó su boca a la herida y fue como si una poderosa ventosa hiciese el vacío sobre su carne, comenzando a succionar con avidez.
Adán sentía su sangre salir a presión por la herida, cual si al ataque de un auténtico vampiro se viera sometido. Era como si su misma esencia vital estuviera siendo absorbida por aquel súcubo, pasando a formar parte de él. Encontró la experiencia extremadamente placentera, abandonándose a la misma sin temor alguno.
  Durante largos minutos permanecieron así. Ella abrazada a él, sus labios sellados al cuello cual lasciva sanguijuela, hasta que al cabo acabó separándose. Alguien le acercó algodón y gasa y Lilith cauterizó con ellos la herida. Sus ojos se alzaron entonces para clavarse en los del varón, la boca entreabierta mostrando la roja sangre mancillar el blanquísimo esmalte dental. Cubría también ésta sus labios y la zona alrededor de ellos, corriéndole cuello abajo para buscar los divinos pechos. Una imagen de satánico erotismo que le enervó hasta casi hacerle temblar de excitación.
  -Es tu turno. ¿Deseas hacerlo?
  Lilith tendía ahora hacia él su mano, ofreciéndole la alternativa en forma de gruesa aguja.
  -Por supuesto –aceptó sin dudar, tomándola sin dudar en la suya. Ella le miró a los ojos.
  -Aquí –le indicó, colocando la yema de su dedo índice sobre el punto exacto en la aureola del ofrecido pezón.
  Adán pinchó entonces con decisión, profundamente, arrancándole un gemido fruto de una indefinible sensación mixta, a caballo entre el dolor y el placer. Extasiado, la contempló por un momento, observando cómo la sangre surgía roja y gloriosa sobre la nívea blancura de su piel. Fuera de sí, se abalanzó para tomarla violentamente entre sus brazos, entregándose a beber ansioso, ávido de engullir la misma esencia vital de la mujer que amaba como antes ésta había engullido la suya. Si al principio sintió algo de aprensión, pronto se olvidó de ella, su cerebro preso de un delirio vampírico que clamaba ser saciado con el vital elixir. Desde su trono, su torso completamente bañado en el mismo, Zacarías observaba, sus ojos brillando diabólicos bajo la tenue luz escarlata.





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  Cuando Adán se incorporó de nuevo, satisfecha su sangrienta ansia, una indefinible, grandiosa sensación le embargaba. Resultaba algo increíble el sentimiento de plenitud y poder que emanaba de la absorción de la fuerza vital de otra persona simbolizada en su sangre, como si aquélla corriese ahora por sus venas unida a la suya propia. Se sentía capaz de desafiar al mundo en esos momentos. ¡Deseaba hacerlo! Echando su cabeza hacia atrás, gritó su triunfo cual licántropo aullando a la luna llena.

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5 comentarios:

  1. esta buenisimo te invito a mi blog tambien saludos

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  3. Me alegra que te haya gustado. La novela se ambienta precisamente en ese mundo y en el de las sectas satánicas, vistas desde la perspectiva de su realidad, no como se muestran en las películas y novelas normalmente.

    Por supuesto, acepto tu invitación. Pero pásame enlace a tu blog para que pueda visitarlo. ;-)

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  4. Me gustó mucho el fragmento Ana, muy bien escrito como siempre. Oscuros saludos.

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  5. Muchas gracias, Panlo. Iré subiendo otros de las 4 novelas que tengo escritas. Forma parte de la promoción se la salida a publicación próxima de la primera de ellas.

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