Pablo tuvo
consciencia de que algo terrible había ocurrido nada más entrar en casa. Fue
ver aquella anciana llorosa sentada en el sofá del salón y entenderlo.
-¿Dónde está
mi mujer?
Sentidos
sollozos fueron la única respuesta que encontró en un primer momento.
Extrañado, miró hacia el interior de la vivienda, allá donde se abría la puerta
de la cocina, y luego de nuevo a la vieja.
-Oh Pablo,
cariño… yo soy tu mujer.
Sintió que
algo se removía dentro de su cuerpo, muy especialmente en el estómago, al escuchar
aquello. Un auténtico disparate, por supuesto, pero que de alguna manera había
conseguido hacerle estremecer. Cariño
Le había llamado cariño. No pudo evitar un sentimiento de aprensión. Imaginarse
realmente besando o haciendo el amor con aquella ruina humana... Debía resultar
cruel la consideración, pero no le vino otra a la mente en aquel momento.
-He preguntado
dónde está mi mujer.
Rompió a
llorar desconsolada.
-¡Dios,
mío!... ¡Dios mío! ¿Cómo has consentido que pase esto?
¡Vieja loca!
¿Dónde estaba su esposa?
-¡Ainhoa!
–alzó la voz- ¿Estás en casa?
Sollozos.
-Ainhoa está
en casa Pablo. Soy yo.
Se sintió él
irritar ahora. Todas las alarmas de su mente y su cuerpo sonaban cual
anunciando la mayor de las catástrofes.
-¡Señora, ya
basta! Tiene un minuto para decirme qué ha ocurrido aquí y donde está mi
esposa.
La mujer era
un valle de lágrimas.
-Se acabó. Voy
a llamar a la Policía.
Se liberó de
su maletín lanzándolo con furia contra uno da los sillones, para sacar el móvil
del bolsillo de la chaqueta.
-Procura no
equivocarte. Como aquella vez que los llamaste a la ambulancia en lugar de a
los bomberos cuando vimos aquel principio de incendio en el monte.
La miró
perplejo ahora. Aquello había ocurrido realmente. Se rieron de ello una vez
tuvieron certeza de que éste había sido controlado. Ella le mantuvo la mirada.,
Sus hermosísimos ojos verdes inundados de incontenible y triste humedad.
-Soy yo Pablo.
No te están engañando.
¡La muy
bastarda! ¿Qué le habían hecho a Ainhoa? Debían haberla amenazado o maltratado
para obligarles a revelarle detalles como aquél con que ganar su confianza.
-Pregúntame lo
que quieras. Sé lo que estás pensando. Es fácil intuirlo. Yo también lo haría.
Perplejidad.
-Vamos…
pregúntame lo que quieras. Cualquier cosa que sólo tú y yo podamos saber. No
pueden haberme obligado a contarlos todos.
Dudó Pablo.
Como si, por un momento, aquel disparate pudiera someterse a consideración.
¡Bobadas! Llamar a la Policía. Eso
era lo que iba a hacer.
-Vamos…
pregúntame.
Dudas de
nuevo.
-El color del
camisón de Ainhoa en nuestra noche de bodas...
-¿Qué camisón?
Tu piel contra la mía. Nada más nos arropó esa anoche bajo las sábanas. Vamos
Pablo. Pónmelo un poco más difícil.
Casualidad.
Había sido pura casualidad. La noche de bodas. Por supuesto. Sería una de las
primeras cosas en que pensaría cualquiera a la hora de interrogarla.
-El perro de
la novia de mi primo Enrique. ¿De qué raza es?
-Tú no tienes
ningún primo llamado Enrique. Su nombre es Ernesto y su novia tampoco tiene ningún
perro, sino una gatita que recogió de la basura, donde la habían abandonado al
nacer.
¡Casualidad! ¡Pura
casualidad!
-¿Cuánto costó
esta corbata que llevo? –preguntó ahora tomando ésta en su mano.
-¿Cómo quieres
que lo sepa? Tienes tu colección de corbatas desde antes de casarnos y no has
comprado ninguna nueva. La de rayas rojas y negras es la única que ha entrado
en dos años en ésta casa y no estuviera antes, y te la regaló tu hermana por tu
cumpleaños. Pónmelo más difícil Pablo.
La voz de la anciana
sonaba frágil, quebradiza… una actuación de Óscar.
Siguieron a
aquéllas otras preguntas. Una auténtica batería Platos favoritos, lugares
frecuentados, experiencias íntimas… Tenía razón. Ningún interrogatorio podría
ser tan perfecto. Menos aún en tan poco tiempo.
-Señora, por
favor -ahora la suya también parecía a punto de vencerse-… dígame que está
pasando. ¿Dónde está mi esposa?
Nuevas
lágrimas corrían por su vetusto rostro.
-Pablo, mi
amor… yo soy tu esposa.
-¡Oh, Dios…!
Se dejó caer
abatido en el sofá para ceder finalmente al llanto él también.
-No puede ser.
Por favor, señora… dígame dónde está Ainhoa. Se lo suplico…
Ni siquiera
pudo hablar ahora para responderle. No en un primer momento.
-Está bien…
cuénteme su historia.
Lo hizo. Un auténtico
disparate de relato. Algo que no podía ser.
-Señora… voy a
llamar a la Policía.
Se denotaba
ahora totalmente abatido. Obvio no tenía nada claro qué hacer, por más que
quisiera convencerla a ella y a sí mismo.
-Quizá sea lo
mejor. Es posible que aún puedan encontrarla. Y traerla a tu lado… ¿Quién sabe?
Hasta puede que piense que lo mejor sea quedarse contigo. Sí, será lo mejor.
¿Qué podría yo ofrecerte ya con este cuerpo?
La observó
compungido. ¡Oh Dios, Dios, Dios…! ¡Era Ella! ¡Era Ainhoa! Lo sabía. Podía
insistir en negarse a admitirlo, pero lo sabía. Era su esposa. Su amadísima
esposa. Su forma de mirarle, de gesticular, de hablar… no eran sólo todas las
preguntas a las que había respondido y todas a las que, insistía, podía
responder. Era todo. Cuando una persona es parte de ti, puedes reconocerla en
cualquier circunstancia. Incluso en una tan terrible como ésta.
Pablo recurrió
desesperado a Gregorio, su jefe. Fue a visitarlo a su casa, interrumpiéndole en
medio de la hora de la comida con su familia. Ni siquiera se disculpó. Ni
siquiera podía pensar en eso. En nada que no fuera aquel aberrante drama en que
Ainhoa y él se habían visto repentinamente sumergidos.
Gregorio era
un hombre de recursos. Un brillante letrado dotado de una mente agilísima. No
tenía idea de cómo pudiera ayudarle en aquel trance. No se le ocurría otra
persona a la que acudir en ese momento. No se le ocurría nada con sentido. Él
había tomado mucho afecto también a la chica. Era tan cariñosa y abierta con
todos… Gregorio insistía en que, para cuando hubiera nacido el niño que
esperaban y llegara la fecha del bautizo, él y no otro había de ser el padrino.
Sí, la apreciaba mucho él también
Huelga
comentar lo que costó convencerle. Si dificultoso había resultado con el propio
Pablo, imagínese con quien no es pariente tan próximo. Costó, pero se
consiguió.
-Esto que me
contáis es una locura.
-Dígamelo a
mí, don Gregorio… dígamelo a mí.
Las lágrimas
de la anciana se veían demasiado sentidas. Demasiado verdadero y profundo su dolor.
Fue una secuencia continuada de recursos y llamadas. Gregorio se puso en
contacto con Quevedo, el más que competente titular de la agencia de detectives
con que solía trabajar su despacho. Pocas veces le había fallado cuando se
había tratado de investigar a alguien.
Se conocían
desde hacía más de treinta años, cuando los tiempos en que había sido sargento
de la Guardia Civil.
Conservaba de entonces notables contactos tanto en este cuerpo como en el de la Policía Nacional.
Más todavía había costado convencerle a él, claro.
-Tienes que
confiar en mí, Quevedo. Te lo pido por favor. Aunque no creas la historia, haz
como si la creyeras por un momento y dime qué podemos hacer. Tú sabes más
acerca de buscar y presionar a la gente.
Buscar y
presionar a la gente. Valiente talento. ¿De qué habría de servirle en un caso como
éste? ¿De qué encontrar a aquella supuesta belleza a la fuga? ¿Cómo presionarla
para convencerla de dejar un cuerpo de infarto para volver a uno decrépito y ruinoso?
-Esto es cosa
de locos, Gregorio. Pero si tú me dices que vayamos a ello, vamos.
Vamos. Claro.
¿Por dónde comenzar? Quevedo se puso en contacto telefónico con el comisario de
la comisaría de Benalúa. Había confianza.
-No preguntes
Alfredo. Es mejor que no sepas de qué va la cosa.
-¿Qué me
cuentas Quevedo? Si no lo sé va a ser difícil que pueda ayudarte.
-Lo sería de
todas formas. Créeme.
Le creía. Eran
ya algunos años. Más que suficientes para conocer a las personas cuando se
tiene ese talento. Alfredo lo tenía.
-Sólo dime una
cosa: Un caso oscuro. Como si hubiera magia y cosas extrañas de por medio.
-¿Magia?
¿Cosas extrañas? Quevedo, ¿has estado bebiendo? Falta mucho para el Día de los
Inocentes.
-Demasiado
Alfredo. Demasiado.
Silencio.
-En un caso
así… ¿cómo actuarías tú?
Silencio.
-¿Es de verdad
que me lo estás preguntando en serio?
-¿Recuerdas a
mi nieta?
-Sí… claro.
Sabes que va al mismo colegio y clase que mi hija.
-Bien,
entonces, por la vida de la niña Alfredo: ¿Cómo actuarías tú en un caso como
éste?
Sintió un
escalofrío el comisario recorrerle la médula. Sí. Le estaba hablando en serio.
-Déjame unos
minutos para pensarlo.
Cumplió su
palabra el oficial. No tardó mucho más que eso en sonar el móvil del detective.
-Te escucho
Alfredo.
-Si de verdad
hablas en serio… Hace cosa de año y medio… algo extraño. Una chica joven, una
verdadera belleza… ella y un sacerdote extranjero recibieron aquí a una
adolescente y a su madre. Ya te digo, muy extraño. Las órdenes llegaron de
arriba. De muy arriba, no sabes exactamente cuánto. No nos aclararon nada. Sólo
supimos que habíamos de facilitarles un despacho para hablar.
Silencio.
-Se escuchan
cosas Quevedo. Son sólo rumores. Afirman que esa chica es una especie de
acosadora de brujos y cosas así. Que su respaldo viene desde esferas tan altas,
y no me estoy limitando al ámbito nacional, que es mejor no preguntar. Yo no sé
nada.
Silencio.
-¿INTERPOL?
-Quizá más
arriba todavía.
Casi podía
sentirse a Quevedo estremecerse al otro lado del teléfono.
-¿El Vaticano?
-Es mejor no
preguntar, Quevedo.
Silencio.
-La otra
chica, la adolescente que te he comentado… vivía aquí, en el barrio. Puedo
localizarla.
Silencio.
-Si tuviera
entre mis manos un caso… extraño…
Quizá la chavala pueda localizarla. Yo intentaría ponerme en contacto con ella.
Asintió Quevedo
con la cabeza desde el otro lado de la línea.
-Está bien
Alfredo. Ponme en contacto con esa muchacha.
No costó tanto
convencer a la jovencita. Vía Messenger. Al parecer ahora vivía en Suecia con
su chico. No quiso hablar del tema, pero al parecer también había pasado algo
terrible y relacionado con lo sobrenatural. Resultó una chica muy guapa y
cariñosa también. Fue fácil hablar con ella y contárselo. Muy afortunadamente,
no había perdido el contacto con la otra. La acosadora de brujos.
Menos todavía
costó convencer a ésta. Al parecer Patricia, que así se llamaba, había llegado
a gozar tras lo vivido juntas de su entera confianza. En cuanto le contó lo que
había, contactó inmediatamente con ellos y, tan sólo un día después y
procedente del extranjero, ya estaba con allí.
¡Dios! ¡Qué
mujer! Desirée* era su nombre y su lado palidecían las demás beldades, incluida
la propia Ainhoa. Físicamente era de un tipo similar a ésta. Alta, rubia, ojos
verdes, cuerpo de top model… pero había algo más en su belleza. Algo
indefinible y abstracto. Como una capa de barniz que da el toque definitivo a
una soberbia obra de arte. Resultaba extraño. Casi Inquietante. Como presenciar
la belleza de un ángel.
Todavía
faltaba una última ficha por caer.
-Lo que me
cuentas es algo realmente terrible -afirmó mirando a los ojos a Ainhoa, las
manos de la anciana cariñosamente tomadas entre las suyas.
-¿Tú… me
crees?
Era la que más
rápidamente lo había hecho. Bueno, ella y la otra chica. Pero con aquélla sólo
habían hablado a través de la video-cámara del portátil. Ésta en cambio estaba
aquí y la miraba de frente a la cara. Era distinto.
Sonrió la
diosa rubia.
-Por supuesto
que te creo cariño.
-¿Podrás…
podrás hacer algo?
-Lo primero
que necesitamos es saber a qué nos enfrentamos exactamente.
-¿Tú lo sabes?
-Yo no. Mi
dominio es el campo mental añadió con una sonrisa-. Muchos lo llamarían magia,
pero no es exactamente lo mismo. Pero sé quién puede saberlo con muy gran
probabilidad.
Y así fue que
cayó la última pieza. Una mujer morena entrada en la cuarentena y de mirada
penetrante. Atractiva, indudablemente atractiva, si bien, no obstante, a un
nivel bastante inferior a Ainhoa, ni qué decir del de Desirée.
-Os presento a
Gloria*. Luciferina practicante y una de las mayores expertas a nivel mundial
en el tema esotérico.
Debieron
resultar evidentes sus expresiones de pasmo y asombro.
-Oh vale… no
os preocupéis. No es momento para explicarlo ni viene al caso, pero puedo
aseguraros que el luciferismo es una doctrina que nada tiene que ver con lo que
podáis estar pensando.
No parecieron
muy convencidos. Tampoco protestaron. Cualquier ayuda era bienvenida. Aquélla
parecía la única posible.
De nuevo
Ainhoa hubo de relatar su terrible experiencia. Ésta no era como la chica. Si
aquélla había escuchado con empatía y esforzándose por hacerla sentir lo mejor
posible, su amiga en cambio lo hacía con aparente y total indiferencia.
-¿Qué piensas
Gloria? –le preguntó la rubia al finalizar la exposición.
Esbozó una
expresión indefinida.
-Es muy
extraño.
-¿Conocías el
hechizo?
-Oh sí… claro
que lo conocía.
-Por tu
expresión intuyo que no mucha gente más podría decir lo mismo.
-No. No mucha
más.
Inquietante
mujer. Tenía algo en la mirada. Como un brillo nacido a partir de un fuego
desconcertante. ¿Maldito? ¿Divino?
-Es muy
antiguo. Procede de Mesopotamia. Tus viejas amigas, las Lilitú, parece ser que
tuvieron que ver con el tema. Ellas no lo adoptaron entre su repertorio, pero se
dice que sirvieron a su difusión. El origen se sitúa en Baal, por supuesto. No
es el estilo de Lilita, tú ya lo sabes. Ellas debieron hacer de intermediarias.
La miraba
Desirée desconcertada. Para todos los demás aquellos nombres nada significaban.
Para ellas dos, al parecer, mucho. Quizá demasiado. Pareció respirar aliviada
ante la penúltima afirmación. Debía ser realmente hembra de guardar la tal
Lilith.
-¿Por qué
dices que es extraño?
-Las últimas
noticias que se tienen del uso del maleficio proceden de la Edad Media. El
principio de la Baja Edad
Media. Se creía olvidado desde hace casi mil años.
-¿Creéis
–intervino aun más asustada Ainhoa-… que esa mujer lleva haciendo esto desde
entonces?
-Oh no, no lo
creemos –la tranquilizó dentro de las circunstancias Desirée.
-¿Por qué
no? -preguntó ahora Pablo.
-Baal, Lilith…
el Diablo…
Un escalofrío
recorrió la médula de todos los presentes. Salvo las de las dos brujas, claro.
-Se ríen de y
juegan con los ingenuos. Las Lilitú no son ingenuas. Por eso no lo adoptaron .
Nadie que pacte con el Diablo puede perdurar tanto tiempo sin quemarse. La
magia negra tiene un efecto boomerang. Antes o después, siempre acaba
volviéndose contra quien la utiliza. Un mago muy hábil y dotado podría
esquivarlo durante bastante tiempo, pero nadie conseguiría hacerlo durante
tanto. Y el precio a pagar es tanto más alto, cuanto más extendido el beneficio
en el tiempo.
Asintieron con
la cabeza. Realmente estaban out of the
game allí todos menos ellas dos. ¿En qué clase de juego siniestro y
diabólico habían ido a meterse?
-¿Por qué hace
esto? –cuestionó una totalmente compungida Ainhoa.
-Miedo a la
muerte física. Ingenuos que sueñan con la vida eterna terrenal.
Asintió con la
cabeza Desirée. Pese a no haber conocido el asunto directamente, parecía tener
experiencia personal que le permitía intuir de qué iba.
-Elige los
cuerpos más bellos que encuentra. Los disfruta y quema en unos pocos años.
Drogas, alcohol, excesos de todo tipo… Probablemente envejezca a un ritmo más
acelerado que el normal.
Hizo lo propio
ahora la morena. Abrió desorbitadamente los ojos la anciana.
-Mi bebé…
Silencio.
-Abortará tan
pronto tenga conciencia de que su nueva carcasa contiene una vida gestándose.
-¡Oh Dios
mío…!
Rompió a
llorar de nuevo. Se acercó Pablo para consolarla, al tiempo que la
consternación se hacía evidente también en los otros dos hombres.
-¿Usted
–comenzó a preguntar ella cuando pudo reunir el aliento suficiente-… usted
podría deshacer el hechizo? ¿Podría devolverme mi cuerpo?
No respondió
nada la morena. Tan sólo la observó. Como había hecho todo el rato. Impasible,
suficiente…
-Gloria es una
de las personas más poderosas del mundo a nivel mágico -lo hizo en su lugar la
rubia-. Muy pocos podrían resistirle. Pero no hará nada por ayudarte.
-¿Qué…?
La miró
desconcertada. Desconsolada. También Pablo.
-Los adeptos
luciferinos nunca se comprometen en una causa que no les afecte directamente, a
ellos o a algún ser que sientan especialmente cercano. Gloria ha venido por que
yo se lo he pedido. Yo soy el único que en el mundo tiene esa consideración
para ella, pero ni siquiera por mí lo haría, a menos que me viera directamente
amenazada.
Observó con
odio él a la morena. Echando chispas por los ojos, se puso en pie e hizo ademám
de avanzar hacia ella, en su mente la intención de forzarla a ayudarles
empleando para ello los medios que hicieran falta. Los que hicieran falta.
Se detuvo
sobrecogido al punto no obstante. Tras la mujer, por un instante… ¿creyó haber entrevisto
otra figura femenina? Una de cabellos rojos como el fuego y belleza aterradora.
Más hermosa aun que la bruja mental. Bella como sólo lo espiritual puede llegar
a ser. ¿Fue real?
-Siéntate
Pablo –le pidió Desirée. Volvió él el rostro para mirarla. Por favor.
¿Qué estaba
pasando? ¿Qué aberrante conjunto de influencias diabólicas se estaban dando
cita allí?
-Tú no lo
entenderías. No se puede juzgar a alguien como Gloria por nuestros patrones.
Ella forma ya más parte de otros mundos que de éste. Y cuenta con importantes
padrinos en aquéllos. No necesitaría defenderse de tu ataque. Podría
perfectamente, pero no lo necesitaría. Antes de haberte aproximado lo
suficiente para dañarla habrías caído hecho pedazos.
El horror se
podía apreciar de forma evidente en los ojos del hombre. También en los de la
mujer.
-Siéntate
Pablo. Por favor…
Parecía
congelado en el sitio.
-Hazle caso
Pablo. –acudió en su rescate Gregorio.
Abatido y
sollozante, se dejó caer sobre el sillón.
-Dime Gloria
-volvió a lo suyo la rubia-… ¿Es posible que cambie de cuerpo de nuevo? Si
encuentra otro más atractivo o que le seduce más, por ejemplo.
Negó ésta con
la cabeza.
-No lo creo.
Una cosa es poseer un cuerpo. Otra muy distinta debe resultar hacerlo tuyo
hasta el punto de poder usarlo como trampolín para pasar a otro. Para ello se
requiere una armonización cuerpo-espíritu que sólo semeja coherente lograr tras
años habitándolo.
-Pero tú
podrías obligarla a volver al que ha usado hasta ahora.
Asintió con la
cabeza.
-Luego tenemos
que no puede pasar del que ahora posee a otro cuerpo, pero sí volver de éste al
que poseía antes.
Volvió a
asentir. Quedó pensativa Desirée por unos instantes.
-A menudo
existen diferentes maneras de despellejar a un gato.
Alzó la vista la
atribulada anciana para mirarla. Todos lo hicieron.
-Será a mi
manera.
Quedaron todos
perplejos.
-¿De cuánto
estás embarazada?
-De dos meses…
¿por qué?
-¿Has venido
sufriendo náuseas?
-Sí… las solía
tener.
Silencio.
-¿Qué… qué vas
a hacer?
Desirée no
respondió al punto la pregunta de la anciana, la verde mirada de la bruja
clavada sobre la de Ainhoa, las ideas moviéndose y combinándose tras ésta.
-Os va a pedir
un informe médico completo –lo hizo la morena en su lugar-, consiguiendo que
las miradas se volvieran hacia su persona. También la de Desirée, que acaparó
la de ella. Al parecer ambas mujeres tenían la capacidad de comunicarse sin
palabras. La rubia parecía reprocharle. No, no era eso. Más bien incomodidad
por sentirse predecible ante ella.
-Gloria tiene
el desconcertante talento de deducir tus pensamientos a partir de la secuencia
lógica que llevan a ellos. Conociendo lo que sabes, deduce la conclusión a que
vas a llegar casi antes que tú misma.
Silencio.
-Necesitaré
ese informe.
No hizo falta
el uso de palabras ni gestos para obtener confirmación.
-También habrá
que localizar a esa zorra.
Asintió ahora Quevedo.
-No será
difícil. No se llevó demasiado dinero en metálico y las tarjetas ya han sido
bloqueadas. La cuenta es conjunta del matrimonio. Pablo puede retirar los
fondos de que dispone. Tiene su cuerpo y su documentación Podrá demostrar que
es quien dice ser y desbloquearlas, pero las encontrará vacías.
>>Necesitará
dinero. Tuve oportunidad de conocer a la chica… es decir…
Asintió Ainhoa
para tranquilizarlo ante su atoramiento.
-Era una
verdadera belleza. Semejante hembra puede conseguirlo rápidamente trabajando de
go-gó en discotecas o de prostituta
en los clubes o casas de contactos.
-Oh Dios mío…
mi pobre cuerpo…
Se la veía
totalmente abatida. Sin casi fuerzas para hablar siquiera.
-Una mujer así
no pasa desapercibida. Es de suponer que haya salido de la ciudad, pues aquí
quedaría expuesta a una reacción violenta por parte Pablo o los familiares de
ella. Es también lo lógico que lo haya hecho en autobús o tren. El conductor
que la llevó la recordará sin problemas. No será difícil seguir su pista.
-¿Avión…?
–preguntó Gregorio.
-Aun sería
mejor para nosotros. El billete aéreo es al portador. Y si se alejó haciendo
autostop lo averiguaremos igualmente, aunque en ese caso costará bastante más
localizarla.
Asintieron.
-También
necesitaremos un doctor y acceso para él a un hospital –prosiguió Desirée- De
eso me encargo yo.
Se volvió para
encarar de nuevo a la anciana. Acuclillándose frente a ella, casi arrodillada,
volvió a tomar sus arrugadas manos entre las tersas suyas de porcelana.
-Vamos a
recuperar tu cuerpo Ainhoa. Confía en mí.
Continuará…
*Desirée y
Gloria son personajes que con carácter principal o secundario, aparecen en Pasión gótica, Lucifer odia a Satán y Pesadilla,
novelas todas ellas autoría de Ana Negra. El relato contiene referencias a hechos, en relación con
ellas, que acontecen en Pesadilla.
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