¿Cómo puede
vivirse un amor, cuando aquél que conquista tu corazón murió setenta años
antes de que nacieras? Segunda parte de la historia del romance entre la bella Olivia
y su amor fantasma. Relato escrito por Ana Negra y Alma Oscura.
"Sabía que
estaba allí. Siempre lo había estado. Con su desnudo rostro sonriente. La Muerte… Siempre alrededor
de ella. Su compañera. Su amiga… No todos podían percibirla. Ella sí. Ahora
también podía verla."
"Ella era Olivia. La gótica. La rara. La loca."
"Ella era Olivia. La gótica. La rara. La loca."
……………………………………………
(Viene
de la segunda parte)
En un primer
momento dudó. ¿Era aquello la muerte? ¿Había arribado por fin a la oscura
dimensión? Fue sólo por un instante, antes de que las sensaciones de dolor en
sus muñecas, así como de debilidad y pesadez, depararan la conciencia de lo
contrario. Los muertos restan ajenos a los sufrimientos de la carne.
Abrió los ojos
con cierta desgana, como quien despierta cansado y falto de sueño. Esta vez
casi lo había conseguido. Había llegado a las mismas puertas del tenebroso
reino de la de la guadaña. ¿Qué había pasado?
Lo primero que
vio, fueron las dos figuras que ante ella se inclinaban. Sabía dónde se
encontraba. No era la primera vez que tenían que llevarla allí tras haberse
abierto las venas. Su madre le tenía tomada una mano. Poco a poco, las imágenes
fueron cobrando nitidez. Ella sollozaba. Su padre, con gesto grave, la
contemplaba a su lado. Los pobres… Vivían con el corazón en un puño, siempre
temiendo la comunicación de una noticia terrible. Habían llegado a perder la
esperanza, casi adquirida la seguridad de que un día la perderían.
-Mamá… papá…
Le acarició la
cabeza ella.
-¿Por qué te
haces esto, cariño?
Su tristeza y
dolor eran infinitos. También los de él. Sintió una profunda compasión por sus
progenitores.
-No os
preocupéis. Ha sido la última vez.
Los ojos de la
mujer se abrieron como platos. Las frecuentes sesiones con el psicólogo no
habían conseguido reconducirla, alejarla de sus tendencias suicidas ¿Qué había
ocurrido ahora? Sabían que no mentía. Conocían a su hija.
-No os lo
puedo contar, mamá. Pero confiad en mí. Ha sido la última vez. De verdad.
Suspiró su
padre profundamente. Luego se abatió en la silla tras él, dejando correr alguna
lágrima a duras penas contenida hasta ese momento.
-¿Lo dices de
verdad, cielo?
-De verdad,
mamá. Te lo prometo.
Sonrió con
indescriptible ternura al escuchar aquello.
-Entonces no
hace falta que nos cuentes nada más. Con eso nos basta.
También ella
sonrió.
-¿Qué pasó?
¿Cómo llegué hasta aquí?
Suspiró ahora
la mujer.
-Sin duda
existen los ángeles. Y alguno permanece a tu lado constantemente, cuidando de
ti. No cabe otra explicación.
Miró extrañada
a su progenitora.
-¡Entrad,
chicos!
¿Chicos?
Muy
sorprendida, vio aparecer en la habitación al
Bernie con los suyos. También venían las chicas. Le caían bien, pese a conocerlas
tan sólo por encima. Del instituto y tal. Poco más.
Rieron al ver
su expresión de extrañeza.
-Gracias a
Dios, no eres la única adolescente estrafalaria.
-No… parece
que no.
-Estás
colgada, tía-. Comentó alguno de ellos.
Se levantaron sus padres para dejarlos solos
por unos instantes y que así pudieran hablar de sus cosas tranquilamente.
-Andábamos por
allí y nos acercamos al oír un sonido de pasos arrastrándose con dificultad y
un golpe seco después. Como el de un cuerpo cayendo desplomado.
Ya. ¿Cómo no?
¿Quién más podría haber deambulado por el cementerio de noche?
-Te hicimos un
torniquete en cada brazo y te trajimos aquí corriendo.
Miró al Lápidas a los ojos. También él estaba
allí. Y también la observaba compungido. Después de todo…
-No te
preocupes. Dijimos que ocurrió en el campo, haciendo un botellón. Habrían sido bastante complicado explicar qué hacíamos en
el cementerio de noche. Tanto para ti, como para nosotros. Sólo tus padres lo
saben.
Asintió con la
cabeza.
-¿Acostumbráis
a salvar la vida a la gente que odiáis?
Se dejaron ver varias sonrisas de complicidad
y suficiencia.
-¿Quién ha
dicho que te odie?
Realmente se
mostraban cordiales.
-Eres una pava rara de cojones, pero eres de los
nuestros. No como el resto de pijas del
pueblo.
-Claro… porque soy una pija, ¿no?
-¡Más que la
hija de la Preysler!
–no se resistió a apuntar una de ellas, la chica del “Lápidas” si no recordaba mal. Se trataba de una chavala bastante
simpática. Una guapa rubia con mechas rosas y verdes, en la más pura onda emo.
Le caía bien. –La Tamara
ésa, pero en versión oscura.
Más risas.
-¡La “Barbie satánica”! –añadió su chico y se
dejaron escuchar de nuevo las risas. También ella las acompañó en esta ocasión.
Ligera, casi en forma meramente testimonial.
-Nos caes
bien, Olivia –tomó la palabra el Bernie-.
Hemos tenido nuestras diferencias, pero, como dice el Negro, eres de los nuestros. El que sí nos cae como el culo, es
el pavo ése con el que sales.
Claro. Tenía
alguna idea al respecto. Carlos sabía hacerse acreedor de aquel tipo de
sentimientos. Resultaba tan odiado entre los macarrillas y similares, como
popular entre las chicas. Tampoco ayudaba demasiado su éxito entre éstas, ni
mucho menos el que le hubiera puesto los cuernos
a alguno de los punkies
enrollándose con su novia de espaldas a él. Se rumoreaba. No sabía exactamente
de quién se trataba. Ojalá no fuera la rubia del Lápidas. Demasiado maja. Carlos era un verdadero imbécil. Estaba
segura de que lo había hecho sólo por marcarse el tanto. Él era así.
-Que se ande
con ojito. Lo sentimos por ti, pero cualquier día te quedas sin novio.
Entendía
perfectamente el sentimiento.
-¿Se puede
saber qué le has visto? Una tía guapa e inteligente como tú… ¿Qué haces con ese
idiota?
Se encogió de
hombros.
-Es guapo.
-¿Guapo? ¿Esa
cosa?
Tuvo que reír
ahora de nuevo. Risa fugaz, melancólica…
-En cualquier
caso, no hay de qué preocuparse. Ya no salgo con él.
Suspiró
aliviado el chaval, como si le hubieran quitado un enorme peso de encima.
-¡Alabado sea
Dios! Al final abriste los ojos.
Se escucharon
carcajadas otra vez. Sus padres debían estar muy felices oyéndolas desde fuera.
No resultaban habituales en relación con ella. Luego se quedó ella mirándole
muy expresivamente. Era una mirada dirigida a todo el grupo, a través de su
líder.
-Bernie… gracias.
…………………………………………………..
Lo primero que
hizo nada más salir, del hospital, fue acercarse hasta el cementerio.. Sus
padres hubieran preferido tenerla un tiempo reposada en casa, claro, pero ya
esa misma noche la pasó en el camposanto. Después de sus tendencias ya
mostradas en tres ocasiones ahora, mucho temían que presionarla deparase más
lamentos que dichas y preferían dejarla a su aire. Hasta un punto. Además,
había prometido que no volvería a intentarlo. Y ellos la creían. Olivia podía
ser muchas cosas, pero desde luego no era una chica falta de carácter o
voluntad. Más bien todo lo contrario. Cuando se proponía algo, resultaba muy
difícil disuadirla de su empeño.
-No puede ser,
¿verdad? –había preguntado ella. El guardó silencio, limitándose a abrazarla
más fuerte. Ya no era tan intenso como en la ocasión anterior. El contacto.
Aquello había sido algo glorioso, un estallido sensorial como nunca antes hubiera
conocido. Como nunca más volvería a conocer. Al menos en esta vida.
-Yo te
esperaré. En el mundo más allá de la tumba. Allí te aguardaré hasta que vengas
a reunirte conmigo.
Una lágrima
resbalaba por su mejilla, casi sin prestar atención a las palabras, arrebujada
en el seno de su amor fantasma.
-¿Cuánto
tiempo?
-Todo el que
sea necesario.
-Ya…
Demasiado. Más
del que pueden soportar dos amantes que ya no pueden pasar el uno sin el otro,
sin perder el tino y el Norte.
Pertenecían a
universos distintos. Él volaba ya en uno espiritual y metafísico. Ella en
cambio, seguía anclada a la materia y su esclavitud. El contacto no podría
mantenerse indefinidamente. Había nacido posibilitado por la fuerza de su
sentimiento, pero ni siquiera éste podría perpetuar la brecha abierta entre dos
dimensiones que fueron creadas para permanecer separadas. Los vivos con los
vivos; los muertos con los muertos. Era la Ley.
Se iría
debilitando. Cada vez se tornaría más tenue, hasta desaparecer por completo.
Después… ya no volvería a ver a Gregorio hasta el día en que fuese a reunirse
con él allá. Dentro de… ¿cuántos años? Con suerte, podría perecer joven a causa
de alguna enfermedad o accidente. No la habría. La imagen de aquel reloj de
arena restaba presente en su mente. Había mucha en el bulbo superior.
Demasiada. Moriría de vieja, dentro de sesenta años o más. Sesenta años… casi
sentía un escalofrío al pensarlo.
-No voy a
esperar, Gregorio.
-No nos queda
otra alternativa. Ya conoces la opinión de la de la guadaña al respecto. No es
tu hora. Tu sacrificio no solucionaría nada.
-No…
Era cierto.
Nada conseguirían con su autoinmolación. Nada con su muerte…
…………………………………………………..
Sabía lo que
tenía que hacer. Ahora lo sabía. El futuro, antes incierto y oscuro, aparecía
por primera vez para ella claro y despejado, perfectamente trazado el camino a
seguir.
Lo primero fue
hablar con Carlos. El quería algo de ella. Y ella, ahora, quería algo de él. Quid pro cuo.
-Querías mi
cuerpo, ¿no? OK, está bien. Tuyo es. Puedes follarme y podrás presumir delante
de todos de haberme desvirgado. Me da igual. Incluso te dejaré que lo grabes en
vídeo si quieres.
Parecía
alucinado. Aquella tía estaba verdaderamente desquiciada. Loca de atar.
-¿Follar… en
un panteón del cementerio?
Conocía bien
de las manías de su ex chica –¿realmente era ex?-, pero aquello era ya
demasiado.
-Quid pro cuo.
-¿Cómo?
-Fufty-fifty. Cada uno pone algo. Tú
quieres mi cuerpo, yo necesito el tuyo.
-¡Tú estás
loca, tía!
¿Enamorada de
un muerto? Según le había comentado, la cosa iba de eso. Había quedado prendada
de la imagen en la foto de alguna lápida, y necesitaba un cuerpo de varón que
pusiera carne a lo que ella percibía en espíritu. Podría así dejar volar su
fantasía e imaginar que fuera el difunto el que la montara.
-¿Y a ti qué
más te da? El motivo nunca te ha importado demasiado para estas cosas. ¿Por qué
le das tanta relevancia ahora? Podrás follarme siempre que quieras. Te haré y
me dejaré hacer de todo. Pero tiene que ser allí.
¡De
psiquiátrico! Y sin embargo… Desde luego, la tía estaba loca, pero también
buena de narices. Sus labios, su escote, su cintura… un auténtico boccato di cardinale.
Tenía razón.
¿Qué más daba el motivo por el cual acabase cayendo? Lo importante era que
finalmente lo haría y podría gozar de aquel cuerpo escultural. ¡Que se fuera al
carajo con sus fantasmas y sus chaladuras! “Tú
ábrete de piernas para mí, nena, y para lo demás, que te den”
-De esto, ni
una palabra a nadie hasta que haya ocurrido.
-¿Y eso? ¿No
dices que no te importa que presuma de ello y que hasta me dejarás grabar un
vídeo si quiero?
-Ya sabes…
estoy loca. Si empiezo a escuchar rumores o me imagino miradas raras en la
gente, igual me rayo y cambio de
idea. Y tú no quieres que eso ocurra, ¿verdad?
“¡Por supuesto que no, nena! Ahora que lo
tengo tan cerca… Ya habrá tiempo de pregonarlo a los cuatro vientos después.”
-Lo que se diga
después no me importa, pero si ocurre antes podría ponerme nerviosa. Sé que
sabrás permanecer callado. Tampoco te valdría comentarlo y pedir a quienes lo
hicieran que guardasen el secreto hasta después de haberme follado, pues si me
llegase alguna vez noticia de ello, me enfadaría mucho y les contaría yo a
todos cómo fue la cosa realmente. El gran Carlitos, el guaperas, en ligón…
aceptó follar con la rara mientras
ella pensaba en otro. ¡Qué patético! ¡Qué humillante!
Tenía
razón. No le importaba en absoluto. De
tratarse de una espera más dilatada, probablemente no resistiría sin contárselo
a nadie, pero sólo duraría un día. Poco más de veinticuatro horas. Luego podría
contárselo a todo el mundo. Valía la pena morderse la lengua hasta entonces.
Ella sabía que así lo haría. Él sabía que ella lo sabía. Todo perfecto.
“Mañana por la noche. En el cementerio.”
…………………………………………………..
Carlos se sintió
delirar al agarrar los divinos pechos, estrujándolos en sus manos. Las uñas de
ella rasgaban su piel, como agarrándose con fuerza a la realidad para no
dejarse arrastrar a la deriva emocional por las sensaciones que estaba
viviendo. ¡Bendita chalada…! Ningún premio satisface tanto como aquel que sólo
se consigue tras mucho esperar y luchar por él. Sí, Olivia podía no andar del
todo bien de la cabeza, pero su cuerpo desnudo compensaba con creces sus
desvaríos mentales. Sus pletóricas carnes, tanto tiempo anheladas… ahora, por
fin, eran suyas. ¿Qué más daba en quién pensase la loca? El que lo disfrutaba era él, ¡al cuerno con todo lo demás! ¿Un muerto?
¡Que le diesen mucho por el culo al muerto!
Ella cabalgaba
ahora desbocada, colocada a horcajadas sobre él, las rodillas y sus tibias en
contacto directo con la dura madera, que crujía en la semipenumbra del panteón,
tan sólo iluminado por un par de cirios encendidos. Un lugar desagradable
ciertamente. Olía a decrepitud y ruina. A muerte. No a muerto. No es lo mismo.
Aquel olor evocaba irremediablemente pensamientos depresivos y patéticos. Tan
patéticos como la oscura diosa que ahora le conducía a la dimensión del placer
a lomos de un siniestro corcel. Era un pensamiento extraño. “El caballo del ángel exterminador”.
Se encuentran
dentro del ataúd. No contribuye a relajar demasiado. La idea le repugna, pero
pesa más el deseo de gozar de su carne. Rodeándoles, sobre el frío pavimento,
los huesos de aquel desgraciado. Estaba seguro de que, de alguna manera, se lo
había hecho con ellos. Restregándose la calavera por la raja o metiéndose algún
fémur o algo así, vete tú a saber. Vaginalmente, hasta hacía tan sólo unos
momentos, había sido virgen, podía dar fe de ello. Existían más posibilidades.
Aquella pava estaba desquiciada. Era
capaz de cualquier cosa. Por momentos, llegaba a sentir miedo de ella.
Carlos se
sintió marear. En un primer instante, lo achacó a la embriaguez sensorial que
le embargaba en aquellos momentos. Tardó un poco en darse cuenta de que algo
allí no andaba como debiera. Aquello no era normal. Aquel desvaído no era
consecuencia del esfuerzo físico ni del frenesí sexual.
-Me… siento
raro…
Era como si la
consciencia amagara con marcharse y volviese a continuación. Algo latente,
pulsante… Cada vez se alejaba más. Llegaría a hacerlo hasta sumirlo todo en la
más completa oscuridad. Olivia dejó de cabalgar, quedando inmóvil sobre él,
contemplándole serena.
-¿Qué… qué
pasa?
El narcótico
en sus uñas. Claro. El Lápidas podría
haberle comentado acerca de él.
Carlos sintió
como el conocimiento le abandonaba definitivamente. Un último sentimiento antes
de que las luces se apagaran del todo para dejar paso al negro absoluto.
Se puso ella
en pie entonces. Tomando el puñal del lugar entre sus ropas en que lo había
escondido, lo colocó a continuación sobre el cuello del chico. Aguardó un
instante. Luego miró hacia las sombras.
Sabía que
estaba allí. Siempre lo había estado. Con su desnudo rostro sonriente. La Muerte… Siempre alrededor
de ella. Su compañera. Su amiga… No todos podían percibirla. Ella sí. Ahora
también podía verla.
Las palabras
no eran necesarias para ella. Su mensaje era claro. Todo el mundo podía
entenderla, sin necesidad de labios ni cuerdas vocales que articulasen sílaba
alguna.
-No, no es su
hora tampoco. Lo sé. Pero vas a tener que elegir.
No cambio su
semblante. ¿Cómo podría hacerlo el de un muerto? Y sin embargo se hizo evidente
su confusión, poniendo de manifiesto que hasta la muerte puede dudar.
-No voy a
esperar ochenta años para reunirme con Gregorio. Un intercambio. Es lo que te
propongo. Yo sacrifico una vida joven, enviando su espíritu a tu reino; y tú
permites a cambio que el de Gregorio salga de él para permanecer junto a mí los
años que en la Tierra
quedasen a aquél. Quid pro cuo. Te
ofrezco lo mismo que te pido.
Impasible.
Nunca alterada su expresión.
-Ya te he
dicho que lo sé. No es su hora. Pero, sea como sea, hoy alguien para quien
todavía no estaba señalada la suya, partirá hacia la oscura dimensión. Si no
él, yo.
Confusión.
Hasta la muerte puede dudar a veces.
-Estoy
resuelta. Si no puedo estar con él, me quitaré la vida. Ni siquiera tú podrás
evitarlo esta vez.
Silencio.
-Soy hija
predilecta tuya. Sé que me concederás lo que te pido. Eres amorosa con tus
hijos.
Instantes de
reflexión. Después, la cadavérica cabeza asiente, y Olivia descubre que hasta
ella es capaz de sobrecogerse cuando la muerte decide hacernos una señal. Tras
ello… nada. Simplemente desaparece.
Suspira
exhausta, como quien acaba de realizar un gran esfuerzo. Realmente ha sido así.
El pulso emocional ha sido terrible.
Todavía sigue
desnuda. El puñal cae de su mano que, a ciegas, palpa a sus espaldas en busca
de un resquicio donde sentarse, apoyando sus glúteos en él una vez lo ha
encontrado. Su mirada se eleva hacia el techo.
-Lo hemos
conseguido, Gregorio.
Tras un
momento de reposo, comienza a vestirse.
…………………………………………………..
-¡Joder tía!
¿Qué has metido aquí? Pesa todavía más que la otra vez.
Sí, pesaba más
que la otra vez. Los punkyes no
sospecharían nada. O quizá sí. Cuando comenzasen a echarlo en falta, quizá
alguno de ellos hilara cabos. En cualquier caso, no dirían nada. Era de los
suyos. De los que se encuentran más a gusto en el lado de la sombra que en de
la luz. Y además Carlos les caía mal. Muy mal.
“Que se ande con ojito. Lo sentimos por ti,
pero cualquier día te quedas sin novio.”
No, no dirían
nada. Si llegaban a sospechar. Probablemente ni siquiera sería así.
-Piedras, como
la otra vez. ¿No las escucháis?
Por supuesto,
había tomado la precaución de introducir algunos de los escombros procedentes
de la lápida de Gregorio, haciendo desaparecer convenientemente los demás.
-¡Joder
piedras! No recuerdo que pesaran tanto.
-En esta
ocasión he recogido más dentro del cofre. Todas las que habían por aquí y por ahí
afuera. Creo que voy a estar un tiempo sin venir por estos lares y quiero
dejarlo todo ordenado.
-Tía, estarás
muy buena, pero eres más rara que un perro verde.
No se hicieron
rogar los muchachos. De nuevo, el color de su dinero resultaba más que
convincente, y ahora, además, eran amigos.
-Vale, meted
la caja en el hueco y luego lo tapiáis con ladrillos y cemento, como la otra vez.
Dos capas de ladrillos y dos de cemento. Queremos que quede todo bien sellado.
Lo que
realmente “querían”, era que los gritos del desgraciado no resultasen audibles
desde el exterior. Cuando despertase, a no mucho tardar ya, comenzaría a
debatirse y pedir auxilio como un condenado. Lo estrecho del nicho le impediría
abrir la tapa del ataúd, manteniéndole allí confinado hasta que, dentro de
algunos días, pereciese de inanición. No le preocupaba demasiado. En realidad,
no le preocupaba en absoluto. Sus pensamientos estaban ya en otro varón. Uno
que ya no se marcharía de su lado.
Cumplieron
bien su función los chavales. Tras ello les pagó y se alejaron muy contentos.
-Ya sabes,
guapísima: para lo que quieras.
-Tranquilos: os
tengo en cuenta.
Una vez quedó
a solas de nuevo, sintió cómo la abrazaban desde atrás, rodeándole la cintura
unos brazos que no eran de este mundo. ¿O sí? Al menos, ahora permanecerían en
él. Brazos “inmigrantes”. Frías manos le acarician los pechos, el vientre… Son
caricias de ternura, no eróticas.
-Quiero tener
hijos. Algún día…
Pasan ahora
los dedos por su mejilla, apartando un mechón de sus cabellos.
-Encontraremos
la forma.
Olivia sonríe.
Cualquier otra pensaría que aquello es puro desatino. No ella. Ella es Olivia,
la gótica. La rara. La loca.
Por el
cementerio en la noche, dirigiéndose hacia la salida, camina abrazada una
extraña pareja, formada por una espectral figura y una hermosa muchacha.
Tumbada sobre una losa de mármol, otra
se afana entre besos y caricias de erótica pasión.
-¿A dónde va
con eso? –pregunta la novia del Lápidas.
Su chico tan sólo se encoje de hombros.
-Cualquiera
sabe. Esa pava está colgada del tarro.
-A mí me cae
muy bien.
- a mí
también. Pero está colgada.
La joven deja
escapar una ligera risita. Luego, él le sella los labios con su boca y vuelven
a lo suyo. Al fin y el cabo, tampoco se trata de una visión fuera de lo común
dado el lugar y su protagonista. Tan sólo Olivia, la loca, caminando solitaria
entre las tumbas con una calavera en la mano.
FIN
que! hermoso!! enserio Ana esta es una historia muy chula...me hubiese gustado que al final la muerte rellenara de carne a Gregorio para que asi Olivia tenga su mayor deseo cumplido...pero al fin y al cabo Olivia vive feliz con su calavera :) Felicidades alas dos Ana y Alma
ResponderEliminarPensé un final como el que comentas, pero dedico que quería darle un toque más siniestro y necrófilo a la historia, al tiempo que marcar el terror de Carlos al ser enterrado e vida. Al final sin embargo, éste último quedó definido en forma bastante episódica.
ResponderEliminarPor otro lado, al revisionar la historia entera, he encontrado una duda planteada que no había previsto y, creo, redunda en beneficio del resultado final de la historia. Lo que vive Olivia, ¿es cierto en realidad o en verdad está loca? ¿Ha vuelto el fantasma de Gregorio para entablar un romance con ella, o todo está en su cabeza? Parece que no se despeja la duda, o al menos no he encontrado yo ningún detalle que lo haga. Y le comentaba antes a otro lector por privado sobre ello. Si encontráis vosotros algún detalle al respecto que despeje la incógnita, hacédmelo saber.
Saludos, Mazziel. La próxima semana, artículo sobre Jack el Destripador, desde una perspectiva no analizada antes en ninguna otra web –al menos que a mí me conste-; o sobre la práctica del vampirismo como aberración sexual en nuestros días. ;-)