viernes, 19 de abril de 2013

TERESA NEUMANN: ¿MISTICISMO MASQUISTA O MILAGRO DE LA SANGRE?



El mismísimo Fuhrer la temía, hasta el punto de, a pesar de ser opositora declarada al régimen nazi, ordenar que “¡no sea tocada!”. Durante cuarenta años, Teresa no ingirió más comida ni bebida que la Hostia consagrada y el vino de la Comunión, al tiempo que lloraba sangre y sangraba abundantemente por unas heridas que eran las del martirio de Cristo. Médicos y expertos de la Iglesia analizaron su caso, sin que llegasen a encontrar en él evidencia de fraude alguno. A día de hoy, sigue siendo un misterio al que nadie ha podido dar respuesta.
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A lo lejos sonaban sordos cañonazos. Una guerra mordía sobre la campiña extranjera. Los americanos se agrupaban alrededor del lecho sencillo y limpio. Atardecía... Los gallos desgranaban sus roncos cacareos despidiéndose del día. La mujer de 47 años yacía en el catre. Sus ojos hundidos con enormes ojeras. Una mirada de obsesivo misticismo en ellos.

“Yo no creo en nada de esto... aquí hay truco.”
Era un cabo americano pequeño y rubio. No terminaba la frase cuando la mujer daba un nuevo alarido. La sangre brotaba en espesas gotas de su frente. En una línea de puntos rojos. Se abrían heridas en la piel ante los ojos de todos.
“No... que me lleven a...”
 El cabo no sabía qué decir. Estaba más pálido que la mujer. De allí en adelante, durante el resto de la noche, al fragor de los lejanos cañonazos comenzaba uno de los mayores misterios del mundo sobrenatural... el misterio conocido como "Estígmata". La campesina se llamaba Teresa Neumann. Cada jueves por la noche daba ante sus vecinos una exhibición de Estígmata como la que presenciaban los azorados marinos americanos. La villa bavara de Konnersreuth era el lugar en que se revivía la Pasión de Cristo cada semana. Era la primera vez que extranjeros veían el milagro.
“Miren... está  cayendo en trance”- susurró uno de ellos.
Todos guardaban silencio. De repente alguien comenzó a rezar en voz alta. Muy pronto todos los soldados, hombres que habían peleado y asesinado en nombre de la guerra, rezaban juntos. Una especie de vacío místico en medio de la violencia y la maldad. La sangre fluía de nuevas heridas que se abrían. La piel sencillamente se rajaba. El líquido rojo y espeso brotaba a raudales. Las manos, los pies, el costado; la frente... toda ella era un mar de sangre denso, opaco y continuo.
“No llega a mañana por la mañana con ese desangramiento” - comentó un médico militar.
Todos estuvieron de acuerdo. Ya era noche cerrada. Sus gritos aumentaron. Teresa se revolvía sobre el lecho empapado en la sangre. A cada nuevo grito la sangre fluía con mayor fuerza. Calladas y silenciosas campesinas se ocupaban de limpiar la preciosa sangre a cada cierto tiempo. Para eso colocaban trapos inmaculadamente limpios en contacto con las sabanas. Cuando los trapos se impregnaban del rojo líquido los quitaban guardándolos como si fueran tesoros.
“Cada casa en este lugar guarda uno de los trapos ensangrentados como objeto de veneración” - explicó el capellán que marchaba con los marinos.
Un nuevo aullido de la mujer interrumpió su respuesta. Dos campesinas se acercaron a Teresa consolándola. Las lágrimas se confundían con los hilos de sangre que descendían por sus mejillas hundidas y pálidas como la cera.
“No hay respuesta oficial de la iglesia... es... Estígmata”- contestaba una mujer.
Amanecía... Los soldados, como en estado de trance hipnótico habían pasado la noche contemplando el milagro. Muchos de ellos habían hecho apuestas entre ellos. No llega a las tres de la madrugada... No llega a las cinco...
Con las primeras luces del amanecer, Teresa Neumann volvió a ser una mujer normal. Una pobre y harapienta campesina como cualquiera de las que se ven a diario por los campos de Europa.
Con los primeros rayos del sol las heridas desaparecieron. Esa es la palabra correcta... desaparecieron. Allí en donde segundos antes había sangre, carne abierta y palpitante sólo quedaba la piel limpia y blanca. La mujer abrió los ojos... sonrió débilmente y elevó la mano haciendo la señal de la cruz sobre los presentes. Todos los soldados, sin excepción, cayeron de rodillas ante lo incomprensible.
Incluso las sábanas estaban blancas, completamente limpias. Ni un rastro, ni una gota de sangre en parte alguna. Terminaba el fenómeno de Estígmata. Los soldados americanos eran los primeros en ver el extraño fenómeno. Sin embargo, Teresa Neumann había estado sufriendo de lo mismo por muchos años... veinte para ser exactos.
¿Cómo era posible semejante afluencia de sangre? ¿Cómo se podía disipar el líquido? ¿Cómo podía perder tan enormes cantidades de sangre sin morir? No hay respuesta médica... no la habrá  jamás.
Un soldado americano era escéptico. Mientras que María estaba en pleno apogeo de su estigmatización se acercó al lecho. Tomando un frasquito recogió directamente las gruesas gotas que escapaban de su frente. Dos días más tarde tenía la respuesta del laboratorio. Sangre humana. No había dudas. No podía haberlas. Teresa Neumann tiene una historia interesantísima. Nacida en la misma villa en la que vivió toda su vida en la frontera con Checoslovaquia. Jamás salió de allí. Durante la Primera Guerra Mundial, mientras que se encontraba ayudando a varios campesinos amigos en la recogida de la cosecha sufrió una grave y dolorosa lesión en la espina dorsal. Los médicos fueron capaces de aliviar el dolor... pero no de sanarla. De esta forma Teresa se convirtió en una especie de vegetal humano.
Prendida a su silla de ruedas por el resto de la existencia. De allí en adelante su salud comenzó a deteriorarse. No había causa aparente para esta caída física. Sin embargo, las enfermedades hacían presa en Teresa una tras la otra. La parte izquierda del cuerpo se le paralizó. Las piernas perdieron la sensibilidad y el movimiento. Los ojos perdieron la visión. Parálisis, convulsiones, vómitos y ataques espasmódicos constituían la vida de la pobre mujer. Fue entonces que Teresa Neumann decidió rezarle a Santa Teresa de Ávila a fin de que le devolviera la vista.








«Santa» Teresa de Masoc: historia del milagro.
No muy lejos de Bayreuth.. capital de los festivales de ópera wagne­riana y casi acariciando la frontera checoeslovaca, puede localizarse una minúscula aldea alemana: Konnersreuth. Centenares de personas esperan pacientemente bajo la lluvia de una tarde de noviembre, fren­te a una modesta casa de ladrillo. Esperan ver a una joven visionaria Teresa Neumann. Desearían besar sus estigmas, contemplar el arreba­to místico cie aquella «santa» que sólo se alimenta con la cotidiana co­munión eucarística y que en sus frecuentes éxtasis asegura contemplar dramáticas escenas de la Crucifixión del Señor.
Durante la década de los años treinta y antes de que se iniciara la segunda guerra mundial, Konnersreuth fue escenario de múltiples pe­regrinaciones procedentes de todos los confines del mundo católico. Creyentes y especialistas en psiquiatría se dieron cita en aquel lugar para tratar de establecer un diagnóstico claro acerca de uno de los síndromes más extraños registrados en la historia de la Medicina.


La historia de Teresa comienza en 1918 cuando la muchacha servía en una granja. Eran los tristes años de la postguerra en que las gentes mal nutridas y fuertemente deprimidas se esforzaban en compensar con sus trabajos agrícolas las malas cosechas precedentes. Se declara un incendio en otra granja y su patrón le pide que colabore en las tareas de extinción. Cuando acarreaba los cubos de agua experimenta un agudo dolor en la región lumbar y cae al suelo desvanecida, segura­mente como consecuencia de una fuerte luxación en la columna.


Aquel incidente marca el principio de una larga y penosa enferme­dad saturada de extrañas reacciones y sorprendentes síntomas.


Teresa había nacido el 8 de abril de 1898, en el seno de una familia muy humilde. Primogénita entre otros once hermanos robustos. Mucha­cha sana y de aspecto nada demacrado, aunque sus rasgos anatómicos la definen como de constitución asténica. Hasta los catorce años cursa estudios primarios en la escuela del lugar y pasa finalmente al servicio de un amo que ya observa en ella una especial sumisión casi masoquis­ta y acusados sentimientos religiosos; una exquisita sensibilidad y exal­tada impresionalidad ante cualquier fútil incidente también la caracteri­zaban.


Sus padres eran gentes eran gentes sencillas, DE estrechas tradiciones patriar­cales, piadosos como muchos bávaros campesinos, entre los cuales la niña aprendía a leer vidas de santos y se impresionaba al visitar la modesta iglesia y contemplar los patinados cuadros de la Pasión de Cristo.


Tras aquel accidente, Teresa Neumann tiene que guardar cama lar­gas semanas en la residencia hospitalaria de Waldsassen. Sus extremi­dades inferiores se vuelven insensibles y aparece toda la sintomatolo­gía de una anorexia pérdida patológica de apetito- unida a fortísi­mos dolores en la columna.


El doctor Ewald detecta las primeras señales de una presunta histe­ria. Ataques psicomotrices de una fuerte agitación y hematemesis (vó­mitos de sangre).
La joven abandona aquel centro sin que atisbe esperanza de cura­ción. Encamada de nuevo en su humilde hogar, los días pasan entre crueles dolores. En noviembre de 1919 comienza a sufrir trastornos vi­suales hasta que la ceguera acaba por apoderarse de ella.

Un nuevo incidente aparece como muy revelador: el padre de Te­resa sufría un cuadro artrósico. Un día pregunta a su confesor si podría pedir a Dios que los sufrimientos de su progenitor pudieran ser asumi­dos por su propio cuerpo.

Tras la respuesta afirmativa del sacerdote y al día siguiente, la mu­chacha amanece con una hemianestesia del brazo izquierdo que flexa rígido durante cuatro meses, apoyado inerte sobre el tórax.

En diciembre de 1922 un joven seminarista, amigo de la familia, enferma de la columna cervical. Teresa ruega que su dolencia se trans­vase a su cuello. A las pocas horas se provoca una inflamación cervical y se le paralizan las masas musculares que activan la función degluctora. Ya no puede ingerir alimentos. Un vaso de agua diario y los frag­mentos de Hostia Consagrada que cotidianamente le administra el pá­rroco del lugar constituirán desde entonces toda su nutrición.

El 29 de abril de 1923, fecha del santoral que enaltece a Santa Tere­sita de Ávila, Teresa Neumann recobra repentinamente la visión. El médico de la familia, ésta y los vecinos quedaron extasiados ante lo que consideraban un portentoso milagro. Más de cuatro años había perma­necido invidente aquella joven extraña. Ciega, sorda y paralizada, llena de úlceras por su posición en decúbito supino constante, hasta el punto que todos temían un rápido desenlace.

Santa Teresa de Ávila vivió en España de 1515 a 1582. Desde muy pequeña sufrió (al igual que Teresa Neumann, de una serie de enfermedades que la mantenían al borde de la tumba) Sin embargo, la futura Santa, contra la voluntad de sus padres ingresó en un convento llamado de la Encarnación y situado en la ciudad de Ávila. Tenía la niña 12 años cuando entró en el convento. Durante los 18 años que sirvió a las órdenes de Dios tras de las impenetrables paredes de su monasterio tuvo varias visiones místicas y religiosas. El Convento de la Encarnación tenía fama en España por la extremada austeridad de su vida. Teresa de Ávila superó esta austeridad. Su vida se convirtió en una simple comunión con Dios. A su muerte dejó una estela de milagros que pronto hicieron que la iglesia Católica la canonizara. La beatificación fue otorgada a Teresa de Ávila el mismo día en que Teresa Neumann rezó por sus ojos.

El 3 de mayo dejan de supurar las úlceras; éstas cicatrizan y por fin el 17 del mismo mes se produce un tercer portento. Coincidía la fecha con la proclamación en Roma de la santidad de Santa Teresa de Ávila. Teresa seguía paralítica; los forúnculos cervicales seguían supurando. Aquella tarde la joven rezaba el rosario cuando tiene la primera visión extática. Ella relata que se vio rodeada de una luz cegadora. Escuchó voces que la invitaban a cami­nar y ella lo intentó con éxito. A sus gritos acudieron familiares y el sacerdote del lugar. Teresa extendía sus manos, hacia algo invisible «agitando su cabeza como si saludase a una dama de la corte».

A partir de aquel día se repiten las visiones y los estados de trance, acompañados de acúfenos (alucinaciones auditivas integradas por soni­dos simples). Voces divinas le advierten premonitoriamente que le sor­prenderán en el futuro nuevas y amargas dolencias.

Hacia noviembre de 1925 aparece toda la sintomatología caracterís­tica de una apendicitis, en una época en que las técnicas quirúrgicas para su tratamiento eran aún rudimentarias y poco fiables.

El doctor Seidl aprecia en aquel «abdomen agudo» la verdadera naturaleza de la dolencia y prescribe el inmediato traslado a una clíni­ca de Waldsassen.

Teresa pide entonces una medalla de Santa Teresita que aplica a la región abdominal. De repente se le modifica el semblante, deja de gritar, tiende sus manos hacia un lugar de la habitación como si hubiera allí alguien hablándola, mientras contesta con monosílabos. Ella aseguró haber visto de nuevo a la santa. Después de esto la fiebre y los dolores cesaron por completo.

El asunto era extraño desde el punto de vista clínico. Hasta entonces cualquier observación atenta de los hechos hubiera permitido presumir los signos típicos de una neurosis de conversión (histeria). Pero ahora se trataba de una dolencia no psicógena. Era un genuino cuadro orgá­nico, como la pericia del doctor Seidl, especialista en apendicitis, había señalado, hasta el punto de que se registró una evacuación del absceso purulento por vía rectal, lo cual constituye en sí una rareza clínica.

Al fin, se presentan los estigmas el 13 de febrero de 1926. Una no­
he, principio de la época cuaresmal, Teresa Neumann era presa de agudos dolores provocados presumiblemente por una otitis. De repente entró en éxtasis y pudo ver en una amplia dramatización a Cristo arrodillado en el Huerto de los Olivos, junto a sus discípulos. Luego experi­mentó una violenta punzada en el costado. Se palpa y observa cómo mana sangre de una llaga. El médico comprueba que la hemorragia no se detiene. La sangre fluyó durante varias horas más de estas enigmáti­cas lesiones.


Las siguientes fechas se caracterizaron por la aparición de nuevas Gagas o estigmas en las manos y en ambos pies. De las heridas no imaginaba supuración ni aparecían otros signos de infección e inflama­ción.


Ella había evocado en sus oraciones las heridas de la Pasión, pero nunca -según declaró- había oído hablar de estigmatizaciones. Na­de le había relatado casos como los de Luisa Lateau o Ana Catalina Emmerich o el más remoto de San Francisco de Asís.


El 5 de noviembre de 1926, cuando contemplaba una litografía refe­rente a la Coronación de espinas de Jesús, experimentó unas agudas punzadas en el cuero cabelludo. Se observaron unas marcas sangrantes -hasta ocho- en la periferia craneana, salvo en la zona frontal.


En años posteriores y coincidiendo con festivales de Semana Santa, las llagas sangraban abundantemente. En julio de 1927 aparecieron lá­grimas de sangre. Los demás días las llagas se cubrían por una costra muy delgada.




Un retrato delirante
El doctor Weisl, agnóstico desde el punto de vista religioso, relata así uno de los trances más intensos:

«Su rostro envejecido mira al vacío, ausente de cuantos la circun­dan, extasiada. La boca aparece semiabierta, sus manos extendidas an­sían captar algo misterioso e inaprensible para cruzarse al fin sobre el pecho en un gesto desesperado. Y sus ojos (jamás pude ver una mirada semejante en otro loco, en otra histérica), esos ojos perplejos, fijan a través de los párpados inflamados e inyectados en sangre, la visión que ellos contemplan. Ojos que ven más que nuestros ojos. Sobre sus meji­llas resbalan como perlas gotas de sangre, inundándolas de rojo inten­so. »


El doctor Witry describe así las llagas que Teresa cubría con unos mitones:


«Los estigmas miden en el dorso de una mano de nueve a diez milímetros de longitud, por seis a siete milímetros de anchura. La sus­tancia del estigma modela una protuberancia de estructura planiforme cuadrangular, que se eleva unos dos y medio milímetros sobre la epi­dermis circundante. El estigma parece que brota como un volcán en el centro dorsal de la mano. Su color es purpúreo y se observa una espe­cie de brillo en la lisa superficie. En el centro de la superficie cuadran­gular apréciase una pequeña abertura ovoidal. »


Teresa Neumann muere el 18 de septiembre de 1962. Científicos de todo el mundo estudiaron su caso sin llegar a una conclusión definitiva acerca de su síndrome. Los doctores Hynek, Killerman, Martini, Witry, Ewald. Titter de Lama, Hilgenreiner, Stókl y el español A. Vallejo Nále­ra, analizaron con distinto criterio la sintomatología dermatográfica.


La Iglesia no llegó a pronunciarse a favor de una tesis taumatúrgica , (milagro). En 1928, una comisión de seis expertos la visitó durante el Viernes Santo -fecha en que Teresa experimentaba fenómenos de ca­rácter parabiológico-. No encontraron muchas facilidades por parte de los familiares ni consiguieron apreciar signos de efusión hemática (hemorragia). Las conclusiones apuntaron hacia un cuadro «histérico grave, con señales inequívocas de simulación inconsciente. »




Dolencias


En 10 del marzo de 1918, Teresa Neumann quedó casi paralítica después de caerse de un taburete mientras se ocupaba de apagar un fuego en el granero de su tío. Sufrió más caídas y lesiones durante este período. Después de una caída particular afirmó haber perdido gran parte de la vista. En 1919, quedó completamente ciega. Postrada en cama, desarrolló horribles llagas debidas a la inmovilidad en la cama que a veces dejaban el hueso expuesto. Teresa declaró que recuperó la vista el 29 el abril de 1923 – el día en que Teresa de Lisieux fue beatificada en Roma. Teresa Neumann le había estado rezando novenas antes de este día. El 17 del mayo de 1925 Teresa de Lisieux fue definitivamente canonizada como santa de la Iglesia Católica. Teresa Neumann dijo que la santa la llamó y entonces la curó de su parálisis y de sus llagas debidas a guardar cama mucho tiempo. El 7 de noviembre de 1925 Neumann volvió a guardar cama de nuevo y el 13 de noviembre se le diagnosticó una apendicitis. Estando preparada para la cirugía, tuvo convulsiones violentas y elevó los ojos al techo diciendo finalmente diciendo, "sí". Le pidió a su familia que la llevaran a la iglesia inmediatamente para rezar. Entonces anunció que había sido curada de toda traza de apendicitis.







Estigmas


Teresa más tarde aparentemente desarrollaría los estigmas de la pasión. Dijo que el 5 del marzo de 1926, el primer viernes de cuaresma, había aparecido una herida ligeramente por encima de su corazón, pero que lo mantuvo en secreto. Sin embargo, declaró que había tenido una visión de Jesús en el Monte de los Olivos con tres apóstoles. El 12 de marzo dijo que tuvo otra visión de Cristo en el Monte de los Olivos junto con la coronación de espinas. También afirmó que la herida por encima de su corazón reapareció ese día, y le habló a su hermana de esto. Adujo que la herida también reapareció el viernes de la semana siguiente. El 26 de marzo, declaró que experimentó la misma herida acompañada por una visión de Cristo soportando la cruz y una herida similar en la mano izquierda. Como se observó que tenía sangre en la ropa, ya no trató de mantener en secreto la información. El Viernes Santo, Neumann según su testimonio presenció la Pasión entera de Cristo en sus visiones. Tenía heridas en las manos y los pies acompañadas de sangre que parecía salir de los ojos. La sangre salía de las heridas, pero según el libro del crítico de Neumann Josef Hanauer La Estafa de Konnersreuth los presentes no vieron salir la sangre sino sólo la sangre misma. Según el autor Albert Paul Schimberg, muchas personas vieron salir la sangre de sus heridas y estos testigos no se limitaban a su familia inmediata y al párroco Josef Naber. A las 3 en la tarde ese día, llamaron a su párroco Josef Naber para darle a Neumann los últimos sacramentos. A las 4 su condición mejoró. Las heridas de sus pies y las manos fueron observadas cuando la bañaron. El domingo de Resurrección, dijo que tuvo una visión de la resurrección de Cristo. Durante varios viernes consecutivos después manifestó que estaba experimentando la Pasión de Cristo, aparentemente sufriendo en su propio cuerpo junto toda la agonía histórica. Sufría la Pasión especialmente el Viernes Santo cada año. El 5 de noviembre de 1926, exhibía nueve heridas en la cabeza así como heridas en la espalda y los hombros. Según varias fuentes estas heridas nunca se curaron o se infectaron y se encontraban en su cuerpo a su muerte.


Inedia (ausencia de alimentación)


Durante los años desde 1922 hasta su muerte en 1962, Teresa Neumann aparentemente no consumía comida aparte de la Sagrada Eucaristía, y dijo que no había bebido agua desde 1926 hasta su muerte. En julio de 1927 un médico y cuatro enfermeras franciscanas la vigilaron durante 24 horas al día durante un período de dos semanas. Confirmaron que no había comido nada excepto una hostia consagrada un día, y no padeció efectos adversos, pérdida de peso ni deshidratación. Montague Summers en “El fenómeno Físico del Misticismo" habla de su capacidad sobrenatural de sobrevivir largas temporadas sin comida ni agua. Apoyaba esta afirmación refiriéndose a un artículo acerca de Teresa Neumann en el número del 5 de enero de 1940 en "El Universo", que declaraba que esta campesina rechazó las cartillas de racionamiento alemanas diciendo que no necesitaba comida ni bebida. Durante algunos de sus trances de los viernes, decía frases identificadas por testigos (incluyendo sacerdotes) como arameo antiguo. Se dijo también que podía comprender hebreo, griego y latín.








Miscelánea


Durante el Tercer Reich, Teresa Neumann fue el blanco de ridículo y difamación, ya que los nazis conocían sus discrepantes puntos de vista y temían su creciente popularidad. Fue vigilada por la Gestapo. Nunca sufrió daños físicos, aunque su casa familiar, la parroquia y la casa del sacerdote recibieron ataques directos. Alentó a Fritz Gerlich a continuar su oposición a Hitler y su partido nacionalsocialista. Gerlich fue posteriormente asesinado por su oposición. Paramahansa Yogananda la visitó y escribió sobre su caso en su libro Autobiografía de un Yogui, publicada en 1946. Le dedicó un capítulo entero, “Teresa Neumann, la estigmatizada católica de Baviera”, que relata una descripción de primera mano de uno de sus trances de la Pasión del Viernes Santo. Reinhard Lorenz de Meißen, médium de la Sociedad New Salems recibió un mensaje acerca de Neumann en 1929, supuestamente viniendo de Dios Padre. Fue publicado en "Das Wort", la publicación del movimiento. Se dice que el sorprendente fenómeno de Konnersreuth era aprobado por Dios para ser un impacto irrefutable. El 18 de septiembre de 1962, Teresa Neumann murió de paro cardíaco, después de haber padecido Angina de Pecho durante algún tiempo. La Iglesia Católica Romana no ha confirmado ni negado la inedia (de la que padecía según sus críticos), ni sus estigmas. "Resl", como se la conoce coloquialmente, ha logrado sin embargo un lugar en la devoción popular – una petición pidiendo su beatificación fue firmada por 40,000 personas. En 2005, Gerhard Ludwig Müller, Obispo de Regensburg, empezó formalmente el procedimiento vaticano para su beatificación.


Su tarea en la vida


Según Paramahansa Yogananda, Teresa Neumann le dijo durante su visita: "Una de las razones por las que estoy aquí en la tierra es para probar que el hombre puede vivir de la luz invisible de Dios, y no sólo de la comida". Su juicio fue: "me di cuenta de inmediato que su vida extraña es dirigida por Dios para asegurar a todos los cristianos la autenticidad histórica de la vida y crucifixión de Jesús según registra el Nuevo Testamento, y para exponer de forma dramática el vínculo entre el Maestro de Galilea y sus devotos". Cuando Paramahansa Yogananda cuestiona la noción de que Teresa Neumann había vivido comiendo sólo una hostia eucarística diariamente durante los últimos 12 años, ella manifiesta que vive de la luz de Dios. El famoso yogui entonces sugiere, "veo que usted se da cuenta de que la energía fluye a su cuerpo del éter, del sol, y del aire". Teresa entonces sonríe y expresa su felicidad de que él comprenda la manera en que vive.





2 comentarios:

  1. interesante articulo que resume este caso tan poco común que sigue sin explicación

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  2. Me alegra que te gustase, PEH. Perdón por no contestarte en su día. Este blog fie creado como parte de la campaña de promoción de mi primera novela, y desde que ésta acabó lo tengo descuidado.

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