Historia de Déborah, la sensual y sanguinaria psicópata de delirios vampíricos.
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Miguel levantó la voz aún más para hacerse
entender bajo el diabólico sonido de los bafles de la discoteca. Ella rió la
ocurrencia. Parecía encontrar graciosos sus comentarios. Fue entonces cuando la
vio pasar ante ellos. ¡Y sus ojos se fueron con ella!
-¡Ey, pasma’o! ¡Espabila!
Su mirada volvió a la rubia, que ahora se la
devolvía entre intrigada e irritada. No por celos, ciertamente. Conocía a la
chica desde los tiempos del colegio y, aunque tía buena ella y buen mozo él,
nunca había mediado entre ellos interés más allá del meramente cordial. Bueno,
éste y el que toda maciza despierta en el ánimo masculino. Pero vamos, ése se
da por descontado.
-¡Que te la vas a comer con los ojos!
No podía levantarlos de la femenina, soberbia
humanidad de la muchacha. ¿Cómo podía existir semejante perfección de hembra?
Por más que uno la mirara no resultaba posible cansarse de admirar semejante
delirio de curvas por el cual se deslizaba suave, deliciosamente la vista.
¡Vaya cuerpo! ¡Cómo lucía el negro y ceñido vestido de algodón! Resultaba un
verdadero tormento ser testigo del modo en que su brevísima falda se
semiintroducía en la raja de sus glúteos de piedra. ¿Tanga? ¡Se decía que ni
eso! Sus bien torneadas piernas marcaban el compás que sus generosas tetas,
regalo de papá para su decimosexto cumpleaños, replicaban desafiando la ley de
la gravedad para goce y tortura de la masculina concurrencia.
-¿Sabes lo que se dice de ella?
-Sí.
-¿Y aun así te la querrías follar?
-¡Sin dudarlo un momento!
Verónica lo miró alucinada.
-¡No me lo puedo creer! ¡Los tíos tenéis una
polla en la cabeza! Me voy por un cubata.
Como si hubiera dicho de irse a Marte. Para la
atención que le dedicaba ya...
Y es que Déborah era mucha Déborah. Los
largos y lacios cabellos negros, en suprema sociedad con aquellos zafiros que
ella llamaba ojos, prestaban su esplendor a un sueño de fotogenia, un rostro
cuya belleza no podía ser de este mundo. Sus labios, rojos y voluptuosos,
hablaban sin palabras de promesas de placeres malditos e inenarrables, perdida
la cordura entre aquella anatomía que la mismísima diosa Venus envidiaría. Sí,
sabía lo que contaban de ella. Era de dominio público que, de varios de los
varones que con ella flirtearon, no se volvió a saber más. La Policía la había
interrogado varias veces sin éxito y ello no hacía sino aumentar su negra
leyenda de mantis humana, matadora de su pareja tras servirse de ella para el
rito sexual. Pero, ¿a quién le importaba? Como había asegurado a Verónica, con
todo, no vacilaría en caminar tras ella si se lo pidiera, donde quiera que le
llevase. Mendigo de sus besos, esclavo de sus favores.
Pero no era en él en quien hoy tenía su
interés fijado la hermosa. Para bien o para mal, sus atenciones andaban
captadas por un rubio galán. Soberbio ejemplar de macho de la especie, de
amplios hombros y musculadísima complexión, que, desde sus casi dos metros de
altura, contemplaba la realidad que ante él se desarrollaba cual monarca sus
dominios.
-Hello,
baby! –saludó seguro de sí mismo a la diosa.
-Hello,
darling! –respondió ella en perfecto inglés.
Los ojos del marine se iluminaron, triunfante ante la flor y nata de la
US Navy con él embarcada. Tan sólo ha sido
un saludo. Fugaz, furtivo... Ella está con otro chico. Es discreta en su
trasgresión, cuidadosa de que no trascienda, pero él sabe bien cuando una
fémina ha caído rendida a sus pies.
Una caricia se desliza por la masculina
cintura al paso de la hembra, y un pequeño papel doblado se introduce
subrepticio en el bolsillo de su pantalón.
“I’m
waiting for you in the street back the discoteque, darling.”
Sin más, la bella desaparece entre la
muchedumbre. Supuestamente camino de los servicios. En realidad, de la puerta
de emergencia que da a la calle de atrás.
Minutos después, el poderoso varón se reúne
con los azules ojos que en la noche le esperan, destellando en su seno con el
fuego del Infierno. Sonríe. Sus dientes de perlas replican el esplendor de la
diosa Selene que en ellos se refleja y el hombre sabe que va a morir. En los
dos días que lleva su barco de escala en la ciudad, ha escuchado cosas acerca
de la chica. Simples rumores, había que suponer, pero ahora sabe que hay algo
más.
-Do
you wish my pump? –susurra tras besar ligeramente sus labios-. Follow it!
Sin dejar de sonreír, gira sobre sí misma y
comienza a caminar calle allá. Embelesado, el americano contempla la hipnótica
cadencia de los divinos glúteos que le atraen hacia la muerte. Cual negra araña
de fatal hechizo, su dueña tira de sutiles hilos que le arrastran sin remisión.
A partir de ese momento todo se torna
borroso. Como a través de espesa niebla en su pensamiento, cree recordar
haberla seguido a cierta distancia a través de calles desiertas y también,
quizá, haber golpeado a alguien para robarle el coche. ¡Pero ocurrió hace
tanto! Fue en otro tiempo, en otra vida...
Ahora se encuentra en el interior de un
mausoleo en algún cementerio, embistiendo con fuerza a la más extraordinaria
hembra que haya conocido en su vida. La estancia iluminada por la anaranjada,
mortecina luz de los cirios, tomada la gloriosa cintura de avispa en sus manos,
taladrando la ansiada entrada posterior sin compasión. Ella, apoyada sobre el
dintel de una de las tumbas, grita su placer ante las fotos de los que fueron y
ya no son, en presencia misma de la muerte, y cuando él pasa sus brazos
adelante para agarrar los adorables pechos y retorcer los piercings en sus pezones, ya se cree morir.
-In my
mouth, darling...! –suplica cuando él comienza a bufar anunciando la
inminencia de su orgasmo-. I need your
milk in my mouth!
Sí, la necesita. Se alimenta de los fluidos vitales de sus
amantes, que para ella son divino maná que la sustenta. Cual impulsada por
algún resorte interno, libera su gruta anal del venerado invasor para,
arrodillándose devota ante él, besarlo y adorarlo, introduciéndolo en su boca
para recoger su divina sustancia. Traga golosa, con avaricia diríase, ante la
extasiada mirada de su amante y, a medio vaciarse éste, muerde de repente y con
fuerza su pletórica virilidad. Un desgarrador alarido rasga la noche a la vez
que el marine salta hacia atrás.
No ha sido un mordisco cercenante en su
circunferencia, sino incisivo en su longitud. Sangrando abundantemente, vencido
por el dolor, el macho se derrumba, cayendo de rodillas ante ella que ahora, en
pie, lo contempla vencedora desde arriba. Con ternura, amor... lleva su mano
hasta la rubia cabeza. Ligera caricia que, dulcemente, se desliza a lo
largo de su cuello, abriendo la carne a su paso. Entre los femeninos dedos, una
afilada, pequeña cuchilla que penetra en ella
cual arado en las entrañas de la tierra.
De la herida surge el ansiado elixir vital
cual agua de excelsa fuente esencial y ella se agacha para recibirlo.
Ligeramente, siempre con la más exquisita ausencia de violencia, coloca sus
manos en los hombros del hombre para empujarlo con suavidad hacia atrás,
apoyando sus anchas espaldas en el muro de piedra. Lo mira a los ojos y sonríe
con dulzura. Después, aplica sus voluptuosos labios a la herida para beber del
manantial de la vida mientras frota compulsivamente su pubis contra el potente
y grueso muslo masculino, alcanzando el propio y ansiado orgasmo.
El hombre siente escapar la vida por la
brecha abierta en su piel, sin siquiera intentar un último acto de venganza
contra su verdugo. En su mente, revive el placer de los últimos momentos y, con
complaciente ironía, se dice que es la puta que mas cara le ha salido jamás.
Si, la más cara… ¡pero cuán ha valido la pena! De poder volver atrás, no
cambiaría nada de lo hecho, ni dudaría en seguirla de nuevo. Después de todo,
¿qué más puede desear un soldado que caer en la más gloriosa de las batallas?
Su víctima ya inerte, la mantis humana,
consumado el sacrificio del macho apareador, se separa finalmente de su cuerpo sin vida para,
sentada en el suelo, recostarse contra
la pared. Su gloriosa desnudez cubierta de sangre, toma un cigarrillo del
paquete de Marlboro americano y lo
enciende. Llevándolo hasta sus labios, da una profunda calada y expira larga,
pausadamente. A través de la densa sube de humo, contempla su obra ensimismada,
su mente divagando más allá.
“Ya
no es lo mismo”, se dice. El orgasmo ha sido fantástico, pero no es ya igual
que las primeras veces. Ellos saben que van a morir y lo aceptan gustosos.
Ella, en cambio, necesita ver el terror en sus ojos. Sin siquiera apercibirse,
comienza a recordar cómo todo empezó.
(Continuará...)
Próximas entregas de la saga:
Sanguinaria Déborah: Sexo, horror y muerte en la noche
Sanguinaria Déborah: Saldando cuentas
Sanguinaria Déborah: Desenlace
(Y) muy buena! te felicito un muy buen material tu sabes que muchos no comentan por pereza pero no saben que minimas palabras hacen crecer en este ambito al gran escritora q tengo alfrente exitos sigue asi Ana negra
ResponderEliminarMuchas gracias Joseph. Como bien dices, mínimas palabras tiene máximo efecto en estos casos. Pero he de decir también en defensa de mis lectores que no es que no comenten, sino que llegan aquí en un 95% a través de la campaña de promoción de la salida a la venta próximamente de mi primera novela que estoy haciendo estos días en Facebook, con lo cual ocurre que suelen comentar allí, en las páginas creadas al efecto.
ResponderEliminarMuchas gracias de nuevo Joseph. El tuyo ha sido el primer comentario en el blog. ;-)