PRÓLOGO
¿Se
encarnó Lilith en Hungría una noche de octubre de 1560? Éste fue otro nombre
que se le dio, un nombre aparentemente sin historia: Erszébeth Bathory, nieta
del rey de Polonia Esteban I Bathory (1535-1586). País de duendes y vampiros,
Hungría vivía entonces en una familiaridad con el más allá que entraba incluso
en la vida cotidiana del hombre; no habiendo podido el cristianismo suprimir
las creencias de un pueblo fiel a la gran religión natural de sus orígenes.
En
esta región secreta, florecían las mitologías más sorprendentes, pero basta con
raspar la superficie del mito para encontrar su realidad, a menudo más
terrorífica que la propia leyenda. En Hungría, el vampirismo es un título de
nobleza como otro, con la sola diferencia de que aquél dosifica sabiamente el
horror y la veneración; porque cada uno siente confusamente la importancia real
de su sangre, incluso si la aristocracia edificara sus castillos en el
infierno.
Para
el hombre de hoy, el Lucifer húngaro lleva una camisa con chorreras, una capa
de satén negra forrada de rojo, a la manera de los poetas románticos; pero su
corazón no responde a las pasiones humanas, las mujeres le dejan insensible; la
única belleza que conoce es la de la sangre v vive con la angustia de la estaca
que le atravesará el pecho. Pero, en el cine, el miedo del vampiro es una forma
de exorcizar la Verdad, de desviar el verdadero rostro de Drácula, que no tiene
nada de monstruo de opereta.
En
el siglo XVI, los vampiros húngaros no estaban allí para entretener el viejo
western del bien y del mal; no tenían que hacer de la imaginería infernal
creada por el cristianismo pasado la maestra en el arte de las oposiciones.
Dragones, serpientes y vampiros son, en primer lugar, los guardianes de la
sangre eterna. Es el secreto mismo de la vida que ellos protegen, el secreto de
la inmortalidad, accesible solamente a los guerreros que saben vencer el miedo
bajo todas sus formas.
La
atribución del nombre de Drácula al arquetipo del vampirismo, va unida a la
idea primaria de la serpiente o del dragón (Dracul, Vlad Drakulea, Drak =
dragón) que guarda el secreto de la inmortalidad, representado por la sangre de
la vida eterna. La sangre ininterrumpida perpetúa la vitalidad mágica a través
de todos los cuerpos perecederos.
Como
el Sigfrido de la mitología escandinava, el hombre que bebe o que recoge la
sangre del dragón llega a ser invulnerable. La sangre del dragón vuelve igual a
los dioses, en potencia y endereza; se comprende, pues, que el culto del
vampiro no tenga más que un fin: la inmortalidad, la protección del cuerpo y su
permanencia.
En
la campiña húngara, el hombre aterrorizado conoce los rituales de la sangre.
Sabe que se trata de éste «agua» de juventud que los poetas han cantado tanto...
Pero están el miedo y la maldición. ¡Malhaya quién revele el secreto de la
sangre eterna!
Así
muy pronto, Erszébeth Bathory recibió la «leche venenosa de las quimeras» que
dispensa la sombra de Lilith. Las leyendas y vampiros insaciables, a la búsqueda
de este brebaje rojo que vuelve inmortal.
Casada
a la edad de quince años, a los veinte, la edad en que la aristocracia húngara
frecuentaba los bailes y las recepciones, la joven condesa vivió en una
reclusión casi total. Tomó por amante a su intendente Thorbes que la inició en
la brujería y que, después de haberla «desposado con Satán»/ le enseñó los
ritos mágicos de la secta El Pájaro negro
—sociedad secreta a la que él pertenecía—, como éste: «Tomad una gallina negra y golpeadla hasta la muerte con una vara
blanca. Recoged su sangre con la que tocaréis a vuestro enemigo, que perecerá
de languidez o de accidente. Si no podéis tocarle directamente, poned un poco
de esta sangre en sus vestidos».
Se
ha escrito mucho sobre la condesa, acusándola de buscar a toda prisa un remedio
a la vejez, con el fin de borrar el ultraje del tiempo. Los rituales mágicos de
«El Pájaro negro» no hacen caso de esta obsesión común a todo ser humano. Ellos
no aspiran más que al estado supremo de la evolución oculta: la inmortalidad.
Así,
por un simple azar (si el azar existe), la condesa Bathory verificó la eficacia
de la sangre sobre su propio cuerpo. Para Thorbes, la conversión de la condesa
no era ordinaria, su descubrimiento repentino del poder de la sangre le llegaba
por revelación mística. Desde entonces, durante diez años, la sacerdotisa de
Lucifer hizo degollar por sus cómplices a un centenar de jóvenes campesinas,
atraídas a Csejthe bajo diversos pretextos.
Un
par de tijeras manejadas por Erszébeth Bathory, sustituía al puñal del
sacrificio. Los servidores de esta extraña misa de sangre recogían la sangre de
la víctima que servía para preparar los baños de juventud de Erszébeth, en la
cual, según reconocieron los jueces, su apariencia juvenil no podía ser más que
de origen diabólico.
La
condesa hizo confesión de sus crímenes con una arrogancia glacial. Los dos
nigromantes fueron condenados a muerte. Se les arrancó las uñas, se les cortó
la lengua, se les reventó los ojos, después se les quemó a fuego lento.
Erszébeth fue condenada a retractarse públicamente de sus crímenes, después a
ser decapitada. La sentencia fue conmutada, debido a su rango y a su alto
nacimiento, por prisión perpetua, «al agua de la angustia y al pan del duelo».
Murió en 1614, en una cueva amurallada. La superstición cree que un enviado del
Diablo puso fin a su vida terrestre, estrangulándola. Después...
Después...
la campiña húngara se calla al caer la noche. ¿No se dice que Erszébeth Bathory
se reúne con los duendes y vampiros de la leyenda?
Resucitada,
la Inmortal se sienta a la izquierda de Lucifer por los siglos de los siglos.
ERZSÉBET BATHORY: LA HISTORIA
Nació
en una de las familias más antiguas y adineradas de Transilvania: los Erdély.
Sus padres, Anna y Jorge Báthory, eran primos. Su abuelo materno fue Esteban
Báthory de Somlyó. Su tío materno fue Esteban I Báthory, príncipe de
Transilvania y rey polaco entre 1575 y 1586. El escudo de armas de su familia
consiste en tres dientes de jabalí de plata sobre un campo de gules. Entre el
resto de familiares se encuentran un cardenal y varios príncipes. Su infancia
transcurrió en el castillo de Csejte y antes de cumplir los seis años sufría
ataques de lo que se puede considerar epilepsia.
A
los once años fue prometida con su primo Ferenc Nádasdy, conde (anteriormente
barón). A los doce empezaron a vivir juntos en el castillo de él y nunca tuvo
buena relación con su suegra, Úrsula. A diferencia de lo que era propio en la
época, recibió una buena educación y su cultura sobrepasaba a la de la mayoría
de los hombres de entonces. Era excepcional, "hablaba perfectamente el
húngaro, el latín y el alemán, mientras que la mayoría de los nobles húngaros
no sabían ni deletrear ni escribir [...] hasta el Príncipe de Transilvania era
prácticamente analfabeto".
A
los quince años, en 1575, se casó con Ferenc, que entonces contaba 20 años de
edad. La ceremonia tuvo lugar con gran lujo en el castillo de Varannó (su
nombre eslovaco es Vranov nad Toplou); incluso se invitó al emperador
Maximiliano II, que no pudo acudir. Fue Ferenc quien adoptó el apellido de
soltera de su esposa, mucho más ilustre que el suyo. Se fueron a vivir al
castillo de Čachtice, en compañía de su suegra Úrsula y otros miembros de la
casa. El joven conde no pasaba mucho tiempo por allí: la mayor parte del tiempo
estaba combatiendo en alguna de las muchas guerras de la zona (empalando a sus
enemigos), lo que le mereció el apodo de "Caballero Negro de
Hungría". Existe un registro epistolar de cómo Ferenc e Isabel
intercambiaban información sobre las maneras más apropiadas de castigar a sus
sirvientes, esto era normal entre los nobles de la época. Las posesiones de
esta pareja de nobles húngaros eran enormes, y se requería además un férreo
control sobre la población local, de origen húngaro, rumano y eslovaco.
Ferenc
e Isabel apenas se veían debido a las actividades guerreras del primero, así
que no fue hasta 1585, diez años después de su matrimonio, que la condesa tuvo
a su primera hija, Ana, y en los nueve años siguientes dio también a luz a
Úrsula y Catalina. Finalmente, en 1598, alumbró a su único hijo varón, Pablo.
En
4 de enero de 1604, el Caballero Negro de Hungría, como se conocía a Ferenc por
su fiereza a la hora de combatir, murió de súbita enfermedad durante una de sus
batallas y dejó viuda a Isabel, que contaba con 44 años. Es aquí cuando
comienzan, según sus acusadores, sus crímenes. Para empezar, despidió a su muy
odiada suegra del castillo, junto con el resto de la parentela Nádasdy; las
muchachas a las que ésta protegía en esos momentos fueron llevadas a los
sótanos y allí recibieron por fin los castigos que, en opinión de Isabel, se
merecían.
Esto
dejó a Erzsébet en una situación peculiar. Señora feudal de un importante
condado de Transilvania, metida en todas las intrigas políticas de aquellos
tiempos convulsos, pero sin ejército con que proteger su poderío. Por la misma
época, su primo Gábor I Báthory se convirtió en Príncipe de Transilvania, con
el apoyo económico de la riquísima Erzsébet. Gábor (Gabriel) se metió pronto en
una guerra contra los alemanes por complejas razones políticas. Esto la ponía
en peligro de ser acusada de traición por el Rey Matías II de Hungría. Viuda
como era, se vio más vulnerable y aislada que nunca.
Es
por esta época que empiezan a escucharse rumores de que algo muy siniestro
ocurre en el castillo de Čachtice. A través de un pastor protestante local,
llegan historias de que la condesa practica la brujería (explícitamente, la
magia roja) y para ello utiliza la sangre de muchachas jóvenes -una típica
acusación muy popular en la época, similar a las que se realizaban contra los
judíos y disidentes-. Matías ordena a un primo de Isabel, el conde palatino
Jorge Thurzó -enemistado con ella-, que tome el lugar con sus soldados y
realice una investigación. Dado que la señora de Báthory carecía de fuerza
militar propia, no hubo resistencia.
Según
la investigación del conde Thurzó, hallaron en el castillo numerosas muchachas
torturadas en distintos estados de desangrado, y un montón de cadáveres por los
alrededores. En 1612 se inició un juicio en Bitcse (Bytča en eslovaco).
Erzsébet se negó a declararse inocente o culpable, y no compareció, acogiéndose
a sus derechos nobiliarios. Quienes sí lo hicieron, por la fuerza, fueron sus
colaboradores. Juan Ujváry, el mayordomo (conocido como Ficzkó)3 , testificó
que en su presencia se habían asesinado como mínimo a 37 "mujeres
solteras" de entre once y veintiséis años; a seis de ellas las había reclutado
él personalmente para trabajar en el castillo. La acusación se concentró en los
asesinatos de jóvenes nobles, pues los de las siervas carecían de importancia.
En la sentencia todos fueron declarados culpables, algunos de brujería, otros
de asesinato y los demás de cooperación.
Imágenes de las ruinas del Castillo Čachtice, lugar
en donde Erzsébet Báthory
supuestamente cometió sus crímenes, permaneció presa
y falleció.
Todos los seguidores de Isabel, excepto las brujas, fueron decapitados y sus cadáveres quemados; éste fue el destino de su colaborador Ficzkó. A las brujas Dorotea, Helena y Piroska les arrancaron los dedos con tenazas al rojo vivo "por haberlos empapado en sangre de cristianos" y las quemaron vivas. Erzsi Majorova, una burguesa de la zona acusada de cooperación, también fue ejecutada. Katryna, que con catorce años era la más joven de las ayudantes de Erzsébet, salvó la vida por petición expresa de una superviviente, aunque recibió cien latigazos en el cuerpo.
Pero
la ley impedía que Isabel, una noble, fuese procesada. Fue encerrada en su
castillo. Tras introducirla en su mazmorra, los albañiles sellaron puertas y
ventanas, dejando tan sólo un pequeño orificio para pasar la comida.
Finalmente, el rey Matías II pidió su cabeza por las jóvenes aristócratas que
supuestamente habían muerto a sus manos, pero su primo el Gran Príncipe de
Transilvania, le convenció para que retrasara el cumplimiento de la sentencia
de por vida. Así es que la condenaron a cadena perpetua en confinamiento
solitario. Esta pena implicaba también la confiscación de todas sus
propiedades, lo que Matías venía ambicionando desde tiempo atrás.
El
31 de julio de 1614, Erzsébet, de 54 años, dictó testamento y últimas
voluntades a dos sacerdotes de la catedral del arzobispado de Esztergom. Ordenó
que lo que quedaba de las posesiones familiares fuese dividido entre sus hijos.
El
21 de agosto de 1614, uno de los carceleros la vio caída en el suelo, boca
abajo. La Condesa Isabel Báthory estaba muerta después de haber pasado cuatro
largos años emparedada, sin ni siquiera ver la luz del sol. Pretendieron
enterrarla en la iglesia de Čachtice, pero los habitantes locales decidieron
que era una aberración que la "Señora Infame" fuera enterrada en el
pueblo, y además en tierra sagrada. Finalmente, y como era "uno de los
últimos descendientes de la línea Ecsed de la familia Báthory" la llevaron
a enterrar al pueblo de Ecsed, en el noreste de Hungría, el lugar de
procedencia de la poderosa familia. Todos sus documentos fueron sellados
durante más de un siglo, y se prohibió hablar de ella en todo el país.
Dos
años después, las hijas y el hijo de Isabel fueron finalmente acusados de
traición por el apoyo de su madre a la guerra contra los alemanes; Anna
Báthory, una prima de la condesa, llegó a sufrir tortura por este motivo en
1618, cuando contaba 24 años, pero sobrevivió. Finalmente la mayor parte de la
familia Báthory-Nádasdy huyó a Polonia; algunos retornaron después de 1640. Un
nieto sería ejecutado en 1671 por oponerse al emperador alemán.
Los
Archivos Nacionales de Hungría conservan abundante documentación sobre ella,
particularmente cartas personales y actas del juicio. Sin embargo, sus míticos
diarios, al igual que su retrato original, se hallan en paradero desconocido.
ERZSÉBET BATHORY: LA LEYENDA
Según
la leyenda, Erzsébet Báthory fue una cruel asesina en serie obsesionada por la
belleza, que utilizaba la sangre de sus jóvenes sirvientas y pupilas para
mantenerse joven en una época en que una mujer de 44 años se acercaba
peligrosamente a la ancianidad. La leyenda cuenta que Erzsébet vio a su paso
por un pueblo a una anciana decrépita y se burló de ella. La anciana ante su
burla la maldijo diciéndole que ella también estaría como una vieja en poco
tiempo.
Según
el testimonio del conde palatino Jorge Thurzó (primo y enemigo de Erzsébet,
nombrado investigador general por el Rey), cuando su hueste llegó al castillo
el 30 de diciembre de 1610 no halló oposición, ni a nadie para recibirles. Lo
primero que vieron fue a una sirviente en el cepo del patio, en estado agónico
debido a una paliza que le había fracturado todos los huesos de la cadera. Esto
era práctica corriente y no les llamó la atención, pero al acceder al interior
se encontraron a una chica desangrada en el salón, y otra que aún estaba viva
aunque le habían agujereado el cuerpo. En la mazmorra encontraron a una docena
que todavía respiraba, algunas de las cuales habían sido perforadas y cortadas
en varias ocasiones a lo largo de las últimas semanas. De debajo del castillo
exhumaron los cuerpos de 50 muchachas más. Y el diario de Erzsébet contaba día
por día sus víctimas, con todo lujo de detalles, hasta sumar un total de 612
jóvenes torturadas y asesinadas. Por todas partes había toneles de ceniza y
serrín, usados para recoger la sangre que se vertía tan pródigamente en aquel
lugar. Debido a esto, todo el castillo estaba cubierto de manchas oscuras y
despedía un tenue olor a putrefacción. Se decía que mientras su esposo estaba
fuera, ella mantenía relaciones sexuales con sirvientes de ambos sexos, y se
rumoreaba que cuando tenía sexo con chicas no era raro que las mordiese
salvajemente.
Todo
empezó en 1604, poco después de la muerte de su marido. Una de sus sirvientas
adolescentes le dio un involuntario tirón de pelos mientras la estaba peinando.
Al principio tuvo mucha suerte: la condesa reaccionó reventándole la nariz de
un fuerte bofetón (cuando lo normal entre la nobleza de la época habría sido
sacarla al patio para recibir cien bastonazos). Pero cuando la sangre salpicó
la piel de Erzsébet, a ésta le pareció que allá donde había caído desaparecían
las arrugas y su piel recuperaba la lozanía juvenil. La condesa, fascinada,
pensó que había encontrado la solución a la vejez, y que siempre podría
conservarse bella y joven. Todas las leyendas sobre canibalismo aseguran
igualmente que la sangre humana prolonga la juventud. Tras consultar a sus
brujas y alquimistas, y con la ayuda del mayordomo Thorko y la corpulenta
Dorottya, desnudaron a la muchacha, le hicieron un profundo corte en el cuello
y llenaron un barreño con su sangre. Erzsébet se bañó en la sangre, o al menos
se embadurnó con ella todo el cuerpo, y probablemente la bebió, para recuperar
la juventud.
Entre
1604 y 1610, los agentes de Erzsébet se dedicaron a proveerla de jóvenes entre
9 y 26 años para sus rituales sangrientos. En un intento de mantener las
apariencias, habría convencido al pastor protestante local para que sus
víctimas tuviesen entierros cristianos respetables. Cuando la cifra comenzó a
subir, éste comenzó a manifestar sus dudas: morían demasiadas chicas por
"causas misteriosas y desconocidas". Así es que ella le amenazó para
que callase y comenzó a enterrar en secreto los cuerpos desangrados. Ésta es,
al menos, la versión de este pastor, que fue quien la denunció
"oficialmente" al Rey Mátyás a través de la curia clerical.
Más
adelante, en la época en la que los errores de Gábor la pusieron en una
delicada situación política, tomó la costumbre de quemar los genitales a
algunas sirvientas con velas, carbones y hierros por pura diversión. También
generalizó su práctica de beber la sangre directamente mediante mordiscos en
las mejillas, los hombros o los pechos. Para estas cuestiones privadas se
apoyaba en la fuerza física de Dorottya Szentes, que aunque ya mayor, seguía
siendo muy capaz de inmovilizar a cualquier joven en la posición requerida.
Esto ocurrió mientras estuvo en Viena.
En
1609 Erzsébet, por la falta de sirvientas en la zona como consecuencia de
tantos crímenes, cometió el error que acabaría con ella: utilizando sus
contactos, comenzó a tomar a niñas y adolescentes de buena familia para
educarlas. Algunas de ellas comenzaron a morirse pronto por las mismas "causas
misteriosas y desconocidas". Esto no era raro en aquella época, con sus
elevadísimas tasas de mortalidad infantil y juvenil, pero en el
"internado" de Čachtice el número de fallecimientos era demasiado
alto. Ahora las víctimas eran hijas de la aristocracia menor, por lo que sus
muertes eran consideradas importantes. La bruja Darvulia le habría prevenido
que nunca tomara nobles, pero esta anciana había fallecido algún tiempo atrás.
Fue su amiga Erszi Majorova, viuda de un rico granjero que vivía en la cercana
localidad de Milova, quien convenció a la condesa de que no pasaría nada.
Hacia
el final, muchos cuerpos se ocultaron en lugares peligrosamente insensatos,
como campos cercanos, silos de grano, el río que corría bajo el castillo, el
jardín de verduras de la cocina... Finalmente, una de las víctimas logró
escapar antes de que la matasen e informó a las autoridades religiosas. Esto
era algo que había ocurrido varias veces en el pasado, con sirvientas; por
ejemplo, en el otoño de 1609...
«...una joven de doce años llamada Pola logró escapar del castillo de
algún modo y buscó ayuda en una villa cercana. Pero Dorka y Helena Jo se
enteraron de dónde estaba por los alguaciles, y tomándola por sorpresa en el
ayuntamiento, se la llevaron de vuelta al Castillo de Cachtice por la fuerza,
escondida en un carro de harina. Vestida sólo con una larga túnica blanca, la
condesa Erzsébet le dio la bienvenida de vuelta al hogar con amabilidad, pero
llamaradas de furia salían de sus ojos; la pobre ni se imaginaba lo que le
esperaba. Con la ayuda de Piroska, Ficzko y Helena Jo, arrancó las ropas de la
doceañera y la metieron en una especie de jaula. Esta particular jaula estaba
construida como una esfera, demasiado estrecha para sentarse y demasiado baja para
estar de pie. Por su [cara] interior, estaba forrada de cuchillas del tamaño de
un dedo pulgar. Una vez que la muchacha estuvo en el interior, levantaron
bruscamente la jaula con la ayuda de una polea. Pola intentó evitar cortarse
con las cuchillas, pero Ficzko manipulaba las cuerdas de tal modo que la jaula
se balancease de lado a lado, mientras que desde abajo Piroska la punzaba con
un largo pincho para que se retorciera de dolor. Un testigo afirmó que Piroska
y Ficzko se dieron al trato carnal durante la noche, acostados sobre las
cuerdas, para obtener un malsano placer del tormento que con cada movimiento
padecía la desdichada. El tormento terminó al día siguiente, cuando las carnes
de Pola estuvieron despedazadas por el suelo.»
Esta
descripción tiene su parecido con otro artilugio de tortura utilizado por
Báthory, llamado «doncella de hierro», el cual era una especie de sarcófago que
reflejaba la silueta de una mujer y que por dentro tenía afilados pinchos. Este
artilugio se abría para introducir a la víctima y luego encerrarla para que los
pinchos se le incrustaran en su cuerpo.
Es
imposible saber, hoy en día, qué sucedió realmente. Desde el punto de vista
psiquiátrico, Erzsébet Báthory sería una anomalía que se sale del patrón común
de todos los asesinos en serie conocidos. En la época era común castigar
cruelmente a siervos y pupilos, y ejecutar incluso a pequeños delincuentes de
las maneras más espantosas. Quizás fuera sádica, y en consecuencia se aplicara
especialmente a la hora de imponer disciplina, o incluso obligara a sus
sirvientas a tomar parte en prácticas sadomasoquistas más o menos extremas,
ninguna novedad para la nobleza de su tiempo, cuya impunidad y poder legal les
permitía tratar a la servidumbre como quisieran. O quizás fue realmente una
torturadora y asesina en serie amparada en su estatus, que sólo se perdió
cuando por falta de nuevas víctimas entre la plebe recurrió a las hijas que
formaban parte de la nobleza menor.
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